Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Con
esas palabras de Heráclito inicia el
libro Filosofía en 11 frases. Es el
último de Darío Sztajnszrajber, donde investiga la historia de la filosofía (y,
como siempre, la
baja a tierra) a través de una decena de dichos filosóficos. El célebre
pensador presocrático es también el protagonista de este nuevo capítulo de
“Filosofía a la mano”.
El Oscuro de
Éfeso
Lo llamaban “el Oscuro de Éfeso” porque nadie le
entendía una goma. El apodo se debía a su carácter enigmático y oracular. Se
expresaba de forma lapidaria y, según dicen las malas lenguas, era bastante mal
arriado. Su filosofía se basa en la idea de un flujo universal: «Panta rei»:
todo fluye. Para ya llegaremos a eso.
Comencemos por contextualizar a don Heráclito. No
sabemos demasiado sobre su vida, pero sí que nació allá por el 544 a.C. y que
vivió en Éfeso, al norte de Mileto
(lo que hoy es Turquía). Los testimonios que se tienen de su esquema de
pensamiento se han ido pasando de forma oral, ya que sus escritos –si es que
los tuvo realmente– se han perdido. Han quedado fragmentos, citas, oraciones
cortas.
Heráclito es uno de los llamados “pensadores
presocráticos”, es decir, que filosofaron antes de Sócrates. Los presocráticos fueron casi cien (noventa y pico
registrados). No es que fueran un sindicato obrero, sino que todos se agrupan
porque tendían a llevar sus razonamientos hacia una misma pregunta: ¿cuál es el
principio de todas las cosas? Es una pregunta por el fundamento del cosmos, por
el origen. Estaban interesados en un pensamiento cosmológico: el orden
universal.
Mientras que para pensadores como Pitágoras, Tales
o Parménides, ese orden universal se encontraba en los números, el agua o el
ser, Heráclito va a decir “no muchachos,
no entendieron nada: el origen está en el fuego”. Pero en un fuego
metafórico que significa algo más: el
cambio. Nada que pase por el fuego permanece intacto.
Todo se
transforma
En el origen no hay origen, va a decir Heráclito.
Hay tensión, hay conflicto. Hay fuerzas que se oponen. Hay cambio. Heráclito lo
llama devenir. A la pregunta de si
hay algo permanente, dice: “Lo único que
permanece es el hecho de que no hay nada permanente”.
Los sentidos captan cosas supuestamente estables,
pero no es más que un espejismo, una apariencia. La razón explica que todo se
mueve, todo cambia, aunque no lo percibamos. Así, la auténtica esencia de las
cosas suele mantenerse oculta.
Para explicar el devenir, utiliza la famosa
metáfora del río. “Nadie puede bañarse
dos veces en un mismo río”. No sólo porque el agua del río fluye, sino
también porque las personas también se modifican de un instante a otro.
«Ella avanzó (…) por el segundo puente, atravesando el Río Azul de una orilla a la otra. Se preguntó si volvería a cruzarlo en el camino de regreso y la respuesta se le apareció en forma de un dilema: ¿es posible realmente cruzar el mismo río dos veces? Según le explicó Mateo en una oportunidad (…) ninguna persona puede hacerlo porque ni esa persona ni el agua son los mismos en cada instante. Un río no es más que una corriente de moléculas en constante movimiento, por lo que nunca vuelve a ser el original (…). Del mismo modo, una persona (su conciencia, su físico, su forma de ser) también cambia permanentemente a medida que pasa el tiempo.»
(texto propio de una novela aún no
publicada)
En “Filosofía en 11 frases”, Darío explica cómo cierta filosofía “oficial” colocó a Heráclito
como el filósofo del cambio permanente. Un propósito político de degradar ese
punto de vista, en comparación con la estabilidad y el orden que proveen los
sistemas de pensamiento que encuentran un principio ordenador inmutable.
El punto de vista heraclíteo fue instalándose como un
gesto de renunciamiento, hasta de anarquía: todo cambia, entonces ningún
conocimiento tiene sentido. Es el escepticismo más radical.
Básicamente, Platón, Sócrates y el resto de la
banda se le cagaban de risa. Las ideas de Heráclito serían tomadas en serio
nuevamente recién en el siglo XIX, con Hegel
(en relación a la dialéctica), Marx
y Nietzsche, el filósofo
del martillo.
La esencia
está oculta
Continuemos. Para Heráclito, lo que parece quietud
no lo es en realidad. Es el resultado de la armonía y el equilibrio entre
fuerzas opuestas. La estabilidad, paradójicamente, esconde el cambio.
Si tensamos un arco y flecha, la quietud es sólo
aparente. Es el resultado de la tensión entre dos fuerzas opuestas. De ese
modo, la unidad depende de una delicada relación entre contrarios, entre
elementos opuestos.
Vida y muerte. Vigilia y sueño. Día y noche. Luz y
sombra. Son fenómenos que existen uno gracias al otro, están conectados de
forma esencial porque pertenecen a un mismo proceso. Heráclito concluyó que no
hay una división absoluta entre opuestos. Las cosas no sólo no se excluyen,
sino que además se exigen. No podemos entender el sueño sin la vigilia, o el
día sin la noche. Lo dulce nunca es dulce sin
conocer lo amargo.
