Durante una semanita tuve que viajar a España para
un evento literario en Tarragona
(del que hablé en
esta nota). Este post viene a ser la contracara, donde quiero mencionar
algunas cuestiones más turísticas y anecdóticas además de aprovechar para dejar mi
granito de arena respecto a algunas recomendaciones.
Así, tal cual está, la subí también a mi perfil de Viajeros.com. En fin,
para qué abundar en detalles que no hacen más que abundar en detalles. Ahí
vamos.
Día 1 (sábado
12/11) – Aviones y más aviones
Salí desde Bahía Blanca hasta retiro en bondi, viajando
toda la noche. Al llegar, tomé un colectivo “Tienda de León” a Ezeiza (unos 240$). Después de hacer todos los trámites habidos y
por haber en el avión, finalmente estaba en mi asiento.
La verdad es que a nivel comodidad y servicio, Alitalia no es una mala aerolínea. Pero
no se compara con Lufthansa (con
quienes viajé en mi anterior
viaje a Europa).
Acá estábamos un poco más apretados, como sardinas, las
pantallitas son bastante medio-pelo y gran parte del contenido está únicamente
en idioma italiano (sin subtítulos).
Así y todo, a lo largo del día vi tres películas.
Una excelente película italiana (“Perfect
strangers”, cuyo review ya
está en la fan-page), un interesantísimo thriller coreano (“Time renegades”) y una muy olvidable
cinta árabe que intentaba ser de terror/suspenso pero acabó siendo muy
lamentable.
A un lado tenía a un abuelo que resultó ser de
Coronel Pringles, Norman Borgarampe.
Terminamos charlando bastante sobre el pueblo donde pasé gran parte de mi
infancia. Del otro lado, una piba profesora de canto de Mar del Plata. Le
habían dado una beca para dar clases en Madrid por un tiempo.
Roma me recibió con un frío helado, pero
rápidamente tomé el vuelo a Barcelona, luego de unas horitas de espera.
Día 2 (domingo
13/11) – Llegada a Barcelona
Dato loco: aquel domingo era mi primer
aniversario de casado. La fortuna quiso que estuviera a 11.000 km de distancia.
Mi saludo fue a través de un e-mail prolijamente redactado para apaciguar la
amargura. El festejo tendría que ser a la vuelta.
Desde el aeropuerto hasta Plaza Cataluña tomé un Aerobus
de 6 EUR. Un servicio correcto y rápido. En unos cuarenta minutos ya estaba en
la plaza. El hostel que elegí para quedarme (St Christopher's Inns) quedaba a
unas pocas cuadras.
En mi habitación conocí, casi al mismo tiempo que
entré, a dos argentinos. Gastón era
de La Plata, estudiante de abogacía, y venía haciendo un viaje europeo antes de
recibirse. Antes había estado en Cracovia y en Praga (ciudad
de sueños).
Javier
ya pisaba los 30 y era de Capital. También abogado, pero ya recibido. Venía de
Miami y viajaba luego para Ámsterdam.
Nos volvimos inseparables durante los próximos dos
días.
Salí solo a recorrer los alrededores. Caminé por la
rambla, me perdí en el barrio gótico, hice algunas compras. De vuelta en el
hostel, alrededor de las cuatro de la tarde, nos tomamos unas Heineken con los
argentos. Gastón había conocido a una española (la magia de Tinder) quien nos
invitó a una fiesta que se hacía en el club Apollo (palabra clave: gratis).
Si bien no tenía todas las ganas del mundo, fuimos.
Y la verdad es que la pasamos genial. El ambiente era gay-friendly, hasta diría
un toque queer, las cervezas tenían
buen precio y la energía era alta. Mucha gente local, españoles y extranjeros
que viven en Barcelona.
Pasaron bastantes cosas esa noche. Javier anotó
puntos con una francesa a la cual le hice la jugada de “Have you met Ted?” (para entendidos de How I Met Your
Mother), charlamos bastante con gente del lugar, asistimos a unos franceses
cuyo amigo estaba –literalmente– en un estado de coma alcohólico y la verdad
que nos divertimos mucho. La joda empezó temprano, 18 hs. Nos volvimos caminando
a las 23 hs y cenamos unos kebabs por el camino.
