La salida de Buenos Aires
Odio
Buenos Aires. Y creo que Buenos Aires me odia a mí. Quizás algún día hagamos
las pases.
No
solo el colectivo se demoró dos horas adicionales en llegar a Retiro (desde Bahía Blanca) sino que
además la electricidad del subte “A” se cortó y terminé esperando a mis viejos
en un bar (“Casablanca”). La cuestión
es que llegué a la casa de mis hermanos 4 horas más tarde de lo deseado. El
calor, el celular sin carga, el peso de mis dos mochilas, la ansiedad.
Todo apestó. Lejos de ser Humphrey Bogart, me sentí más Sam, el
pelotudo que se la pasa tocando el piano esperando que algo lo saqué de aquel
intimidante país.
Pero
vayamos desde el principio, remontándonos a unos días antes.
Los
últimos días antes de partir fueron caóticos. En el trabajo me daban latigazos
laborales y mi cabeza solo estaba en mis pendientes. Un compañero de laburo me
prestó dos adaptadores para Europa (ver
imagen) y por suerte allá manejan el mismo voltaje (220v) y frecuencia que nosotros en Argentina, así que no preciso
adaptador.
Es una tranquilidad llegar a un país nuevo sabiendo que los enchufes
van a andar, así que eso recomiendo que lo revisen antes.
Armé
una improvisada lista que tenía sabor a poco.
Todos los que aconsejan armar la
mochila aconsejan: “si podés vivir con
esa ropa por 2 semanas, lo podés hacer por 2 meses”. Con esa idea en mente,
incluí lo estrictamente necesario y –aunque dolió– tuve que dejar atrás mi
almohadita, un jogging y una camiseta extra. Al final terminó pesando poquito más de 10 kilos, lo cual está
más que bien.
En cuanto a cómo armarla, hay páginas enteras que explican cómo
ubicar las cosas en la mochila según el peso y cómo acomodarla, pero un resumen
es esta imagen debajo.
Cómo acomodar una mochila de viajero en 3 simples pasos.
Mi
botiquín / neceser incluye Refrianex, Bayaspirina C, Cafiaspirina, Ibupirac y
las infaltables pastillas de carbón. Además llevo unos shampoo en sobres, y jaboncitos.
Mi desodorante es de bolita (más chiquito y práctico) y el perfume es una
imitación barata que anda al pelo. Además metí mi afeitadora eléctrica (aunque
no creo usarla), un toallón, la pasta de dientes y el cepillo para completar
“lo de baño”.
Llevo
un mate súper simpático que me regaló mi novia. Es de losa, azul, chiquito y
con dos orejitas. Y medio kilo de yerba Unión
(sí, eso fue un chivo). También me traigo conmigo dos libros viajeros. Ya
arranqué “La insoportable levedad del ser”
(de Milan Kundera) y tengo que decir
que viene MUY bien. Absolutamente adictivo. También traigo a Adolfo Bioy Casares, que me va a
acompañar con “Dormir al sol”. En
formato ebook tengo algo de lectura más ligera: “This book is full of spiders”, de David Wong. Todas estas novelas van a tener su review en su
momento.
Otro
peso extra de la mochila son los alfajores Havanna para la familia que hospeda
a mi hermano en Eslovenia. La idea
es ganarme su corazón desde el vamos.
No
quiero repasar toda la lista de cosas que llevo, pero sí comentar (para quienes
piensen en hacer un viajecito de este estilo) algunas cosas. Primero: lleven
liguitas y cinta de papel. Para cerrar cosas no hay nada mejor, y uno nunca
sabe cuándo puede llegar a precisarlas (“¡Lo
atamo con alambre... lo atamo!”). Otro detalle es el de traer candados (yo
tengo dos de diferentes tamaños). Salen dos mangos y en los hostels te los
suelen cobrar. En una carpeta con folios tengo toda la documentación y data de
los lugares en los que voy a estar, seguro médico, pasaje, etc. Llevo ojotas.
Por más que haga frío invernal en Europa, para irse a bañar o estar en un
hostel, siempre vienen bien.
Créanlo o no: la gente también se
viste en otros países,
así que supongo que si me falta algo de ropa, la compraré allá. Estoy llevando
lo mínimo indispensable, 2 jeans, 3 remeras, 3 camisetas, 3 buzos, etc. A mi
llegada a Roma necesito hacerme con unas zapatillas impermeables porque,
aparentemente, lo que me espera en Eslovenia es esto:
Lo que me espera en Eslovenia, parte I.
