Este cuento viene con un giro. Es la secuela
directa de Un
problema de perros, relato que escribí allá por el 2015 y que fue premiado
en el 16° Certamen Literario Leopoldo
Lugones 2017.
Muy rica la
ensalada puede leerse tranquilamente sin haber leído Un problema de perros, pero es altamente recomendable arrancar con el
que escribí primero para captar todo el contexto.
Pero si no tienen ganas de leerlo (o de repasarlo
si ya lo habían hecho) dejo un breve resumen. Un problema de perros ocurre durante una picada con amigos. Uno de los
invitados (Alberto) dispara la idea de que todos somos, en realidad, como perros
desesperanzadas. Su audiencia comienza a deprimirse tanto que se olvida de
comer, que es exactamente lo que el protagonista quería para poder sacarle
provecho a la cena.
A partir de ahí arranca Muy rica la ensalada. ¡Espero que les guste!
***
Muy rica la ensalada
Luciano Sívori
Todo el mundo era feliz hasta que el tarado de Alberto
tiró lo de los “perros de Seligman”.
—El problema es que somos como perros desesperanzados
—dijo en voz alta, con la boca desbordando de pan y salamín. Por suerte yo lo
conozco a ése, lo conozco demasiado.
Estamos todos por el Gordo, mi marido. Andamos juntos
desde la secundaria. Hace un montón, cuando no se me habían caído ni el culo ni
las tetas. Es su cumpleaños y, como es un gordo sociable, me hizo preparar una
gran picada para todo el mundo. Cayeron todos los compañeros del laburo y los
pibes de siempre. Más el pelotudo de Alberto, claro. Por lo menos la traje a la
Mónica, pobre, que encima de que es vegana, se divorció y está re depre. Le
vendría bien una buena revolcada. Capaz que alguno de estos boludos se la
enfiesta.
Mati le pregunta a Alberto de qué está hablando, como
es de esperarse. Mati siempre es el primero en preguntar. Alberto sigue
hablando mientras morfa. Hasta mete unos silencios de evidente teatralidad.
Dice que el tal Seligman puso a varios perros en una jaula y aplicó corriente
eléctrica a las rejas. Después de varios intentos de escapar, los perros
desistían y se echaban al suelo. Más tarde los puso en otra jaula, con la
puerta semiabierta y sin electricidad: ninguno se movió.
O sea, la metáfora es re obvia. Es el condicionamiento
de Skinner y el cuento del elefante sumiso y la estaca. Nosotros somos como los
perros de Seligman: desahuciados, temerosos, adoctrinados.
—Es muy cierto lo que decís… —aporto yo, como para
tirar algo. Lo miro al Gordo con cara de “¿cuándo se van todos estos, así vemos
Netflix?”.
Mati deja los cubiertos al costado del plato. Suena un
teléfono en algún lado que nadie atiende.
—Lo peor es que más o menos a esta edad nos damos
cuenta —sigue diciendo Alberto—. Antes somos invencibles, imparables. Pero
terminando los 30 aparecen los miedos, las deudas, la presbiopía, la presión
alta, los exámenes renales, la disfunción eréctil, el miedo a la soledad… Es
como un tumor que crece y crece: la imposibilidad de ganarle a la vida, la
necesidad imperiosa de transcender, de querer ser recordado.
Ya nadie tiene hambre. Excepto Alberto.
Pero yo lo conozco a Alberto.
Sé que la picada está tremenda y que somos cada vez
más. Se empezó a preocupar de que no iba a alcanzar y se le ocurrió lo de
Seligman para poder comerse todo.
Ahora, ¿éste se cree que yo soy boluda? Lo pasaron
anoche en un programa de National Geographic a esto de los perros. Nos quedamos
viéndolo en pelotas en su casa, después de que me cogió por enésima vez. La
pasamos bien juntos y entonces me salió con que “se siente mal por el Gordo”,
que “ya no es lo mismo”, que “quiere ponerse serio con alguien”.
Que se vaya a la puta madre que lo pario.
—¿Estás con otra mina? —le pregunté mientras él se
prendía un cigarrillo.
—No sé, Vero, qué se yo…
—¿Cómo “qué se yo”? ¡O estás o no estás!
Alberto resopló con indignación.
—¡Vos lo tenés al Gordo, Vero! No me vengas con eso, en
serio. Yo tengo 40 y estoy solo. Mi vieja me jode con un nieto, viste…
Seguro era una pendeja del laburo. ¿Le chuparía la pija
tan bien como yo?
—No creo que te chupe la pija tan bien como yo.
Se rió, el muy pelotudo.
—Bueno… siempre se puede hacer un regalito de los
pobres cada tanto, ¿no?
Esa noche me fui re caliente. Y no en el buen sentido.
Soy lo mejor que ese tarado tuvo en su vida. Por mí puede se puede ir a cagar.
El día siguiente es hoy, es ahora. Y yo acá estoy… no bancándome a nadie. Ni a
él, ni al Gordo, ni a ninguno de sus amigos. Como lo conozco a Alberto, sé que
ama mi comida. Especialmente las berenjenas al escabeche que me salen
increíbles. Por eso las condimenté especialmente para él con bastante
laxoberon, uno de los laxantes más fuertes que hay. Fue el mejor polvito que
eché en mi vida. ¡Qué mal que la va a empezar a pasar en un rato!
Sí, por mí se puede ir a cagar.
Literalmente.
—Qué rica la ensalada, ¿no, Moni? —le dije a mi amiga con
una sonrisa pícara.
—Sí, muy rica la ensalada.
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Interesante retomar el cuento desde otro punto de vista. Con esta narradora personaje, sabemos algo más de Alberto. Y de la represalia de ella. Es de temer esa mujer.
ResponderEliminarSaludos.
No se puede confiar en nadie... je ..
ResponderEliminarjajaa no sabía que ese gran cuento "Los perros..." tenía lado B
ResponderEliminarCráneo de cráneos, aquel otro tení la sorpresa del final, acá la fuerza está en cómo está narrado. Empiezo a pensar que puede haber una versión C
Abrazo!
Tenés el Universo Cinematográfico de Marvel, el Universo Cinematográfico del Conjuro, y el Universo Literario de Lucho. (?)
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