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domingo, 27 de noviembre de 2016

Mis días por España


Durante una semanita tuve que viajar a España para un evento literario en Tarragona (del que hablé en esta nota). Este post viene a ser la contracara, donde quiero mencionar algunas cuestiones más turísticas y anecdóticas además de aprovechar para dejar mi granito de arena respecto a algunas recomendaciones.

Así, tal cual está, la subí también a mi perfil de Viajeros.com. En fin, para qué abundar en detalles que no hacen más que abundar en detalles. Ahí vamos.

Día 1 (sábado 12/11) – Aviones y más aviones

Salí desde Bahía Blanca hasta retiro en bondi, viajando toda la noche. Al llegar, tomé un colectivo “Tienda de León” a Ezeiza (unos 240$). Después de hacer todos los trámites habidos y por haber en el avión, finalmente estaba en mi asiento.

La verdad es que a nivel comodidad y servicio, Alitalia no es una mala aerolínea. Pero no se compara con Lufthansa (con quienes viajé en mi anterior viaje a Europa). 

Acá estábamos un poco más apretados, como sardinas, las pantallitas son bastante medio-pelo y gran parte del contenido está únicamente en idioma italiano (sin subtítulos).

Así y todo, a lo largo del día vi tres películas. Una excelente película italiana (“Perfect strangers”, cuyo review ya está en la fan-page), un interesantísimo thriller coreano (“Time renegades”) y una muy olvidable cinta árabe que intentaba ser de terror/suspenso pero acabó siendo muy lamentable.

A un lado tenía a un abuelo que resultó ser de Coronel Pringles, Norman Borgarampe. Terminamos charlando bastante sobre el pueblo donde pasé gran parte de mi infancia. Del otro lado, una piba profesora de canto de Mar del Plata. Le habían dado una beca para dar clases en Madrid por un tiempo.

Roma me recibió con un frío helado, pero rápidamente tomé el vuelo a Barcelona, luego de unas horitas de espera.

Día 2 (domingo 13/11) – Llegada a Barcelona

Dato loco: aquel domingo era mi primer aniversario de casado. La fortuna quiso que estuviera a 11.000 km de distancia. Mi saludo fue a través de un e-mail prolijamente redactado para apaciguar la amargura. El festejo tendría que ser a la vuelta.


Desde el aeropuerto hasta Plaza Cataluña tomé un Aerobus de 6 EUR. Un servicio correcto y rápido. En unos cuarenta minutos ya estaba en la plaza. El hostel que elegí para quedarme (St Christopher's Inns) quedaba a unas pocas cuadras.

En mi habitación conocí, casi al mismo tiempo que entré, a dos argentinos. Gastón era de La Plata, estudiante de abogacía, y venía haciendo un viaje europeo antes de recibirse. Antes había estado en Cracovia y en Praga (ciudad de sueños).

Javier ya pisaba los 30 y era de Capital. También abogado, pero ya recibido. Venía de Miami y viajaba luego para Ámsterdam.

Nos volvimos inseparables durante los próximos dos días.



Salí solo a recorrer los alrededores. Caminé por la rambla, me perdí en el barrio gótico, hice algunas compras. De vuelta en el hostel, alrededor de las cuatro de la tarde, nos tomamos unas Heineken con los argentos. Gastón había conocido a una española (la magia de Tinder) quien nos invitó a una fiesta que se hacía en el club Apollo (palabra clave: gratis).

Si bien no tenía todas las ganas del mundo, fuimos. Y la verdad es que la pasamos genial. El ambiente era gay-friendly, hasta diría un toque queer, las cervezas tenían buen precio y la energía era alta. Mucha gente local, españoles y extranjeros que viven en Barcelona.

Pasaron bastantes cosas esa noche. Javier anotó puntos con una francesa a la cual le hice la jugada de “Have you met Ted?” (para entendidos de How I Met Your Mother), charlamos bastante con gente del lugar, asistimos a unos franceses cuyo amigo estaba –literalmente– en un estado de coma alcohólico y la verdad que nos divertimos mucho. La joda empezó temprano, 18 hs. Nos volvimos caminando a las 23 hs y cenamos unos kebabs por el camino.

