Un relato
que invita a pensar en el juego como una forma de conocimiento, en la
curiosidad como motor de lo humano y en la ternura como una manera de resistir
la rutina. Hoy: “La trama se desenlaza”.
***
Nuevamente mis hijos, Benjamín y Mateo, inspiraron un relato. En este caso se trata del #89 publicado en el blog… y uno que YA pueden escuchar en versión radio-teatro para mi podcast.
La trama se desenlaza juega con una tensión entre el azar y el sentido, el destino y la libertad. El tarot —objeto cargado de misterio, símbolo de lo incierto— se convierte en el medio a través del cual los niños reinventan la idea de futuro: no lo usan para predecir, sino para crear: interpretan, inventan, resignifican.
Y en ese acto lúdico hay una sabiduría profunda, casi socrática: la de quien no teme preguntar, explorar, equivocarse.
Desde una lectura más simbólica, el padre-narrador representa la conciencia del tiempo: observa cómo sus hijos juegan con el futuro mientras él siente el peso de verlo llegar. Cuando lo grabé para el podcast lloraba sólo como un pelotudo pensando en esto mismo.
Hay una nostalgia implícita, aunque también una aceptación amorosa, en
recibir la carta de “El Carro” como símbolo final. En el fondo, el texto parece
susurrar una idea que me parece hermosa: que el futuro no se adivina, se
inventa jugando. ¡Espero que les guste!
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“La trama se desenlaza”
(Lupa Sívori)
“Dos paseantes distraídos
Han conseguido que el reloj de arena
De la pena pare, que se despedace
Y así seguir el rumbo que el viento trace”
(Jorge Drexler, La trama y el desenlace)
Mis hijos siempre están tramando algo. Me doy cuenta por el
silencio. No por el escándalo, que sin dudas también abunda, sino por ese
silencio calculado, eléctrico. Si los escucho discutir bajito, sé que algo se
está gestando. Y si los veo de acuerdo, peor, porque significa que ya pasaron
de la teoría a la acción.
Hace unos días inventaron un spray que los “volvía invisibles”. Era
agua con brillantina, dentífrico, shampoo y jabón. Dejaron huellas por toda la
casa. En mi último cumpleaños quisieron hacerme el desayuno y terminaron llenando
la cocina de queso crema.
La última vez que se pusieron de acuerdo, convirtieron el
lavarropas en una “máquina de entrenamiento para astronautas”. Terminé colgando
medias mojadas del ventilador. Otra vez, intentaron construir un “refugio
antitormentas” en el living usando las cortinas, el secador de piso y el
microondas como sistema de comunicación de emergencia. Los ruidos y las luces
típicas de un violento arco eléctrico que salían del aparato nos obligaron a
evacuar el departamento.
Pero nada de eso se compara con la vez del tarot.
Todo empezó un domingo, cuando Benjamín apareció con una cajita de
madera.
—Pa, mirá lo que encontré. ¿Qué es esto? —me dijo. Adentro había una baraja de
tarot vieja, con los bordes gastados y dibujos medio descoloridos. Le expliqué
lo poco que sabía y bastó para entusiasmarlos tanto a él como a Mateo, que
tiene una imaginación de dimensiones cinematográficas.
Ambos miraron el mazo como si acabaran de hallar un portal a otra
dimensión.
Mateo se ofreció como conejillo de indias.
—Quiero saber si Vida va a traerme un regalo en el recreo —dijo,
con tono de drama griego.
Benja levantó tres cartas. La primera: La Torre.
—Uh, esta es cuando todo se derrumba —mintió con elegancia—. Pero
tranquilo, después viene El Sol: significa que las cosas se aclaran. Y la
última... El Mago. Vas a tener que usar la cabeza. O sea: Vida te va a traer un
regalo sólo si vos se lo pedís antes.
La segunda prueba fue más ambiciosa: leerle el futuro a toda la clase.
Así que al día siguiente, Benja metió el mazo en la mochila y, durante el
recreo, montó “La carpa del destino” con una campera, un mantel y una piedra
como altar.
