Finalmente
puedo decir que terminé de escribir una
segunda novela. “Terminar de escribir” implica que también la revisé 80.000
veces para pulirla, corregirle errores tipográficos y pasar
todo un día para cambiar una coma que después se la volví a poner.
Está
exactamente como la quiero y la estoy presentando a un par de concursos para
ver qué pasa.
También la
leyeron algunas cuantas personas de distintos ámbitos y con opiniones muy
variadas. No puedo revelar el nombre (porque está concursando) pero sí contar
que es una obra dramática y de misterio
con toques de policial negro. Explora algunos temas filosóficos y
existenciales como la identidad, la
dualidad inherente en todos nosotros, el abuso dentro del entorno familiar
y las
conexiones del hombre con la música y con el silencio, entre otras cosas.
Más allá de
un tono muy coloquial, desenfadado, muy
“arltiano” si se quiere, pienso que tiene algunas cuestiones interesantes
para el lector más despierto: intertextualidad,
algo
de metaficción.
Personalmente disfruté mucho escribiéndola porque creo que cuenta
con las dos caras de la moneda. Es liviana, fácil de leer, amena y contemporánea (si uno se conforma con eso) pero compleja cuando
uno la comienza a analizar a fondo.
Una de las
temáticas que quise explorar con la novela es también el tema de este post: “El dilema del erizo”. Se trata de una
parábola creada por el filósofo alemán Arthur
Schopenhauer en 1851.
La historia se
introdujo luego al dominio de la psicología cuando la tomó Freud para una de sus teorías. Nos habla de un grupo de erizos
en un día helado. Para satisfacer su necesidad de calor deben aproximarse uno a
otro, pero cuanto más lo hacen, más
dolor se causa entre ellos por las púas del otro.
Por supuesto,
la historia pone en evidencia los desafíos
humanos de la intimidad. Cuanto más cercana sea la relación entre dos seres,
plantea Schopenhauer, la posibilidad de
hacerse daño mutuamente es progresivamente mayor; mientras que cuanto más
distante existen menos posibilidades de que esto suceda, aunque eso acabe por “matarnos
del frío”. Digamos que la resolución del dilema podría dividir, de forma
extrema, a aquellos
que son capaces de morir de amor, por exceso de cercanía, o bajo las
crudezas sociales en soledad.
Me gusta pensar que el protagonista de mi segunda novela batalla constantemente con esta idea a lo largo de la trama. Le han sucedido algunas cosas en su pasado que pusieron en tela de juicio la forma en la que se relacionaba con su mundo exterior: con sus amigos, con su música, con las mujeres, con su familia y con su “yo” interior.
También
creo se asemeja a muchos seres de la vida real, cuya implacable búsqueda de un equilibrio
los lleva por caminos de pesadas
pendientes y tranquilas llanuras y, en el serpenteo entre unos y otros, se
dividen sus almas.
La película “Closer” trabaja este tema de forma
bastante evidente, aunque deja la opción al espectador para que elija cuál es
la mejor resolución. Matt Damon también
se enfrenta a este dilema, de alguna forma, en su célebre película Good Will Hunting.
Sin embargo,
el mejor lugar donde vi la temática del “dilema del erizo” explayada fue en el
animé Neon Genesis Evangelion (uno
de mis favoritos).
Esencialmente, este dilema resume la trama de la serie en su totalidad. Es interesante este
animé por la cantidad de temas filosóficos que desprende , y hay muchísimos
ensayos que analizan Evangelion
desde un enfoque académico. El autor de
este blog, por ejemplo, lo analiza como una narrativa existencialista.
Les
comparto su impecable presentación.
► “El
dilema del erizo: el valor de (no) estar solo”
El autor
acertadamente entiende a este dilema como una
paradoja de la socialización. Para él, en Evangelion el dilema del erizo recorre toda la serie y las
relaciones de los personajes, e ilustra el conflicto que significa acercarnos a
los demás y exponernos a que nos hagan daño, o preservar nuestro propio espacio personal pero quedarnos solos.
Si pueden, vean el video porque está buenísimo.
Me parece un
tema fascinante para investigar y aplicar
al arte en sus diferentes formas. Los vínculos humanos, sugiere Schopenhauer, se tejen con una fibra
mucho menos ilustre de lo que creemos. El hombre siempre tiende a alguna forma
de estabilidad. Aquellos erizos no buscan realmente ni el frío ni el calor,
tampoco la proximidad letal o la distancia irreversible, ni la salvación o el
abandono: buscan la situación más
soportable, la mejor armonía posible.
Creo que, al
igual que los erizos, todos podemos (e
incluso debemos) elegir: nos arriesgamos a una relación profunda,
más íntima, en la que podamos sentirnos verdaderamente importantes para el otro
o nos mantenemos a una distancia más o menos prudencial, con relaciones superficiales que no terminen de comprometernos.
Afortunadamente,
estamos destinados a ser libres (como
dice mi adorado Sartre) y tenemos la capacidad de seleccionar una relación cercana donde crezcamos como
personas, donde podamos permitirnos ser amados, abrazar, decir la verdad, ser auténticos, contar con el otro… superando
pequeñas heridas que, a la larga, nos van a hacer más fuertes.
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Otras notas temas de psicología en
el BLOG: “El
secreto y la filosofía new-age”, “Agatha
Christie y el efecto placebo”, “Un
planeta llamado Traición” (una novela de Orson Scott Card) y “El
Guardián entre el Centeno”.
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