Autor: Luciano Sívori
Género: romance / suspenso
Mi cuento tiene un
título muy extraño, pero cuando lo lean entenderán perfectamente el por qué.
Personalmente me gustó bastante, y por eso quiero compartirlo con todos. Espero
que se sorprendan y se sumerjan en esta particular historia de intriga:
"Solo hay un Dustin
Hoffman"
Lo miro completamente en silencio, justo como me indicaron. No sé bien
por qué, pero ya siento dos o tres lágrimas rodando por mi mejilla. Él está ahí
enfrente, con tanta indiferencia en su rostro que ya comienza a irritarme.
Cinco minutos antes el profesor de teatro nos explicaba el ejercicio.
Caminaba con lentitud sobre la alfombra de aquel galpón de madera que usábamos
para ensayar.
– Vamos a trabajar sobre las emociones negativas –dijo.
Era un joven apuesto que rondaba los 30, alto y delgado, con una
cabellera larga y dorada que seguro deseaban varias mujeres. Le decíamos “Max”,
por Maximiliano.
– Cualquier persona es capaz de enojarse. Eso es fácil –continuó
mientras deambulaba en círculos por el escenario–. Pero enojarse con la persona
indicada, en la intensidad correcta, por motivos justos y de la forma más
adecuada… eso es lo difícil. Lo dijo Aristóteles, ¡y qué razón tenía! Lo mismo
sucede con cada emoción, el llanto, la alegría, la sorpresa, la ira… Cuando a
Dustin Hoffman el director le pide que llore, lo hace. ¡Y cómo lo hace! Pero
cuando la escena termina, él también corta. Eso es porque se aferra a un recuerdo
que ya tiene superado. Le provoca tristeza, pero no hace catarsis. Eso es lo
que quiero que hagan, chicos.
El profesor juntó sus manos y nos miró. Cuando llegó hasta mí se
detuvo diciendo:
– Sandra, ¿te animás? ¿Qué te parece subir con Miguel? Creo que sería
muy interesante. Quiero que sientas una emoción muy negativa y la exageres.
Miguel: te vas a dirigir a tu esposa con total indiferencia. Tenés que ser
agresivo con la mirada, para que ella pueda canalizar esa emoción negativa. Se
miran uno a otro, sin sacarse los ojos de encima, y sin decir absolutamente
nada. ¿Vemos que sale?
Y ahora acá estoy yo, viendo que sale. Observo a Miguel y de pronto
recuerdo como empezó todo. Tengo 33 años, él 35. Lo conocí hace un año y sin
querer quedamos embarazados. A él no pareció molestarle. Nos casamos enseguida,
pero no sabíamos nada uno del otro. Es imposible conocer a una persona en un
año; ni en diez tampoco, creo. Empezamos teatro como un intento de hacer algo
juntos y descubrir cosas uno de otro. Y ahora estoy llorando frente a él, con
su mirada despreocupada y toda la clase como testigos.
Elijo recordar a mi perro, que murió cuando era una niña. Con Mamá le
habíamos hecho un entierro y todo. Se llamaba “Max”… Max, qué curioso: igualito
que mi guapo profesor. Amo a Miguel, pero si él no estuviera en mi vida… Max
definitivamente sería de “mi estilo”.
¡Qué desperdicio que sea gay!
Así que la frase la había dicho Aristóteles. Miguel suele citarlo mucho.
¿Max? ¿No se llama así también un amigo de Miguel que viene a la ciudad cada
tanto? No sé por qué me pongo a pensar
estas cosas. Tendría que enfocarme en recuerdos tristes, como el de mi perro.
Encima Miguel no para de mirarme.
Una lagrima rueda por mi mejilla, el sabor salado me vuelve a la realidad
con brusquedad. Las lágrimas están cayendo de forma descontrolada, pero no
tiene sentido. No me siento triste.
¿Quién fue el que quiso empezar con teatro? Fue Miguel, sí. Él
descubrió este lugar. Me dijo que Max era bueno en lo suyo… ¿y cómo lo sabía?
Max… como mi perro muerto. Me empieza a molestar demasiado el rostro de Miguel.
Así me mira por las noches cada vez que hacemos el amor. El sexo es vacío, sin
gracia, sin diversión. Es porque no nos conocemos mucho todavía.
¡Maldición! Mis ojos están vidriosos, repletos de lágrimas. ¿Cuánto le
falta a este ejercicio de mierda? ¡Qué incómodo! Esto no tendría que estar
pasando. Encima todo el mundo me está mirando, Max, Miguel…
Mis pensamientos se detienen en seco y de pronto mi corazón da un
vuelvo. Tiemblo. Al fin, secreta e íntimamente, me doy cuenta de la verdad. Max
y Miguel. Max, como mi perro que murió, como el amigo que visita a mi esposo
cuando viene a la ciudad. ¿Cómo pude ser tan estúpida?
No puedo evitar ver a Max. No nos mira a nosotros, lo mira a él. Creo
que enseguida se da cuenta porque lo escucho decir:
– Basta, corten. Fin de la escena.
Lo intento pero es imposible. Mis lágrimas son más reales de lo que
había esperado, ya no se detienen. Supongo que no soy Dustin Hoffman.
FIN
¡Espero
que les haya gustado! Por supuesto, están invitados a mis otros cuentos que he
publicado en el blog:
=>
El mes que viene sale otro cuento, mientras tanto –y como siempre– los invito a seguir mis novedades a
través de mi página.
¿Qué opinan de la historia? ¿Qué sabor les dejó? <=