Día 3 (lunes 14/11) – Free Walking Tour, La Boquería, tapas y paella

Aquel día estuvimos todo el tiempo juntos con los argentinos. A la mañana hicimos los siempre recomendables Free Walking Tour de Sandemans, que ya había hecho en otras ciudades. Creo que este tipo de tours son la mejor manera de conocer los aspectos más curiosos y emblemáticos de una ciudad.

El guía era Miguel, un madrileño que tenía una soltura para explicar y entretener que te atrapaba por completo. Recorrimos el barrio gótico, el barrio judío, la plaza del rey, la catedral. La historia de Barcelona es una llena de grandes contradicciones, y por momentos se pone más picante que un capítulo de Game of Thrones.


Miguel nos deleitó con anécdotas y curiosidades: la vida del verdugo de Barcelona, el rol de los judíos, el origen de la palabra banca y de bancarrota (era literal, le rompían la banca a los judíos prestamistas que no eran de fiar).

Es una experiencia alucinante caminar por el Barrio Gótico, dónde vivió el pueblo medieval y, siglos más tarde, el mismo Picasso.

Fue curioso también enterarme de que tuvieron que colocar parques infantiles y juegos en cada plaza para impedir que se llenaran de jóvenes drogándose. Es una de las iniciativas más recientes del ayuntamiento barcelonense para comenzar a cambiar la imagen del lugar.

También se recorren diferentes obras de arte modernistas que, para variar, tienen un significado plenamente sexual. Sin ir más lejos, está la curiosa “Mujer en éxtasis sexual” (de Cristofol). Sólo imaginen que la imagen de la izquierda es un pecho y lo de arriba un pezon (¿?).

Pasamos por la plaza George Orwell, a la vuelta de la ex escuela de arte donde se formó Picasso

Visitamos la escultura en honor a la pirámide humana de nueve pisos (torre de castellers, que es una tradición del lugar), vimos el CAGANER (figuras de famosos o personajes de ficción cagando, símbolos de la buena suerte) y también nos dimos un paseo por una iglesia gótica creada por el pueblo en tan sólo 54 años.

La verdad es que el tour es verdaderamente lindo y una forma de aprehender la idiosincrasia del lugar. Se trata de un pueblo con mucho empuje que quiere ver a su ciudad linda. Miles de voluntarios dieron vuelta el lugar en menos de seis años para estar listos para las olimpiadas del ´92, y se dice que fueron las mejor organizadas del mundo.

Son las cosas que puede hacer un pueblo cuando se organiza.

Después del Free Walking Tour (que, de nuevo, me encantó y lo recomiendo mucho) deambulamos con los dos argentinos, conocimos el puerto y terminamos almorzando tapas y paella a las 5 de la tarde. No sin antes conocer La Boquería, el gran mercado central que está pegadito a La Rambla.

Esa tarde hice un cambio de celular, luego de seis años bancando a mi pequeño Galaxy Ace y aprovechando que los precios son mucho más bajos que en Argentina. El resto del día lo dedicamos a tomar, comer y charlar con diferentes extranjeros del hostel: coreanos, franceses, españoles, australianos, etc.

Se sumó una persona más al grupo: Pía, una pequeña y charlatana cordobesa que andaba viajando sola.


Por la noche íbamos a salir con una tucumana y sus dos amigas dominicanas, pero terminamos colgando en el hostel.

Algunos datos de interés hasta el momento:

- Si van al St Christopher's Inn, es conveniente reservar directamente desde la página. Yo lo hice desde Booking.com y resulta que no tenía desayuno incluido (3 EUR). El desayuno es tremendo y lo vale, pero si uno se lo puede ahorrar, mejor.
- Si bien el hostel es muy moderno y con buen ambiente, no me terminó de convencer. El wi-fi no llega bien a las habitaciones y las duchas tienen un botón que hay que apretar cada 30 segundos para que salga el agua.
- En la calle, un par de ingleses nos invitaron a un club cannabico (what the fuck...). De más está decir que así es como arrancan las películas tipo “Hostel”.
- Comer en La Rambla es relativamente caro. Lo mejor es desviarse un poquito y agarrar algún resto-bar del barrio. Es igual de rico pero te ahorrás unos buenos euros. Nosotros comimos paella y tapas (+ vino) por unos 7 EUR cada uno.
- “Barcelona sin Gaudí es como un pavo sin plumas”. Me re quedó esa frase de Miguel, el flaco del tour.

