Insistentes golpes en la puerta impiden que Luciano
Sívori, solo en su hogar en una noche tormentosa, pueda concebir su nuevo
relato de misterio. Cuento #59 publicado en el blog.
***
“Hospitalidad
desierta”
(Luciano
Sívori)
Me disponía a escribir un relato
de misterio cuando escuché golpes en la puerta. No se trataba de la situación
más anormal del mundo, pero era una noche fresca y tormentosa. Y yo estaba
solo.
No piensen que estaba asustado ni nada de eso.
Vivo en soledad desde hace muchísimo tiempo y estoy perfectamente acostumbrado.
En realidad, estaba más molesto que otra cosa. Yo estaba tranquilo en mi
hogar, pensando en mis propios problemas –en aquel texto a medio cocinar– cuando
irrumpió el otro.
Escuché un nuevo golpe en la puerta que fue
suficiente para volver la situación bastante incómoda. No sólo para mí, sino
también para el inoportuno huésped. ¿Le abro… o lo dejo afuera? Evidentemente
había puesto en crisis mi paradigma. Si no le abro la puerta, lo dejo afuera. Y
si le abro, también lo dejo afuera… aunque de otro modo. Le estoy diciendo: “Vení,
pasá, sentate acá, tomate esto, cuidado con esa silla que está floja. ¡No
toques nada! Ojo con ese jarrón, no entres a aquella habitación. Ahora te tenés
que ir.” Si le abro, lo dejo afuera, pero desde adentro.
La hospitalidad, como concepto, proviene
de la ética del desierto, un lugar donde no hay casas sino tiendas. Y las
tiendas no tienen puertas. En una tienda no existe la disyuntiva de abrir o no
abrir. Ni le abro ni no le abro. El Extranjero de Schrödinger está afuera y
adentro de mi casa/tienda al mismo tiempo.
En el desierto, donde no hay
casas sino tiendas, el otro llega.
Llega hambriento, sediento, llega desde la carencia. ¿Y qué hace? Toma,
conquista. Se apropia. Porque en el fondo, en el desierto no hay reglas; nada
es de nadie.
Es verdad que yo estoy solo
desde hace mucho tiempo, aunque ni vivo en un desierto ni tengo una tienda. ¡Pero
éste es un hogar de bien! Y tampoco, vamos a decirlo, me considero un ser
hospitalario. ¡Vamos, que nadie es hospitalario realmente! Dejar a alguien
pasar a tu hogar no es lo mismo que ser hospitalario. La hospitalidad real,
honesta, significa que mis reglas están abiertas a ser modificadas. Y yo no
estoy dispuesto a que alguien ingrese sin pantalones y predicándole al Dios del
Spaguetti. Las leyes que rigen mi hogar son laxas, pero no inquebrantables. Abogo
por la libertad, no por el libertinaje.
Otro golpe en la puerta.
Los ruidos fuertes,
especialmente aquellos que llegan de forma inesperada, pueden ser
extremadamente molestos. Más cuando un autor quiere poder concentrarse en su
tarea de escribir. Igual de fastidiosa es la idea de tratar con invitados no
invitados, o la de introducir accidentalmente a alguien que no es de confianza
en tu casa.
Más golpes en mi entrada me llevaron
a recordar a aquellos escritores que tuvieron conflictos similares. Fredric
Brown, por ejemplo, concibió un cuento corto fascinante: “El último hombre en
la Tierra estaba sentado solo en una habitación. Llamaron a la puerta”. ¿No es
la mejor historia de terror del mundo?
El cuervo de Poe también realiza
una serie de nefastos golpeteos nocturnos que afligen al narrador. El rítmico
sonido continúa durante seis estrofas, cada una de las cuales lo hace sentir
más trastornado; esto dura incluso después de que abre la puerta y no encuentra
a nadie allí.
Imaginé mi propio desenlace: el golpeteo
en la puerta no se detendrá; todo lo contrario, se hará más fuerte y más
rápido, resonando por toda la casa mientras yo –el inocente propietario– tratará
de evitar la confrontación con el otro lado. En este tipo de historias, la
única forma de detener los golpes es decidirse a abrir la puerta. A menos que
estés en un relato de W. W. Jacobs y, quien está del otro lado, sea en realidad
el cadáver de tu hijo Herbert que se ha levantado de su tumba. En ese caso la
recomendación es utilizar el último deseo para pedir que descanse en paz… antes
de que sea demasiado tarde.
El extranjero insistía. Toc,
toc, toc. Volví a pensar en el desierto y la lógica de las tiendas. Si el otro
está hambriento o tiene frío, es porque no trabajó ese mes. Yo, que comencé
bien de abajo –como quien cava un pozo– supe ofrecer un servicio que la
sociedad necesitaba: redacto mentiras elegantes y pintorescas que transportan a
mis lectores hacia lugares donde no hay impuestos ni responsabilidades. Tengo
un sostén económico y un hogar que otro ahora quiere tomar a la fuerza. Y sin
embargo pienso... ¿lo mío fue mérito o fue pura casualidad? Si a uno le tocó
estar en la tienda hoy, ¿no podría al día siguiente estar dando vueltas en el
desierto, sediento y hambriento, en busca de un refugio? No hay justificación
ni preaviso. El desierto no avisa, te toca una tormenta de arena y fuiste.
TOC, TOC, TOC.
En el desierto, el otro llega y
come porque está hambriento. Come en una tienda que mañana puede que se levante
y se vaya a otro lugar. El desierto está poblado de nómades. Hay, de hecho,
ausencia de fronteras. Hemos perdido esto en la modernidad. El desierto hace [TOC]
que todo parezca efímero, pequeño, insignificante. La sociedad de la propiedad
privada nos hace aferrarnos a lo propio, como si tuviéramos la imperiosa
necesidad de [TOC] dar batalla a la incomprensible fatalidad de la finitud. Es
creer que hay realización, que vinimos para algo a este mundo… y que [TOC] esa
realización se asocia con… [¡TOC!]
Me vi obligado a interrumpir mis
cavilaciones porque los golpes ya no me dejaban pensar. Me acerqué a la entrada
con cautela, como si cada pie tuviera que pedirle permiso al otro para dar el
siguiente paso. No había llegado a preguntar quién estaba del otro lado, cuando
una voz rasposa y penetrante se coló entre las rendijas:
— ¡Delivery! ¡Tengo una muzza
grande para Sívori!
Maldije a todos los repartidores
que alguna vez se habían dignado a llegar hasta mi desolado panteón. Una vez
más, habían equivocado mi pedido. ¿Cuántas veces tendría que insistirles con
que el olor a podrido de este lugar sólo puede cubrirse con una buena pizza de
anchoas?
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=>> Otros posts sobre CUENTOS DE MI AUTORÍA en el blog: “Nos miran desde abajo”; “El cadáver prematuro”; “Retratos del silencio”; “Yo hago listas”; “No requiere el uso de pilas”; “La rueda y el síndrome del impostor”.
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Oh, espera. Entonces, ¿hay un cadáver en la casa...? ¡¿A quién has matado, Lupa?! 😱
ResponderEliminarComo habría dicho una popular divulgadora científica argentina: "Te lo dejo a tu criterio".
EliminarJajaja. Me gusta lo de divulgadora científica. Podrías escribir un cuento en que una bella mujer supuestamente trivial resulte ser una divulgadora científica. Sería un giro argumental.
EliminarSaludos.
¿Cómo sería el punto de vista del delivery? Encima que tardan en atender, ser quejan por un pequeño detalle. Tanto lío por las anchoas.
ResponderEliminarSaludos.