Hace unos días, durante el almuerzo, charlaba con
una amiga del laburo sobre todo tipo de cuestiones existenciales. Desde el solipsismo (“solamente
existo yo”) hasta la idea de que podríamos ser parte de una simulación (o de un
experimento alienígena) y ni siquiera nos enteraríamos porque no podemos
conocer la verdad. No
realmente. En el medio surgieron los terraplanistas y las aceitunas.
Aproveché ese tema (el de los terraplanistas.
Porque para las aceitunas ya tengo
otros relatos) para improvisar este texto. Como me suele pasar, mezclé un
poco de filosofía barata con algo de humor. Lo importante es que, mientras lo
escribía, me divertí mucho. Y espero que ustedes también lo hagan. Acá va.
***
“Álvaro,
el terraplanista”
por: Luciano Sívori
1. ÁLVARO Y SOFÍA
Entré a la movida de los terraplanistas
porque me quería levantar a Álvaro, que está re fuerte. El pibe –morocho, alto,
grandote, de mirada hipnótica, súper peludo, como me gustan a mí– pasaba por la
panadería varios días a la semana antes de ir a su laburo. Me pedía un cuarto
de bizcochitos o de palmeritas y seguía. Cruzábamos las palabras justas, pero
cada vez que se iba yo le miraba la cola.
Un día se dio vuelta al irse y
me agarró chequeándolo de arriba a abajo. “Che, capaz que ni te interesa, pero
te pregunto igual”, me dijo. Yo me puse de todos colores. Pensé: “¡Qué golazo!
Me invita a tomar algo y vamos derecho al telo. A este pibe me lo como entre
dos pancitos”. Pero no, nada que ver. O sea, técnicamente me invitó a salir,
aunque no de la forma que yo hubiera querido o esperado.
El diálogo se dio más o menos
así:
—Hay un grupito de gente que se
junta esta noche, estamos organizando un viaje…
—Ah, mirá… —dije extrañada.
Pasaron unos segundos de incómodo silencio y se me ocurrió que tenía que
agregar algo interesante como para no perderlo— ¿y adónde piensan viajar?
Álvaro (me enteré después de que
se llamaba así) se me acercó.
—A Colón, en Buenos Aires. Hay
un encuentro medio importante y desde Bahía Blanca armamos un grupito para ir
todos juntos. Somos casi cien personas.
—Ajá. Mirá, no sabía.
Qué boluda soy, por Dios. Era la
primera vez que nuestra charla duraba más de treinta segundos y a mí no me
salía nada piola para remarla. Por suerte, Álvaro siguió:
—Es hoy a las 20 hs, y a los
pibes les agarra un hambre bárbara a esa hora. ¿Puedo hacerte un pedido de
facturas y vos me las llevás hasta allá? Te pagaría el delivery, obvio.
Alta decepción. El flaco quería
harina y no que le diera masa. En fin, no estaba tan mal el plan como para
lograr un arrimo. Ahí fue donde largó lo de los terraplanistas.
—La cosa es así: a principios de
marzo se viene el primer encuentro nacional de terraplanistas en Argentina. Se
reúne toda la Sociedad.
Se me escapó una risa que apenas
logré contener. No soy científica ni ingeniera, pero sé que todo eso es una
pelotudez atómica.
—¿Vos… sos terraplanista? —traté
de preguntarlo con sumo cuidado, para no espantarlo.
—Sí. Yo y toda mi familia, y mis
amigos también —respondió Álvaro con firmeza.
¡Qué mala suerte la mía! Y sí,
es al pedo… Cuando el pibe es demasiado lindo, o es gay o es terraplanista. No
queda otra.
