Verano 2024. Home-office. Lupa intenta trabajar desde su habitación mientras sus hijos juegan tranquilamente en el living. Entonces, un llanto desaforado de uno de ellos quiebra el equilibrio, exponiendo una escena del crimen y una discusión metafísica.
La
réplica incomprendida está anclado en una experiencia real
y es el relato #66 de los publicados en el blog. ¡Ojalá lo disfruten!
***
“La réplica incomprendida”
(Luciano
Sívori)
Uno de los más oscuros infortunios tiene que
ser el de tener que soportar el verano entre cuatro paredes, con los dos
infantes bestiales fuera de la escuela -desplegando su natural intensidad- y
lidiando con el constante: "pa, estamos aburridos".
"Pa, estamos aburridos."
"¡PA, ESTAMOS ABURRIDOS!"
De vez en cuando, Benjamín y Mateo logran
encontrar algún pasatiempo que los distrae lo suficiente como para que yo pueda
llevar a cabo una mísera reunión virtual, completar alguna tarea de
configuración o cerrar un par de tickets pendientes. En esos escasos momentos
de glorioso silencio, tal vez uno pueda ordenar sus pensamientos, aunque solo
sea hasta empezar a preocuparse de que todo está demasiado silencioso.
En uno de esos ardientes mediodías veraniegos,
llevaba cerca de treinta minutos trabajando en mi computadora desde la
habitación sin escuchar ni el zumbido de una mosca en la casa. Mi esposa había
salido a realizar algunos trámites, o a comprar ropa. O ambas cosas. Me encontraba
solo con las bestias y les había rogado que se entretuvieran sin causar
demasiado alboroto, ya que necesitaba atender algunos asuntos urgentes de
trabajo.
La semana laboral llegaba a su fin con
relativa tranquilidad. Planeábamos escaparnos a la playa el sábado, donde, sin
duda alguna, tampoco podría descansar mucho. Meditaba sobre aquel modesto plan
de fin de semana cuando fui interrumpido por un llanto desgarrador, entrelazado
con un grito de angustia.
—¡Papaaaaa, vení!!
Era Benja.
Corrí desesperado hasta el salón donde él y
Mateo estaban jugando. Lo que mis ojos presenciaron fue algo que solo puedo
describir como una implacable escena del crimen. Benjamín lloriqueaba en una
esquina mientras Mateo permanecía sentado en el sofá y señalaba algo en el suelo.
Una cantidad considerable de bloques de
construcción se encontraba desparramada por todos lados.
Pedí una explicación. Entre lágrimas, Benja me
explicó que había pasado mucho tiempo construyendo un barco con bloques. Al
parecer era el barco más grande que jamás había creado, con una cubierta
espaciosa, un mástil alto ondeando una bandera flamante y asientos cómodos para
todos los pasajeros. Benjamín lo había construido desde cero. Mateo, que aún
tiene tres años, lo había destruido de un solo golpe.
No hubo malicia en el crimen. Mateo solo
quería jugar con el barco y se le había escapado de las manos. Al menos, aquello
fue lo que mi hijo menor pudo explicar entre gestos, ya que aún no se comunica
con normalidad. Le propuse a Benjamín volver a armarlo, y eso lo calmó un poco.
En este momento del relato debo mencionar que Benja
aspira a ser youtuber cuando sea grande. Ya está practicando algunas
filmaciones y finaliza cada intento con “denle like y suscríbanse”. Aquella
aspiración había vuelto a mi hijo más precavido. Estábamos de suerte: Benjamín
le había tomado varias fotos al barco antes de que partirse en mil pedazos. Su
plan era concebir un tutorial que enseñara a construir un barco de bloques paso
a paso. Iba a ser un elaborado reel de Instagram. El mejor de su corta carrera.
Pero necesitaba su embarcación finalizada para unas tomas finales.
Como la idea me pareció ingeniosa, decidí
darle una mano.
Estudié las imágenes que tenía a mi
disposición y arranqué con paciencia, juntando exactamente los mismos bloques
(en tamaño y colores) hasta armar una réplica exacta. El barco me quedó perfecto.
Revisé todas las fotos que Benja había tomado con su celular. Era el mismo.
Y, sin embargo… Benjamín no estaba satisfecho
con el resultado. Miraba mi embarcación de juguete de arriba a abajo, de
izquierda a derecha, de cerca y de lejos.
—¿Qué pasa, Benja? ¡Si es el mismo barco!
No soy especialmente hábil en el mundo de la
construcción. No puedo cambiar un cuerito de una canilla ni hacer un mínimo
arreglo eléctrico en casa. Pero estaba orgulloso de mi trabajo. ¿Por qué mi
hijo no podía ver lo mismo que yo?
Finalmente, me lo explicó.
—Es que, papá, no me entendés. Ese barco no es
el original. ¡Es una copia de mi imaginación!
Me dejó pensando. Comprendí adonde quería
llegar, pero la situación era todavía más grave. La decepción de Benja, su
tristeza incluso, podían remitirse al hecho de que no sólo mi barco no era el
original, sino que tampoco el suyo. Benjamín no había construido un barco de
bloques desde cero. En todo caso, lo había imaginado desde cero, para luego replicarlo
en nuestra realidad al construirlo la primera vez. Así, y hasta el fin de los
tiempos, cada nueva réplica será una copia lavada, deslucida, gastada, del
barco que una vez imaginó.
Ya no pude seguir trabajando. Puse el agua para unos fideos.
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No es nada facil volver sobre tus pasos !!!!
ResponderEliminarMuy bueno!!!
ResponderEliminarNo me lo vas a creer pero lo estuve leyendo mientras Celeste me tiraba del pantalón (short de San Lorenzo, por el clima de Bs As) al grito de ¡a jugar! ¡a jugar!
Este relato, y la situación, que tienen mucho de filosofía de la imagen, de existencialismo, y hasta te diría que de metafísica, no hace más que llevarme a pensar "¿cómo lo hace?", casi como si fueras un dios griego en tus múltiples facetas.
Abrazos, crack!
Jajajaja, qué aparato que sos.
EliminarMe encanta el nombre de tu hija. Por cierto, ¿jugaste Celeste? JUEGAZO.