El final de El
ladrón de bicicletas (1948) es
uno de los más minimalistas y memorables de la historia del cine. Sin embargo,
suele prestarse a confusión. ¿Es un desenlace tan deprimente como inicialmente
aparenta o, secretamente, esconde un gran optimismo? En esta nota, provista de
un hermoso título clickbait, voy a
intentar desenredarlo.
***
Un ícono del
neorrealismo italiano
Dirigida Vittorio
De Sica y basada en la novela homónima de 1945 (que escribió Luigi Bartolini), El ladrón de bicicletas es considerada una de las películas más
emblemáticas del séptimo arte, y un pilar del neorrealismo en
Italia.
Este movimiento artístico surgió al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, cuando toda Europa buscaba recuperarse y reconstruirse.
Las películas neorrealistas intentaron mostrar la
belleza del día a día, de personas comunes trabajando, peleándola, intentando
llegar a fin de mes. Como consecuencia, el movimiento contó historias ancladas
por un realismo violento, directo, que hacía uso de actores no-profesionales,
filmaciones en exteriores y luz natural. La idea era utilizar la menor cantidad
de artificios y tecnologías posibles y hacer desaparecer tanto al actor como a
la puesta en escena.
El argumento narra un hecho banal, casi cotidiano:
el robo de una bicicleta.
Por aquella época, la bicicleta era un medio de
transporte costoso, y sólo para unos pocos. En la historia se convierte (casi
literalmente) en la única forma de sobrevivir del protagonista, quien la
necesita para poder trabajar.
La trama en
pocas palabras
El argumento es tremendamente simple: en una Roma
devastada por la guerra, Antonio Ricci
(Lamberto Maggiorani) es un obrero desahuciado que busca traer comida a la mesa
de su esposa y sus dos hijos. Finalmente consigue un trabajo colocando posters,
pero para ello tiene que poseer su propio medio de transporte.
Consigue una bicicleta vendiendo las sábanas de su
propia casa (que eran un regalo de casamiento) pero –bongiorno tristísimo– se
la roban en el primer día de trabajo. Desesperado, y sin recibir asistencia de
la policía, se lanza con su hijo Bruno
(Enzo Staiola) a recuperarla por sus propios medios.
***
El final de
El Ladrón de bicicletas
La cuestión es que al pobre Antonio le pasan todas. No sólo le roban su único medio para
subsistir, sino que además todos los intentos de dar con el ladrón terminan
fallando. En uno de los desenlaces más poderosos del cine, el protagonista
decide intentar robar él mismo una bicicleta que ve en la calle. Los vecinos lo
descubren, lo persiguen y comienzan a lincharlo…
… sin embargo, aparece su hijo Bruno para salvarlo,
y los vecinos le perdonan la vida. Padre e hijo, absolutamente devastados, se
vuelven de la mano a su casa. Suena una melodía triste y comienzan a pasar los
créditos. Fin.
La película es tan directa que funciona más como
una parábola que como un drama ficticio. A través de lo que es una sutil
metáfora, se exploran los sentimientos de traición y desesperanza en una Italia
de pos-guerra. Me gusta pensar que el pequeño Bruno representa a la generación emergente y post-fascista. Un niño
que demuestra tener muchos recursos y habilidades. A lo largo de la película lo
vemos tomar responsabilidades, trabajar y ser útil para el padre.
Sin embargo, Antonio
nunca lo deja tomar decisiones o liderar, ni siquiera estar junto a él. Si
prestan atención, durante toda la historia el chiquito va literalmente atrás
del padre (nunca al lado), corriendo para no quedarse atrás.
En varias oportunidades Bruno se pierde, tiene
casi-accidentes y su vida peligra por el descuido del padre. Antonio busca que
su hijo no se entere de aquella dura realidad (de forma similar a lo que hace Guido en La vida es Bella, otro clásico del cine italiano). Por eso, cada
vez que va a hacer algo que no quiere que su hijo vea (discutir, pelear, robar,
mentir), lo manda a hacer otra cosa, lo deja atrás, lo mantiene ocupado.
Tomados de
la mano
Es sólo en esa tremenda escena final donde Antonio
comienza a ver a Bruno como un verdadero
igual. Es un momento chiquito (como toda la película) pero captura a la
perfección la esencia de la historia. El padre no logra recuperar la bicicleta
(y casi muere en el intento), pero hay algo en ese andar lento, en ese triste
regreso a casa tomados de la mano, que parece indicar que las cosas van a empezar
a mejorar, poco a poco, a su ritmo.
La ilusión –esa burbuja que Antonio y los de su
generación habían creado– termina de romperse con el final de El Ladrón de bicicletas. La generación
anterior no logró salvar a Roma, es
hora de darle lugar a la siguiente, permitir que los más chicos crezcan, tomen
responsabilidades y, en última instancia, recuperen a una sociedad deshecha.
O, por lo menos, así lo veo yo.
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Ah bueno! ¡Ud también se dedica a ver estas películas! Groso, muy groso lo suyo.
ResponderEliminarLa vi hace unos 15 años. Tendría que verla de nuevo luego de haber leído esto y enfocándome más en Bruno. Me gusta el punto de vista desde dónde enfocás, porque incluso en esa época la adolescencia no se concebía como se la concibió una generación después. Ese Bruno habrá crecido en los 50 y 60 con Elvis, la revolución cubana, los Beatles, el mayo francés, la Guerra Fría...
Abrazo!
Me gusta todo el cine. Trato de ver todo lo que puedo: grandes clásicos, pelis viejas y nuevas, todo tipo de géneros. Esta peli yo la vi hace no tanto, 3 o 4 años. ¿Podés creer que Cinema Paradiso recién la vi hace unos meses? Santo pecado. Qué buena película (pronto sale post).
Eliminar¡Abrazo!