Los que me conocen saben que ando siempre con la mochila a cuestas.
Está cargada de llaveros pintorescos y en su interior hay algunas cosas que
nunca me faltan. Tengo una bolsita con caramelos para los chicos, pastillas para
todo tipo de dolores, dos sets de auriculares, liguitas, un cable HDMI, dos
cargadores y un rollo de papel higiénico. Son pequeñas cosas fundamentales que no
quiero que me falten.
Pero si hay algo que nunca dejo de tener en mi mochila es literatura a la mano. Suelo llevar encima, por lo menos, dos o tres libros (sea en formato papel o en mi e-book). En este preciso momento, por ejemplo, tengo: Memorias Impuras (Liliana Bodoc), Flores que se abren de noche (Tomás Downey) y, en formato e-book, Kafka en la Orilla (Haruki Murakami).
Hoy no puedo leer tanto como me gustaría. Me excuso con la enorme cantidad de tiempo que dedico a otros vicios personales (gaming, animé, escritura, cine, teatro, etc) y porque tengo dos niños y tres trabajos. Que no es poca cosa. Pero lo cierto es que son eso, excusas.
Leer es RE fácil cuando se vuelve un hábito… como todo. La lectura es un músculo que debe ejercitarse. Tengo muchos seguidores del blog, amigos o colegas que me dicen “tengo ganas de leer… pero no encuentro el tiempo”. Me parece una boludez atómica porque el tiempo te lo podés ir haciendo tranquilamente (especialmente en un país tan burocrático como Argentina, donde hacer fila suele ser inevitable).
Yo estoy esperando en el banco, en la fila del supermercado o en el baño, y siempre tengo a disposición alguno de mis libros. Llego primero al bar y me abro el e-book un ratito. He salido a caminar por la calle mientras voy leyendo (que la gente me esquive, carajo).
Los viajes en el transporte público son ideales si uno logra silenciar la contaminación sonora de los alrededores.
Respecto a qué leer, la pregunta es tan amplia como cuando me preguntan: “Che, Lupa, ¿qué peli me recomendás?”. Hay quienes dicen que hay que leer a los clásicos para aprender de los mejores. No sé si estoy tan de acuerdo. Yo todavía tengo en mi estantería el Ulises de James Joyce y El Sonido y La Furia, de Faulkner. Y ahí están, esperándome…
Leé lo que tengas ganas… y SI tenés ganas. ¡Nadie te obliga, por el Amor de Dios! Y si querés empezar a leer, no vas a ser más intelectual por leer a Borges en lugar de la saga de Harry Potter.
No TENÉS que leer a Cortázar si no te interesa. Es más, yo hasta sugiero lo contrario. Exponerse prematuramente ante novelas tan experimentales como Rayuela puede provocar el efecto contrario: que nos alejemos de la literatura ante la imposibilidad de disfrutarla.
Muchachos: la lectura debería ser placer, no obligación. Incluso yo defiendo el derecho a no terminar un libro. Todo libro tiene su momento. Hay que conocerse lo suficiente para saber cuándo seguir y cuándo soltar.
Una de mis fantasías más noñas es la de poder juntar a un grupo de amigos para continuar aquella tradición de los viejos cafés literarios. Me encantaría poder reunirme, semana a semana, en algún bar tranquilo de Bahía Blanca para degustar una cerveza, debatir sobre literatura y leer los textos de cada integrante.
Si esas sesiones existieran, probablemente hablaría sobre aquellos libros que marcaron mi formación como lector. Los cuentos policiales de Manuel Peyrou, las historias detectivescas de Sherlock Holmes. La Isla del Tesoro, de Stevenson. ¡Edgar Allan Poe! Romeo y Julieta. Las novelas de tipo coming-of-age como Momo, Un tren a Cartagena o Las Visitas. La ciencia ficción de Bradbury y Asimov.
Me parece que es una linda varieté que incluye historias de aventuras y amor atemporales, los géneros que me apasionan y textos que -si bien no he vuelto a leer- reúnen los tres elementos que busco en mis lecturas: que me diviertan, que me movilicen y que me permitan reflexionar.
Todos vamos formando, con el tiempo, ese perfil de lector. Yo hoy elijo esquivar las novelas cargadas políticamente, por ejemplo. Prefiero dejarme llevar, cada año, por un libro diferente del maestro (Stephen King). De todas formas, me obligo a mí mismo a encarar -ocasionalmente- algún libro que quizás no sea de mi especial interés. O leer a ciegas algo que un amigo me recomendó. Usualmente esto tiene resultados fantásticos.
Cada quien tendrá sus gustos. A mí me dan paja Ernesto Sábato, García Márquez y Dostoievski. La clave es que lean lo que quieran, lo que les guste. Un libro los va a ir llevando hasta otro, y así se va definiendo un canon propio.
Lo importante, especialmente al principio, es lograr disfrutar de cada lectura, crearse el hábito y tener cierta disciplina. Si en el camino llegamos a encontrar un autor que nos interpele particularmente, habremos sido bendecidos.
En mi mochila nunca faltan los libros.
¿Y en la tuya?
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