Una de mis (muchas) resoluciones para 2024 es
escribir un poco más. Así que ahí va el primer cuentito del año, muy
ligeramente basado en una historia real. Es el relato #65 de los publicados en
el blog. Eventualmente se convertirá en podcast. Por lo pronto, ojalá disfruten
leyéndolo en la forma tradicional.
Che, por cierto, acá está la versión narrada.
***
“Tequeños temporales”
(Luciano Sívori)
Siempre que la Rusa fumaba me decía que podía hacer
cosas imposibles. El superpoder que adquiría en cada oportunidad era diferente,
requiriendo de condiciones muy específicas para poder repetir el efecto.
Subíamos a un colectivo lleno de gente cuando
recordé que, por ejemplo, la habilidad de entender y hablar con las plantas
ocurría sólo si ella fumaba luego de comer un plato de espaguetis con bolognesa.
Nos ubicamos a mitad del pasillo, agarrándonos de los caños superiores,
mientras recordaba cómo, bajo los efectos de una marihuana exclusivamente mañanera,
ella podía interpretar los verdaderos sentimientos detrás de cualquier canción.
La Rusa en realidad se llamaba Luján, pero casi nadie
la conocía por su nombre. Habíamos recorrido juntos la Universidad sin tener
demasiado contacto. Nos hicimos amigos varios años después. Yo cosechaba como
un hobbie y ella era mi principal cliente. Con el tiempo se ganó el descuento
de amiga. Eventualmente dejé de cobrarle porque, siendo honesto, sus
habilidades especiales me eran sumamente útiles.
Durante los veranos, un poder que aprovechábamos a
fondo era la sensibilidad meteorológica empática (S.M.E). La Rusa había
descubierto que, fumando un martes entre las trece y las quince horas, lograba prever
las condiciones climáticas futuras con una precisión milagrosa. El efecto
duraba unos seis días, el tiempo justo para anticipar un vendaval repentino o
esos vientos huracanados que son tan típicos en nuestra ciudad de Bahía Blanca.
Entre todas las capacidades extraordinarias que le
otorgaba el cannabis, la que siempre me llamó más la atención fue su T.T.T: Transferencia
Temporal Tequeña.
No soy científico —en todo caso, un simple narrador—
así que se los explicaré en criollo. Bajo los efectos psicotrópicos de la
hierba, en combinación con unos tequeños (los populares palitos de queso empanizado
frito que son tan frecuentes en Venezuela), mi amiga podía viajar dentro de sus
propios recuerdos para revivir momentos específicos del pasado y
experimentarlos de una manera distinta. Para lograr aquel prodigio, lo único
que debía hacer era cerrar sus ojos y enfocar una escena concreta de su vida.
Gracias a la T.T.T, la Rusa experimentó algunos viajes
increíbles, como poder despedirse de su abuelo paterno, Julio, antes de aquel
paro cardíaco prematuro que lo dejó secó a sus 55 años. Otra vuelta viajó a su adolescencia
para enmendar su relación con Olivia, su mejor amiga de la secundaria que le había
robado al primer novio.
Lo de Olivia fue una pelea fuerte que las distanció
para siempre. Luján aprovechó aquella conversación astral para decirle que, en
realidad, estaba todo bien. Que la perdonaba. Agregó, al pasar, que igualmente Lorenzo
también le iba a ser infiel a ella. Sin embargo, Olivia conocería el verdadero
amor pronto y formaría una familia grande, hermosa.
La Rusa no tenía el poder de alterar el pasado, claro
está; eso sí sería una locura, ¿no? Su abuelo colapsó en la acera aquella tarde
de primavera de 1975. Lorenzo claramente le metió los cuernos a Olivia también,
quien eventualmente emigró a España y conoció a Adolfo. Lo que Luján hacía era transformar
esos pequeños eventos que le proporcionaban cierta tranquilidad interior.
Fin del primer acto. Vayamos directamente al conflicto central antes de que se me aburran y desbloqueen sus teléfonos. La cuestión es que íbamos muy fumados arriba de un colectivo, me parece que eso ya quedó claro a esta altura. Puedo decirles la fecha precisa, sábado 7 de octubre, porque era la Noche de los Museos en la ciudad. Durante este evento, los museos permanecen abiertos durante la tarde y parte de la noche, acercando visitantes en horarios poco habituales y ofreciendo todo tipo de entretenimientos.
Además de poder entrar a los museos sin pagar, había
food trucks, shows musicales y otras actividades varias. Para llegar a
cada museo teníamos a disposición colectivos (también gratuitos). Si recuerdan,
al comienzo del relato les comenté que estábamos arriba de uno.
¿Qué pasa?
¿No están prestando atención?
Volvíamos del Museo de Ciencias Naturales, adonde
habíamos tomado unas cervezas al ritmo de una bandita de jazz. La cena habían
sido unos tequeños calentitos que nos tentaron. Esto significaba que Luján ya
tenía activada su transferencia temporal.
Yo le estaba comentando algo, no recuerdo bien. Creo
que la última película que había visto. Llevaba cuatro o cinco minutos hablando
cuando me dijo, entre risas, que no estaba entendiendo nada. El último faso le
había pegado un montón. Tenía los ojos achinados y se tambaleaba con gracia
cada vez que el colectivo frenaba. Le pregunté si ya estaba viendo elefantes
rosados cuando una niña rubiecita, sentada delante nuestro, nos interrumpió.