Día 3 (lunes
14/11) – Free Walking Tour, La Boquería, tapas y paella
Aquel día estuvimos todo el tiempo juntos con los
argentinos. A la mañana hicimos los siempre recomendables Free Walking Tour de Sandemans, que ya
había hecho en otras ciudades. Creo que este tipo de tours son la mejor manera
de conocer los aspectos más curiosos y emblemáticos de una ciudad.
El guía era Miguel,
un madrileño que tenía una soltura para explicar y entretener que te atrapaba
por completo. Recorrimos el barrio gótico, el barrio judío, la plaza del rey,
la catedral. La historia de Barcelona es una llena de grandes contradicciones,
y por momentos se pone más picante que un capítulo de Game of Thrones.
Miguel nos deleitó con anécdotas y curiosidades: la
vida del verdugo de Barcelona, el rol de los judíos, el origen de la palabra
banca y de bancarrota (era literal, le rompían la banca a los judíos
prestamistas que no eran de fiar).
Es una experiencia alucinante caminar por el Barrio Gótico, dónde vivió el pueblo medieval y, siglos más tarde, el mismo Picasso.
Fue curioso también enterarme de que tuvieron que
colocar parques infantiles y juegos en cada plaza para impedir que se llenaran
de jóvenes drogándose. Es una de las iniciativas más recientes del ayuntamiento
barcelonense para comenzar a cambiar la imagen del lugar.
También se recorren diferentes obras de arte
modernistas que, para variar, tienen un significado plenamente sexual. Sin ir
más lejos, está la curiosa “Mujer en
éxtasis sexual” (de Cristofol). Sólo imaginen que la imagen de la izquierda es un pecho y lo de arriba un pezon (¿?).
Pasamos por la plaza George Orwell, a la vuelta de
la ex escuela de arte donde se formó Picasso.
Visitamos la escultura en honor a la pirámide humana de nueve pisos (torre de castellers, que es una tradición del
lugar), vimos el CAGANER (figuras de famosos o personajes de ficción cagando,
símbolos de la buena suerte) y también nos dimos un paseo por una iglesia
gótica creada por el pueblo en tan sólo 54 años.
La verdad es que el tour es verdaderamente lindo y
una forma de aprehender la idiosincrasia del lugar. Se trata de un pueblo con
mucho empuje que quiere ver a su ciudad linda. Miles de voluntarios
dieron vuelta el lugar en menos de seis años para estar listos para las
olimpiadas del ´92, y se dice que fueron las mejor organizadas del mundo.
Son las cosas que puede hacer un pueblo cuando se
organiza.
Después del Free
Walking Tour (que, de nuevo, me encantó y lo recomiendo mucho) deambulamos
con los dos argentinos, conocimos el puerto y terminamos almorzando tapas y
paella a las 5 de la tarde. No sin antes conocer La Boquería, el gran mercado central que está pegadito a La Rambla.
Esa tarde hice un cambio de celular, luego de seis
años bancando a mi pequeño Galaxy Ace y aprovechando que los precios son mucho
más bajos que en Argentina. El resto del día lo dedicamos a tomar, comer y
charlar con diferentes extranjeros del hostel: coreanos, franceses, españoles,
australianos, etc.
Se sumó una persona más al grupo: Pía, una pequeña y charlatana cordobesa
que andaba viajando sola.
Por la noche íbamos a salir con una tucumana y sus
dos amigas dominicanas, pero terminamos colgando en el hostel.
Algunos datos de interés hasta el momento:
- Si
van al St Christopher's Inn, es conveniente reservar directamente desde la
página. Yo lo hice desde Booking.com y
resulta que no tenía desayuno incluido (3 EUR). El desayuno es tremendo y lo
vale, pero si uno se lo puede ahorrar, mejor.
- Si
bien el hostel es muy moderno y con buen ambiente, no me terminó de convencer.