Día 4 (martes 15/11) – Salida para Tarragona

Nos levantamos con los dos argentos y Pía para desayunar. Era la gran despedida ya que cada uno partía para rumbos diferentes. Pía y Javier iban a visitar La Sagrada Familia ese día. Yo tenía que tomar el tren para Tarragona.

Como buenos argentos (aunque, vamos, todos lo hacen) nos escondimos un par de sánguches en la mochila. Me despedí de todos y salí para la estación de trenes (Barcelona Sants). Como el día estaba lindo, y no tenía ningún apuro, caminé (más de una hora) hasta el lugar. En el medio compré algo de ropa para Benjamín, que todavía me espera en la panza.

Preferí caminar tranquilo antes que tomarme un subte que sale 5 EUR y no te permite conocer la ciudad. El clima era muy agradable. Lamentablemente, durante la caminata mi valija sufrió un mini-accidente: perdió una de las dos barras de agarre.

El ticket a Tarragona costó 8 EUR y el viaje fue súper tranquilo. Vas bordeando el Mar Mediterráneo, tarda una horita y los trenes son amplios, lindos y muy cómodos.



La gente del evento me había reservado en el hotel Urbis, bien céntrico. Pasar de dormir en colectivos, aviones y hostels con diez extraños a un hotel tan lujoso fue un cambio increíble. Nunca disfruté tanto una ducha. Al ratito de haberme ubicado en el hotel, llamó Laura Uriol, una chica de la editorial que fue mi contacto para este viaje. Me invitaban a almorzar.

Almorzamos Laura, Antonia Lorente (otra de las chicas organizadoras) y Juan Ballester, el jefe de la editorial, la persona a quien yo tenía que conocer para descubrir el destino de mi novela.

Se comió bien y se comió fuerte, pero admito que no me encontraba del todo cómodo. Estaba ansioso, nervioso, molesto, aterrado, contento, exacerbado, inseguro. En fin. Estaba hecho una bola de nervios.

Afortunadamente, pude relajarme en el hotel, escribir algunas cosas, mirar algo de televisión en calzones y recorrer la ciudad. Salí a caminar un rato durante el día y otro tanto durante la noche. Pasé por el ayuntamiento, la catedral, el circo romano y se me cayeron unas fichitas en el Casino.



Finalmente, terminé en un barcito tomando birra y unas “patatas bravas” (básicamente, papas al horno con alguna salsita).

Día 5 (miércoles 16/11) – Tarragona y el gran evento literario

Me levante temprano, alrededor de las 8.30 AM. El desayuno del hotel era espectacular. Buffet y con todo lo que uno pueda imaginar. Salí a caminar y terminé comprando “La bestia debe morir” (de Nicholas Blake) en una librería de usados.



Recorrí el anfiteatro romano (3.30 EUR para entrar), la catedral y la muralla romana. Todo cuesta unos 3 euros para entrar a recorrer. Di vueltas por el centro, compré algunos regalos. En un barcito piqué tapa + caña (1.50 euros). Una caña es una medida de cerveza (vasitos de 200 cm3 aprox). Las tapas pueden ser cualquier tipo de “picada”: papas, panes con tomate, guiso, pescados, rabas, fiambres, etc.

Tarragona es muy prolija y hermosa, como una Roma en miniatura (y con vista al mar). Tiene todo el aspecto de “pueblo”, donde uno puede encontrarse más o menos con las mismas caras todo el tiempo.

El evento para el cual viajé a España ya lo relaté en esta nota. Luego hubo cena, bares, tragos, con los participantes, miembros del jurado, organizadores, etc. Nos acostamos como a las 4 de la mañana.



Día 6 (jueves 17/11) – El día después

Me levante resacoso, desayuné algo y me bañé. A las 14 hs tenía un almuerzo/reunión con la gente de la editorial. Se comió bien y fuerte (como siempre). Entre copas, Juan Ballester mostró interés por mi novela (ya veremos qué paso con eso).



Por la tarde tomé el tren de regreso a Barcelona. Como llegué tarde y no tenía ganas de caminar cinco cuadras para tomar el metro (5 EUR) y después otras tantas cuadras hasta llegar al hostel, tomé un taxi (cosa que odio).

