Sofisticada, efectiva y elegante, esta producción
de Roman Polansky es un clásico del cine que sigue impactando todavía al día de
hoy. Musa inspiradora de muchísimas producciones memorables, hoy quiero analizar
un poquito el legado de El bebé de
Rosemary (1968).
***
Polansky
también fue un principiante
Una humilde novelita de terror de 1967 de Ira Levin (Rosemary’s Baby) se hizo mucho más conocida como una adaptación
cinematográfica de 1968 de Roman Polanski, la segunda película de la llamada
“Trilogía de los departamentos” del director.
La joven ama de casa Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) se muda a un refinado, aunque
sombrío, edificio de Nueva York con su marido, el actor Guy (John Cassavetes).
Sus vecinos, Minnie y Roman Castevet, son una pareja de ancianos que parecen lo
suficientemente agradables al principio. Poco después de tener un sueño muy
malo, ella se encuentra embarazada… y después las cosas se ponen muy extrañas.
La película recibió grandes elogios por su
seguimiento tan cercano de la novela, llegando incluso a replicar gran parte de
su diálogo palabra por palabra.
El productor de la película, William Castle,
una vez especuló que esto fue porque Polanski todavía era un novato que nunca
había hecho una adaptación literaria antes… y no sabía que tenía “permitido”
hacer cambios.
El Bramford,
donde tiene lugar toda la acción, fue modelado deliberadamente sobre el
conocido edificio Dakota en Manhattan, un lugar que de por sí tiene su buena
cantidad de historias oscuras.
Allí, por ejemplo, vivía John Lennon y sería el
lugar donde, eventualmente, sería asesinado. También vivió el ocultista
Aleister Crowley, quien habría realizado algunos de sus rituales durante su
estancia.
De hecho, desde su concepción El bebé de Rosemary estuvo rodeada de mucho misticismo (y de una
supuesta maldición). Muchos decían que los sucesos extraños ocurridos alrededor
de ella se debían al aterrador relato plasmado en las páginas del libro de
Levin.
La película recibió una olvidable secuela hecha
para TV, Look What’s Happened to
Rosemary’s Baby (1976), mientras que Ira Levin escribió una secuela, Son of Rosemary, en 1997.
El relato también
recibió una remake en forma de miniserie en 2014, con Zoe Saldana como Rosemary. Ninguna de ellas llegó a superar a la
original.
El legado de
El bebé de Rosemary
Lo verdaderamente revolucionario de El bebé de Rosemary es que el horror no
proviene de los aspectos sobrenaturales, sino de la situación de Rosemary: ella
es manipulada y conspirada por todos a su alrededor; e incluso cuando se da
cuenta de esto y se defiende, es incapaz de detenerlos.
¿Les suena conocido? Es una situación muy similar a
la que vive el personaje de Florence Pugh en Midsommar, una de las producciones más interesantes en el género
del terror de 2019.
No es casualidad, ya que Ari Aster ha repetido en varias entrevistas que tanto Repulsion (1965) como Rosemary’s Baby (1968) han sido fuentes
invaluables para su ópera prima, Hereditary.
Aster ha reconocido cómo aquellas películas “juegan
con el género de manera brillante, deconstruyendo las convenciones mientras las
honran”. El director intentó seguir esta tradición con sus dos películas hasta
ahora… y mal no le fue.
En el ambiente local, El Hijo (2019) es un thriller –basado en un
relato de Guillermo Martínez– que directamente remite al clásico de
Polansky, si bien con una interesante vuelta de tuerca.
Lorenzo, un artista de unos 50 años, comienza a
sospechar que su esposa Sigrid
–bióloga y de nacionalidad noruega– podría estar volviéndose loca cuando,
durante su embarazo, comienza a tener un comportamiento obsesivo y malicioso.
Lo que le sucede al personaje de Joaquín Furriel es
tremendo y hace eco en los temas de violencia de género, feminismo y grupos
anti-vacunación que se viven hoy en el contexto argentino.
La actriz noruega Heidi Toini y su dupla con Regina
Lamm son lo mejor de esta producción. Con su actitud fría y enigmática, las dos
generan los mejores y más perturbadores momentos de la película. La película está
disponible en el gigante del streaming.
Jordan Peele
también ha dicho que su debut ganador del Oscar, Get Out, encontró una fuente de inspiración en el “mensaje social”
tanto de El bebé de Rosemary como
también de The Stepford Wives (1975),
ambas adaptaciones de novelas de Ira Levin.
En este sentido, el legado de El bebé de Rosemary es bastante claro. John Krasinski la mencionó
como referencia para A Quiet Place y
Darren Aronofsky la tuvo muy en cuenta cuando concibió Mother! (incluso, hizo referencia directa al poster teatral, lo
cual generó varias especulaciones en su momento).
De la fábula
monstruosa al terror psicológico
Pese a las tragedias personales que vivió el
director con la muerte de su esposa, Sharon
Tate, en manos del Clan Manson, y sus acusaciones legales (Polanski se
declaró culpable de violación, en 1979, antes de huir del país y nunca
enfrentarse a una condena), su producción sobre una mujer embarazada que cree
tener algo maligno creciendo en su vientre sigue siendo, inevitablemente, uno
de los hitos más importantes del género.
Es interesante ver cómo El bebé de Rosemary aparentemente ha reemplazado a Psicosis de Hitchcock como la primera
influencia para los cineastas, a pesar de que la crítica la calificó como la
primera película de terror moderna (yo también lo
hice por acá).
En más de un sentido, la obra de Hitchcock encendió la chispa para el
género slasher, pero desde entonces ha sido influenciado más por las películas
que generó, como Halloween.
Psicosis
ciertamente ayudó a cambiar el estado de ánimo de la fábula monstruosa hacia algo
más estrictamente psicológico, pero fue El bebé
de Rosemary la que encontró una nueva oportunidad de vida para las grandes
metáforas del horror gótico, trasplantadas ahora al mundo actual: en una ciudad
bulliciosa o en el matrimonio americano idealizado.
El terror
gótico en tiempos modernos
Las metáforas del horror moderno, sin embargo,
están inscriptas en gran parte dentro de una atmósfera de paranoia aguda; una
incertidumbre sobre lo que es verdad y lo que es ficción. Esto también es lo
que tortura a la unidad familiar en el centro de Hereditary, o al personaje de Daniel Kaluuya en Get Out.
Si el legado de El
bebé de Rosemary se mantiene intacto es porque, justamente, la paranoia no
es menos central en la sociedad actual, agravada por el avance de la tecnología
y el temor constante de que nuestros teléfonos nos estén observando,
encuestando y documentando.
En este contexto, no es de extrañar que Black Mirror –que le da a la ciencia
ficción un
toque distintivo de horror– haya encontrado tanta popularidad.
Cincuenta años más tarde, El bebé de Rosemary continúa siendo una influencia predominante
debido a lo que ayudó a establecer dentro del género: una forma de comunicar el
horror cotidiano a través de una metáfora sobrenatural, una forma de capturar los
temores de una generación en un frasco.
Los más importantes cineastas de terror de la
actualidad han regresado a esta obra como una mentora debido a lo que tiene
para enseñar: el lenguaje moderno del terror.
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=>> Otros posts sobre CINE en el blog: “El
faro como símbolo en la ficción”; “Joker
y el pasado de opción múltiple”; “Wag
the Dog y la manipulación de los medios”; “Touch
of Evil y el memo de Orson Welles”; “Alphaville:
ciencia, poesía y ciberpunk”; “Claves
para entender Stalker, de Andrei Tarkovsky”.
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