El fin del
mundo y un despiadado País de las Maravillas representa la primera gran
decepción del año. Es un libro innecesariamente largo con el que no logré
conectar. ¿Por qué no disfruté la lectura de esta obra de Haruki Murakami? Bueno, para eso existe esta nota, ¿no?
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Como el 99% de los lectores que se sumergen en
Murakami, conocí al autor con Tokio Blues
(“Norwegian Wood”, según el título
original). Fue una novela que me gustó muchísimo y que tuvo su
reseña en el blog, allá por el año 2014.
Al año siguiente encaré Al sur de la frontera, al oeste del sol. Una novela que, si bien repite
ciertos temas con Tokyo Blues, es
igualmente satisfactoria y se convirtió en una de mis lecturas favoritas del 2015. Pueden leer mi
reseña por acá.
Así que tenía mucha expectativa por El fin del mundo. El título es, de por
sí, muy llamativo. Además, el libro se inicia con un fantástico mapa de una
misteriosa ciudad. Por ese motivo, esperaba una gran novela de fantasía épica
(que es como me la vendieron) con cosas locas sucediendo, grandes misterios y
todo un mundo extraño por conocer.
Con lo que me encontré fue con un relato que no va
para ningún lado, una premisa fascinante que termina siendo mal ejecutada, hilos
argumentales que quedan en la nada y un enfoque demasiado descriptivo donde hay
páginas y hasta capítulos enteros donde no ocurre nada.
En serio, hay porciones enteras de la historia que
las podés quitar y no te cambia absolutamente nada. Hojas enteras del
protagonista contándote con lujo de detalle lo que está haciendo, caminando de
un lado a otro o directamente no haciendo nada. La descripción híper detallada
(e híper molesta) de Murakami, en esta oportunidad, me quitó completamente el
interés.
Pero no quiero adelantarme, arranquemos por el
principio.
¿De qué va
la historia?
El argumento se construye a partir de una narración
dual bien marcada. Por un lado –en los capítulos impares– tenemos un despiadado
País de las Maravillas, que no es más que Tokyo en un futuro que no parece tan
alejado al nuestro (o tan alejado a los años ´80 en los que se desarrolla la
historia).
Allí, un informático encargado de computar datos en
su cerebro (a partir de una técnica conocida como “shuffling”) es contratado
por un viejo y excéntrico científico para una tarea secreta relacionada con la
manipulación de la conciencia.
En el medio, el apático, insensible, cerebral e
insoportable protagonista (que parece sacado de una novela de Albert Camus, debido a su personalidad y
visión del mundo) se encuentra accidentalmente entre el Sistema (organismo
gubernamental) y los rebeldes conocidos como "semióticos" (sociedad
al margen de la ley) en una guerra por el control de la información.
Dicho sea de paso, prácticamente ni llegamos a
conocer a nadie del Sistema o de los semióticos. Tampoco terminamos sabiendo
mucho sobre los Tinieblos, criaturas extrañan que viven en las alcantarillas de
la ciudad. Todo lo que nos llega de estos antagonistas proviene de la
narración.
Se cuenta, nunca se muestra. Lo que para mí fue un
error.
Esta sección del relato es un sci-fi pincelado con
toques de comedia negra (que, sinceramente, no es divertida) y un muy ligero fondo
de policial negro.
En mi opinión, resulta la parte más frustrante de
la novela. No sólo porque el narrador-protagonista es muy poco querible, sino
también porque acá es donde se pierden más cantidad de páginas para no llegar a
nada concreto y/o realmente interesante.
O sea, lo entiendo. LO ENTIENDO. La tendencia hacia
el detalle mínimo e insignificante, hacia las cosas cotidianas más irrelevantes,
hacen que el héroe de Un despiadado País
de las Maravillas sea más cercano a un ser real a quien podemos comprender.
Murakami presenta misterios que nunca resuelve,
evita la acción, se enfoca en tiempos muertos, en divagues, en pensamientos
corrientes. El lector queda atrapado en esa fatalidad de indiferencia que el
narrador emana. Es la desesperanza ante la vida, la inevitabilidad de la
muerte, el absurdo de la existencia.
Pero no me banco capítulos eternos y enteros donde
la narración no avanza hacia ningún lado en una historia que, desde el
principio, promete un viaje fantástico por un mundo nuevo, secretos y
conspiraciones.
La otra mitad del libro –capítulos pares– tiene
lugar en una ciudad amurallada conocida como "El fin del mundo". El
género acá es de fantasía pura, completo con lectores de sueños, bestias
doradas, sombras que tienen su propia existencia y bosques encantados. Si la
novela hubiera sido una historia específicamente basada en este mundo, me
habría gustado mucho más.
