En una entrada anterior me referí a Jean-Paul Sartre en cuanto a sus
pensamientos filosóficos (Sartre:
la condena de ser libre). Sin embargo, el prolífico escritor francés fue
realmente multifacético, aleccionando también en los campos de la política, la
biografía, la dramaturgia y la crítica literaria, entre otros ámbitos.
En esta nota quiero dar lugar al aporte que realizó
Sartre al estudio de la Literatura, que quizás no es tan popular como su
filosofía. Al respecto, su escrito más importante es indudablemente ¿Qué es la literatura?, de 1948.
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Concepción de la literatura
según Sartre
¿Qué es
literatura? Es una compilación de cuatro ensayos / capítulos: “¿Qué es
escribir?”, “¿Por qué escribir?”, “¿Para quién escribir” y “Situación en 1947”.
Yo me voy a centrar en los tres primeros.
Lo primero que hace Sartre –y esto es, por
supuesto, su opinión– es separar a la escritura del resto de las artes, ya que
la materia con la que se trabaja es diferente. Luego analiza que la prosa es
fundamentalmente distinta a la poesía, a la que critica con vehemencia.
Para él, “escribir es escribir en prosa”, pero
además escribir es actuar, actuar políticamente, socialmente. El autor
no considera ninguna otra literatura que no sea literatura comprometida,
diferente a la considerada como verdadera por los críticos de su época.
«La literatura es un conjunto coherente de decisiones teóricas, elecciones estéticas y valores éticos y estéticos que determinan qué se entiende por literatura y qué producciones no lo son.»
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¿Qué es
literatura comprometida?
Para comprender el concepto de
compromiso literario, hay que remontarse a las ideas de Heidegger (influencia clave en Sartre).
El hombre,
según Heidegger, no es un simple receptáculo, sino presencia activa y
constitutiva de este mundo. Esta relación entre el “dasein” (el existente) y el
mundo es una relación de compromiso (o engagement)
que en la terminología heideggeriana se entiende como “preocupación”.
Así, el tema del
compromiso literario es fundamental, por sus implicaciones y consecuencias
filosóficas existencialistas. Cuando Sartre
emprende la tarea de exponer su concepción de la literatura, en su ensayo
mundialmente célebre, los tópicos de Heidegger influyen visiblemente.
La
reflexión sartriana sobre la naturaleza y la finalidad de la literatura se
compone de tres momentos fundamentales, tres preguntas y tres respuestas sobre
aspectos diversos de la actividad de la obra literaria.
(1) ¿Qué es escribir?
Sartre
establece una distinción entre el mundo de la poesía y el mundo de la prosa. La
palabra poética no es signo, es
decir, no apunta a la realidad; es más bien una imagen de la realidad, una palabra-cosa. Estas palabras-cosas se agrupan según relaciones de conveniencia o
inconveniencia, y forman la verdadera unidad poética: la frase-objeto.
El poeta ve el vidrio (aspecto,
textura, detalle, etc.) pero no lo que hay detrás. Eso es porque trabaja con la
materialidad de las palabras; significado y significante se funden.
A nadie se interroga ni nadie interroga: el poeta
está ausente. La interrogación no tiene respuesta.
Por eso, dice el autor, “se comprenderá fácilmente qué tontería sería reclamar un compromiso
poético. A medida que el prosista expone sus sentimientos, los esclarece; en el
poeta, sucede lo contrario: si vuelca sus pasiones en su poema, deja de
reconocerlas; las palabras se apoderan de ellas, se empapan con ellas y las
metamorfosean”.
¿Cómo cabe esperar que se provoque la indignación o
el entusiasmo político del lector cuando precisamente se le retira de la condición
humana y se le invita a examinar, con los ojos de Dios, el lenguaje al revés?
En cambio, en la prosa el lenguaje
se convierte en extensión de nuestros sentidos, no son objetos sino signos.
Las palabras, para el prosista, están domesticadas. La palabra
en prosa tiene plenamente valor de signo:
a través de ella se alcanza la realidad, y por eso la prosa es utilitaria por esencia. El prosista se
sirve de las palabras.
En
cualquier caso, ha habido una mutación de la realidad nombrada, y por eso Sartre
define al prosista como “un hombre que
escogió cierto modo de acción secundaria, que se podría llamar la acción por
desnudamiento”.
Ese
designio del prosista consiste en “desvelar
el mundo y singularmente al hombre para los otros hombres, a fin de que éstos
asuman ante el objeto así desnudado, su responsabilidad plena”.
Para Sartre
no es escritor el que dice ciertas cosas, sino el que eligió decirlas de cierto modo (recordar la
importancia que tiene la condena de ser libre en el autor).
(2) ¿Por qué escribir?
El hombre
tiene la conciencia de ser revelador
de las cosas, de constituir el medio por el cual las cosas se manifiestan y
adquieren significado. El escritor, al fijar en un escrito una realidad
determinada, tiene conciencia de su esencialidad para la obra creada.