Los primeros curiosos no tardaron en aparecer. Pero había una
trampa: ¡adivinar tu futuro costaba un anaranjado billete de 1000 pesos! La
primera fue Fiorella, que sacó La Rueda de la Fortuna.
—Algo inesperado te va a pasar —dijo Benja, con voz misteriosa—, y
te va a cambiar la suerte.
Lautaro sacó El Ermitaño, y Benja lo miró serio:
—Te dice que empieces a confiar más en vos.
Gino, que vivía inventando cosas, levantó La Luna.
—Tenés muchas ideas raras —dijo Benja— guardalas: las más locas a
veces salvan al mundo.
Sofía obtuvo La Estrella y Benjamín predijo que ella iba a brillar
pronto.
Por último, Isabella sacó La Justicia.
—Vas a tener que elegir entre lo que es fácil y lo que es correcto.
Nunca en su vida Benja se había hecho 5000 pesos de forma tan sencilla.
Su fama se esparció como olor a salsa en la escuela y, para el segundo recreo,
ya tenía una fila enorme esperando conocer su destino.
Hasta que, claro, apareció la directora Mirna.
—¿Qué es este teatro? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Es una investigación cultural —intentó explicar Benja, pero no
hubo caso.
Ella confiscó el mazo y lo guardó en su oficina, dentro de un cajón con
candado.
—En esta escuela no se comercia con lo oculto —dictaminó.
Esa misma tarde encontré a Benjamín abatido y me relató toda la
historia. Mateo estaba a su lado, igualmente cabizbajo. Ya habían proyectado
las muchas compras que iban a hacer con el dinero. Les ofrecí chocolate
caliente y me devolvieron un silencio.
Yo sonreí, porque sé que cuando están callados, también están
planeando su revancha.
Una semana después, la seño de Plástica anunció que se venía la
Feria Cultural. Tema libre. Y ahí, los ojos de Benja brillaron con la fuerza de
mil focos.
—Voy a hacer una exposición sobre símbolos y mitos del mundo —me dijo,
sin dudar—. Y el tarot va a ser nuestro ejemplo principal.
Benjamín había pasado los últimos días estudiando y preparándose.
Pasó tardes enteras armando el stand. Dibujó cartas gigantes, escribió
significados, buscó paralelos con el arte, las religiones y hasta con la
película de las Guerreras K-Pop. Cuando presentó el proyecto, la directora
arqueó una ceja, desconfiada, pero la seño de Plástica la convenció de que “era
educativo”.
El día de la feria los padres estábamos también invitados. El stand
de Benjamín Sívori fue el más visitado. Explicaba las cartas con una seguridad
que asustaba.
—El tarot —decía, con voz solemne— no predice el futuro, te ayuda a
entenderte mejor.
En un momento llegó Mirna, con evidente curiosidad, y Benja levantó
una carta al azar.
—Es “El Juicio”. Esta carta —explicó— habla sobre aprender de los errores
y volver a empezar.
La directora no pudo disimular su sonrisa. Cuando terminó la
jornada, llamó a Benja a su oficina. Abrió el cajón, sacó el mazo y le devolvió
las cartas. Sólo le aclaró que no podía cobrar por adivinar el futuro.
Esa noche, mientras escuchaba a Benja y Mateo reír en su cuarto, yo
supe que estaban tramando algo otra vez. ¿Qué sería ahora? Tal vez una “agencia de detectives simbólicos”
o un “club de adivinadores científicos”. Me tenté y toqué la puerta.
Pedí que levantaran una carta para mí.
Salió el Carro. Representa el avance, el impulso. El rumbo propio.
Los miré jugar con entusiasmo, pasándose las cartas en silencio, y sentí un
nudo en la garganta. El futuro ya estaba en camino. No había manera de
frenarlo.
***
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Otras notas sobre LITERATURA en el blog: “Benjamín está empapado
(cuento infantil)”; “Nos miran desde abajo”; “No requiere el uso de
pilas”; “Pasos de gigante (cuento
mateístico)”; “La iniciación” <==
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