Mi cuento #52 del blog es una reflexión sobre las cosas que naturalizamos como derechos adquiridos, particularmente en los espacios de oficina. Muchas veces nos olvidamos de agradecer aquellas cosas que los demás hacen por nosotros de onda. Muchas veces podemos ser bastante hijos de puta.
El cuentito puede contener ligeros toques
autobiográficos. Para leerlo recomiendo poner esto de fondo. ¡Espero que disfruten de Vendrán
lluvias mejores!
Versión narrada (podcast) por ACÁ.
***
“Vendrán lluvias mejores”
(Luciano Sívori)
A lo mejor les pasó eso de
encontrarse con alguien fuera de su hábitat natural y pensar “¿qué hace éste
acá?”. Como si fuera el NPC de un videojuego que se desconfiguró y empezó a
vagar por rumbos inciertos. Ya saben, algo del estilo: “¿Qué hacés vos en este
bar, riendo y hablando con amigos? ¿No fuiste mi profesor de Estructuras de
Datos durante el segundo año de la carrera?”.
El tema de encontrarte con
alguien donde no solés verlo usualmente tiene un poco de eso: te descoloca. Es
una sensación inquietante, como la que te produce ver a un robot o una
animación demasiado humana, aunque no lo suficiente…
Con Miguel me ocurrió justo esto. Iba con los chicos y la bruja a pasar el día al puerto de Ingeniero White cuando me topé con él. Hacía 5 años que no lo veía. No desde el incidente.
Miguel era un tipo fresco, de
convicciones claras y amplios conocimientos generales. Trabajaba en el soporte
técnico en la misma empresa que yo. Yo estaba en otro sector (el de consultoría
en Sistemas) pero formábamos parte del mismo equipo de trabajo. El tipo siempre
vestía camisas hawaianas. Podía hablarte, con la misma naturalidad, de la Era
Mesozoica, las ventajas de las bicicletas fijas o del bitcoin. Brillaba, Miguel. Cuando él hablaba todos escuchaban y
reían.
Podría decirse que habíamos
entablado cierta “amistad organizacional”. Entre las 8 y las 17 hs
disfrutábamos de la compañía del otro entre mate y mate.
Nunca nos vimos fuera de la
empresa hasta aquel día en el puerto. Verlo me impactó bastante porque ya no
quedaba nada de la persona que conocí.
Otra característica de Miguel
–del Miguel de ese entonces– era que agradaba a todo el mundo. ¿Y cómo no
hacerlo, si cada día lluvioso se aparecía en la oficina con no una, ni dos,
sino tres docenas de riquísimas y calentitas Tortas Fritas?
El verdadero gran invento de la
civilización no fue Internet, ni la PC. No fueron las telecomunicaciones o la
penicilina. No, señor. La idea más revolucionaria fue la de freír un bollo de
harina y mantequilla en abundante grasa. Cada día de lluvia era glorioso porque
sabíamos que Miguel se iba a aparecer con esas tentadoras bolsitas. Venían
recién hechas, espolvoreadas con azúcar y bien crocantes. Nunca nos dijo donde
las compraba; ése era su secreto. Tampoco estaba interesado en repartir gastos.
Su único propósito era que pudiéramos acompañar aquel ruido de televisor sin
sintonizar con el Manjar de los Dioses.
El problema llegó un día random en el que llovía intensamente y
Miguel llegó a la puerta de la oficina con las manos vacías. La sonrisa seguía
presente, su saludo se mantenía cordial, pero las Torta Fritas no estaban por
ningún lado.
Nos miramos entre nosotros sin
saber qué decir. Las gotas de lluvia ahora caían más fuerte. Era un auténtico
diluvio. “¿Cómo que no trajiste Tortas Fritas, Miguel? ¿No viste que estaba
lloviendo?”, dijo uno al borde de la ira. “¿Para qué carajo vine hoy?”, se
lamentó Raúl, que atiende el teléfono.
Miguel se ofreció a salir,
inmediatamente, a reparar su error. Admitió haber cometido un nefasto desliz,
que lo suyo era imperdonable. Josefina, la consultora para nuestro soft de
contabilidad, trató de apaciguar las aguas. Que no era para tanto, que Miguel
lo hacía de onda. Que “hagamos una vaquita y pedimos algo entre todos”.
No hubo caso, ya era tarde. Ese
día la oficina de Sistemas no trabajó. Ni el siguiente. Ya no había combustible
que nos diera el empujón necesario para arrancar. Las malas energías sobrevolaron
el ambiente por semanas. Los temas se fueron acumulando. Miguel no sólo ya no
brillaba, sino que nadie más lo quería. En aquellos días tan grises yo fui el
único que le dirigía la palabra, si bien tenía que limitarme o mis compañeros
comenzaban a mirarme mal.
El incidente escaló. Román, el
Jefe de Recursos Humanos, se acercó para negociar con los “revoltosos chicos de
Sistemas”. Ningún trato funcionó para devolvernos el espíritu. Ni siquiera la
promesa de un jugoso 15% de aumento en el sueldo. “Sistemas no trabaja en días
de lluvia sin Torta Fritas”, dijo uno. “Sin esas
Torta Fritas”, aclaró Oliveira, el pibe de Infraestructura.
Como les mencioné antes,
desconocíamos el origen de aquella delicatessen.
Miguel se negó a decirnos adonde las compraba, ni siquiera cuando Ludero le
dijo que revelar el secreto sería la única forma de salvar su trabajo y a todo
el equipo de Sistemas de la empresa. Al final, Miguel tuvo que ser despedido.
Inventaron que se robaba mouse inalámbricos y cargadores de celulares del
armario, o algo así. Lo indemnizaron como corresponde, creo, y no lo vimos
nunca más.
Resulta que hoy, en el Puerto de
Ingeniero White, Miguel se instaló un modesto puesto de Tortas Fritas y otras
especialidades caseras. Los tres o cuatro minutos que duró la conversación
alcanzaron para ponerme al día de su situación.
Las Torta Fritas son exactamente
las mismas que llevaba a la oficina los días de lluvia. Por 150$ la docena,
podés tocar el cielo con las manos. Ahora las hace él mismo, pero eran la
receta de su vieja. El desafortunado día en el que Miguel no llevó lo que el
pueblo quería, fue porque su madre se sentía demasiado débil como para
levantarse de la cama a cocinar.
Falleció un par de semanas
después.
“Qué loco, ¿no?”, me dijo
mientras me entregaba la bolsita. Me pareció que iba a seguir hablando, pero lo
dejó ahí. Durante un breve instante, pude ver sus ojos brillar una vez más.
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Muy buenoooooooooo !! A.. a.. a.. aguanten las torta fritas !
ResponderEliminarCreo que ese día fueron muy desagradecidos.
ResponderEliminarTuvo mucha razón Josefina.
Bien contado.
La gente es ingrata por naturaleza. ¡Gracias por pasar!
EliminarConmovedor relato, desgarrador final. El sonido ambiente sugerido fue totalmente acertado. ¡Te felicito!
ResponderEliminar¡Tocayo! Qué bueno sentirte por acá. La idea de agregar ese sonido ambiental fue de último momento, pero sí, recontra va. Ahora me dieron ganas de comer tortas fritas.
Eliminar¡Saludos!
Muy bueno el relato Lupa, con pequeños tintes de realidad!
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