Uno de los tópicos más fascinantes de la literatura
es el origen del género policial, sin duda uno de los más modernos. No suele
existir gran discrepancia a la hora de afirmar que fue Edgar Allan Poe quien creó el policial como género literario e
intelectual. Todos los artículos especializados y profesores de Letras lo han distinguido
por “Los Asesinatos de la Calle
Morgue” y su detective, Auguste
Dupin.
De él, y de Poe, y del género policial, ya he
hablado antes en el blog, por ejemplo
acá
y
acá,
y también por
acá.
Pero hay un debate respecto a los verdaderos
orígenes del género, sus rastros genéticos. Walter Benjamin, Foucalt,
Borges, Todorov y muchos otros investigadores se han introducido en el
agujero de conejo para intentar responder a preguntas tales como: ¿quién fue el
primer detective? y ¿dónde se hallan los primeros textos que dan cuenta del
procedimiento policial?
Y lo loco es que algunos no están tan convencidos
de que Dupin (un intertexto de lo que después serían Holmes, Hércules Poirot,
el padre Brown de Chesterton, Philipp Marlowe de Raymond Chandler)
haya sido el primero en resolver un extraño asesinato a través del uso del
razonamiento.
Todos nacen como personajes de aquel detective, Auguste Dupin,
pero Edgar Allan Poe también se había interesado en una novela de Dickens, “Barnaby Rudge” (1841),
que contiene elementos policiales y un crimen misterioso.
Al parecer Poe descubrió el enigma antes de llegar
al final de Barnaby Rudge y, luego de
reflexionar sobre cómo pensar analíticamente un enigma de estas
características, se inspiró para escribir “Los
crimenes de la calle Morgue”. Le dio las pinceladas a su personaje –un hombre
cultivado, elegante, conocedor, que estudia el crimen con amor, a veces con
morbosidad, como si fuera una delicada pieza de colección– y el resto es
historia.
Decía Borges, en aquella genial conferencia que da
sobre la literatura policiaca:
«Poe
no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un
género intelectual, un género fantástico, si ustedes quieren, pero un género
fantástico de la inteligencia, no de la imaginación solamente; de ambas cosas,
desde luego, pero sobre todo de la inteligencia»

Pero lo loco de todo esto es darnos cuenta de que
la literatura ha brindado detectives antes, pequeños orígenes. Yendo un poco
para atrás, algunos encuentran en
Edipo
Rey (de
Sofocles) el primer gran
detective.
Repasemos los hechos allá por el siglo V a.C.
La
tragedia de Edipo se dispara cuando él, el rey, apenado por su pueblo que está padeciendo,
comienza la investigación. Al parecer, el antiguo rey de Tebas sufrió un
asesinato en una emboscada y eso hizo enojar a los Dioses. Edipo decide
descubrir la verdad detrás de aquel hecho.
Obtiene datos, pregunta, averigua, en fin, hace
actividades bien detectivescas. Paralelamente intenta encontrar el nombre de
sus verdaderos padres. Cuando finalmente resuelve ambos enigmas, la cruel
verdad sale a la luz. Los enigmas se funden en uno solo, encajan a la
perfección, y la anagnórisis, el reconocimiento, se produce.
Edipo, atando
cabos, resultó ser tan buen investigador que terminó encontrándose como el
verdadero autor del delito.
Muchos antes también, mucho antes que Sófocles, la Biblia presentaba dos casos de misterio
tipo “cuarto cerrado” (aquel que también popularizaría Poe) y que se ajustan a
los mecanismos de la novela policiaca. Se
trata de dos enigmas desenredados por un tal Daniel.
Daniel se presenta en la Biblia como un intérprete
de sueños. Uno de los casos que resuelve es
la
historia de la divinidad de Bel. Descubrió que un grupo de hombres estaba
robando la comida que se le ofrecía como ofrenda; se introducían en el templo
sellado por una puerta secreta bajo el dios Bel. Daniel le hizo notar al rey las
cenizas y las huellas que habían dejado los comensales: hombres, mujeres y
niños. El rey, irritado, mandó a quemar a los sacerdotes con sus mujeres e
hijos. Básicamente el desenlace de cualquier historia del Antiguo Testamento.
Dos
ancianos jueces intentan abusar de ella. Le dicen: “mirá, o te entregas a
nosotros o vamos a decir que te sorprendimos con un flaco entre los árboles”.
Ella, sin saber qué hacer, elige la segunda opción (que implica morir libre de
pecado ante Dios). Justo antes de que el pueblo se disponga a otorgarle la pena
de muerte, Daniel salta al rescate. Interroga por separado a los ancianos y les
hace la misma pregunta: ¿sobre qué arbol
habían visto a ella con el pibe? Ambos, sin saberlo, se contradicen, y
Susana queda libre de cargos. Con esto Daniel se hace famoso en su pueblo. Ah,
y a los ancianos los linchan. Básicamente el desenlace de cualquier historia
del Antiguo Testamento.
Ambos casos, si bien simples, corresponden a un
enigma de habitación cerrada, donde el misterio se oculta entre cuatro paredes,
o en un jardín solitario y sin testigos. En ambos casos, Daniel construye una
estrategia, anticipándose a los hechos, para despues destapar a los culpables.
Así que, quién lo habría dicho, en una de esas fue Dios el creador del primer personaje
detective.
Y quizás luego, como un ente colectivo, otros
autores se fueron animando a darle forma. El Hamlet de Shakespeare,
por ejemplo, tenía el trabajo de desenmascarar al asesino de su padre.
Encontramos también rasgos de lo policial en Las Mil y Una Noches (en la historia de Aladino, entre otras) y en muchas tragedias griegas. También en los
primeros textos españoles y en la literatura francesa de Balzac y Stendhal.
► Después de tanta perolata, de tantas fuentes
varias, llegó Poe, inspirado por Dickens
y probablemente por el primer detective real de la historia: Francois Eugene Vidocq (jefe del
Departamento de Investigación Criminal de París ). Llegó y con su excelencia
narrativa, con sus descripciones acertadas, con su mente brillante, le dio la
forma definitiva y final.
………………………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………………………….