Toda obra
literaria se presenta como un llamado a la libertad y a la generosidad del
lector en el proceso de su revelación.
«Escribir es apelar al lector para que haga pasar a la existencia objetiva el desvelamiento que emprende por medio del lenguaje».
(3) ¿Para quién escribir?
Según
Sartre, el escritor se dirige a la libertad de sus lectores; un autor debe
dirigirse a un lector concreto, no a uno atópico y acrónico. Tiene que
dirigirse al lector contemporáneo, integrado en la misma situación histórica y
preocupado por los mismos problemas.
La solución
a los problemas debe situarse en el mundo histórico en que nos hallamos. De ahí
la necesidad de que el escritor se dirija a su hermano de raza y clase,
invitándole a colaborar en la transformación del mundo.
La estética
de Sartre es el intento más audaz hasta aquel momento de conferir a la literatura
una función político-social. Él, de hecho, procuraba integrar la actividad
literaria en el ámbito de la revolución marxista.
***
La palabra
como acción revolucionaria
Hablar es
actuar: toda cosa que se nombra ya no es completamente la misma. Si se nombra
la conducta de un individuo, esta queda de manifiesto ante él; este individuo
se ve a sí mismo.
El individuo se sabe visto al mismo tiempo que se ve, se
integra en el espíritu objetivo, toma dimensiones nuevas.
Después de
esto, ¿cómo espera uno que el individuo actúe de la misma manera? Esa idea de
Sartre se relaciona íntimamente con sus ideas existenciales, particularmente en
cuanto a la “mirada de los otros” (al respecto, pueden referirse a su obra de
teatro No Exit, que reseñé en el blog).
Así, el prosista es un hombre que ha elegido cierto
modo de acción secundaria que podría ser llamada “acción por revelación”. El
escritor comprometido sabe que la palabra es acción; sabe que revelar es
cambiar y que no es posible revelar sin proponerse el cambio. Relacionemos esta
idea con el concepto de la “condena de ser libres”.
Sin duda, el escritor comprometido puede ser
mediocre; cabe incluso la posibilidad de que tenga conciencia de serlo, pero la
modestia con que considere su obra no tiene que apartarlo de construirla como
si fuera a tener la mayor repercusión.
No debe decirse jamás “apenas tendré algunos
lectores” sino: “¿qué sucedería si todo el mundo leyera lo que escribo?”. Esta
idea del autor, en mi opinión, es fascinante.
Críticas hacia Sartre
Hubo
quienes criticaron estas ideas tan extremas sobre la función de la literatura
según Sartre. Uno de ellos fue el crítico literario Vítor Manuel de Aguiar e Silva.
Aguiar le
critica dos cuestiones fundamentales al autor:
1) La distinción sartriana entre palabra-cosa y palabra-signo se revela errónea, porque la poesía comparte las
dimensiones semánticas de todo objeto literario. Resulta inaceptable la
afirmación sartriana de que la poesía no puede comprometerse, revelando y
modificando una situación.
De hecho
(esto es un agregado mío, no lo dijo Aguiar) no hay que ir más lejos que hasta
1917. La poesía socialista, activista y ardiente de Vladimir Mayakovski fue clave durante la Resolución Rusa.
2) Sartre confunde el contenido de una
obra literaria con el de una obra política o sociológica. La palabra es, para
él, acción revolucionaria. Esto lo conduce a afirmar el absurdo de que una obra
como La divina comedia solo puede
interesar a un hombre católico del siglo XIV.
Palabras
finales
Sartre nos enseña que el escritor tiene que
comprometerse por completo en sus obras y no proceder con una pasividad
abyecta, exponiendo sus vicios, sus desdichas y sus debilidades, sino con una
voluntad decidida y con una elección, como esa empresa total de vivir que somos
cada uno.
En este panorama, es razonable abordar este
problema nuevamente desde el principio y preguntarnos: ¿por qué escribimos?
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posts sobre CRÍTICA LITERARIA en el
blog: “La singularización como forma de desautomatizar”; “La muerte del autor (según Roland Barthes)”; “Las tres preguntas de Leon Tolstoi”; “Sartre: la condena de ser libre”; “La verdadera finalidad del arte”.
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Gracias por información. Creo que cada autor responderá a la última pregunta de manera diferente. Creo que fue Saramago que dijo que escribía porque no le gustaba el mundo en el cual vivía. Besos!
ResponderEliminarMe gusta esa idea de Saramago de la escritura como válvula de escape. Me siento identificado. ¡Saludos! Don´t be a stranger.
EliminarY qué decir del tremendo prólogo que escribe para las Obras Completas de Jean Genet. El prólogo duplica la cantidad de páginas de la antología.
ResponderEliminarNo lo leí, porque siempre lo postergo, pero debe ser algo de otro planeta
Abrazo Lucho!
Ah, mirá. No encaré ese prólogo de Jean Genet. Un limado el franchute.
Eliminar¡Saludos!