El wi-fi no llega bien a las habitaciones y las duchas tienen un botón que hay
que apretar cada 30 segundos para que salga el agua.
- En
la calle, un par de ingleses nos invitaron a un club cannabico (what the fuck...). De más está decir que
así es como arrancan las películas tipo “Hostel”.
- Comer
en La Rambla es relativamente caro. Lo mejor es desviarse un poquito y agarrar
algún resto-bar del barrio. Es igual de rico pero te ahorrás unos buenos euros.
Nosotros comimos paella y tapas (+ vino) por unos 7 EUR cada uno.
- “Barcelona sin Gaudí es como un pavo sin
plumas”. Me re quedó esa frase de Miguel, el flaco del tour.
Día 4 (martes
15/11) – Salida para Tarragona
Nos levantamos con los dos argentos y Pía para
desayunar. Era la gran despedida ya que cada uno partía para rumbos diferentes.
Pía y Javier iban a visitar La Sagrada
Familia ese día. Yo tenía que tomar el tren para Tarragona.
Como buenos argentos (aunque, vamos, todos lo
hacen) nos escondimos un par de sánguches en la mochila. Me despedí de todos y
salí para la estación de trenes (Barcelona
Sants). Como el día estaba lindo, y no tenía ningún apuro, caminé (más de
una hora) hasta el lugar. En el medio compré algo de ropa para Benjamín, que
todavía me espera en la panza.
Preferí caminar tranquilo antes que tomarme un
subte que sale 5 EUR y no te permite conocer la ciudad. El clima era muy
agradable. Lamentablemente, durante la caminata mi valija sufrió un
mini-accidente: perdió una de las dos barras de agarre.
El ticket a Tarragona
costó 8 EUR y el viaje fue súper tranquilo. Vas bordeando el Mar Mediterráneo,
tarda una horita y los trenes son amplios, lindos y muy cómodos.
La gente del evento me había reservado en el hotel Urbis, bien céntrico. Pasar de dormir
en colectivos, aviones y hostels con diez extraños a un hotel tan lujoso fue un
cambio increíble. Nunca disfruté tanto una ducha. Al ratito de haberme ubicado
en el hotel, llamó Laura Uriol, una chica de la editorial que fue mi contacto
para este viaje. Me invitaban a almorzar.
Almorzamos Laura, Antonia Lorente (otra de las
chicas organizadoras) y Juan Ballester, el jefe de la editorial, la persona a
quien yo tenía que conocer para descubrir el destino de mi novela.
Se comió bien y se comió fuerte, pero admito que no
me encontraba del todo cómodo. Estaba ansioso, nervioso, molesto, aterrado,
contento, exacerbado, inseguro. En fin. Estaba hecho una bola de nervios.
Afortunadamente, pude relajarme en el hotel,
escribir algunas cosas, mirar algo de televisión en calzones y recorrer la
ciudad. Salí a caminar un rato durante el día y otro tanto durante la noche.
Pasé por el ayuntamiento, la catedral, el circo romano y se me cayeron unas
fichitas en el Casino.
Finalmente, terminé en un barcito tomando birra y
unas “patatas bravas” (básicamente, papas al horno con alguna salsita).
Día 5 (miércoles
16/11) – Tarragona y el gran evento literario
Me levante temprano, alrededor de las 8.30 AM. El
desayuno del hotel era espectacular. Buffet y con todo lo que uno pueda
imaginar. Salí a caminar y terminé comprando “La bestia debe morir” (de Nicholas
Blake) en una librería de usados.
Recorrí el anfiteatro romano (3.30 EUR para
entrar), la catedral y la muralla romana. Todo cuesta unos 3 euros para entrar
a recorrer. Di vueltas por el centro, compré algunos regalos. En un barcito
piqué tapa + caña (1.50 euros). Una caña es una medida de cerveza (vasitos de
200 cm3 aprox). Las tapas pueden ser cualquier tipo de “picada”: papas, panes
con tomate, guiso, pescados, rabas, fiambres, etc.
Tarragona es muy prolija y hermosa, como una Roma
en miniatura (y con vista al mar). Tiene todo el aspecto de “pueblo”, donde uno
puede encontrarse más o menos con las mismas caras todo el tiempo.
