Una historia que explora las complejidades de la
soledad, las expectativas no cumplidas y los esfuerzos que hacemos para encajar
en el molde social.
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"La noche sin maquillaje" es mi relato #70 publicado en el blog. Tiene como protagonista a Javier, un hombre que lidia con la inseguridad y los fantasmas de la edad, y Josefina, una mujer atrapada entre el recuerdo de una relación pasada y el vacío de su presente.
Ambos convergen en un escenario común: un bar que funciona como el reflejo de sus deseos y miedos. ¿Qué sucede cuando dejamos de lado nuestras máscaras y enfrentamos nuestras verdades más incómodas? Este cuento nos desafía a considerar la belleza que se esconde detrás de la vulnerabilidad y el encuentro fortuito que podría cambiarlo todo.
Espero que puedan disfrutarlo. Acá encuentran la versión grabada para el podcast
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“La noche
sin maquillaje”
(Luciano Sívori)
Javier espera a una compañera de funcional, una pendeja de 26 años que lo vuelve loco y finalmente accedió a tomar algo con él. Su último mensaje fue: “¿Cómo venís? Yo ya estoy acá”. Aquel Whatsapp salió hace veinte minutos. No quiere ser pesado, así que espera.
Del otro lado del bar, Josefina hunde su rostro en la carta. Está haciendo un esfuerzo enorme por no sacar el celular. La incomoda estar sola y sin nada en sus manos, aunque tampoco se anima a sacar el librito de Mariana Enríquez que tiene en la cartera. La noche ya es demasiado lamentable de por sí como para sumarle un gótico urbano.
Javier piensa en llamar a la moza pese a que no ha decidido qué veneno inyectarse. La birra lo hinchará y lo pondrá en pedo más rápido. Además, en el hipotético caso de tener suerte con Carla, su amiga, la cerveza le entorpecerá la performance sexual. En cambio, el vino… sí, el vino funcionará mucho mejor.
Josefina no deja de pensar en su ex. Luego de tres años de
relación, entendió que le molesta casi todo de él. Qué siempre hable de la
guita o deje la ropa tirada al volver del trabajo. De sus pocas ganas de coger
y su fascinación por la pizza fría en el desayuno. Le irritan los programas de
televisión que mira hasta quedarse dormido. ¿A quién carajo le importa la vida
de las cebras en la sabana africana? Su ex cuenta siempre los mismos chistes,
puede pasar horas mirando un tablero de ajedrez y cada vez que pide agnolottis en el restaurant, pregunta si
la porción es abundante.
Todo eso le rompe las pelotas a Josefina de su ex. Y, sin embargo, no puede impedir revisar sus historias en Instagram una y otra vez.
Durante las horas del gym, a Javier se le complica chamuyarse a
Carla. Mucha gente, demasiado ambiente de amigos. Por suerte, son compinches
con el profesor y ya están complotados. Por cosas del destino, a Javier y Carla
casi siempre les toca formar parte del mismo equipo. Eso lo ayuda a él a
acercarse un poco más, pero necesita todavía más cercanía… más intimidad.
Lo que necesita es un combate cara a cara.
Javier no sólo le tiene unas ganas terribles a Carla. También cree que hasta podría llegar a enamorarla. Y para eso hay que meterle pata, porque él ya está pisando los 36. La facha que alguna vez tuvo ha desaparecido. En su lugar emergió una pancita insegura y alguna que otra cana. Ya no le tira onda nadie.
Josefina se considera un buen partido. No tiene un tono de voz
excesivamente alto ni se ríe fuerte. Cuando le preguntan la edad, nunca dice
bolucedes como “ya tengo X vueltas al Sol”. Durante una cita, jamás afirma estar
pasando por un momento increíble de su vida ni se queja del clima. Sonríe un
montón y siempre paga su parte. Aunque le deja al varón invitar el postre
porque sabe que a ellos eso les gusta.
Y está buena. Sabe que está buena. Hizo destreza corporal de chica,
muchos años. Y después, yoga, muchísimo yoga. Tiene un culo firme, buenas
tetas. Un cuerpo que le va a durar, incluso, después de la maternidad (si es
que eso alguna vez llega).
¿Entonces por qué está sola en un bar, tentada de revisar en qué anda su ex?
Javier finalmente le hace una seña a la piba que atiende. Pide un Malbec chiquito. Lo conoce, es un buen vino. Rico, aromático. La etiqueta profesa una frase entre marketinera y mentirosa: “La belleza verdadera está adentro… y no necesita maquillaje”.
A la pasada, Josefina también le indica a la chica que se acerque. Pide una copa de un Biutiful Malbec. No lo sabe, claro, pero es el mismo vino que ordenó Javier unos segundos antes. El primer sorbo acaricia su paladar, llenando su boca de una suavidad reconfortante. Parece calmar un poco su tormenta interna, ofreciendo un pequeño consuelo en medio de aquella noche nefasta.
