Bajo mi lema de “SAP paga las cuentas”, realicé un
viajecito laboral a Rosario que aproveché para recorrerla en modo turista. En
esta nota les cuento las bondades y secretos de una mágica ciudad.
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#Día1 – domingo 4/8: el punto más alto de Rosario
Desde hace ya un par de años vengo trabajando −en mi rol de Consultor Funcional− con la gente de Mantenimiento en las Terminales Logísticas de Profertil para implementar el módulo de SAP-PM. Ja… esta es la introducción más embole que alguna vez leíste en tu vida, ¿no?
Los que me conocen saben que lo que realmente me apasiona son la literatura, la docencia y los viajes. Ojalá me pagaran por estudiar filosofía, enseñar y escribir libros. Por fortuna, y por desgracia, #SAPPagaLasCuentas.
La cuestión es que este proyectivo me ha permitido viajar bastante a Santa Fe desde 2022 y −con lo que me gusta viajar− la verdad es que no me quejo en lo absoluto. Son días donde se trabaja fuerte, aunque también sirven para desconectar un poco del “modo padre” y activar el full tourist mode.
En 2022 recorrí San Nicolás de los Arroyos (hay nota viajera por acá) y en 2023, San Lorenzo, ciudad que disfruté un montón y plasmé la experiencia en esta notita. Ahora le tocaba el turno a Rosario.
Lo primero que hice desde el aeropuerto de Bahía Blanca fue bajarme el app Rosario Turismo y sumarme a algunos instas de la ciudad, como para entrar en sintonía. Mientras me tomaba un cafecito, comencé a leer Blancura, de Jon Fosse. Me lo había prestado una amiga y quería poder devolvérselo pronto.
También llevaba otras lecturas, un par de pelis y series de animé en el celu para apaciguar el viaje. En el avión leí un poco más y me puse al día con Demon Slayer (el “Hashira Training Arc” viene muy bien) y con Suicide Squad Isekai, que es un gran meeeh.
El chofer que me llevó hasta Rosario fue Fernando, un tipo simple. Me contó algo de su vida… pero todo me resultó intrascendente. De pronto recordé a mi último chofer, César, un tipo fascinante que me había llevado a San Lorenzo en 2023 y me había contado historias zarpadas. ¡Ése sí que era un crack!
Durante el viaje (unas tres horitas y monedas) me vi una bizarreada hermosa en la compu que pronto reseñaré formalmente: Hundred of Beavers. La película es muy extraña, onda acción/comedia a lo Looney Tunes, con mucha experimentación y un conteo de gags por minuto que me resultó impresionante.
Ahí me percaté de un extraño sincronismo: tanto esta peli como la novelita que venía leyendo (“Blancura”) tienen una premisa muy similar (la de un hombre perdido en un bosque nevado), si bien se enfocan en géneros completamente diferentes.
Llegue alrededor de las 16.30 hs al hotel Royal Suites, en calle Santa Fe al 1600. Lo encontré normalito, sin grandes ambiciones a pesar de ser un cuatro estrellas. Me atendió Pilar, quien me tiró algunas indicaciones espaciales básicas y me recomendó visitar el Monumento a la Bandera (que ya estaba dentro de mis planes).
Así que salí piola a pasar por Rosario por primera vez (segunda, en realidad, porque este mismo año había estado, si bien sólo en la terminal por un par de horas). El Monumento quedaba a unas 10 cuadras.
El lugar es claramente la obra más emblemática de Rosario y es donde Belgrano izó por primera vez la Bandera Nacional, un 27 de febrero de 1812. Es muy bonito y tuve la posibilidad de subir al mirador (500$ la entrada).
Es un ascensor chiquito (entran 18 personas) y hacés un toque de fila. La vista arriba está muy piola, aunque uno se siente medio aprisionado y apretado. La verdad es que todo es medio pedorro, pero bueno… Había que tildar esta actividad obligatoria de la ciudad.
Si van, la posta al llegar a la cima no es ir al balcón derecho sino doblar y agarrar el de al lado, donde todavía no va a haber gente. Entendí ese datito un poco tarde, pero quizás le sirva a alguien más.
Luego di una linda caminata por una prolijita costanera del Río Paraná. ¡Cada esquina es un fotón! Me clavé un panchito, entré al Mercado Central y volví al hotel para meter un toque de gimnasio, ducha y salir nuevamente. Antes armé el primer reel del viaje, que pueden encontrar en mi insta (@viajarleyendo451). #ChivoTime.
