Hay toda una explicación
psicológica detrás de nuestro afecto por los videojuegos retro, y tiene que ver
solo en parte con la nostalgia por el pasado.
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Every journey begins with a choice
Cerrá los ojos. Bueno, no, no los cierres todavía. En todo caso, primero terminá de leer este párrafo. Tratá de recordar algunas imágenes de tu infancia. ¿Qué ves? A lo mejor algunos picaditos con los chicos del barrio o jugar a las escondidas. ¿Habrá por ahí bloques, soldaditos, tazos? ¿Juntabas figuritas en algún álbum, al ritmo de “late, late, late… ¡NOLA!”.
Yo recuerdo todo eso. Pero en mi memoria resuena más fuertemente la imagen de la morocha de Sega (la Genesis de 16 bits), mi habitación y una tarde de puro vicio con mis hermanos.
Le doy a los videojuegos desde que tengo uso de la memoria. Primero fue en la vieja PC de escritorio XT-386 con un disco de 10 mb de almacenamiento y 512 kb de memoria. Cuando la máquina arrancaba, parecía una turbina. El disco sonaba con un “tac, tac, tac, tac, tac” y la pantalla tenía una muy limitada gama de colores con MS-DOS corriendo de fondo (¡ni siquiera un Windows 3.11!).
En aquella computadora jugábamos al primer Doom, al F-15 o al hermoso Stunts, entre otras reliquias del abandonware. Luego pasamos a la Family Game (como todo buen argento). Eventualmente, una gloriosa Navidad de finales de los noventa, Papá Noel se la jugó con una ostentosa Sega Genesis con varios títulos que pronto se volverían clásicos.
Todavía me acuerdo de la música
con la que inicia el Sonic 3,
terminar aquel engorroso segundo nivel de El Rey León o el A-C-ARRIBA-B-ARRIBA-B-A-ABAJO del Ultimate Mortal Kombat 3. Épocas
gloriosas, sin apuros ni deudas con el banco. Sin las responsabilidades de ser
padre, docente o esposo.
La infancia era eso. Una comidita
rica de la abuela, unos pesitos para el kiosco de la escuela o los dibujos
animados del sábado por la mañana. Y, en el medio, aparecían los videojuegos
como un alimento más reconfortante que cualquier plato de fideos con tuco.
La psicología de la nostalgia
Aquello que fue novedoso en los ´80 y ´90 hoy es considerado “retrogaming”. Y se siente bien. Te alegra volver a percibirte como un niño. Como adultos, tenemos todas estas responsabilidades y ansiedades, y si es posible encontrar una manera de olvidarte de eso (aunque sea por un ratito) dale que va.
La psicología se ha encargado de estudiar por qué nos fascina, de grandes, volver a jugar aquellas joyas del pasado. Jugar videojuegos antiguos —o, al menos, diseñados para parecer retro— transporta al jugador, remontándolo a épocas más sencillas donde jugar era divertido.
Desde el punto de vista filosófico, el concepto de la nostalgia parece obvio. Ves un juego al que le metías cuando eras niño y, automáticamente, tu cerebro evoca recuerdos felices. Ser niño y abrir ese nuevo juego pixel-art o consola en Navidad era, para muchos chicos, el epítome de la felicidad.
Para mí fue la Sega Genesis, para otros habrá sido la Super Nintendo o la primera Playstation.
Poke-Benja jugando a las consolas y PC´s retro de Espacio TEC
Pero, abramos el telón: ¿por qué tu cerebro quiere jugar a ese juego viejo, exactamente? Los videojuegos retro tienen un doble atractivo: propiedades intrínsecas y extrínsecas que explican su popularidad. Por un lado, los aspectos intrínsecos tienen que ver con la jugabilidad clásica que la convierte en una experiencia atemporal, como el ajedrez.