Al respecto, OJO con los taxis en Barcelona, son tramposos. 

Llegué a Plaza Cataluña con 7 EUR en el marcador, pero el tipo apretó un botón y ¡el número se convirtió mágicamente en 10! Aparentemente hay un adicional de 1 EUR por llevar valija y 2 EUR por salir desde la estación Barcelona Sants. Posta.

Para esta segunda estadía en Barcelona, cambié de hostel. Fui al Hostel 360, ubicado a la vuelta del Arco del Triunfo. En este lugar, la cocina y la “sala de estar” son una sola cosa, lo que hace que todos se aglomeren ahí. Típico llegar al hostel y ver a un argentino cebando mate para levantar minitas, varios asiáticos cocinando a las seis de la tarde y un par de hermanos franceses jugando pulseadas sin remera en la habitación (¿?).

En uno de los livings, un inglés armaba un porro.

El hostel era más chico que el Saint Chistopher, y menos moderno, pero de alguna manera más ameno y familiar. Me puse a redactar la nota sobre el evento mientras comía unos sanguchitos. El lugar se preparaba para servir sangría gratis para todos. 

Había bastante gente, pero aquella vez me sentí más con ganas de estar solo.

Saqué los tickets para La Sagrada Familia por Internet (22 euros con audioguía, 20 si sos estudiante) y deambulé por el lugar. 

Mientras tocaba la guitarra en un rincón, un dinamarqués se me acercó y terminamos cantando juntos. “You sing well”, me dijo. No le creí demasiado. Cuestión que me invitó a jugar una partida de ping-pong (jugaba bien, lo había visto antes) y le gané (¡punto para Argentina!).

Algo bueno del hostel es que tenía una heladera llena de birra fría a buen precio (1 EUR). Sacás la latita y dejás la plata en recepción (un sistema de honor). 

Entre algunos highlights más, jugué al “Chancho” con un grupo de canadienses (lo llaman “Spoons” y lo juegan con cucharas, donde hay n-1 cucharas y quien tiene “chancho” se roba una cuchara.), tomé una cerveza con Ramiro, un argentino rockero y encargado del hostel (esta es su banda), y también con Pedro, un argentino que laburaba en OSDE y largó todo para viajar durante varios meses.

Me enteré de una cosa que hacen en el hostel: contratan extranjeros para laburar ahí y les ofrecen comida y alojamiento a cambio del trabajo (cuatro días a la semana, cinco horas). De esa forma, uno puede conocer Barcelona ahorrándose una buena guita y, de paso, buscar otro trabajo allá. En esta modalidad había argentinos, alemanas, una italiana y el dinamarqués. Una alemana (Louisa) estaba trabajando en el hostel y tenía sólo 18 años. Iba a quedarse un tiempo allá y luego buscar trabajo en Argentina. Están en la recepción o limpian.

Día 7 (viernes 18/11) – Último día en Barcelona

Me levanté alrededor de las diez de la mañana (¡nunca suelo dormir tanto!). En el hostel no daban desayuno pero sí había café, leche, té, etc., para que uno se sirviera. De todas formas, tomé mate.

Salí a recorrer algunas editoriales para dejar unos CV literarios, pero francamente no tuve demasiado éxito. Me recibieron en algunos lugares, en otros me dijeron “no, gracias” y algunas puertas nunca se abrieron.

Tenía entradas para La Sagrada Familia a las 14.30 hs. Conviene ir de día para apreciarlo todo mejor. La verdad es que fui sin muchas ganas, pero varios amigos me dijeron “tenés que ir” y les hice caso. Me tuve que tragar mis palabras: es IMPRESIONANTE.

Creo que la audioguía es clave para comprender la sobrecarga simbólica que Antoni Gaudí colocó en la construcción (que, de hecho, no está terminada todavía; se espera que lo esté para 2026, aniversario de su muerte). El recorrido lleva más o menos una hora y maravilla

No me interesa demasiado la religión católica, pero esta es una obra de arte que te vuelva la cabeza cuanto más comprendes la visión del arquitecto.

