Cuando se habla de Filosofía Griega, el trío
estrella es el que primero suele aparecer: Sócrates, Platón y Aristóteles. Profundizando
un poco más pueden surgir el cínico Diógenes, Tales de Mileto, Anaxímenes,
Empédocles… Epicuro llegará recién
sobre el final de la lista, con bajo perfil, humilde. Y es una lástima, porque
se trata de uno de los pensadores antiguos más interesantes.
***
Felicidad es
ausencia de dolor
La doctrina de Epicuro
de Samos es muy tentadora. ¿Quién no quisiera vivir como él, que cultivaba
que la vida se trata de comer rico y gozar de todo tipo de placer sensual? El
filósofo defendió una doctrina basada en la búsqueda del placer, aunque ésta
búsqueda debía ser prudente.
Esta idea de la prudencia al perseguir el placer –la
sensatez, el punto medio– puede sonar muy aristotélica, pero la verdad es que
ambos filósofos (que, de hecho, fueron contemporáneos) tenían ideas muy
distintas de la felicidad.
Mientras que Aristóteles
entiende a la felicidad como el fin último, la culminación, la perfección de la
vida (una felicidad que se alcanza sólo empleando la razón y viviendo en
sociedad), para Epicuro la felicidad es ausencia de dolor.
Para él, lo único que realmente existe son átomos
volando en un inmenso espacio vacío y todo lo que percibimos, amamos y tememos
en esta vida no son más que combinaciones perecederas de éstos. A su vez,
aceptaba que los dioses existen, pero que no tienen el más mínimo interés en los
hombres, motivo por el cual no tiene sentido realizar sacrificios o temerles.
Lo único lógico en este escenario es buscar placer
y no tenerle miedo a la muerte.
Atomismo y
hedonismo racional
De esa forma, Epicuro desarrolló una primera teoría
del atomismo y su filosofía de vida: el hedonismo racional. Trató de abandonar
cualquier forma de dolor en busca de una vida desapegada.
Quizás él se habría llevado bien con nuestro Facundo Cabral, el
cantautor, escritor y filósofo argentino que rezaba:
«Haz sólo lo que amas y serás feliz, y el que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente. No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor.»
Por supuesto que sus ideas fueron escandalosas para
la época, tanto para los paganos greco-romanos como también para los judíos y
cristianos.
¿Qué más podía esperarse de un hombre que afirmaba que los mitos
religiosos amargan la vida de los hombres, que la naturaleza está regida por el
azar y qué sólo el hedonismo puro –la infatigable búsqueda del placer físico–
nos hace realmente libres?
¿Cómo no iba a generar polémica un hombre que
afirma, que siguiendo su filosofía de vida, es posible vivir como un “Dios
entre los hombres” (como menciona en su Carta a Meneceo)?
La Carta a Meneceo
Por cierto, muy pocos de los escritos de Epicuro se
conservaron luego de su muerte. Lo que se conoce es principalmente gracias a
algunas poesías de Lucrecio (por ejemplo, su poema De rerum natura – “Sobre la naturaleza de las cosas”) y a la
correspondencia que mantuvo con otro filósofo: Diógenes Laercio, quien también copió algunas otras cartas que
Epicuro envió.
Dentro de los textos que se conocen, quizás el
mencionado Carta a Meneceo sea uno de
los más importantes. Allí se refiere a su ética y menciona sus postulados fundamentales.
Es cortita y de lectura agradable; puede leerse en unos minutos.
La primera cuestión que aborda es el tema de los
Dioses. Como ya mencioné, no niega su existencia:
«Los dioses ciertamente existen, pues el conocimiento que de ellos tenemos es evidente.»
Sin embargo, les quita el peso sobre el destino del
hombre tal y como se consideraba en la sociedad. En el texto también aconseja a
Meneceo (y, siglos más tarde, a nosotros) no temerle a la muerte:
«Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal residen en la sensación y la muerte es privación de los sentidos. (…)De suerte que es necio quien dice temer la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. (…) el más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros.»
Para cerrar la carta, habla de sus ideas de la
búsqueda del placer como forma de alcanzar la felicidad y del uso de la razón
como fuente de sabiduría.
¿Cómo vivir
bien? El concepto de Ataraxia
Como respuesta a la pregunta “¿cómo hago para vivir
bien?”, Epicuro respondería: “Es fácil:
cultivá el placer, evitá el dolor”.
Ahora: ¿era realmente necesario que un filósofo viniera
a decirnos eso? ¿No es algo obvio? ¿No vemos esa conducta en todo ser vivo,
incluso en los animales? Todos
evitamos el dolor por naturaleza. El problema es que hay diferentes maneras
de buscar placer y evitar dolor, la mayoría de las cuales, explica Epicuro,
conducen a resultados alejados del óptimo.
Entonces veamos con más detalle a qué se refiere
exactamente el pensador.
Para él, felicidad es “imperturbabilidad del alma”,
una idea que se concentra en la palabra griega ataraxia. Etimológicamente, ataraxia sería algo así como
“indiferencia”, lograr que nada nos afecte, que nada nos perturbe. Ausentarnos
de problemas que generan una preocupación desmedida.