— ¡A mí me re gustan los elefantes! —dijo y recién
ahí nos percatamos de su presencia.
—¿Ah, sí? —respondí divertido— ¿y viste Dumbo?
Ahí aparecen elefantes de muchos colores.
—No. No vi Dumbo. No sé qué es Dumbo. Pero
sí vi Intensamente… Cars… todas las de Shrek… Buscando
a Nemo… vemos muchas películas con mi papá en la cama, a veces el fin de
semana entero...—mientras ella continuaba, nos vimos con la Rusa y nos
empezamos a matar de risa. ¿Quién era esa pibita… y por qué se metía en nuestra
conversación de fumados?
Estábamos muy tentados.
—¿Con quién viniste? —preguntó Luján sin poder parar
de reír.
—Con papá... mamá está en casa, estaba un poco
triste —dijo la niña, que no tendría más de ocho años—él se sentó allá atrás
porque no había lugar. Fuimos a un museo con juegos y yo quería quedarme, pero
me dijo que ya es tarde y que hay que dormirse antes de que vengan las sombras.
Además, tengo hambre. ¿Te gusta mi anillo? Lo encontré tirado…
—Es re lindo… — contestó la Rusa, entretenida,
mientras le tomaba la mano.
Silencio.
Luján se encontró envuelta en una neblina
iridiscente que danzaba con luces resplandecientes. Sus sentidos se agudizaron
ante la transformación del colectivo, ahora difuminado en tonos etéreos que se
desvanecían lentamente. “¿Cómo puedo saber todo esto?", se preguntarán.
Supongo que van a tener que creerme, ya que fui el único testigo a su lado
cuando sus ojos se volvieron blancos. Al alzar la cabeza, comprendí que estaba
inmersa en uno de sus viajes temporales. Su conciencia ya se encontraba en un
lugar completamente diferente.
La Rusa abrió los ojos frente a una habitación
oscura, iluminada únicamente por la luz tenue de una lámpara. A su lado, en la
mesa de luz, se apilaban cuentos infantiles. Sobre la cama, una niña de rizos
dorados permanecía alerta. La Rusa exploró el entorno con sorpresa; aquello era
definitivamente algo nuevo. Razonó que debía encontrarse en el pasado de la
niña del colectivo, no podía ser de otra manera. La puerta rechinó, abriéndose
solo un poco, y tanto Luján como la niña experimentaron un escalofrío
simultáneo. Cuando una mano sombría asomó lentamente por la puerta, ambas
sintieron que el corazón les latía con fuerza.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Luján a la niña, que
temblaba del miedo.
—Clara —susurró.
—Tenés un nombre muy bonito, Clara, ¿sabías? —dijo Luján
mientras una sombra se asomaba por la puerta—. Necesito que hagas algo por mí,
¿podrías hacerlo?
Clara asintió tímidamente.
—Necesito que grites muy fuerte: "¡Nunca
más!", con todas tus fuerzas. ¿Podés?
Clara, presa del pánico, volvió a asentir, no sin
antes preguntar:
—Si lo hago, ¿podemos ver Dumbo juntas?
—Sí, por supuesto... cuando quieras.
Justo cuando la sombra estaba a punto de envolverla,
Clara, con un coraje que ni ella misma conocía, alzó la voz en un grito
desgarrador.
¡Nunca más!
El grito resonó en la habitación y se expandió por toda
la casa.
¡Nunca más!
La sombra retrocedió.
¡NUNCA
MÁS!
Silencio.
—¿Te gusta mi anillo? Lo encontré tirado... mamá me
dijo que no lo agarre porque está sucio, pero yo lo agarré igual porque es bonito.
Cuando bajemos del colectivo lo voy a limpiar. Se lo voy a regalar a mamá porque
está muy triste desde que papá se fue… yo a veces lo extraño, pero ya no me
acuerdo tanto… antes de regalarle el anillo a mamá quiero envolverlo con papel
de regalo y ponerle un moño…
Luján estaba de nuevo en el colectivo y la niña
seguía hablando sola. Con el corazón aún acelerado, mi amiga se desarmó en
risas y un evidente alivio. Más tarde compartió conmigo su decisión de reducir
el hábito de fumar, considerando empezar terapia o yoga. Esto de los
superpoderes cannábicos se había vuelto muy delicado últimamente.
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=>> Otros CUENTOS DE MI AUTORÍA en el blog: “Los 42 jueces”; “La invitación más esperada”; “Benjamín está empapado”; “Desgracias imperceptibles”; “El cadáver prematuro”; “Franco, el del chorizo”; “Álvaro, el terraplanista”. <<==
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Ay esta bien este cuento, solo que yo me confundí con la palabra canabilístico, pensé que había leído canibalistíco.
ResponderEliminarLa diferencia es sutil, pero fundamental...
EliminarUna de mis sospechas era que fueses vos, Lupa, un viajero en el tiempo, y así justificar y covencerme de la manera en que podés con tantas cosas a la vez.
ResponderEliminarCreo que encesito pasar en limpio esa receta, esto del presente (el momento en el que estás, diría la banda legendaria de rock) se está complicando.
Abrazos