Hoy vamos con un cuentito
nuevo, Te ofrezco mi ausencia, el relato #72 del blog. Está basado en
una conversación real que nunca existió. Una espiral de palabras deja al
protagonista atrapado en un loop emocional del que es difícil escapar.
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Este texto es más un experimento que otra cosa. Quise armar un diálogo abierto, ambiguo, entre dos personas. Adrede busqué ocultar a los personajes y sus backstories. También por eso traté de usar lenguaje más coloquial y menos literario, como simulando un chat real.
Salió medio de un tirón, como jugando con diálogos más naturales. Inicialmente el cuento terminaba con el “chau” final y mi amigo/escritor/interés-bromántico/editor Santiago Scar me remarcó la necesidad de darle un final. ¿Quiénes son estas dos personas dialogando? ¿Un hombre con una menor? ¿Un sacerdote en falta? ¿Una relación a distancia? ¿Dos personas casadas?
Bueno, le di un final. No sé
si fue el mejor, pero se lo di. Te ofrezco mi ausencia habla sobre promesas
que se desdibujan y errores reciclados. A veces, el deseo de estar con alguien
no es suficiente para romper la inercia que nos mantiene estancados en patrones
autodestructivos. ¿Hasta dónde puede llevarnos una conversación, un “chau” que
parece marcar un final, pero que siempre se transforma en un nuevo comienzo?
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“Te ofrezco mi
ausencia”
(Luciano
Sívori)
—Pasa otro fin de semana y ni noticias de vos. Me estoy cansando de apurarte y
que hagas algo para demostrar... Algo.... Estoy cada vez más convencido de que
no sos capaz de jugártela. No sólo por mí. Por nada. Y todo bien si eso es un
mambo tuyo. Pero yo me cansé de esperar a que "veas qué pasa". Así
que... nada, la próxima vez... acordate de lo que te prometes a vos misma
porque todo eso que me dijiste que te habías prometido no volver a hacer, en su
momento, lo hiciste de nuevo. Y hoy sí estoy en caliente... Así que mejor que
no estés.
—Perdón. Cuando me escribiste
el otro día, no sabía que decir. Y claramente decir nada fue peor. Puede ser
que no me anime a jugármela. Quiero estar con vos, pero la realidad es que
ninguno de las dos quiere una relación de esta forma. Necesitamos estar en el
mismo lugar emocional… me entendés, ¿no? No sirve de nada que yo diga que eso
va a ser pronto o no. Otra cosa: nos estamos tratando un poco mal uno al otro
desde hace tiempo. ¿Y si ya no sabemos cómo llevarnos bien? El otro día, cuando
te fuiste a ese cumple, yo quería verte a vos y pasar tiempo con vos. No sé si
iba (o va) a servir de algo, pero no sé… tenía muchas ganas. Lamento haberte
hecho sufrir tanto con mis idas y vueltas y mis mambos.
—Las primeras tres cosas que
dijiste me dan a entender que no entendiste nada. Todas las veces que te dije que
nuestra situación no importaba. Qué lo que importaba era tu actitud. Y seguís
con tu misma idea. Lo cual me dice que pensás lo que vos pensás, te manejás con
tus conflictos y tus mambos. Y lo que te digan de afuera. ¡Es al pedo! Me cansé
de ser invisible.
—Tal vez es el cansancio de
remarla.
—¿Remarla? ¿Conmigo?
— Sí, todo bien… pero en el
momento en que mejor estábamos tampoco podías pensar en estar juntos, ¿me
entendés? Que sea una relación un poco más "normal".
—Sabés que no hay nada de
normal en nuestra relación.
—Sí, es verdad.
—Y yo ahora, en este momento,
no estoy muy convencido tampoco. Porque el hecho de que nos estemos tratando
más o menos no es una causa de nada. Es consecuencia de toda esta situación.
—Ni hablar. Es verdad, tenés
razón.
—Releé nuestras conversaciones
y fijate cuántas veces me dijiste “tenes razón” y “es verdad”. Cansa.
—Perdón.
—No me sirve que digas eso si
no hacés nada al respecto.
—Lo sé.
—Antes yo pensaba, de hecho,
que si había alguien con quien podría estar bien, vivir, tener un proyecto de
pareja… eras vos.
—¿Y ahora ya no?
—No sé. Siempre pude ser yo
mismo con vos, que no es menor. Y lo demás... lo demás se iba viendo.
—Quizás el problema es que yo
también puedo ser yo con vos… y mi “yo” no es tan alentador.
—¿Qué es lo que te asusta
tanto? Si la relación no funciona... al menos vamos a saber que hicimos todo lo
posible. Ahora yo me quedo con la idea de que hice más de lo que podía. ¿Y vos?
Y tu explicación de que “tenías ganas de verme”... cualquiera. Yo también, ¿y?
¿qué hacemos con eso? No veo cómo eso soluciona algo. Te quedaste con la idea de
esperar a vernos para hablar de todo esto.