Esta idea de “Vivirás
como un Dios entre los hombres” (de la Carta
a Meneceo) se relaciona directamente con alcanzar este tipo de
imperturbabilidad del alma.
Cada vez que le pregunto a mi viejo, él siempre me
responde lo mismo: “Para mí la felicidad
es que nadie me hinche las pelotas”. Esta idea tan simple, la ausencia de
hinchadura-de-pelotas, es innegablemente un concepto muy epicúreo.
Si yo logro controlar lo que me perturba, entonces
alcanzo un estado de tranquilidad absoluta que Epicuro consideraba equivalente
a la felicidad plena. En cambio, como dije antes, para Aristóteles felicidad es
realización, es fin último. Lo cual es imposible en la práctica, porque la
realización está siempre en curso.
Bajo una teoría aristotélica, estamos condenados a
buscar la felicidad por siempre. Bajo el manto de las teorías de Epicuro, la
felicidad puede alcanzarse desde el momento cero.
El
tetrafármaco, un mantra para los epicúreos
Entonces dijimos que Epicuro nos invita a “sentir
el placer que da el no sentir dolor”. En este sentido cabe preguntarse: ¿cuáles
son los principales miedos que me generan perturbación?
La lucha contra los miedos que amenazan al ser
humano son los que el pensador designa como el “tetrafármaco”, una especie de
mantra o medicina contra los cuatro miedos más generales y significativos.
Estos miedos son: (1) El miedo a la muerte, (2) el
miedo a los Dioses (la idea de los dioses como controladores de la vida. La
idea del dios bíblico, que premia o castiga, que abre o cierra las puertas del
cielo), (3) el miedo al dolor (lo que él llama “descreer de los falsos
infinitos”) y (4) el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.
Este es el tetrafármaco, algo que los epicúreos
repetían y, en el mismo acto de la repetición, creían generar una
transformación real. Era un rito que los unía, como un himno:
«Los dioses no son de temer.
La muerte no es temible.
El bien es fácil de adquirir.
El mal es fácil de soportar.»
Los cuatro
miedos (y por qué no temerles)
Así, por ejemplo, no tiene sentido tenerle miedo a
la muerte (1) porque cuando llega ya no estamos y cuando estamos, todavía no
llega. La muerte, dice el filósofo, “no me trae dolor porque, en realidad, no
trae nada”.
En cuando a los Dioses (2), si realmente son seres
perfectos, entonces no deben estar interesados en lo imperfecto. ¿Por qué se degradarían
al entrar en contacto con los simples humanos? Para Epicuro, los dioses tienen
sus propios problemas allá arriba, o directamente están como en un spa,
despreocupados por lo que pueda ocurrir abajo. De nuevo: ¿por qué temerles si
no se interesan por nosotros?
Es famosa la Paradoja
de Epicuro (o Problema del Mal). El filósofo planteó la siguiente duda:
¿cómo podría existir una deidad omnisciente y todopoderosa en un mundo donde
existe el mal?
A lo mejor hay un Dios que quiere prevenir la
maldad, pero no puede (luego no es omnipotente). O sí es capaz, pero no desea
hacerlo (entonces es malvado). Y si es capaz y también desea prevenir el mal,
¿por qué no lo hace? ¿De dónde surge la maldad? ¿Es que, en realidad, no es
capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué tendríamos que llamarlo “Dios”?
¿Qué es el “falso infinito”? (3) En el mundo todo
nace y muere, por lo tanto todo cambia, todo se encuentra en constante y
dinámica transformación. Por eso tenemos que pelearnos contra nuestra
aspiración a la eternidad.
Nada es realmente infinito, nada dura para siempre.
Si yo pienso que algo me pertenece (y que lo va a hacer para siempre) entonces
inevitablemente voy a sufrir, ya sea tarde o temprano. Ergo: nunca voy a ser
feliz porque siempre voy a estar pendiente de perderlo.
Por último (4), tampoco tiene sentido temer al
futuro (o al fracaso futuro). Recordemos que para Epicuro todo es azar, no hay
destino ni causalidad. El futuro ni depende enteramente de nosotros, ni nos es
totalmente ajeno. Es encontrar el punto medio: ni esperarlo como si hubiera de
venir ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca.
“Lo que tenga
que ser, será”, reza.
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1: Nietzsche, el filósofo del martillo”; “Capítulo
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Excelente Luciano !!
ResponderEliminarRepaso rapidamente, y hay ideas que luego tomaron Spinoza, Nietzsche, Heiddeger.
Notable el concepto de Ataraxia
En fin, nuevamente mis felicitaciones
Nietzscheano de Punta Carretas
Ja. Me encantó la firma.
EliminarSí, indudablemente los filósofos modernos tomaron mucho de los griegos, que fueron los primeros grandes pensadores de este temas. Por ahí están dando vueltas los otros episodios de filosofía a la mano. No hay nada de Spinoza y Heiddeger aún.