El evento para el cual viajé a España ya
lo relaté en esta nota. Luego hubo cena, bares, tragos, con los
participantes, miembros del jurado, organizadores, etc. Nos acostamos como a
las 4 de la mañana.
Día 6 (jueves
17/11) – El día después
Me levante resacoso, desayuné algo y me bañé. A las
14 hs tenía un almuerzo/reunión con la gente de la editorial. Se comió bien y
fuerte (como siempre). Entre copas, Juan Ballester mostró interés por mi novela
(ya veremos qué paso con eso).
Por la tarde tomé el tren de regreso a Barcelona. Como llegué tarde y no tenía
ganas de caminar cinco cuadras para tomar el metro (5 EUR) y después otras
tantas cuadras hasta llegar al hostel, tomé un taxi (cosa que odio).
Llegué a Plaza Cataluña con 7 EUR en el marcador, pero el tipo
apretó un botón y ¡el número se convirtió mágicamente en 10! Aparentemente hay
un adicional de 1 EUR por llevar valija y 2 EUR por salir desde la estación
Barcelona Sants. Posta.
Para esta segunda estadía en Barcelona, cambié de
hostel. Fui al Hostel 360,
ubicado a la vuelta del Arco del Triunfo. En este lugar, la cocina y la “sala
de estar” son una sola cosa, lo que hace que todos se aglomeren ahí. Típico
llegar al hostel y ver a un argentino cebando mate para levantar minitas,
varios asiáticos cocinando a las seis de la tarde y un par de hermanos
franceses jugando pulseadas sin remera en la habitación (¿?).
En uno de los livings, un inglés armaba un porro.
El hostel era más chico que el Saint Chistopher,
y menos moderno, pero de alguna manera más ameno y familiar. Me puse a redactar
la nota sobre el evento mientras comía unos sanguchitos. El lugar se preparaba
para servir sangría gratis para todos.
Había bastante gente, pero aquella vez
me sentí más con ganas de estar solo.
Saqué los tickets para La Sagrada Familia por Internet (22 euros con audioguía, 20 si sos
estudiante) y deambulé por el lugar.
Mientras tocaba la guitarra en un rincón,
un dinamarqués se me acercó y terminamos cantando juntos. “You sing well”, me dijo. No le creí demasiado. Cuestión que me
invitó a jugar una partida de ping-pong (jugaba bien, lo había visto antes) y
le gané (¡punto para Argentina!).
Algo bueno del hostel es que tenía una heladera
llena de birra fría a buen precio (1 EUR). Sacás la latita y dejás la plata en
recepción (un sistema de honor).
Entre algunos highlights más, jugué al “Chancho” con un grupo de canadienses (lo
llaman “Spoons” y lo juegan con cucharas, donde hay n-1 cucharas y quien tiene
“chancho” se roba una cuchara.), tomé una cerveza con Ramiro, un argentino rockero y encargado del hostel (esta es su banda), y también con Pedro, un argentino que laburaba en
OSDE y largó todo para viajar durante varios meses.
Me enteré de una cosa que hacen en el hostel:
contratan extranjeros para laburar ahí y les ofrecen comida y alojamiento a
cambio del trabajo (cuatro días a la semana, cinco horas). De esa forma, uno
puede conocer Barcelona ahorrándose una buena guita y, de paso, buscar otro
trabajo allá. En esta modalidad había argentinos, alemanas, una italiana y el
dinamarqués. Una alemana (Louisa)
estaba trabajando en el hostel y tenía sólo 18 años. Iba a quedarse un tiempo
allá y luego buscar trabajo en Argentina. Están en la recepción o limpian.
Día 7 (viernes
18/11) – Último día en Barcelona
Me levanté alrededor de las diez de la mañana (¡nunca
suelo dormir tanto!). En el hostel no daban desayuno pero sí había café, leche,
té, etc., para que uno se sirviera. De todas formas, tomé mate.
