Para el ojo inexperto, el fallecimiento del ingeniero Lombardi en su
despacho parece un simple caso de infarto. Omar Ferrero, sin embargo, no cree
en las muertes tan oportunas. Cada detalle es una pista, cada irregularidad, un
susurro de la verdad. Una pluma y una firma pueden ser suficientes para
desenmascarar un despiadado crimen.
***
El policial detectivesco y el terror son mis géneros literarios, aunque no los practico lo suficiente en mi escritura. No sé bien por qué. A lo mejor me parece que son muy “de nicho” y que mis lectores más casuales no los van a disfrutar tanto como mis otros tipo de textos.
De todas formas, estoy tratando de revertir eso. Quiero volver a escribir ese tipo de cuentos de ciencia ficción, suspenso y horror que tanto me inspiraron mientras crecía. Mis primeras lecturas fueron Edgar Allan Poe y Manuel Peyrou, las compilaciones hechas por Borges y Lawrence Block y los cuentos de la Ellery Queen Mistery Magazine. ¡100% policiales!
Tengo muchas ganas de volver al policial detectivesco, que me parece el más difícil para escribir de todos. Con su firma basta es un intento –muy precario (vamos a decir todo)– de regresar a esas raíces detectivescas. Aprovecho a contarles que estoy empezando a confeccionar mi primera antología de relatos, que estará formada exclusivamente por este tipo de narraciones. Ahí fue el chismecito. =P
Volvamos a este texto. Formó parte del desafío del mes de febrero en Literautas (ya hablé sobre eso por acá). Debíamos escribir un relato de menos de 750 palabras que incluyera la frase “había una grieta en la pared” y estuviera contado desde un narrador testigo.
Mi relato pertenece, indudablemente, al género policial, con un énfasis en la investigación criminal. Tiene elementos clásicos del whodunit, donde el detective (en mi caso, Omar Ferrero) descubre la verdad a través del análisis meticuloso de pistas aparentemente insignificantes e inconexas.
Busqué que el estilo fuera conciso y dinámico, con un narrador en primera persona que funciona como observador y ayudante del detective. Su tono es cercano y directo, lo que facilita la inmersión del lector. Traté de armas descripciones precisas y detalles sugerentes, que van armando el misterio de manera progresiva.
La resolución mantiene un aire irónico y desencantado sobre la justicia y la naturaleza humana, lo que refuerza la atmósfera típica del policial negro.
El primer borrador no le gustó a mi amigo (y editor ad-honorem) Santiago
Scarlato. Si bien la introducción le pareció buena, la ejecución no pasó la
validación técnica. Y era cierto. La secuencia de hechos y elementos de la
escena del crimen generaba varios huecos… había claras incoherencias.
En esta nueva versión, ajusté la secuencia del asesinato para que sea
más clara y lógica. También afiné unos detallecitos para darle más color a la
historia. Si logré un buen relato o no, quedará bajo la mirada crítica, y
siempre incisiva, de mis adorados lectores. ¡Espero que lo disfruten!
***
“Con su firma basta”
Cuando
llegamos, el cuerpo todavía estaba tibio.
La
rigidez no había hecho lo suyo, pero el destino del ingeniero Fausto Lombardi
estaba sellado. Lo encontramos derrumbado sobre su escritorio. Tenía una pluma estilográfica
entre los dedos y una mancha de tinta en el dorso de la mano izquierda. Para el
ojo inexperto, la escena gritaba "infarto fulminante". Mi jefe, Omar
Ferrero, no creía en muertes tan oportunas.
Por
aquella época yo trabajaba como su ayudante para ganarme unos pesos. Conducía el
auto, registraba sus observaciones en una libreta, le sostenía el café (siempre
negro, sin azúcar). No era un gran sueldo ni un gran trabajo. Bastaba para
pagar el alquiler y mantenerme cerca de casos interesantes. Este, en
particular, prometía bastante.
El
despacho de Lombardi era un templo al orden: papeles apilados con
meticulosidad, estanterías simétricas y un reloj de péndulo que seguía marcando
el paso del tiempo sin inmutarse por la muerte de su dueño. Había una grieta en
la pared detrás del escritorio. No una gran fractura, ni algo evidente. Más
bien un trazo fino, como si algo hubiera golpeado allí de manera accidental.
Ferrero
me fue señalando otras cosas fuera de lugar y yo, fascinado, tomaba nota. Sobre
el escritorio, el expediente del testamento de Víctor Galimberti, un empresario
fallecido hacía semanas. La pluma que Lombardi sostenía no era la única: en la
papelera había otra, rota en dos, con el cartucho de tinta destrozado. Y en el
piso, junto a la pata de la silla, una pequeña cápsula de plástico.