Volví perdiéndome por las calles, caminando tranquilo. Tomé unos mates más en el hostel y escribí otro tanto. Se acercó Pedro, el argentino que dejó su laburo de oficina en OSDE para recorrer el mundo (lo banco). Me contó que estuvo trabajando en Dinamarca (con las nuevas visas de trabajo que están saliendo para Argentina) y que ahora estaba viendo qué iba a hacer de su vida.

La charla se puso copada. Hablamos de cómo uno puede extrañar su país (en unos días cumplía años e iba a estar sin los amigos y familia) pero que, al mismo tiempo, cuando Pedro le preguntaba a sus amigos qué había de nuevo, la respuesta era siempre la misma. “Nada, acá todo sigue igual”. 

Ahí está el quid de la cuestión: me imagino que Pedro tendría una historia nueva para cada día, mientras que quienes se quedan viven en la rutina, en lo cotidiano.

Por la noche el hostel salía de pubcrawl y yo tenía que tomar el vuelo a las 6 am, así que rechacé la invitación. Finalmente decidí juntarme con alguien a quien había conocido en Bahía Blanca hace muchos años y que, casualmente, estaba viviendo en Barcelona: Juani Zaffora.

Nos juntamos a cenar con él, su novia Agustina y una amiga (Micaela). Los tres están viviendo y sobreviviendo en Barcelona. Comimos en un lindo lugar de barrio, que de hecho estaba lleno: Pollería fontana. El menú fue tapas varias y cerveza.

Lo que más me llamó la atención de la noche fue enterarme de la dura realidad que viven los argentinos profesionales (con títulos universitarios) para hacerse un lugar en Barcelona y conseguir un trabajo. El catalán es prácticamente clave, los españoles suelen tener más masters y mejores currículos y las empresas no se interesan tanto por argentinos. Muchas personas como Juani están peleándola y buscando trabajo allá desde hace bastante tiempo.

Fue una noche muy memorable, de risas y anécdotas. No me resulta tan loco pensar que elegí pasar mi última noche en Barcelona rodeado de argentinos. Volví al hostel y aproveché que dos pibas francesas iban también para el aeropuerto para dividir un taxi (al hacerlo, no salía muy distinto que tomar el bus nocturno).

Día 8 (sábado 19/11) – Un (olvidable) día en Roma

Llegué a Roma a las ocho de la mañana y tenía el vuelo a Buenos Aires recién a las 21 hs. No tenía sentido quedarme todo el día en el aeropuerto así que aproveché a recorrer la ciudad. 

Si bien ya conozco Roma (la visité acá y acá), cuando fui el año pasado no pude ver la Fontana di Trevi (la estaban reconstruyendo).

Apenas pisé la ciudad, se me apareció tan caótica como la recordaba. 

Por ejemplo, en la cabina de tickets a Termini no había nadie que atendería. La gente se acumulaba y no sabíamos en qué momento iban a aparecer. #ClassicRome.

A su derecha verán una clásica calle romana. (-.-)

A los italianos les chupa todo un huevo, las calles son un quilombo, mugrientas, enredadas. Llegué a Termini como a las 10.30 hs, caminé por lugares que reconocía y terminé comiendo una pizza en un barcito. Abrí la PC como para comenzar a trabajar en algunos pendientes de mi vida (las clases de la UNS, mi trabajo de consultor, etc).

No habían pasado más de 30 minutos cuando me dijeron (en un italiano poco amable) que si ya había comido tenía que retirarme.

Qué veneno. ¡Qué bronca! Me fui sin saludar ni dejar propina (aunque, vamos, tampoco habría dejado propina de otra forma). 


Finalmente, llegué hasta la Fontana di Trevi. Es una obra indudablemente maravillosa, pero no me terminó de deslumbrar. El gran problema es el hormigueo de gente que la rodea de forma constante, todo el tiempo tomando fotos en lugar de sentarse a apreciarla un poco más.



Mantengo que Roma es una de las ciudades europeas más sobrevaloradas. Es un destino que uno tiene que conocer, pero está lejos de ser el más disfrutable, memorable o incluso recomendable. Por ejemplo, Florencia ya es otro mundo, la gente es diferente. Pero Roma está atestada de personas vendiendo las mismas cosas en las calles, de gente apurada, de italianos maleducados.

Caminé un poco más, perdiéndome por las calles. Sin tiempo, sin apuro...



Doblando en un esquina se apareció ante mí el impresionante Coliseo...

