A veces, los mundos más
reveladores no se construyen con ladrillos, sino con bloques virtuales. Esta es
la historia de un arquitecto de ocho años. Alguien que no solo diseña
estructuras, sino que además teje historias de quienes lo rodean.
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Cuentos de Luciano Sívori: Temporada 5
Tenía ganas de arrancar la quinta temporada del podcast con una nueva participación de Benja, ahora ya con ocho años. El pibe es un crack y se re copa grabando, le meto mucha magia. Así que se me ocurrió armar esta historia sobre su afinidad por el Minecraft.
Cimientos pixelados nos invita a reflexionar sobre cómo los niños interpretan y recrean el mundo que los rodea. A través del juego, Benjamín no solo construye un universo virtual, sino que refleja emociones, percepciones y una sorprendente sabiduría sobre la vida y las relaciones humanas.
Además me gustaba la idea de jugar con el contraste entre la creatividad infantil y la mirada limitada de los adultos, recordándonos la importancia de observar con atención y valorizar esos pequeños gestos que revelan la esencia de quienes somos.
Pueden escuchar la versión
para el podcast por ACÁ.
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“Cimientos pixelados”
(Luciano Sívori)
Como todo niño de ocho años en 2025, mi hijo Benjamín pasaba horas levantando estructuras con bloques en Minecraft. Con la paciencia de la araña, día a día lo observaba tejer un mundo completamente virtual. Una tarde de verano finalmente me anunció, emocionado, que su trabajo estaba casi terminado: había diseñado casas para toda la familia.
La mía era una fortaleza, con muros gruesos y ventanas pequeñas. Cuando le pregunté por qué, me respondió con una naturalidad inquietante: “Es que Pa, siempre estás ocupado. No te gusta que te molesten.” La casa de su madre era diferente: un jardín infinito, donde las flores nunca se marchitaban y el techo, hecho de vidrio, parecía fundirse con el cielo. “Es que mamá es tremenda… necesita verlo todo, para que nada se le escape.”
La casa de su hermano Mateo
era una obra aparte: alta, casi desmesurada, con escaleras que parecían no
terminar nunca. Los pasadizos se cruzaban en todas direcciones, formando un
intrincado laberinto aéreo. “Es que literal, Pa, a Mateo le encanta correr
todo el tiempo. Siempre está apurado”, me explicó Benja.
Me divertía ver cómo tenía una justificación para todo. Me daba la sensación de que improvisaba las respuestas, aunque lo hacía a una velocidad increíble.
Me mostró su propia casa en Minecraft y yo quedé perplejo. Desde lejos, parecía un castillo medieval, pero al acercarse uno se encontraba con docenas de puertas. Estaban dispersas al azar, sin señal alguna que indicara cuál era la principal. Al buscar una explicación de su parte, él se limitó a encoger los hombros: “Todavía no sé bien por dónde quiero entrar y así tengo muchas opciones”.
Benja en su “modo creativo” era realmente un show. Lo más curioso es que jugaba Minecraft en su celular mientras tenía una pequeña pantallita abierta en el extremo inferior derecho, un stream de un youtuber, llamado X-turbo, que también estaba jugando a lo mismo.
Lo que más me llamaba la atención no eran tanto las casas que creaba, sino las estatuas. Dos de ellas eran versiones de Benjamines enormes: una sonriente, como si estuviera a punto de decir algo divertido, y otra con una expresión pensativa, casi melancólica.
Y luego estaba la más enigmática de todas: una figura gigantesca de él mismo, aunque incompleta: solo le había construido los pies descalzos. Una vez más, quise entender los motivos. “Porque todavía no sé quién quiero ser arriba”, respondió él sin apartar la mirada de la pantalla.
Pasaron algunas semanas más donde lo vi ajustando detalles en su mundo. A veces agregaba bloques decorativos, árboles o plantas que daban un mejor aspecto al lugar. Mientras trabajaba en el techo de su casa virtual, me senté a observarlo. La habitación estaba en silencio, salvo por el ritmo constante de sus dedos sobre el celular.
Tras unos minutos, incapaz de
contener mi curiosidad, le pregunté:
“¿Por qué haces todo esto, hijo? ¿No te cansás de construir cosas que no
existen?”.
Benjamín giró la cabeza y me miró como si yo acabara de hacer la pregunta más estúpida del mundo. “Ay, pa… es que construirme a mí mismo en la vida real lleva mucho más tiempo que acá. Además, en la vida un día nos vamos a ir al cielo. Y todo esto lo hacemos para entretenernos y olvidarnos de eso.”
Esa misma noche, yo mismo soñé que entraba al mundo virtual que Benja había creado para nosotros. Caminé por las mismas casas, recorriendo sus detalles como un visitante que se asoma a un universo paralelo. De pie frente a aquellos pies gigantes y sin cuerpo, sonreí porque finalmente lo había entendido todo.
Mi hijo no construye para ocupar espacio en un juego, sino para abrir puertas hacia espacios que aún no sabe nombrar. Es un arquitecto del alma, moldeando cimientos pixelados del mundo que siente y de las personas que ama. Cada bloque es un reflejo de algo que busca entender, algo que nosotros, los adultos, a veces olvidamos mirar.
Benjamín -como todo niño de 8
años en 2025- ya no piensa como un niño, sino como alguien que empieza a
vislumbrar lo infinito. Por eso sigue
construyendo, bloque a bloque, mientras el resto de nosotros perdemos el tiempo
con cosas decididamente menos importantes.
FIN
=>> Otros CUENTOS
SOBRE NIÑOS en el blog: “Pasos de gigante (cuento mateístico)”;
“La réplica incomprendida (cuento teseístico)”;
“Benjamín está empapado, un cuento (no tan) infantil”;
“Nos miran desde abajo”;
“No requiere el uso de pilas”;
“Cuidado, adultos jugando”<==
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