Luego tenemos los aspectos
extrínsecos del juego, donde se asocia con experiencias pasadas positivas, en
términos de personas y lugares, lo que lo convierte en un desencadenante de
emociones positivas. Una combinación de ambos factores es lo que está
impulsando el renovado interés en el género retro.
La búsqueda de una respuesta emocional
Esto es un gran ejemplo de lo que sucede cuando el sistema de memoria y el sistema de recompensa del cerebro trabajan juntos. Gravitamos hacia los videojuegos retro porque buscamos un desencadenante conocido para una respuesta emocional positiva. Los varios estudios han confirmado que los videojuegos activan las vías de recompensa (los centros de placer) del cerebro.
En la actualidad existen museos en todo el mundo (guiño guiño) dedicados a capturar la historia y experiencias de los primeros años de los videojuegos. Son lugares de encuentro tanto para niños como adultos; aunque -seamos honestos- los más grandes muchas veces van solitos.
Luego de haber sobrevivido a una pandemia mundial (y el posterior aumento en síntomas de ansiedad y depresión) no es de extrañar que muchos encontremos consuelo en los juegos más antiguos y de aspecto retro.
Hay cierta mística en el gaming de la vieja escuela. Ya saben… no tener más de tres vidas, un sistema de puntuaciones numérico y una dificultad endemoniada que enseña paciencia y determinación.
Cada quien tendrá sus formas de hallar la felicidad. Para varios de nosotros, se presenta en forma de estos videojuegos retro. Un bienvenido respiro de un mundo caótico, experiencias lúdicas más simples (no necesariamente más fáciles) que son capaces de perforar el corazón e infundir una alegría tan rara como perfecta.
“It’s dangerous to go alone! Take this.”
Nota originalmente publicada en el blog de Espacio Tec.
Me gusta la foto familiar en Pringles 2014.
ResponderEliminar¿el señor peronista del fondo con su copa de vino es Alfred? Si le pifié puede no contestarme.
Tengo muchos recuerdos de la infancia, de objetos, de juegos y situaciones callejeras, pues fui un niño que jugaba mucho en la calle. Pero también tuve muchas consolas (no simultáneas), vendía la que ya pasaba de moda en un local del barrio y poniendo guita me daban la del momento.
El recuerdo más increíble sobre videojuegos que tengo es cuando mi viejo cayó con la Commodore 64. Creo que debía ser 1990, tal vez el 91. Me quedé hasta la madrugada jugando, ¡no odía creer cómo los videojuegos que yo apenas había tocado o visto desde lejos, los tenía en casa!
Debo ponerlo en contexto: los lugares donde había fichines, maquinitas, arcades eran: en Capital Federal, yo vivía y vivo en el conurbano, donde por alguna extraña ley o porque decía que era un rejuntadero de malandras, los salones de videogames estaban prohibidos. Claro, de adolescente me di cuenta que existín de modo pseudo legal.
También los había visto en la Costa, pero eran 15 días y se esfumaban.
En fin, qué recuerdos. La Commodore la di, puse guita y me dieron el Family, (en ese punto algunos amigos tenían a la vez PC, yo no hasta entrado el siglo XXI), el cual luego por el mismo procedimiento reemplacé por la Sega (en ese punto recuerdo lo mío como una escisión, vairos de mis amigos que se quedaron en Nintendo y tuvieron la Super Nintendo o la Game Boy) y luego la Play 1, 2... y de ahí en más sólo juego cuando visito a alguien, me pasó la vida por arriba ajajajaja
Abrazos, crack!
En efecto, aquel señor peronista es Don Alfredo. Hoy está todavía más pelado, y más gordo.
EliminarAmo estos recuerdos de la infancia donde todo parecería que era más fácil.
PD: en Neuquén (de donde soy y adonde me crié) también estaban prohibidos los arcades/fichines. Mala junta, puaj. Sólo se disfrutaban en la costa. ¡Pero cómo se disfrutaban!
Abrazo, genio.