Recorrí un poco más, tomé un café olvidable (1,80 EUR y la taza es del tamaño del meñique) porque necesitaba cargar un poco el celular. Italia te da y te quita, lo dije siempre.

La paraba del bus al avión no era adonde decía en el folleto. Luego de una hora esperando en el lugar equivocado, caminé unas cuadras más cerca de Termini y encontré la adecuada. Lo loco es que me subí al bondi sin que me chequeen el ticket (de lo enojado que estaba) y nunca nadie me lo pidió, con lo que hasta me podría haber ahorrado unos billetes.

Volví al aeropuerto alrededor de las 17.30 hs, me senté en un café a escribir un poco y nada más interesante ocurrió hasta abordar el avión. O quizás sí.

Unas palabras finales

Sigo amando viajar solo. Este fue un viaje que llegó de forma inesperada, donde conocí España de una manera muy especial. Andar solo te abre miles de posibilidades a conocer gente, a vivir historias locas y que te pasen cosas increíbles. Los días son impredecibles, sin mapas, sin ideas preconcebidas, sin planes específicos. Sostengo que todo el que disfrute de viajar (y con viajar me refiero no a “estar en otro lugar”, sino el acto de transportarse físicamente a otros lados, subir a trenes, aviones y buses, recorrer rutas desconocidas, perder tiempo en aeropuertos, perder tiempo en todos lados) tiene que, cada tanto, hacer algo como esto.


Al viajar solo es uno contra uno mismo y es uno contra el mundo. Y eso es algo que no te quita nadie. Me encantó Barcelona como lugar para turistear e incluso para vivir. Tiene la temperatura y ubicación ideal, es prolija, llena de buena gente, moderna y clásica al mismo tiempo. Tarragona es otra gran ciudad, una mini Roma con hermosas playas y bella gente. Si me dieran a elegir, me iría a vivir a Tarragona sin dudas (siempre preferí estar lejos de grandes metrópolis) y dejaría Barcelona para los fines de semana.

Esto es todo. Sé que no fui tan específico como otras veces que relaté viajes. Fue porque se trató de algo más concreto: viajaba para un evento y, de paso, recorrí. Así y todo, gracias a todos los que leyeron hasta acá, y espero que mis consejos, recomendaciones y experiencias sumen para su próximo viaje.

¡Hasta la próxima!

«Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y tu casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal». – Cesare Pavese.


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jueves, 24 de noviembre de 2016

“La casa deshabitada” y el regreso de Sherlock Holmes


Las historias sobre Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle representan algunas de las mejores piezas literarias detectivescas alguna vez escritas. En total, Conan Doyle escribió cuatro novelas y 56 relatos, algo a lo que los fanáticos se refieren, afectivamente, como “El canon”.

El canon va desde su primera y fascinante novela (Estudio en Escarlata, 1887) hasta Shoscombe Old Place, último relato que publicó en 1927.

Como es de esperarse, con una cantidad tan grande de textos escritos a lo largo de un periodo de cuarenta años, hay una variación significativa en la calidad de las historias de Holmes.

En general se reconoce que los primeros trabajos son superiores a los últimos.

***

La aventura de la casa deshabitada, publicado originalmente en The Strand Magazine (1903) y luego sumado a la colección de El regreso de Sherlock Holmes, no sería especialmente memorable de no ser por marcar la resurrección del aguileño detective.

Esta es la primera historia de Holmes que aparece luego de su supuesta muerte en las Cataratas de Reichenbach, según se detalla en el famoso cuento "El problema final".

Es cierto que antes Conan Doyle había publicado una de mis novelas favoritas (El sabueso de los Baskerville), pero esta historia se ubica cronológicamente antes que su muerte.


La historia detrás de la resurrección de Holmes es archiconocida. Por aquella época, Sir Arthur Conan Doyle, ya tenía gran fama por sus catorce relatos de Sherlock Holmes. Sin embargo, pensaba que el personaje lo estaba distanciando de trabajos que él considerada más importantes. Por eso decidió matarlo.

En El problema final, Sherlock termina arrojándose a una cascada junto al profesor Moriarty para destruir una fuerte red criminal.