Tenía ganas de conocer un bar de fichines sobre calles Córdoba y Florida. Parecía que garpaba, pese a estar un poquito lejos (unas 15/20 cuadras). Terminé llegando y el lugar resultó ser un antro mal. No me gustó para nada que fuera autoservicio y que no hubiera burguers. Las máquinas eran viejas, pegajosas y salían tres fichas por 1000$. Así que… como entré me fui.
Encontré otro barcito, chiquito e íntimo, a la vuelta (Bosque Bier). Adentro éramos un par de flacos, una parejita, el barman y yo. Pedí una IPA + búrguer y charlamos con el pibe de la barra un rato sobre la vida.
Cené leyendo y charlando con
algunos amigos en redes. Mientras tanto, pensaba en que en Rosario todos parecen
ser muy fans del Jenga. Lo encontrás en muchísimos bares. El morfi y las birras
estuvieron más que bien. Cuando salía, el barman me tiró unas insinuaciones
inesperadas. Se ve que mi personalidad magnética atrapa a todos por igual (¿?)
#Día2 – lunes 5/8: Parque Independencia y el Rock&Feller´s
El lunes me levanté 6.45 a.m, desayuné algo rápido y un taxi me llevó a la terminal de Puerto General San Martín (1 horita de viaje) donde tuve varias reuniones de laburo.
Tranqui, igualmente. Di unas capacitaciones y se discutieron temas interesantes del proyecto; todo sin estrés. Muy modo Lupa, digamos.
Por la tarde mi idea era trotar por el Parque de la Independencia. Mi amiga Naty Bertolino -estudiamos juntos la carrera y se vino a vivir a Rosario- me dijo que era un lugar medio peligroso, por lo que desistí de ir.
¿Qué quieren que les diga? Como buen taurino, siempre termino haciendo lo que quiero y no lo que me dicen. Por otro lado, la piba que te registra en el gym del hotel (Mariana, súper piola) me dijo que no fuera tan cagón y que no pasaba nada. Así que terminé yendo igual.
El Parque de la Independencia no es el Parque San Martín de Mendoza, definitivamente. Pero tiene su encanto con la Mujer del Lago y los puentecitos. Metí un lindo trote por la zona que devino en un segundo reel para @viajarleyendo451.
La idea era cenar con una compa de laburo (Anita), aunque ella cursaba hasta tarde así que no logramos coordinar. Terminé solanga (por segunda night in a row) caminando por el Boulevard Oroño.
Generalmente intento cuidar el bolsillo de Profertil durante mis viajes, gastando lo mínimo indispensable. Pero tenía unas ganas bárbaras de darme un lujito: el Rock&Feller´s que muchos amigos y compañeros de trabajo me habían recomendado ampliamente.
By the way, hay que tener cuidado con ese nombre, eh. Puede trabar lenguas fácilmente. Rock&Feller´s, Rock&Feller´s, Rock&Feller´s….
Y sí. El lugar es todo lo que promete y más. El ambiente, la atención, la comida, la decoración… todo es un 10/10. ¡Y el baño, por favor! Me pedí unos ñoquis de calabaza rellenos con muzzarella y salsa de hongos. Y una botella de vino. Entera.
A pesar de estar más solo que Alberto Fernández en una marcha feminista, disfruté muchísimo de esa noche. Por un lado, porque una editorial me había ofrecido ser jurado de una obra, para analizar si vale la pena su publicación. Me entretuve leyendo esta antología de cuentos de una persona que no conozco ni conoceré.
Es muy loco. Mi dictamen sobre la obra determinará si al autor o autora le publican su libro. En esa misma situación estuve yo mismo hace unos meses, antes de enterarme de que finalmente se publicaría mi tercera novela, El Ascenso de Elin (que pronto estará en estanterías). Segundo #ChivoTime de este post. Soy tremendo.
Por otra parte, también lo
disfruté porque ya estaba bastante en pedo, hay que decirlo. Era hora de volver
tambaleando al hotel y dormir un poco.
#Día3 – martes 6/8: Puerto Norte y una cena bien rosarina
Lo primero que hice fue saludar a mi hermano Tommy por su cumpleaños. Mentira, no fue lo primero, pero en algún momento de la mañana recuerdo que lo hice. De hecho, me levanté muy jugado con el tiempo y ni llegué a desayunar que ya estaba el auto esperando.
La piba que “cuida” en el desayuno no me dejó llevarme dos medialunas (“me ponés en un compromiso”, decía) y yo me llevé dos igual… porque taurino (?). Re que era mi excusa para todo.
De chofer me tocó un tal Jordan que era bien charlatán. A riesgo de demorarnos unos pocos minutos más, me llevó a Puerto General San Martín por costanera, en lugar de autopista, y pudimos recorrer un poquito esa zona: la cancha de Central, el Acuario y Parque Alem.
