Escribir es mentir elegantemente.
Lo interesante de este tipo de relatos es cuando no podemos
identificar qué sección es inventada por el autor y qué sucedió realmente. Y es
que ese límite no importa realmente mientras la escritura genere una atmósfera reflexiva y nos interpele de alguna forma.
Espero haber logrado algo de eso
con No hay chiste sin remate, un
cuentito quizás un poco más autobiográfico de lo habitual. Puntos para los nerds que capten los
easters eggs a Watchmen,
de Alan Moore.
Versión narrada en este link de mi podcast.
***
“No hay chiste sin remate”
Luciano Sívori
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.
Mientras
estudiaba la carrera de Ingeniería Industrial (un título que, finalmente, nunca
terminé aplicando en el sentido más tradicional) era amigo de Mariano Platz, un
buen pibe de Espartillar con el que me juntaba a estudiar ocasionalmente. Nos
iba bien juntos porque los dos éramos bastante cufas y nos complacía la
compañía del otro.
Yo terminé
acomodándome a la consultoría en el área de Sistemas, la escritura y la
docencia de mi propia carrera. Platz, por su lado, pintaba para Ingeniero del
Carajo desde temprano, y antes de recibirse ya lo habían contratado para
Unilever en Capital Federal. Sueldo por las nubes, todos los beneficios… y el
inevitable estrés agregado como bonus. Por lo menos eso me imaginaba, porque no
volví a verlo al finalizar aquellas gloriosas épocas de estudiante.
Con él y otros
chicos solíamos reunirnos a comer los sábados por la noche, en la previa antes
de salir. Las juntadas con los pibes siempre eran relajadas. Allá por el 2008
no teníamos otras preocupaciones más que salir a trotar por la mañana, fumar un
poco de hierba y coger con alguna piba de vez en cuando. Había tres Nachos
(algo que no dejaba de llamarnos la atención), un compilado de rock nacional en
CD –o, a veces, una guitarra– y cerveza mala, malísima, pero bien fría. El
mejor momento del evento llegaba, sin embargo, con la ronda de chistes de
Mariano Platz.
Bien guardadito
en su billetera, Platz guardaba un papelito escrito a mano, un tanto amarillento,
que tenía no uno, ni dos, sino cien chistes numerados. Era un número seguido de
una frase corta.
—¡Contate el
75, Marian!— gritaba Pistochi, ebrio. El Pisto gritaba por naturaleza. El
alcohol sólo lo hacía más charlatán. Entonces Mariano bajaba discretamente la
vista hacia su papel, cual jugador de Póker revisando su mano, se tomaba unos
pocos segundos de evidente teatralidad y empezaba a contarlo.
Por supuesto,
todos reíamos. Siempre reíamos. Los chistes no eran especialmente graciosos,
pero Platz tenía una innata y especialísima habilidad para sostener los
silencios, manejar el timing del relato y brindar el remate con la intensidad
justa. Con su papelito mágico, engalanaba los matices festivos propios de aquel
mundo particularmente optimista. Su risa benigna y contagiosa emergía como un
chorro de agua fresca, deliciosa. Y los más serios (o, mejor dicho, los más
críticos del humor fino, que sólo ofrecían una sonrisa cuando el remate era
considerado sorprendente e ingenioso) al menos agradecían el tono amable y
positivo con el que la risa de Platz transformaba un relato insustancial, o una
sarta de sinsabores, en una fuente inagotable de giros saludables.
Yo nunca dejaba
de sorprenderme. ¿Cómo podían entrar tantos chistes en un mísero papelito? Como
un mago que no revela sus trucos, él nunca mostraba el contenido de aquel
pedazo de papel ante su público. Durante un tiempo, Dardo y yo confabulamos que
en realidad debía estar en blanco. Podía ser posible que Platz improvisara todo
sobre la marcha.
La teoría
conspirativa se cayó por partida doble. Primero, en dos sábados distintos
pedimos a Platz el mismo número: el 33.
—Ah, éste es
buenísimo —dijo la primera vez, y arrancó.
—Ah… éste lo
conté el otro día… pero igual es buenísimo —dijo la segunda vuelta. Era un
chiste sobre cuatro personajes (un argentino, un chileno, una vieja y una rubia
tetona) sentados en un vagón de tren que entra en un túnel, oscureciéndolo
todo. Es un buen chiste, todo el mundo se ríe, redoble de tambores. Baja el
telón.
En aquella
oportunidad también pude obtener la segunda prueba. Me deslicé por detrás de
Mariano, con la excusa de servirle más cerveza, mientras él buscaba el chiste
que le habían pedido (el N° 91) y ojeé el papelito.
Sí, estaba
escrito. La letra era muy chiquita, pero estaba en imprenta mayúscula y se leía
clarito. Capté varios chistes que nunca nos había contado todavía. 13: Monos en
pijama. 28: El forro al revés. 39: El payaso Pagliacci. 40: Sherlock Holmes en
la carpa. 56: ¡No te hagas el boludo, Robin! 62: Una banana cósmica. 63: El
tartamudo quería jamón. 87: Pobrecito el cocodrilo.