Conan Doyle tenía un punto: el nombre Sherlock Holmes era más grande que él mismo. Él también tenía otro tipo de literatura que quería dar a conocer, pero a nadie parecía importarle. El autor escribió novelas históricas, ciencia ficción, aventura e historias de terror.

El horror en las alturas”, por ejemplo, es un excelente relato de Doyle que se asemeja más a las historias sobrenaturales de H.P. Lovecraft, pero que pocos conocen. Las novelas del Profesor Challenger son interesantes historias de aventura y ciencia ficción.

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Luego de la muerte de Holmes, el público se quejó y hasta llegó a enviar cartas amenazantes. Su misma familia presionó para que lo resucitara. Conan Doyle tardaría diez años en cumplir con las demandas, y así llego La casa deshabitada.

El mayor interés de esta aventura no está en el supuesto “misterio de cuarto cerrado” que presenta (ciertamente, está lejos de ser una de sus resoluciones más ingeniosas) sino en la explicación que Holmes da a Watson sobre el motivo de fingir su desaparición en mayo de 1891. Él se vio forzado a fingir su muerte para poder actuar con mayor libertad contra los secuaces de Moriarty, y de esa manera acabar definitivamente con su peligrosa banda criminal.

Únicamente su hermano Mycroft estuvo al tanto de todo esto, y Sherlock desapareció por unos tres años.

La verdad es que esta historia es de las menos interesantes, y el misterio que Sherlock resuelve tiene un desenlace poco creativo. Quizás el atractivo reside en que un caso aparentemente desconectado termina teniendo una conexión importante con la desaparición del detective.

En la genial serie de la BBC Sherlock –una de mis preferidas– el personaje que interpreta Benedict Cumberbatch tiene su adaptación de esta resurrección en el primer episodio de su tercera temporada. La diferencia es que en la serie se trabaja el regreso de Holmes con muchísima más emoción. En la novela de Doyle, Watson apenas se sorprende y saluda a su amigo como si nunca lo hubiera visto tener una muerte horrible.

Este es el extracto del reencuentro:

«Volví la cabeza para mirar la estantería que tenía detrás y cuando miré de nuevo hacia delante vi a Sherlock Holmes sonriéndome al otro lado de mi mesa. Me puse en pie, lo contemplé durante algunos segundos con el más absoluto asombro, y luego creo que me desmayé por primera y última vez en mi vida. Recuerdo que vi una niebla gris girando ante mis ojos, y cuando se despejó noté que me habían desabrochado el cuello y sentí en los labios un regusto picante a brandy. Holmes estaba inclinado sobre mi silla con una botellita en la mano.

—Querido Watson —dijo la voz inolvidable—. Le pido mil perdones. No podía sospechar que le afectaría tanto.
Yo le agarré del brazo v exclamé:
—Holmes! ¿Es usted de verdad? ¿Es posible que esté vivo? ¿Cómo se las arregló para salir de aquel espantoso abismo?
—Un momento —dijo él—. ¿Está seguro de encontrarse en condiciones de charlar? Mi aparición, innecesariamente dramática, parece haberle provocado un terrible sobresalto.
—Estoy bien. Pero, de verdad, Holmes, aún no doy crédito a mis ojos. ¡Cielo santo! ¡Pensar que está usted aquí en mi estudio, usted precisamente! —volví a agarrarlo de la manga y palpé el brazo delgado y fibroso que había debajo—. Bueno, por lo menos sé que no es usted un fantasma —dije—. Querido amigo, ¡cómo me alegro de verle! Siéntese y cuénteme cómo logró salir vivo de aquel terrible precipicio

En cambio, algo que la serie de la BBC trabajó muy bien fue el después: las repercusiones emocionales de aquella caída, cómo afectó a cada una de las personas alrededor de Sherlock.

***

La aventura de la casa deshabitada está disponible en Internet, de forma libre, para quien quiera leerlo. Personalmente, no se encuentra entre mis relatos de Holmes predilectos. Pero quedará por siempre en relevancia por ser la historia que describe el esperado regreso.



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domingo, 20 de noviembre de 2016

Grandes horrores (III) – Los espejos


Tercera parte de esta entrega donde exploro algunos de los más grandes horrores que suele presentar la ficción (particularmente el cine y la literatura). Antes ya hablé del “Entierro prematuro” y de “La invasión del hogar”. 