Claro que había escuchado de
esas noticias en la tele. Claro que había visto los memes de Internet que se
les ríen en la cara. Es un movimiento ridículo que no se diferencia tanto de un
culto religioso a esta altura. Creen que nuestro planeta no es esférico, sino
plano, y defienden esa premisa a capa y espada, pero sin demasiados argumentos
sólidos. Lo ironía era deliciosa: un grupo de frikis argentinos que sostienen
que la Tierra es plana se iban a juntar en Colón. ¡Colón! ¡Como Cristóbal
Colón, el tipo que literalmente demostró con sus viajes que la Tierra es
redonda.
Igual hablemos con propiedad.
Técnicamente la Tierra no es redonda, tiene forma geoide. Ya saben: achatada en
los polos y ensanchada en el Ecuador. Esa frasecita la repetía Alicia
Maccarone, la profe de Geografía. Nunca me la olvidé. Ni a la frase ni a la
Maccarone.
Pero, la puta madre. ¡Qué fuerte
que estaba Álvaro! Así que me salió decir:
—¡Yo también soy terraplanista!
Una mentirita piadosa para
encamármelo. Total, ¿qué tan difícil puede ser? Voy a algunas de sus reuniones,
pego onda y ¡PUM! Adentro.
Hablamos un rato más, nos
presentamos. “Soy Álvaro”. “Soy Sofía”. No saben lo contento que estaba el
pobre. Me pasó la dirección del encuentro, me pagó las cosas que yo iba a
llevarle y quedamos en vernos allá. Tengo que admitirlo: estaba ligeramente
emocionada por haberle mentido. Había una pequeña sensación de peligro dando
vueltas que me excitaba bastante. Cuando terminé mi turno en la panadería,
llegué a casa pensando en aquel morocho grandote. Después me duché y verifiqué
que tenía un par de horitas antes de la reunión, así que aproveché para
instruirme un poco al respecto. Si iba a ser terraplanista, quería hacerlo
bien.
***
2. SOFÍA Y JIMENA
Sobran los argumentos científicos
para refutar que la Tierra es plana. Primero y principal: la curvatura del
planeta se ve desde los 400 kilómetros de altitud. Aparte hay personas (astronautas)
que orbitaron el planeta. Otra prueba es la forma en la que se dan los eclipses
de la Luna: la silueta circular de la Tierra se refleja de manera muy clara.
Las ideas conspirativas son muy seductoras,
no voy a negarlo. Te mirás un documental más o menos bien armado en Netflix y
no pasa mucho tiempo hasta que pensás que nos gobiernan reptiloides desde las
alcantarillas, que el hombre no llegó nunca a la Luna, que los extraterrestres
nos han visitado muchísimas veces o que Paul McCartney está muerto y lo
reemplazaron por un doble igualito.
Hay otra teoría conspirativa que
está cobrando fuerza, la religión del monstruo de los fideos. Creer o reventar.
Creo que, en algún punto,
reconforta sentir que podemos explicarlo todo. Da una sensación de seguridad,
¿no? En un mundo en el que, de un día para el otro, te pueden pegar un tiro o atropellarte
con un auto, la idea de ordenar y estructurar al mundo, de reconocer signos
ocultos y patrones, nos calma.
—Es lo mismo que sucede con la
religión, gorda —me dijo mi amiga Jime, que estudió Filosofía en la Uni
mientras yo miraba capítulos repetidos de Friends. Le pegué un llamado porque
no podía guardarme todo esto— si la religión es el opio del pueblo, como dijo
Marx, es porque tiene ese “efecto tranquilizador” en la gente. No te preocupes
por la vida terrenal, porque tenés el Reino de los Cielos. ¿Se te murió tu
perro? ¡Dios tiene un plan para todos… aunque también obra de formas
misteriosas!
Me reí. Qué genia era Jime.
—Igual, Sofi, te digo una cosa.
No creo en el infierno, pero sí existe te vas derechito hasta abajo, por hija
de puta.
Me reí de nuevo. Mientras
hablaba por altavoz me depilaba.
—Hasta abajo voy a llegar esta
noche— le prometí.
—¿Tan bueno está el pibe?