En este Fin
del Mundo, un recién llegado a la ciudad no tiene memoria de quién fue
antes y fue despojado de su sombra por el Guardián. Su trabajo adentro es leer viejos
recuerdos que viven en los cráneos de las bestias (unicornios).
Mientras que su sombra le encomienda en privado que
pueda completar un mapa de la ciudad para elaborar un escape, el protagonista
va relacionándose con los distintos habitantes de la ciudad.
***
#SpoilerAlert
A
partir de este mundo se revelan cuestiones fundamentales de la trama.
***
Error 404: conexión no
encontrada
Me cuesta creer que una historia fuertemente atada
a la temática de la conciencia y la identidad (soy un gran amante de la
literatura de Philip K. Dick), con un
Lector de Sueños, mitológicas bestias doradas, peligrosas conspiraciones,
sombras que susurran y toda una enigmática ciudad amurallada haya fallado
conmigo.
Lo cierto es que nunca logré conectarme del todo.
Repito: todo lo que sucede en el Fin del Mundo es
atrapante y está bien contado. Creo que donde flaquea es, irónicamente, en el
costado más “realista” de la historia. Siento que la premisa que tiene la
historia es muy buena, pero la ejecución falla terriblemente.
Un título
apropiado
El fin del
mundo y un despiadado País de las Maravillas es un título indudablemente
adecuado.
Realmente son dos historias separadas que pueden
leerse de forma independiente hasta los últimos capítulos. Incluso hasta creo
que pueden leerse de forma independiente y punto, porque los entrecruzamientos
entre ambos mundos son sutiles y muy chiquitos.
Son 40 capítulos (20 para cada narración) y la
verdad es que no se fluye de uno a otro de forma orgánica. Los cambios de mundo
no tienen mucho que ver con lo que vimos en el anterior. A un capítulo de una
historia le sigue otro de la otra historia, así como quien no quiere la cosa.
El elemento aglutinante es que en ambas tramas hay
cráneos y aparece la figura mítica del unicornio (animal que nos remite,
innegablemente, a Blade Runner, y con
eso de vuelta a Phillip Dick, quizás una inspiración para esta obra).
Long story
short, resulta que el mundo fantasioso está realmente en la cabeza del
protagonista de Tokyo. El científico que lo contrató fue también quien, años
atrás, experimentó con él. Colocó todo un sistema en su mente, conformando una
historia viva y llena de imágenes que va tomando forma gracias al propio
inconsciente del informático. Es el Fin del Mundo.
Este mundo está diariamente encriptado (amurallado)
en la cabeza del Calculador, sin que él mismo tenga noción de ello.
(Nota de color: en un momento me pareció que podía ser que fuera al revés, que el mundo fantasioso fuera el real. Lamentablemente, Murakami nunca se la jugó por ese giro argumental que, en mi opinión, habría sido más jugoso).
A través de la charla con el científico, el
narrador descubre que sus “circuitos normales” se van a desintegrar, quedando
sólo este circuito mental que contiene al Fin del Mundo. Es decir: le quedan
unas pocas horas de vida, pero va a vivir eternamente dentro de aquel mundo
subconsciente. ¡Pero, che, por lo menos va a ser una vida eterna, de puro
pensamiento!
«No
estaba particularmente atemorizado por mi propia muerte.
Como
dijo Shakespeare: muere este año y no tendrás que hacerlo el año que viene.»
Esta loca idea es bastante original y está bien
propuesta. Uno de los conceptos interesantes que tiene la novela.
Dos niveles
de la conciencia
Todas estas temáticas que presenta sobre la
identidad y la consciencia son, ciertamente, fascinantes. Y, como toda buena
ciencia ficción, genera más interrogantes que preguntas concretas. No es esto
lo que me molestó de la novela.
Lo que no pude aguantar es que la porción del “Tokyo
sci-fi” es bastante inaguantable. Es paradójico que la sección fantasiosa del
libro sea mucho más creíble, emotiva y esté mejor narrada que la otra. Si fue
una decisión consciente del autor, yo no pude distinguir la intencionalidad. En
cambio, me queda la sensación de que mitad del libro está bastante mal escrita.
Los capítulos de El Fin del Mundo son (¿irónicamente?) prosa lírica, con
motivaciones de personajes creíbles, simbolismos muy atractivos y una lógica
que, si bien surrealista, siempre se mantiene coherente con sus propias reglas.
Pero basta de quejarme. Hablemos de los dos niveles
de conciencia.
Uno de los aspectos interesantes del libro es cómo
la forma se adapta al contenido. La división en dos mundos completamente
diferentes imita, en algún punto, al mismo acto de la encriptación, tanto en el
aspecto visual como en el estilo de la prosa.
Déjenme explicarme. Para facilitar la lectura,
llamemos a los dos mundos FDM (El Fin del Mundo) y DPM (Un despiadado País de
las Maravillas).