Salí a recorrer algunas editoriales para dejar unos
CV literarios, pero francamente no tuve demasiado éxito. Me recibieron en
algunos lugares, en otros me dijeron “no, gracias” y algunas puertas nunca se
abrieron.
Tenía entradas para La Sagrada Familia a las 14.30 hs. Conviene ir de día para
apreciarlo todo mejor. La verdad es que fui sin muchas ganas, pero varios
amigos me dijeron “tenés que ir” y les hice caso. Me tuve que tragar mis
palabras: es IMPRESIONANTE.
Creo que la audioguía es clave para comprender la
sobrecarga simbólica que Antoni Gaudí colocó
en la construcción (que, de hecho, no está terminada todavía; se espera que lo
esté para 2026, aniversario de su muerte). El recorrido lleva más o menos una
hora y maravilla.
No me interesa demasiado la religión católica, pero
esta es una obra de arte que te vuelva la cabeza cuanto más comprendes la
visión del arquitecto.
Volví perdiéndome por las calles, caminando
tranquilo. Tomé unos mates más en el hostel y escribí otro tanto. Se acercó Pedro, el argentino que dejó su laburo
de oficina en OSDE para recorrer el mundo (lo banco). Me contó que estuvo
trabajando en Dinamarca (con las nuevas visas de trabajo que están saliendo
para Argentina) y que ahora estaba viendo qué iba a hacer de su vida.
La charla se puso copada. Hablamos de cómo uno
puede extrañar su país (en unos días cumplía años e iba a estar sin los amigos
y familia) pero que, al mismo tiempo, cuando Pedro le preguntaba a sus amigos
qué había de nuevo, la respuesta era siempre la misma. “Nada, acá todo sigue igual”.
Ahí está el quid de la cuestión: me
imagino que Pedro tendría una historia nueva para cada día, mientras que
quienes se quedan viven en la rutina, en lo cotidiano.
Por la noche el hostel salía de pubcrawl y yo tenía
que tomar el vuelo a las 6 am, así que rechacé la invitación. Finalmente decidí
juntarme con alguien a quien había conocido en Bahía Blanca hace muchos años y
que, casualmente, estaba viviendo en Barcelona: Juani Zaffora.
Nos juntamos a cenar con él, su novia Agustina y una amiga (Micaela). Los tres están viviendo y
sobreviviendo en Barcelona. Comimos en un lindo lugar de barrio, que de hecho
estaba lleno: Pollería fontana. El menú fue tapas varias y cerveza.
Lo que más me llamó la atención de la noche fue enterarme
de la dura realidad que viven los argentinos profesionales (con títulos
universitarios) para hacerse un lugar en Barcelona y conseguir un trabajo. El
catalán es prácticamente clave, los españoles suelen tener más masters y
mejores currículos y las empresas no se interesan tanto por argentinos. Muchas
personas como Juani están peleándola y buscando trabajo allá desde hace
bastante tiempo.
Fue una noche muy memorable, de risas y anécdotas. No
me resulta tan loco pensar que elegí pasar mi última noche en Barcelona rodeado
de argentinos. Volví al hostel y aproveché que dos pibas francesas
iban también para el aeropuerto para dividir un taxi (al hacerlo, no salía muy
distinto que tomar el bus nocturno).
Día 8 (sábado
19/11) – Un (olvidable) día en Roma
Llegué a Roma a las ocho de la mañana y tenía el
vuelo a Buenos Aires recién a las 21 hs. No tenía sentido quedarme todo el día
en el aeropuerto así que aproveché a recorrer la ciudad.
Si bien ya conozco Roma (la visité acá
y acá),
cuando fui el año pasado no pude ver la Fontana
di Trevi (la estaban reconstruyendo).
Apenas pisé la ciudad, se me apareció tan caótica
como la recordaba.
Por ejemplo, en la cabina de tickets a Termini no había nadie que atendería. La gente se acumulaba y no
sabíamos en qué momento iban a aparecer. #ClassicRome.
A su derecha verán una clásica calle romana. (-.-)
A los italianos les chupa todo un huevo, las calles
son un quilombo, mugrientas, enredadas. Llegué a Termini como a las 10.30 hs,
caminé por lugares que reconocía y terminé comiendo una pizza en un barcito.