Entonces, la identidad sólo puede comprenderse en
la contradicción. Recordemos que “identidad” viene del bajo latín identitas, y este del clásico ídem (“lo mismo”). Hablamos de la
identidad en forma matemática, una ecuación en la que ambas partes son iguales
para cualquier valor de las variables que la componen.
Este tipo de reflexión se llama “dialéctica” en
filosofía. Es el razonamiento que acepta la contrariedad. Heráclito –que fue el
primero en acuñar este término– considera que la contradicción no paraliza,
sino todo lo contrario, dinamiza. Las cosas se empujan unas a otras
oponiéndose.
Orden
universal: el logos
Recapitulando: en el pensamiento heraclíteo, la
armonía oculta es mayor que la manifiesta. Los opuestos se complementan, se
incluyen y forman parte de un todo. Un todo que está siempre en movimiento.
Pero este cambio (o devenir) tiene cierto orden establecido.
Existe un logos,
una especie de ley, una proporción intrínseca al cambio. Todo se transforma,
pero este devenir no es caótico, sino armónico. Recordemos la idea de que “no
se puede entrar dos veces en el mismo río”. Algunos autores han visto en el
cauce del río el logos que “todo lo rige”, la medida universal que ordena el
cosmos, y en el agua del río, el fuego.
El fuego transformador de Heráclito
El fuego es muy importante en el esquema de
pensamiento de Heráclito. A primera vista parece contradictorio. Al fin y al
cabo, fuego y agua son una suerte de opuestos. Pero el pensador sostiene que
los opuestos no se contradicen sino que forman una unidad armónica (aunque no
estática).
La otra cara del agua es el fuego. El fuego es
parte del mundo y el que lo ordena. Tiene un dinamismo propio con el que
equilibra el universo. Esa bola de fuego que es el Sol brinda las condiciones
de vida en la Tierra, por ejemplo.
Palabras
finales
Heráclito pensaba que a la naturaleza (naturaleza
como esencia) le gusta ocultarse. Y si la esencia está oculta, es tarea del
sabio (del filósofo) y –¿por qué no?– del hombre, des-ocultarla. Revelarla. La
verdad es un ejercicio de desocultamiento. Si el mundo es un mecanismo de
relojería, la filosofía permitiría entender cómo funciona. Esa ley de
funcionamiento, ese logos, ese caos armónico es que “todo es uno”, quizás la
idea más potente del Oscuro de Éfeso.
Resulta irónico, como si fuera una broma del destino,
que un filósofo dedicado a descubrir los misterios del universo sea, en sí
mismo, bastante críptico. Los fragmentos o citas que dejó eran más poesía
simbólica que ideas concretas, y fueron transmitidos por otros literatos de la
época, perdiéndose partes en la traducción e interpretándose cosas
diametralmente diferentes.
Todo fluye, como en un río. Un río en el que nadie
puede bañarse dos veces. La realidad es también ese gran río mutando de forma
permanente. La estanqueidad es una ilusión. Pero, a lo mejor, el hombre tiene
posibilidades de crear “diques” de pensamiento que permitan detener las aguas
de la realidad para poder estructurarla, organizarla y reflexionarla.
O no. ¿Por qué no mejor saltar al flujo del río y
avanzar con él, en lugar de intentar atravesarlo? Si la realidad es como un río
de cambio permanente, nosotros podemos ser ese agua… dejando que todo “fluya”
alrededor. Quizás aquella sea la verdadera forma de conocer nuestra esencia. Al
menos, creo que a Heráclito le habría gustado esta idea.
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=>> Otros notas sobre FILOSOFÍA A LA MANO en el blog: “Capítulo
1: Nietzsche, el filósofo del martillo”; “Capítulo
2: Sartre, la condena de ser libre”; “Capítulo
3: Kant, en busca de una Ley Universal”; “Capítulo
4: El banquete de Platón, amor de sobremesa”; “Capítulo
5: Albert Camus y el absurdo”; “Capítulo
6: Descartes, el filósofo de la duda”; “Capítulo
7: Epicuro – felicidad es ausencia de dolor”.
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Grande El Oscuro!
ResponderEliminarFrodo, quien te habla, es heraclitoniano (y habla por ello en tercera persona, porque mañana ya no será el mismo, y quizás piense diferente).
Hay una idea que tiene Dolina acerca de los escritos "perdidos" de Heráclito. Él dice que se puede creer que en realidad no tiene escritos perdidos, sino que los escribió así, con huecos, con agujeros, salteando correlatividades, para que nosotros (y la historia universal) creyéramos que faltan partes esenciales, que hay más de lo que nos llegó a decir.
Tal vez no fue tan oscuro de lo que creemos, sino un piola bárbaro.
Me gustan estas entradas, también. Tengo que conseguir el libro de Darío.
Abrazo cráneo!
Quizás sí, como decís, fue un piola bárbaro. La mejor broma del mundo que nunca llegó a ver en vida.
Eliminar¡Abrazo!