—Llegué
hace una hora y lo encontré así —balbuceó Héctor Gualteri, abogado de los
Galimberti.
Alto,
de cabello grasiento y corbata torcida, se pasaba un pañuelo por la frente sin
disimular su nerviosismo. Aseguró haber venido a recoger el informe final sobre
la autenticidad del testamento. Al ver que el tipo no contestaba en el
despacho, ingresó y lo encontró muerto.
Corroboramos
la historia con el asistente del muerto, un tipo de manos temblorosas y camisa
arrugada que ababa de quedarse sin empleo. Nos explicó que Lombardi, el mejor
perito calígrafo de la ciudad, solicitaba no ser molestado durante sus
escrutinios. Llevaba horas encerrado, analizando la firma que decidiría el
destino de una fortuna.
Mi
jefe, Ferrero, examinó el cadáver y luego el reloj de péndulo. Estaba
descentrado. No necesité leer su mente para entender que alguien la había
golpeado al pasar. Le señalé la cápsula en el suelo. Parecía parte de un gotero
o de una ampolla de medicamento. Ferrero la tomó con un pañuelo y la olió.
Frunció el ceño.
Recién
entonces comenzó a hacer lo suyo. No era un tipo conversador e incluso a mí
apenas me dirigía la palabra. Lo vi examinar la pluma de Lombardi, la tinta en
su mano y la curiosa grieta en la pared. Luego, sin apurarse, firmó su propio
nombre en un papel con la pluma. Esperó unos segundos, se tocó la mano y
sonrió.
Ahí
estaba.
Ferrero
habló ante los presentes (el asistente, el abogado Gualteri y yo) para aclarar
la... sarcástica muerte de Lombardi. La pluma había sido impregnada con un
veneno de absorción dérmica. Bastaba con firmar algo y llevarse la mano al
rostro. Pero no era solo eso. Se acercó al cadáver y señaló la piel alrededor
de la mancha de tinta: estaba irritada, con un leve enrojecimiento. Eso lo
confirmaba.
—Fue
un trabajo meticuloso —dijo Ferrero—. Si bien no lo suficiente.
La
grieta en la pared lo explicó todo. En su último instante, Lombardi debió
sentir un mareo repentino. Intentó apoyarse en la pared, golpeándola con la
silla al inclinarse. Aquello descentró el reloj.
El
asesino tuvo que reemplazar la pluma original, explicó mi jefe, y rompió la
anterior para que no hubiera evidencia de que había sido cambiada. ¡Qué
picardía! En el apuro, se le cayó la cápsula.
—No
es un gotero de tinta —añadió Ferrero, sosteniéndola entre los dedos—. Es el
envase del veneno.
Ahí
estaba la clave. La tinta envenenada no había estado en la pluma desde el
inicio. Alguien había entrado, cambiado la pluma y vertido el veneno en el
cartucho en el momento justo. Luego, sin que Lombardi se diera cuenta, se
marchó.
Entrevistamos
a todos los que habían estado con el calígrafo en las últimas 24 horas.
Gualteri resistió por un rato. Finalmente, se confesó como autor del crimen. De
haber sido más meticuloso, o quizás un poco menos inexperto, habría logrado
salirse con la suya.
Esa
noche, mientras tomábamos una cerveza, le pregunté a Ferrero los motivos. ¿La
familia Galimberti no podía permitirse que el testamento fuera falso? ¿Cuánto
le habrán pagado a su abogado para volverlo un criminal? Ferrero se encogió de
hombros.
—Fortuna, venganza, algún negocio sucio, la
estupidez humana. Quien sabe.
El
testamento millonario de Víctor Galimberti se anuló, aunque eso no importó. Los
herederos encontraron otra manera de seguir enriqueciéndose. Gualteri logró
esquivar la cárcel. El mundo siguió girando, excepto para Lombardi, el hombre
que vivía para detectar falsificaciones.
La justicia es tirana. La ironía, inabarcable.
***
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desagradable profesión de Robert Heinlein”; “El
que las hace, ¿las paga? Antología de cuentos policiacos latinoamericanos”;
“Asesinato
entre amigos: una antología de cuentos de suspenso”; “¿Quién
fue el primer detective de la literatura?”; “Invitación
a un crimen: un cuento de Josh Pachter”; “Implacablemente
suyo”.
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