Lo que me espera en Eslovenia, parte II
El
itinerario que
presenté en el post anterior sufrió una leve modificación. Mi amigo Ángel
(que ya está en Europa, en España más precisamente) se vuelve unos días antes,
así que estaremos visitando Croacia
antes de lo previsto. Pero sobre la marcha lo iré aclarando.
En
este momento estoy en Ezeiza, a
minutos de embarcar en el avión. Hago un corte acá y lo que sigue será desde el
hostel en Roma, al que espero encontrar la manera más económica de llegar.
***
El aeropuerto de Frankfurt
OK,
sigo.
¿La
gente de los aeropuertos sabe cuánto valen las cosas... tipo... en cualquier
otro lugar del mundo? En serio. Un sándwich 3 euros, café 2.50 euros, ¡una
camisa 90 euros! OLVIDATE. Pero en fin. El viaje largo (Buenos Aires –
Frankfurt) fue muy relajado. Una buena cena (a las 7 pm) y un buen desayuno (8
am).
Solamente
el vuelo fue un poco turbulento, y por las noches una pendeja no dejó de
llorar. Tenía ganas de tirarla sin paracaídas. Al lado tuve a una pareja de
viejos alemanes con los que hablé, amablemente, lo justo y necesario.
El
centro de entretenimiento (pantallas personales) tenía de todo: series, música,
películas, etc. En un principio me sorprendí que todo en el avión estaba en alemán:
instrucciones, revistas, etc. Después dije: “Claro, obvio. Lufthansa es la aerolínea alemana”. Tenía sentido. Soy Sherlock Holmes. De hecho, el
centro de entretenimiento estaba en alemán pero logré cambiarlo a inglés. Me vi
“Whiplash” y “The Signal”, ambas muy buenas. También vi un capítulo de Brooklyn Nine-Nine que me pareció
divertido.
Además
la pantallita tenía cámaras externas. Podías ver debajo del avión y delante. Para el despegue y el aterrizaje fue
increíble. Nunca deja de sorprenderme el nivel de ingeniería de la aviación
y la precisión que tienen los aviones. O sea: a veces se me complica orinar y
apuntar al inodoro, y los aviones comienzan a descender a la velocidad y en el
momento justo para enganchar el principio de la carretera de aterrizaje.
Impecable.
Y
llegué a Frankfurt en tiempo y
forma. En la ciudad había nevado recientemente y el frío golpeaba fuerte como
padrastro borracho. Por suerte, siempre previsor, tenía mi campera de invierno
a mano que venía cargando desde Buenos Aires. Pregunté 3 o 4 veces en
diferentes tramos de los trámites para asegurarme que estaba tomando el vuelo
de conexión a Roma correcto. Tengo historia de haberme pasado de largo o
directamente haber viajado a lugares equivocados.
Llegada a Roma
Roma
era un quilombo, y estaba fresquito. Pagué 5
euros para subirme a un bus de 45 minutos que me dejaba directamente en la
estación de trenes Termini (de ahí, 5 cuadras del The Yellow Hostel). En las afueras, Roma no es muy distinta a
Buenos Aires: carretera y campo. Pero cuando pasamos una muralla en ruinas, el
paisaje cambió completamente. ¡Esa era la Roma que quería ver!
Cuando vibrara esta mierda iba a tener mi habitación disponible en The Yellow Hostel.
Sentí que esperaba un transplante de corazón.
Ahora
ya me ubiqué en el Hostel y estoy con una cerveza en el bar de enfrente. Se
confundieron y nos pusieron con Ángel en una habitación de 6 en lugar de una de
4, así que para compensar mañana nos pasan a una privada (gratis). Charlé con
un mexicano y una brasileña que andaban por ahí. Hay varios argentos (un grupo
grande) y gente de todos lados. Llueve, y me da paja salir, pero me voy a
calzar el poncho y hacerlo. Son las 6:14 pm (en Argentina las 2:14 pm). Me voy
a recorrer el centro. Chau.
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I: Mi itinerario”
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Me parece que esta es tu entrada más irónica. Toda buena historia de viaje tiene que arrancar puteando a la estación de Retiro o alguna linea de subte... pareciera que trae buena suerte arrancar así
ResponderEliminarCon el chivo ese me diste ganas de tomar mate.
Esperaré la reseña de "La insoportable levedad del ser".
Buen viaje!
¡Perdón por el cuelgue! Se me hace difícil contestar todo con tanto viaje. Me hiciste reír bastante con el comentario, y pronto saldrá la crítica de la novela (que está muy buena, por cierto). ¡Abrazo!
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