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miércoles, 21 de mayo de 2025

“Nada que abrir” (Adriana y Hernán)

 

Una llave encontrada en un cajón, una grieta en la rutina, una insinuación de que algo no encaja. En “Nada que abrir”, una conversación aparentemente banal entre Adriana y Hernán se transforma en una inquietante exploración de lo que no se dice.


 

***

 

Quise jugar un poco con las conversaciones donde algo no se está diciendo. Por eso, en este cuento aparece una llave sin cerradura y un silencio demasiado largo. También me divertía la idea de meter un giro argumental a lo Shyamalan, si se quiere.

Al final del día, no es otra cosa que un ejercicio de escritura. Pero también hay una tensión existencial profunda: ¿qué sentido tiene aquello que no abre nada? La llave oxidada funciona como metáfora de múltiples capas.

Hernán se identifica con esa llave: viejo, torcido, sin propósito claro. Es una alegoría del ser humano en crisis de significado. Adriana, en cambio, es la mirada inquieta, la sospecha de que hay algo detrás del orden aparente, una especie de intuición metafísica del misterio cotidiano.

En el trasfondo, el relato también sugiere una pregunta perturbadora: ¿existen cosas que están ahí solo para hacernos sentir que algo falta?

 

***

 

Nada que abrir
(Lupa Sívori)

 

—Hernán, necesito decirte algo que está dando vueltas en mi cabeza desde hoy.

—¿Qué cosa?

—Encontré una llave pequeña, oxidada, con la punta torcida, dentro de un cajón.

—Ah.

—¿Es tuya?

—No, Adri —responde él, frunciendo el ceño—. Nunca la vi.

—Estaba en el cajón de los cubiertos. Justo al fondo.

Él se encoge de hombros.

—Capaz que se cayó de alguna caja cuando nos mudamos. A veces esas cosas aparecen después de años… qué sé yo…

—Pero si la viste, ¿por qué no dijiste nada?

—¿Cómo sabés que la vi?

—Porque está toda manchada con el aceite de la bici. Y la bici es tuya.

—A lo mejor se manchó hoy, cuando la agarraste vos.

Adriana no responde. Hay un silencio denso, apenas cortado por el tráfico de las doce.

—No te dije nada porque pensé que era tuya —admite Hernán, frenando en un semáforo—. Me la crucé hace unos días. Me pareció una pavada. No quería…

—¿No querías qué?

—Nada, che. ¿No podés simplemente aceptar que no sé de dónde salió?

Ella se queda sin pensativa recordando aquel cajón. En su cabeza lo abre y lo revuelve, como si esperara encontrar otro misterio. O una respuesta.

—Siempre hacés eso —dice al rato—. Aparece algo raro, algo que no cuadra del todo, y vos lo barrés debajo de la alfombra.

—¿Qué tiene que ver eso ahora?

—Nada. O todo.

Él mira al frente. Tiene la cara ojerosa, el pelo desaliñado. Está siendo un día difícil. Ella también observa el caos de la ciudad, como si quisiera decirle algo más. Pero no lo hace. En cambio, pregunta:

—¿Y si abre algo?

—¿El qué?

—Una caja. Un armario viejo. Una puerta de casa que no usamos… o que ni sabemos que existe.

—O ninguna de esas cosas. A veces una llave no abre nada, Adri.

Ella asiente y continúan apagados. Al rato, es Hernán quien decide continuar:

—Adriana, ¿te puedo preguntar algo sin que te enojes?

Ella resopla.

—¿Qué?

—¿Por qué te jode tanto el tema de la llave?

—¿De verdad no lo entendés?

—No.

—Porque me siento una extraña en mi propia casa. Porque ya no sé si sos vos el que pone las cosas en su lugar, o si algo se mueve solo cuando no estamos mirando.

—No digas pavadas…

—¿Y si no es una pavada?

Otro momento más de reserva. Después, él murmura:

—Hay días en que me siento como esa llave.

—¿Cómo es eso?

—Así. Oxidado. Medio torcido. Sin saber qué mierda abro, o si sirvo para algo.

Ella abre la boca, pero no llega a contestar. Del otro lado del auricular se escucha un estruendo. Un chirrido seco, seguido de un golpe sordo.

Un sonido seco, inconfundible.

Como el final de algo.

—¿Hernán?

Silencio.

—¿HERNÁN, ESTÁS AHÍ?

El teléfono sigue conectado. Ya no se oye su respiración. Solo el murmullo blanco del altavoz. Ella detiene el auto en la banquina. Baja temblando. No hay rastros de Hernán por ningún lado. Adriana está sola, con la voz de él colgando del aire. Con una llave oxidada en la mano que no encaja en ninguna parte.

 

***

 

=>> Otros post sobre CUENTOS PROPIOS en el blog: “Por un rato”; “A destiempo, un cuento existencialista”; “Ecos de un impacto”; “La última función (y el regreso a Literautas”; “Ascensor holístico: un cuento en un elevador”; “Álvaro, el terraplanista”. <==

 

***

 

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8 comentarios:

  1. Clap clap clap.. Uf, tremendo cuento.. ahora no voy a poder dormir..

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  2. Hay dos explicaciones posibles.
    Una, no es buena idea usar el celular mientras se conduce.
    La otra, la llave no era inofensiva.
    Saludos.

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    Respuestas
    1. 1.- ¿Quizás era un manos libres?
      2.- Una llave NUNCA es inofensiva
      ¡Abrazo, Demi!

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    2. Ja tmb pensé en otra llave

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  3. Un accidente o se suicido , no se sabe

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  4. Por algo no hay que hablar por teléfono mientras se conduce, manos libres o no, nos quita atención al tráfico.
    Y dos, seguro que fue ella quien lo atropelló.
    No tengo pruebas, tampoco dudas.

    Saludos,
    J.

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  5. Se ve que tenían tiempo para armar tanto alboroto por una simple llave. Hasta que vea dónde encaja la puede usar de colgante. Todo se puede transformar.

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