—Sí, no sabés…
—Tan bueno y tan boludo. No
puedo creer la gente que piensa esas cosas. O sea: existen las brújulas,
elementos que indican el norte magnético terrestre. Si la Tierra fuera plana, la
aguja estaría apuntando hacia arriba, hacia fuera, ¡hacia el espacio exterior!
Comencé a caminar en círculos
por el departamento, en bombacha. Capone, mi perrito, me seguía para todas
partes. Miré de reojo la hora, tenía que salir en cinco minutos o no llegaría a
tiempo.
—Qué se yo, Ji. ¿Vos alguna vez
fuiste al espacio?
—No tarada, obvio que no. Pero
hay algunas cosas que se saben… me subí a muchos aviones.
—Sí, ya sé. Pero nunca está de más
cuestionarse los paradigmas. Por muy ridícula que pueda sonar una discusión no
significa que haya que ignorarla.
—Ja, me gusta. Sonás
convincente…
—No, estúpida. Te lo digo en
serio. La mayoría de la gente ya cree ciegamente que la Tierra es redonda,
¿pero cuántos efectivamente pueden saberlo por experiencia directa? A nosotros
nos dijo un cuentito la Maccarone y nunca se lo cuestionamos. ¿Salimos a
verificar esos conocimientos que consideramos ciertos?
Noté como Jimena cambiaba el
tono de voz. Se puso un poquito más seria de lo normal.
—Dale, ahora me vas a decir que
hay un “genio maligno” que deliberadamente busca confundirnos y engañarnos,
introduciendo falsas nociones de la realidad, confundiendo nuestros sentidos y
guiándonos hacia conclusiones erróneas.
A veces Jimena se ponía en modo full
nerd.
—¿Lo qué…?
—Descartes —me aclaró— el
filósofo de la duda.
—Ah, sí. Mirá, no sé, yo hoy
estuve como tres horas leyendo sobre el tema, mirando videos, lo escuché a Iru Landucci, que es uno de los mayores exponentes del terraplanismo en Argentina.
Me sigue pareciendo una pavada. Pero, Jime, decime vos que sos una piba
inteligente: ¿no hay un legítimo derecho a la duda?
Silencio. O la dejé sin palabras
o se le cortó la comunicación. Mi amiga tardó varios segundos en contestar.
Después me di cuenta por qué: se me estaba cagando de risa.
—Te dejo —me dijo entre
carcajadas— nosotros, los redondistas, nos juntamos en Columbus a tomar unas
birras. Si la cosa con Álvaro no avanza, caete. Te quiero, nena. Estás re loca.
Chau.
Admito que me frustró un poco
que ella fuera tan cerrada. Me parece que los humanos podemos aprender mucho de
experiencias de otros, pero esto siempre involucra un acto de fe, al principio
por lo menos. Me resulta curioso lo fuerte que la gente se aferra a sus
paradigmas como si pudieran demostrarlo de forma simple. Es bueno poder discutir
sobre las cosas consideradas “obvias” como método para entrenar el pensamiento
crítico.
Como sea, Álvaro era mío y no
podía importarme menos que fuera terraplanista. Terminé de alistarme y salí. Ya
estaba llegando tarde.
***
3. JIMENA CONSIGO MISMA
Cuando corté con Sofi la verdad es
que me quedé pensando. ¿Cuántas veces efectivamente verifiqué mis propios conocimientos?
¿El conocimiento es absoluto o cabe algún tipo de error? Las teorías
científicas se han ido revalidando a lo largo del tiempo. Claro que para creer
que la Tierra es plana habría que ignorar cientos de miles de estudios y
evidencia tangible, así que es un argumento demasiado rebuscado. ¿Pero… y si
fuera cierto?
¿Sabemos que es esférica o
CREEMOS que es esférica porque así nos lo dijeron?