El tiempo pasó
para todos. La mayoría de los chicos se fueron para el sur a dejar su vida en
la industria del Petróleo. Otros terminaron en Capital Federal o fuera del
país. Muy pocos nos quedamos en Bahía Blanca. El grupo original se fue
desintegrando y yo, durante mucho tiempo, dejé de pensar en Mariano Platz y su
fantástico papelito de chistes.
Un día como
cualquier otro, me apareció como sugerencia de amistad en Facebook. Lo agregué.
Me aceptó. Se me dio por saludarlo y comenzamos a chatear. Intercambiamos
información sobre las cuestiones básicas (salud, familia, trabajo) y
mencionamos algunas anécdotas de la juventud. Estábamos recordando una juntada
en mi departamento, donde la cosa se había descontrolado bastante por culpa del
Tequila, cuando Platz me cambió de tema.
—¿Y seguís
escribiendo, Lupa?
—Sí, aunque no
tanto como antes… —admití—. De hecho, el otro día me acordaba de vos y del
papel con los chistes numerados. Se me había ocurrido una idea para un relato
con esa premisa. ¿Lo tenés todavía?
Tardó un buen
rato en contestarme. Yo hasta ya me había puesto a hacer otra cosa.
—Ah, sí… lo
tengo guardado en la billetera. Hace mucho que no lo vuelvo a abrir.
—¿Por qué?
Otra vez se
demoró. Bastante. El chat es la forma principal de comunicación en 2020 y,
curiosamente, muchas veces parece más un recorte de escenas aleatorias que un
diálogo en sí.
—Ese papel no
lo escribí yo… —tipeó finalmente—. Lo encontré en la billetera de mi viejo poco
después de que falleció. Yo era muy pibe, no entendía mucho de nada. Me sabía
los chistes porque él me los había contado toda la vida, desde chico. Cuando
fui creciendo, me aburrieron. Siempre contaba los mismos y yo le decía que eran
malísimos. Así que él los dejó de contar. Ahora tengo un nene de siete años al
que ya lo empecé a cansar. Ja, ja. Las vueltas de la vida. Me dice: “Dale,
papá, siempre con los mismos chistes vos… ya fue”.
Conocía la
historia del padre (un desafortunado accidente que ocurrió cuando él tenía 15
años) aunque no hablábamos de eso. Con Mariano siempre era todo risas, no había
lugar para nada más. Pensé en decirle: “Bueno, guárdalo bien. A lo mejor, el
día de mañana tu pibe lo encuentra y retoma la tradición”. Pero no lo hice.
¿Después de tantos años de amistad, y muchos más de desencuentro, de pronto me
mencionaba a su viejo? Me descolocó, no supe qué responder. Cerré el chat.
Quizás nunca
realmente logré volver a contactar a Platz.
Quizás nunca
existió aquel papelito de chistes numerados.
Quizás todo fue
una excusa para un cuento. Un remate amargo, traicionero. Anticlimático. Es un buen chiste, todo el mundo se ríe,
redoble de tambores. Baja el telón.
……………………………………………………………
=>> Otros cuentos
de mi autoría en el blog: “Es
peligroso asomarse al interior”; “Franco,
el del chorizo”; “Incomodidad
cósmica”; “Álvaro,
el terraplanista”; “Colonia
de humanos (o la trágica molestia de existir)”; “El
hombre del 4-D”; “Cuidado,
adultos jugando”; “Instrucciones
para aconsejar a través de frases”.
……………………………………………………………
► Podés
seguir las nuevas notas y novedades (además de humor y críticas de cine)
en mi fan-page: http://www.facebook.com/sivoriluciano. Si te gustó, ¡compartilo o dejá un comentario!
"El chat es la forma principal de comunicación en 2020 y, curiosamente, muchas veces parece más un recorte de escenas aleatorias que un diálogo en sí" Brillante
ResponderEliminarMuy lindo el cuento
Gracias, Tim. Sos mi top-fan.
EliminarMuy lindo cuento Lu..
ResponderEliminarGraciela Borges.
EliminarBuenardo....
ResponderEliminarLindo cuentito Lupa.
ResponderEliminarMuy bueno Lupa!
ResponderEliminarEl telón final te deja pensando por qué entré como un campeón con ese título.
ResponderEliminarY hablando de títulos, la lista de chistes que ponés me hizo cagar de risa. Hay chistes que resumidos a apenas un par de palabras ya son graciosos de por sí.
Abrazos cráneo!
Ja, sí, me reía solo leyendo esos potenciales remates. (Algunos chistes son clasicazos).
EliminarMe ha encantado. Gracias por compartir tu talento.
ResponderEliminarBueno, lo de "talento" me queda enorme, ¡pero se agradece, che!
Eliminar