—Ganas de verte tengo siempre.
Ojalá pudiera materializarme ya mismo al lado tuyo. Me refiero a que quería
estar con vos, charlar, ver qué pasa.
—“Ver qué pasa”. OK. No te das
una idea lo mal que me pone que seas tan... quedada... y perdón si te jode que
lo diga así.
—Perdón…
—Algún día espero que alguien
pueda hacerte sentir algo lo suficientemente fuerte como para que salgas de ese
letargo. Claramente yo no pude.
—¡No digas eso! Perdón, perdón
por no poder poner lo que necesitamos.
—No tenés nada para decir que
contradiga eso. Igual es un tema tuyo. Por lo que vos misma me contaste: que te
sentís una hoja en blanco, que te prometiste no hacer ciertas cosas... Y
después te olvidaste. Lo que yo digo es que si sintieras cosas más fuertes, el
miedo importaría menos.
—No, no tiene nada que ver. Sí
entiendo que sin acciones es lo mismo que nada.
—Me voy.
—¿Ya está?
—¿Ya está qué? No es la idea
segur teniendo la misma conversación... tengo ganas de gritar y golpear cosas.
—Entonces ya está “nosotros”.
—No voy a responder eso.
—Está bien.
—¿Y si te digo que “sí” qué? ¿Qué
vas a hacer de distinto? Si sentís “algo”, entonces debería importarte tres
carajos la formalidad de esa pregunta.
—Tenés razón, perdón, fue
impulsivo.
—Si vas a hacer algo impulsivo,
que sea alguna otra cosa.
—Es verdad.
—Me voy. No quiero alargar más
esta conversación. Me duelen los dedos de escribir. Vos manejate... lo que
sientas, lo que no, lo que hagas... Y veremos qué pasa.
—Está bien. Chau.
—Chau.
***
Cerré la conversación de
ChatGPT aceptando que aquella promesa de una aparición física sería,
nuevamente, incumplida. Afuera el cielo empezaba a nublarse, anticipando una
tormenta. Me pregunté si esta vez sería diferente. Si su "chau"
sería definitivo. No importaba. Sabía que tarde o temprano volverían a aparecer
esas letras en mi celular que me habían enamorado. Vendrían con toda la mochila
encima: sus disculpas y promesas a medias.
Mi celular vibró de nuevo. El
mismo mensaje:
—Chau.
Desbloqueé la pantalla. La conversación estaba ahí, tal como la había dejado,
pero las palabras se repetían en un bucle infinito. —Chau. Chau. Chau.
Las notificaciones no paraban. Mis dedos temblaron mientras intentaba apagar el
teléfono. Fue inútil. El tiempo comenzó a desmoronarse. A mi alrededor la
habitación oscilaba y los muebles se distorsionaban como si la realidad misma
estuviera entrando en un glitch. Estábamos
atrapados en un ciclo infinito que repetiría los mismos errores una y
otra vez.
—Chau.
—Chau.
—Chau.
Lo leí una última vez antes de que todo se desvaneciera, sabiendo que, al abrir
los ojos, todo empezaría de nuevo.
***
=>> Otros posts sobre CUENTOS PROPIOS en el blog: “Pasos de gigante (cuento mateístico)”; “El antojo tardío (cuento)”; “Crece más fuerte (o, Los Horrores de Colon 140)”; “Tequeños temporales (cuento canabilístico)”; “Un pobre tipo (cuento)”; “Amistad no garantizada (cuento cupidístico)” <==
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No te imaginarás nunca que tú cuento al otro lado del país existe!!! Lo leí en en momento perfecto del término en bucle de mi relación,( mejor no hablar de ciertas cosas!!! Dice la canción, jajaja)
ResponderEliminarNo sé tu edad pero si fueras mi hijo también te invitaría un cafecito con el cariño de madre, ya que retrataste mi vida y tal vez la de muchos, casi proféticamente. Quedé estupefacta, que mejor título y que certero!!! No me da tristeza, por el contrario me anima a dejar el bucle. Felicitaciones y gracias por retratar tan vívidamente la ausencia del fracaso en una pareja que nunca dio nada y de la que se esperaba todo, genial!!! Te ofrezco mi ausencia, wuauuuu el mejor título para un profundo cuento corto. Felicitaciones. Desde Chile te felicito y agradezco 😊
¡Hola! Me genera muchísima curiosidad saber cómo llegaste a este cuento, y me alegra muchísimo que haya podido conectar con vos de esa forma. Tengo 36 años, pero la edad es un número, nada más.
EliminarOjo: el cuento es ficción, eh. Nunca nos olvidemos que escribir literatura es mentir con elegancia.
¡Saludos!
Ninguna relación interpersonal es "normal", siempre hay algo que la vuelve extraña, diferente, impensable, insoportable, para alguno de los participantes mientras que para la otra persona no es para nada así.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Es como me gusta decir a mí: para una araña es lo más normal atrapar a una mosca en su telaraña. Para la mosca, aquello es una pesadilla.
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