Javier chequea nuevamente su celular. Nada. No hay ni una señal de vida de la pendeja. Treinta minutos se vuelven insoportables incluso para el ser humano más paciente. Está junto a la ventana y ve pasar a la gente abrigadísima. Afuera el frío infernal azota con un ejército de alfileres invisibles. De pronto, se arrepiente de haber salido. Quizás el verdadero plan era quedarse en casa, calentito en la cama, rodeado de sus tres gatos y con una película tonta de Netflix.
Josefina se avergüenza de no tener nada que hacer y saca el celular de su cartera. Bebe un sorbo de su copa, aprieta los cuatro números de su pin y comienza a desplazarse por las múltiples aplicaciones de streaming. Pasó todo el día desparramada por la cama, mitad llorando, mitad mirando al techo. Su único gato, uno negro y gordo, la acompañó en su deprimente sábado. Pensó que salir a tomar algo de aire le haría bien. Estaba equivocada.
Javier se divierte pensando qué podrían cenar cuando llegara Carla.
Hoy tiene un permitido. Se viene matando en el gimnasio. Nada dos veces por
semana. Come más ensalada de la que le gustaría admitir. No tiene ninguna
intención de llegar a los cuarenta con esa panza.
Por supuesto, ni Carla ni nadie conoce estas preocupaciones. Comerían lo que ella quisiera. Mejor si fuera algo que se pudiera cortar y comer fácil. Esto Javier lo había aprendido de una salida con otra piba. La llevó a un restaurant muy cheto y se les ocurrió a ambos pedir unos fideos que tenían la peculiaridad de ser demasiado cortos para enrollarlos con el tenedor, demasiado largos para levantarlos y llevarlos a la boca, demasiado blandos para pincharlos. Comerlos sin parecer un cavernícola había sido imposible. Todo el tiempo se les caían en el plato, en el mantel. Se convirtió en la gran anécdota de la noche. Aquel polvo con ella fue glorioso.
Josefina lleva más de cinco meses sin estar con nadie. Su ex había sido el último y sobre el final ya ni siquiera se miraban. ¿Cómo sacárselo de la cabeza si tienen tantos amigos en común? ¿De qué forma olvidarlo si ella, todos los días, ve el sillón rojo donde se dieron aquel primer beso? A lo mejor el problema fue irse a vivir juntos. Todo había pasado demasiado rápido.
Él lleva media botella de vino encima cuando recibe una notificación: “Amiguis, te pido mildis, no llego… se me re complicó hoy”. El mensaje cierra con una carita triste. Javier resopla en voz alta y abre Instagram. Busca el perfil de Carla, mira su story más reciente. Es una selfie de ella con una birra y un tal @jona.raji29 etiquetado. Detrás se ve el cartel de Cervecería Patagonia. Siente un vacío en el estómago. Toma lo que le queda en la copa y deja billetes de más sobre la mesa. Ya no tiene sentido quedarse ahí.
Josefina levanta la mirada justo un instante después de que Javier pase refunfuñando a su lado. Unos segundos antes, finalmente desistió a la tentación de stalkear a Jonathan, su ex. Cuando lo vio en una foto de Instagram con una tal @carlitavidal.ok, sintió una punzada en el pecho. Ahora, la expresión de tristeza en el rostro de Josefina es inocultable.
A veces vivir no es como en las películas. En el universo no existe manifestación sin polaridad. Aunque a veces… a veces sí. A veces sí se asemeja un poquito a una película. Algo había hecho que Javier se detuviera súbitamente. Un detalle, una pavada. De reojo ha captado un llaverito en la cartera de una piba que está sentada sola. Es Squirtle, su pokemon favorito.
Josefina, todavía desanimada, levanta la vista para encontrarse con
alguien que la observa extendiendo un gesto amistoso. Entonces hace algo
impropio de ella, algo que la toma completamente por sorpresa. Le dice: “¿Te
gustó este llaverito de mierda? Me lo dio el pelotudo de mi ex. Si me invitás
otra copa de vino, te lo regalo”.
Y sonríe.
=>> Otros CUENTOS DE MI AUTORÍA en el blog: "El antojo tardío", “La imaginé hermosa”; “Crece más fuerte”; “10 relatos de microficción”; “La réplica incomprendida”; “Los caprichos de un pueblo”; “El bar de los sillones que se bifurcan”
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Parece que Carla no aparecerá. Una lástima una chica joven, con ese nombre.
ResponderEliminarY tan atractiva para Javier.
No siempre pasa lo que un lector espera que pase.
Saludos.
Lo de Carla muy flojo, que viva el amor entonces! Excelente cuento!
ResponderEliminarFlojísima Carla. A veces esas actitudes son peores que el ghosteo.
EliminarMuy lindo cuento!!
ResponderEliminarRecordaba cuando me tocó ser Josefina, elegí ser Carla y otras veces también Javier 😃
Todos fuimos Josefina, Carla y Javier en distintos momentos de nuestras vidas, ¿no? Gracias por leerme, Picky. =)
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