La idea del genio maligno es la
primera gran imagen asociada al pensamiento de Descartes. Funciona como un sustento
teórico en la duda metódica. A lo mejor fuimos creados por algo superior que
nos obliga a engañarnos sistemáticamente, que nos sumergió en una naturaleza
artificial que creemos real. Como en Matrix. Me acordé de la idea del cerebro
en un balde. ¿Qué nos asegura que no somos más que un cerebro suspendido en un
balde lleno de líquido dentro de un laboratorio, conectado a una computadora
que se alimenta con nuestras experiencias actuales?
Si mi trabajo como filósofa es
el arte de hacer preguntas que, necesariamente, no tienen respuestas… si se
trata de colocarse en un lugar de extrañamiento –de distanciamiento– frente a
todo lo que tengo en frente y a mi alrededor, frente a todo lo que se me
presenta como obvio. ¿No debería, entonces lograr desvincularme de lo
cotidiano, ingresar en la penumbra a partir de la duda, desconfiar de las
verdades preexistentes?
¿Estoy realmente segura de que
lo que estoy respirando es aire?
¿No debería recuperar mi
capacidad de asombro?
Salí para el bar con todas esas
ideas en la cabeza. Así era mi día siempre: de la Universidad a casa, de casa
al bar. Charlar con amigos, tomar cerveza. Qué básica, por favor. Me jactaba de
ser capaz de ponerlo todo en duda pero la verdad es que había olvidado el
rostro de los grandes padres de la filosofía. Crucé la calle y seguí caminando.
La realidad tiene carácter endeble, engañoso. Doblé en la esquina. Es necesario
poner todos los cimientos en tela de juicio, por sólidos que parezcan. Llegué a
la puerta de la cervecería. Todos mis amigos ya estaban adentro, riendo.
“Destruir para construir”, pensé. “Tirar abajo lo que todavía puede ser
derribado para alcanzar una firmeza que permita, eventualmente, edificar un
sistema de conocimiento nuevo, que ya nunca más se caiga”.
No sé bien por qué, pero ya no
pude abrir la puerta hacia lo conocido. Con cautela, me di media vuelta y
comencé a alejarme despacito.
De pronto, la idea de que la Tierra
fuera plana no me resultó tan descabellada.
FIN
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Siempre dije que el Barba de Arriba es un viejito bromista...
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La prueba definitiva...
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de humanos (o, la trágica molestia de existir)”; “No
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el amor tocó la puerta, yo había salido a comprar aceitunas”
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¿Es intencional el nombre de Sofía, que significa sabiduría? Sonaría como irónico, con su interés por un terraplanista, que la llevó a considerar que tal vez no sea un absurdo. ¿O es por que el nombre suena bien? Ambas opciones tienen sentido.
ResponderEliminarBuen relato, con distintos punto de vista.
Sí, todo es intencional, Demiurgo. Incluso el hecho de que Álvaro Soler tiene un tema conocido llamado "Sofía".
EliminarY... mira: http://www.yuanfangmagazine.com/tendencias/a-punto-de-partir/el-gran-canal-de-china/#
ResponderEliminarLos "ingenieros" no hicieron ningun cálculo con la "redondez" de la tierra... en fin..
Bueno.. lindo cuento Lu ! Me gusto.. Saludos
¡Ja! Guarda que el cuento, en algún punto, banca a los terraplanistas por no conformarse. Derecho a una legítima duda. =P
EliminarEspectacular cuento! Muy entretenido!
ResponderEliminarLo malo es que me fui al link del video de Landucci, y no se puede creerque le dediquen más de dos horas.
Avisales que el próximo encuentro lo realicen en Cirene (Libia) así le hacen esta vez honor a Eratóstenes.
Abrazo grande crack!
Me escuché todo ese video del flaco. Es espectacular (por lo vergonzoso). Una obra de arte de la comedia.
Eliminar¡Saludos!
“Cuando el pibe es demasiado lindo, o es gay o es terraplanista. No queda otra”.
ResponderEliminarJajajajaja. Morí con esa.