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martes, 13 de marzo de 2018

Explicando el final de El Ladrón de bicicletas


El final de El ladrón de bicicletas (1948) es uno de los más minimalistas y memorables de la historia del cine. Sin embargo, suele prestarse a confusión. ¿Es un desenlace tan deprimente como inicialmente aparenta o, secretamente, esconde un gran optimismo? En esta nota, provista de un hermoso título clickbait, voy a intentar desenredarlo.



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Un ícono del neorrealismo italiano

Dirigida Vittorio De Sica y basada en la novela homónima de 1945 (que escribió Luigi Bartolini), El ladrón de bicicletas es considerada una de las películas más emblemáticas del séptimo arte, y un pilar del neorrealismo en Italia.

Este movimiento artístico surgió al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando toda Europa buscaba recuperarse y reconstruirse.

Las películas neorrealistas intentaron mostrar la belleza del día a día, de personas comunes trabajando, peleándola, intentando llegar a fin de mes. Como consecuencia, el movimiento contó historias ancladas por un realismo violento, directo, que hacía uso de actores no-profesionales, filmaciones en exteriores y luz natural. La idea era utilizar la menor cantidad de artificios y tecnologías posibles y hacer desaparecer tanto al actor como a la puesta en escena.

El argumento narra un hecho banal, casi cotidiano: el robo de una bicicleta.

Por aquella época, la bicicleta era un medio de transporte costoso, y sólo para unos pocos. En la historia se convierte (casi literalmente) en la única forma de sobrevivir del protagonista, quien la necesita para poder trabajar.

La trama en pocas palabras

El argumento es tremendamente simple: en una Roma devastada por la guerra, Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) es un obrero desahuciado que busca traer comida a la mesa de su esposa y sus dos hijos. Finalmente consigue un trabajo colocando posters, pero para ello tiene que poseer su propio medio de transporte.

Consigue una bicicleta vendiendo las sábanas de su propia casa (que eran un regalo de casamiento) pero –bongiorno tristísimo– se la roban en el primer día de trabajo. Desesperado, y sin recibir asistencia de la policía, se lanza con su hijo Bruno (Enzo Staiola) a recuperarla por sus propios medios.



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El final de El Ladrón de bicicletas

La cuestión es que al pobre Antonio le pasan todas. No sólo le roban su único medio para subsistir, sino que además todos los intentos de dar con el ladrón terminan fallando. En uno de los desenlaces más poderosos del cine, el protagonista decide intentar robar él mismo una bicicleta que ve en la calle. Los vecinos lo descubren, lo persiguen y comienzan a lincharlo…

… sin embargo, aparece su hijo Bruno para salvarlo, y los vecinos le perdonan la vida. Padre e hijo, absolutamente devastados, se vuelven de la mano a su casa. Suena una melodía triste y comienzan a pasar los créditos. Fin.

La película es tan directa que funciona más como una parábola que como un drama ficticio. A través de lo que es una sutil metáfora, se exploran los sentimientos de traición y desesperanza en una Italia de pos-guerra. Me gusta pensar que el pequeño Bruno representa a la generación emergente y post-fascista. Un niño que demuestra tener muchos recursos y habilidades. A lo largo de la película lo vemos tomar responsabilidades, trabajar y ser útil para el padre.


Sin embargo, Antonio nunca lo deja tomar decisiones o liderar, ni siquiera estar junto a él. Si prestan atención, durante toda la historia el chiquito va literalmente atrás del padre (nunca al lado), corriendo para no quedarse atrás.

En varias oportunidades Bruno se pierde, tiene casi-accidentes y su vida peligra por el descuido del padre. Antonio busca que su hijo no se entere de aquella dura realidad (de forma similar a lo que hace Guido en La vida es Bella, otro clásico del cine italiano). Por eso, cada vez que va a hacer algo que no quiere que su hijo vea (discutir, pelear, robar, mentir), lo manda a hacer otra cosa, lo deja atrás, lo mantiene ocupado.

Tomados de la mano

Es sólo en esa tremenda escena final donde Antonio comienza a ver a Bruno como un verdadero igual. Es un momento chiquito (como toda la película) pero captura a la perfección la esencia de la historia. El padre no logra recuperar la bicicleta (y casi muere en el intento), pero hay algo en ese andar lento, en ese triste regreso a casa tomados de la mano, que parece indicar que las cosas van a empezar a mejorar, poco a poco, a su ritmo.

La ilusión –esa burbuja que Antonio y los de su generación habían creado– termina de romperse con el final de El Ladrón de bicicletas. La generación anterior no logró salvar a Roma, es hora de darle lugar a la siguiente, permitir que los más chicos crezcan, tomen responsabilidades y, en última instancia, recuperen a una sociedad deshecha.

O, por lo menos, así lo veo yo.


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2 comentarios:

  1. Ah bueno! ¡Ud también se dedica a ver estas películas! Groso, muy groso lo suyo.

    La vi hace unos 15 años. Tendría que verla de nuevo luego de haber leído esto y enfocándome más en Bruno. Me gusta el punto de vista desde dónde enfocás, porque incluso en esa época la adolescencia no se concebía como se la concibió una generación después. Ese Bruno habrá crecido en los 50 y 60 con Elvis, la revolución cubana, los Beatles, el mayo francés, la Guerra Fría...

    Abrazo!

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    Respuestas
    1. Me gusta todo el cine. Trato de ver todo lo que puedo: grandes clásicos, pelis viejas y nuevas, todo tipo de géneros. Esta peli yo la vi hace no tanto, 3 o 4 años. ¿Podés creer que Cinema Paradiso recién la vi hace unos meses? Santo pecado. Qué buena película (pronto sale post).
      ¡Abrazo!

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