Género: aventura / intriga
Este
es un post muy especial para mí: el primer cuento que me animo a
publicar acá. Hace un tiempo les conté de un taller literario que estaba haciendo
con los muchachos de Literautas.com. El resultado fue genial, y todos los
participantes aprendimos un montón.
La
idea era crear un relato de menos de 750 palabras con la siguiente instrucción:
“Una carta llega 30 años después”. Bajo esas reglas escribí “Un ruido en un
cajón”, que ahora les comparto. Por suerte recibió muy buena críticas de los
que me corrigieron, gustó bastante, me compararon con Phillip Dick (una locura,
lo sé) y hasta me avivé de algunos ajustes que tenía que hacer en cuanto a
forma.
¡Ahí va! Ojalá lo disfruten:
“Un ruido
en un cajón”
Eran las
17:30 pm. Henry se abría paso por la selva con una antorcha en su mano. Vestía
una chaqueta de piel y un fedora de copa alta. A su paso veía a los monos columpiarse
entre las ramas y sonidos de todo tipo de animales exóticos. Alcanzó el cofre, con el corazón latiéndole con fuerza, y lo abrió sin dudar. El
contenido resplandecía en la oscuridad de la jungla, eran monedas. Tomó un
puñado con ambas manos y empezó a devorarlas con voracidad.
El cofre,
en realidad, no era más que una heladera… común y corriente. Los sándwiches se convertían en antiguas piezas
de oro en la particular mente de Henry. Soñaba despierto, siempre lo hacía a
partir de esa hora.
Vivía
solo. Su madre había fallecido 15 años atrás. Había sido el alzhéimer, esa
maldita enfermedad. Toda la familia tenía un considerable historial de
enfermedades: diabetes, alzhéimer y cáncer eran las más populares, pero no las
únicas. Vivía solo, y sin embargo… sonó un fuerte ruido dentro de la habitación
de su madre. Era un extraño golpeteo que se repetía cada 3 o 5 segundos. “Que raro”, pensó. “Nadie entra allí desde hace años”. Quizás se hubiera infiltrado una
rata a través de una abertura… o quizás un dinosaurio.
Henry hurgó
en su habitación y localizó las llaves correspondientes. Allí
estaban, protegidas por un peligroso nido de víboras. Tuvo que maniobrar con
cuidado para no ser mordido y – cuando finalmente las obtuvo – se dirigió con
rapidez al cuarto de su madre. El golpeteo persistía, molestaba. Había algo
adentro, o alguien. Ni bien se abrió la puerta, brotó de adentro un olor nauseabundo, una
peste compacta y violenta concentrada por el encierro y la humedad. El cuarto
estaba en penumbras, por suerte él tenía su antorcha. Así pudo notar la docena
de murciélagos que colgaban del techo.
Se
movió lentamente por el lugar y encontró la fuente del perturbador sonido. Era
el cajón del escritorio… algo se movía allí adentro. Henry, temeroso, lo abrió
y allí encontró depositada una sola carta, manchada y arrugada. Los murciélagos
comenzaron a revolotear cuando él la levantó. En el interior había una hoja
amarillenta y desgastada doblada en cuatro partes. Confundido, comenzó a leerla
con prisa:
“Estimada Sra. Jones:
Lamentamos informarle que su hijo ha sido diagnosticado con la terrible Enfermedad
de Garth, una de las más raras y peculiares del mundo. Únicamente se conocen otros
7 casos de este padecimiento. Las regulaciones del hospital nos impiden darle
estas lamentosas noticias de forma oral. La información se debe brindar por
escrito y de forma privada a su correo personal. De todas formas, está en todo
su derecho de venir a verme, y yo le explicaré como puede tratar a su hijo. La
enfermedad no es terminal, su hijo no va a morir.
El principal síntoma es una desconexión completa con el mundo en el que
vive. Su hijo se va a crear realidades alternas, fantasías, amigos imaginarios
e historias increíbles. Hay algunos psicofármacos que deberá utilizar para
minimizar los efectos causados, pero las dificultades de adaptación serán
inevitables. Le recomiendo ampliamente que me vea lo antes posible… de otro
modo, su hijo corre riesgo de perderse en sus propias ilusiones, para siempre.
Me disculpo una vez más por estas tristes noticias y lo saludo
cordialmente.
Dr. Marrochi, jefe de psiquiatría del Hospital Corazón de Cristal.
7 de mayo de 1982”.
Cuando Henry
acabó de leer la carta, aún seguía impactado por algunas de las cosas que había
leído. “1982… hace exactamente 30 años”,
reflexionó. Él era solamente un niño, un bebé de 2 años. Así que esa era la
verdad, esa era su verdad. En
realidad (ahora que lo pensaba mejor) hacía mucho tiempo que lo intuía… ahora
estaba seguro. Ya no había duda. Pero… ¡de
haberlo sabido antes! Henry lo comprendió todo y sonrió. Ya le parecía que
aquello que hacía todos los días de 8:00 am a 17:00 pm, esa pérdida absurda de
tiempo frente a una computadora respondiendo e-mails y hablando por teléfono a
clientes enojados, era demasiado absurdo para ser real.
No lo
era,
decidió.
FIN
=> Para los
que se animen a seguir pensando: ¿si lo madre sabía de la “enfermedad” de
su hijo, por qué podría no haberla tratado? ¡Se las dejo como ejercicio! <=
PD: el taller es gratuito y para los amantes de la escritura está súper
interesante. ¡Métanse en la página para sumarse!