DPM es sucio, urbano, moderno, lógico, cínico.
Parece estar basado en el lado derecho del cerebro, la lógica racional,
matemática. La prosa recuerda a Hemingway,
con ese nivel insoportable de detalle al que ya hice referencia. Capítulos
largos, interminables, descripciones profundamente pormenorizadas..
En cambio, FDM es todo símbolos. Hay una comunión
evidente entre mitología y naturaleza. Los capítulos son más cortos, concretos,
la prosa es más barroca, centrada más en las emociones y en los lugares que en micromovimientos.
Mientras que en el mundo real estamos hojas y hojas
con el narrador contándonos que se compró un cortaúñas y cómo se cortó cada una
de las uñas, o por qué le gusta tener sexo con chicas gordas (aunque no
siempre), o cada paso que hizo en su departamento (lavarse los dientes, colocar
un disco, servirse un whisky) en El Fin
del Mundo ese tipo de acciones se omiten.
Configurando los capítulos entre DPM y FDM, el
lector va saltando desde un lado a otro del cerebro –desde un lado a otro de la
conciencia– del mismo modo que lo hace la información al ser encriptada.
Es un proceso, en algún punto, similar al que realiza
nuestro cerebro cuando procesa información real y nos la muestra en forma de
sueños locos. Este concepto me pareció destacable.
Sobre los personajes
sin nombres
Otro aspecto curioso de la novela es que ningún
personaje tiene nombre propio. El narrador no tiene nombre y cada personaje
secundario es llamado por una características física o su actividad: el
Guardián, la Sombra, la Chica Gorda, la Bibliotecaria, etc.
Quizás sea una forma de que las temáticas de la
historia tengan una aplicación más universal. Sin embargo, los personajes son
descriptos con demasiado detalle, y con un sentido realista, como para que no
tengan un nombre por capricho.
Creo que hay intencionalidad en esto también. El
gran tópico del libro es la “identidad”. Así, la falta de nombres crea un
interesante juego en la búsqueda del yo. Eliminar los nombres es también una
forma de esconder la revelación de que los dos narradores son la misma persona.
Un giro argumental que llega sobre el final del libro (aunque, honestamente,
uno lo puede ver venir desde mucho tiempo antes).
Este tipo de sorpresa argumental ya la había visto
en ese hermoso videojuego de aventura gráfica que es Gemini Rue, que reseñé
en el blog hace un tiempo.
De hecho, parece que no dar nombres a sus
personajes es una marca registrada del autor, un dato que yo desconocía. En
efecto, los dos otros libros que había leído de él son posteriores y ahí ya había
empezado a nombrar a sus personajes. Pero en la mayoría de sus obras, Murakami
elige dejar a todos sus personajes sin nombre propio.
Palabras
finales
En El fin del
mundo y un despiadado País de las Maravillas, Murakami plantea preguntas
intrigantes que nunca obtienen respuestas claras. Al hablar de conceptos
filosóficos, no tengo problema con que las respuestas no estén servidas en
bandeja. Ahora, cuando una trama promete mucho al principio para no entregar
nada al final, lo veo como una traición hacia el lector.
Como muchos de los trabajos del autor, esta es una
obra de tinte existencialista. No se preocupa por el argumento, sino por
tematizar el absurdo frente a la vida. En lo personal, creo que otras obras de
ficción lo han sabido trabajar con más soltura, y no necesitaron quinientas
páginas para hacerlo.
«¿Cómo
es que el sol continúa brillando? ¿Cómo es que los pájaros todavía cantan?
¿Acaso
no lo saben? ¿No saben que ha llegado el fin del mundo?»
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=>> Otros RESEÑAS LITERARIAS en el blog: “Tokio
Blues, una novela de Haruki Murakami”; “Al
sur de la frontera, al oeste del sol”; “Demian,
una novela corta de Hermann Hesse”; “El
viejo y el mar: orgullo y determinación”; “El
amante japonés, una novela de Isabel Allende”.
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Llegué hasta el Spoiler. Yo no conecto con Murakami, es un esritor paralelo a mi mundo. Leí Tokio Blues y no me paso nada.
ResponderEliminarLo que si me gusta es que hagas entradas con NO recomendaciones , con decepciones o con cosas que no te han gustado
Es algo que sigo sin aprender
Abrazo!
Es que aunque un libro (o una peli, o cualquier obra de ficción para el caso) no me gusta por cómo se relaciona con mi historia, no significa que no tenga cosas destacables. De hecho, con este libro intenté hacer eso. Si bien no me gustó, creo que tiene varias cuestiones interesantes (que son las que destaco).
EliminarPD: (leí tu nota sobre el inspector Wallander. Ahí me agarraste desprevenido. Ni siquiera lo tenía en mi radar de lector. Me lo agendé).