Toda la costanera de Rosario es muy hermosa. Me voy a quedar con las ganas de explorarla en bici o en monopatín. Definitivamente me gustaría volver. Quizás sea en otra vida, donde Rosario y yo seamos gatos.
El laburo tranqui. Hagamos fast-forward porque no es lo que vienen a leer, quiero creer. Durante el viaje de regreso releí una novelita corta que me encanta (“La doble vida de Ramiro Jiménez”, de Marcelo Kisilevski. Forma parte de esta antología) y algo más del texto que me habían dado para evaluar.
A la tarde metí gimnasio, me hice el langa con una story que fue muy criticada y charlé otro rato más con la Mariana, que siempre me tiraba algunos tips valiosos sobre la ciudad.
El plan era ver a mi amiga Naty y su beba (Sofi), que viven cerca de Puerto Norte. Un tema con Rosario es que siempre estás a diez o quince cuadras de una villa, no importa adonde estés parado. Por lo que hay que andar con cuidado.
Yo elegí llegar a su casa vía la costanera, que era más lejos aunque más seguro. Fue también la oportunidad de conocer Puerto Norte, el llamado “Puerto Madero de Rosario” (hay reel, ja). A la pasada compré unos postres y me comí otro panchito, porque ni había merendado.
La caminata por Puerto Norte me recordó bastante a la Av. Balboa de Panamá: costanera ancha, edificios altísimos… salvando las distancias, por supuesto, durante un ratito me sentí viviendo, nuevamente, en suelo caribeño.
Ahí me pasó otro extraño sincronismo. Pensaba en todo esto del parecido entre Rosario y Panamá cuando decidí escribirle a mi amigo Iñaki para contarle. Con él vivimos juntos en Panamá, allá por 2012, y fuimos inseparables. Resulta que el me escribió, también con un recuerdo panameño, literalmente segundos antes de que yo le mandara el audio. Creer o reventar. O el 8-8-8, quién sabe.
La cena con Naty, su marido Seba
y la bebé Sofía fue un planazo. Comimos cazuela de pollo, charlamos bastante,
sostuve a la bebé un ratito y me tomé unas cervezas Santa Fe que, hey, zafan
bastante. Agradecí el ambiente familiar y la compañía luego de varias noches
cenando solo. Me re hacía falta.
#Día4 – miércoles 7/8: asado, Parque España y shoppings
Aquel miércoles, el último día en Rosario, sí me levanté más tempranito para aprovechar el desayuno del hotel. Laburamos en capacitaciones de Mantenimiento Preventivo con SAP y al mediodía tuvimos un asadazo que se hizo un compa de laburo, Joel. ¡Pero asadazo, eh!
Por la tarde tenía tres plancitos que quería llevar adelante. Primero: recorrer las famosas escalinatas rojas de Parque España. Era una sección de la costanera que me faltaba y resultó ser súper linda.
Luego, quería pasar por Invictvs, una comiquería que me había recomendado Naty conociendo mis gustos por el manga, el animé y los juegos de mesa en general.
En el lugar charlé con un flaco que me recomendó un tomo único de Jin Jito (“Fragmentos del horror”). Es una colección de relatos basados en la mitología japonesa, autoconclusivos, con onda thriller/terror.
El pibe que me atendió, un fenómeno. Nos quedamos conversando un rato sobre cine y animé. El lugar está copado. Había varios grupitos viciando juegos de mesa. Me tomé un cappuccino para cortar la tarde.
El último plan era comprar algunos regalitos para Benja y Mateo. Así que me crucé hasta el Shopping del Siglo, que está tremendo para los chicos. No sólo tiene Burger King y McDonalds, sino también juegos varios, peloteros, peluquería infantil, jugueterías y plazas blandas. Está re pensando para los más peques.
Volví al hotel, pasé a saludar a Mariana para despedirla, me bañé, armé el último reel del viaje y salí a Black Sheep por una burguer. Es un barcito tranqui que me quedaba justo enfrente; ya no tenía muchas más ganas de seguir pateando.
Lo primero que hice al llegar es algo que ya denota mi edad. Le pedí al pibe que me atendió si era posible cambiar el reggaetón por un rock suave. Por suerte aceptó, sin dejar de deslizar una sonrisa como pensando “este es un +30”.
De esa forma anticlimática terminaron mis días por Rosario, aunque no mis aventuras viajeras. Al día siguiente tocaba viajar a la Terminal San Nicolás por laburo y luego dos días de relax en CABA. ¿Qué puedo decirles? Me encanta mi vida.
PD: sí, es verdad lo que dicen de
las rosarinas. =)
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