Abrí la PC como para comenzar a trabajar en algunos pendientes de mi vida (las
clases de la UNS, mi trabajo de consultor, etc).
No habían pasado más de 30
minutos cuando me dijeron (en un italiano poco amable) que si ya había comido
tenía que retirarme.
Qué veneno. ¡Qué bronca! Me fui sin saludar ni
dejar propina (aunque, vamos, tampoco habría dejado propina de otra forma).
Finalmente, llegué hasta la Fontana di Trevi. Es
una obra indudablemente maravillosa, pero no me terminó de deslumbrar. El gran problema
es el hormigueo de gente que la rodea de forma constante, todo el tiempo
tomando fotos en lugar de sentarse a apreciarla un poco más.
Mantengo que Roma es una de las ciudades europeas
más sobrevaloradas. Es un destino que uno tiene que conocer, pero está
lejos de ser el más disfrutable, memorable o incluso recomendable. Por ejemplo,
Florencia ya es otro mundo, la gente
es diferente. Pero Roma está atestada de personas vendiendo las mismas cosas en
las calles, de gente apurada, de italianos maleducados.
Caminé un poco más, perdiéndome por las calles. Sin tiempo, sin apuro...
Doblando en un esquina se apareció ante mí el impresionante Coliseo...
Recorrí un poco más, tomé un café olvidable (1,80
EUR y la taza es del tamaño del meñique) porque necesitaba cargar un poco el
celular. Italia te da y te quita, lo dije siempre.
La paraba del bus al avión no era adonde decía en
el folleto. Luego de una hora esperando en el lugar equivocado, caminé unas cuadras
más cerca de Termini y encontré la adecuada. Lo loco es que me subí al bondi
sin que me chequeen el ticket (de lo enojado que estaba) y nunca nadie me lo
pidió, con lo que hasta me podría haber ahorrado unos billetes.
Volví al aeropuerto alrededor de las 17.30 hs, me
senté en un café a escribir un poco y nada más interesante ocurrió hasta
abordar el avión. O quizás sí.
Unas
palabras finales
Sigo amando viajar solo. Este fue un viaje que
llegó de forma inesperada, donde conocí España
de una manera muy especial. Andar solo te abre miles de posibilidades a conocer
gente, a vivir historias locas y que te pasen cosas increíbles. Los días son
impredecibles, sin mapas, sin ideas preconcebidas, sin planes específicos.
Sostengo que todo el que disfrute de viajar (y con viajar me refiero no a
“estar en otro lugar”, sino el acto de transportarse físicamente a otros lados,
subir a trenes, aviones y buses, recorrer rutas desconocidas, perder tiempo en
aeropuertos, perder tiempo en todos lados) tiene que, cada tanto, hacer algo
como esto.
Al viajar solo es uno contra uno mismo y es uno contra
el mundo. Y eso es algo que no te quita nadie. Me encantó Barcelona como lugar para turistear e incluso para vivir. Tiene la
temperatura y ubicación ideal, es prolija, llena de buena gente, moderna y
clásica al mismo tiempo. Tarragona
es otra gran ciudad, una mini Roma con hermosas playas y bella gente. Si me
dieran a elegir, me iría a vivir a Tarragona sin dudas (siempre preferí estar
lejos de grandes metrópolis) y dejaría Barcelona para los fines de semana.
Esto es todo. Sé que no fui tan específico como
otras veces que relaté viajes. Fue porque se trató de algo más concreto:
viajaba para un evento y, de paso, recorrí. Así y todo, gracias a todos los que
leyeron hasta acá, y espero que mis consejos, recomendaciones y experiencias
sumen para su próximo viaje.
¡Hasta la
próxima!
«Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y tu casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal». – Cesare Pavese.
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mes recorriendo Europa”; “La
eterna llegada a Roma”; “Roma
y el final del viaje”; “Praga,
la ciudad de las cien torres”; “El
alma dividida, segundo lugar en el premio Vuela la Cometa”.
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