Hoy es el turno de los espejos, objetos inherentemente  perturbadores.

Cuando estamos frente a un espejo, mirando fijamente, también hay alguien mirándonos a nosotros. Un reflejo en un espejo puede hacernos saltar de miedo y hay todo un folkclore asociado a este elemento (leyendas urbanas, cuentos de mala fortuna, poderes mágicos, etc).

Como se trata de un elemento tan sobrecargado de simbolismo, no es raro que sea uno de los más utilizados en el cine, en la literatura y en otros medios. Incluso grandes filósofos y pensadores aprovechan metáforas referidas a ellos.

«El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma

Uno de los usos más originales de este objeto que vi fue en la película Occulus, de Mike Flanagan. Es brillante cómo esa cinta logra evitar la mayor cantidad de clichés posibles respecto a los espejos, y en su lugar brinda un argumento de terror psicológico con un componente de locura.

► Y hablando de clichés, alguien se tomó el trabajo de armar un supercut con los más reconocibles jump-scares:


Flanagan es un tipo que ya demostró que sabe hacer buen cine de terror y suspenso (Before I Wake y Hush son geniales). Si bien el género de terror es donde abundan los espejos, también hay grandes escenas de otros géneros que los han hecho importantes.

Cómo olvidar a Robert de Niro en Taxi Driver (1976) (“Are you talkin to me?”) o aquella gigante escena del humor de los hermanos Marx en Duck Soup (de 1933).


El reflejo que devuelve un espejo al personaje puede ser igualmente agradable o inquietante, mortificante o estimulante. En algunos casos son puertas a otros reinos, contienen demonios temibles o pueden directamente comunicarse con nosotros para revelarnos aquello que tanto anhelamos. Pero esta saga se llama “Grandes horrores”, así que vamos a referirnos a esos momentos en los que el espejo representa algo monstruoso.

En cine tenemos la tristísima película Mirrors, con Kiefer Sutherland. Acá resulta que hay un ente demoníaco habitando los espejos y ataca a cualquiera que lo mira directamente. Un gran clásico del terror slasher es Candyman, donde decir su nombre cinco veces frente a un espejo atrae a un asesino con un gancho en lugar de mano que te asesina de forma horrible.

Hay una novela de Robert Heinlein (a quien ya mencioné en el blog) que tengo ganas de leer (pero todavía no encontré). En ella hay unas entidades malignas que ingresan y salen de nuestro mundo a través de espejos. La premisa de la historia (The Unpleasant Profession Of Jonathan Hoag) es fantástica: un hombre no puede afirmar qué hace para ganarse la vida. Cada vez que se lo preguntan, no sabe qué responder. Por eso contrata a una pareja de investigadores privados para que lo investiguen a él.

El maestro del terror (Stephen King) le dedicó una historia a los espejos: The Reaper's Image. Por su parte, series de televisión como Escalofríos (de R.L. Stine), Doctor Who y Supernatural tienen episodios que utilizan este místico elemento.

La vida real también puede generar momentos estresantes frente a un espejo. Se conoce como “efecto Caputo”.  El investigador Giovanni Caputo realizó un experimento en el que colocó a 50 personas frente a espejos. Debían mirarse directamente a los ojos durante 10 minutos en una habitación tenue.

Varios de ellos empezaron a tener ilusiones de rostros extraños y deformes al cabo de un minuto. Sensaciones raras donde se veían desfigurados, se tornaban en monstruos lúgubres o hasta en familiares muertos. Caputo explicó que los efectos pueden ser causa de un regreso súbito a la realidad después de una disociación, de una separación de cuerpo y mente. Hay también un componente psicológico en el asunto. Lo cierto es que verse directamente a los ojos puede ser más alucinógeno que el LCD.


Por último, existe un desorden neurológico donde los afligidos no pueden reconocer su propio reflejo. Al mirarse en un espejo sienten que están siendo perseguidos por extraños que se metieron en su casa (de nuevo aparece la idea de la “invasión de hogar” del post pasado). 

La mayoría de los animales, de hecho, no puede reconocer su reflejo, y se sienten amenazados o desafiados por su imagen espejada que (por supuesto) siempre responde con el mismo impulso.

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=>> Otros GRANDES HORRORES en el blog: “La invasión del hogar”; “El entierro prematuro”.

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