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viernes, 16 de marzo de 2018

Murakami y un despiadado País de las Maravillas


El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas representa la primera gran decepción del año. Es un libro innecesariamente largo con el que no logré conectar. ¿Por qué no disfruté la lectura de esta obra de Haruki Murakami? Bueno, para eso existe esta nota, ¿no?




***

Como el 99% de los lectores que se sumergen en Murakami, conocí al autor con Tokio Blues (“Norwegian Wood”, según el título original). Fue una novela que me gustó muchísimo y que tuvo su reseña en el blog, allá por el año 2014.

Al año siguiente encaré Al sur de la frontera, al oeste del sol. Una novela que, si bien repite ciertos temas con Tokyo Blues, es igualmente satisfactoria y se convirtió en una de mis lecturas favoritas del 2015. Pueden leer mi reseña por acá.

Así que tenía mucha expectativa por El fin del mundo. El título es, de por sí, muy llamativo. Además, el libro se inicia con un fantástico mapa de una misteriosa ciudad. Por ese motivo, esperaba una gran novela de fantasía épica (que es como me la vendieron) con cosas locas sucediendo, grandes misterios y todo un mundo extraño por conocer.

Con lo que me encontré fue con un relato que no va para ningún lado, una premisa fascinante que termina siendo mal ejecutada, hilos argumentales que quedan en la nada y un enfoque demasiado descriptivo donde hay páginas y hasta capítulos enteros donde no ocurre nada.

En serio, hay porciones enteras de la historia que las podés quitar y no te cambia absolutamente nada. Hojas enteras del protagonista contándote con lujo de detalle lo que está haciendo, caminando de un lado a otro o directamente no haciendo nada. La descripción híper detallada (e híper molesta) de Murakami, en esta oportunidad, me quitó completamente el interés.


Pero no quiero adelantarme, arranquemos por el principio.

¿De qué va la historia?

El argumento se construye a partir de una narración dual bien marcada. Por un lado –en los capítulos impares– tenemos un despiadado País de las Maravillas, que no es más que Tokyo en un futuro que no parece tan alejado al nuestro (o tan alejado a los años ´80 en los que se desarrolla la historia).

Allí, un informático encargado de computar datos en su cerebro (a partir de una técnica conocida como “shuffling”) es contratado por un viejo y excéntrico científico para una tarea secreta relacionada con la manipulación de la conciencia.

En el medio, el apático, insensible, cerebral e insoportable protagonista (que parece sacado de una novela de Albert Camus, debido a su personalidad y visión del mundo) se encuentra accidentalmente entre el Sistema (organismo gubernamental) y los rebeldes conocidos como "semióticos" (sociedad al margen de la ley) en una guerra por el control de la información.

Dicho sea de paso, prácticamente ni llegamos a conocer a nadie del Sistema o de los semióticos. Tampoco terminamos sabiendo mucho sobre los Tinieblos, criaturas extrañan que viven en las alcantarillas de la ciudad. Todo lo que nos llega de estos antagonistas proviene de la narración.

Se cuenta, nunca se muestra. Lo que para mí fue un error.

Esta sección del relato es un sci-fi pincelado con toques de comedia negra (que, sinceramente, no es divertida) y un muy ligero fondo de policial negro.


En mi opinión, resulta la parte más frustrante de la novela. No sólo porque el narrador-protagonista es muy poco querible, sino también porque acá es donde se pierden más cantidad de páginas para no llegar a nada concreto y/o realmente interesante.

O sea, lo entiendo. LO ENTIENDO. La tendencia hacia el detalle mínimo e insignificante, hacia las cosas cotidianas más irrelevantes, hacen que el héroe de Un despiadado País de las Maravillas sea más cercano a un ser real a quien podemos comprender.

Murakami presenta misterios que nunca resuelve, evita la acción, se enfoca en tiempos muertos, en divagues, en pensamientos corrientes. El lector queda atrapado en esa fatalidad de indiferencia que el narrador emana. Es la desesperanza ante la vida, la inevitabilidad de la muerte, el absurdo de la existencia.

Pero no me banco capítulos eternos y enteros donde la narración no avanza hacia ningún lado en una historia que, desde el principio, promete un viaje fantástico por un mundo nuevo, secretos y conspiraciones.

La otra mitad del libro –capítulos pares– tiene lugar en una ciudad amurallada conocida como "El fin del mundo". El género acá es de fantasía pura, completo con lectores de sueños, bestias doradas, sombras que tienen su propia existencia y bosques encantados. Si la novela hubiera sido una historia específicamente basada en este mundo, me habría gustado mucho más.

En este Fin del Mundo, un recién llegado a la ciudad no tiene memoria de quién fue antes y fue despojado de su sombra por el Guardián. Su trabajo adentro es leer viejos recuerdos que viven en los cráneos de las bestias (unicornios).

Mientras que su sombra le encomienda en privado que pueda completar un mapa de la ciudad para elaborar un escape, el protagonista va relacionándose con los distintos habitantes de la ciudad.


***

#SpoilerAlert
A partir de este mundo se revelan cuestiones fundamentales de la trama.

***

Error 404: conexión no encontrada

Me cuesta creer que una historia fuertemente atada a la temática de la conciencia y la identidad (soy un gran amante de la literatura de Philip K. Dick), con un Lector de Sueños, mitológicas bestias doradas, peligrosas conspiraciones, sombras que susurran y toda una enigmática ciudad amurallada haya fallado conmigo. 

Lo cierto es que nunca logré conectarme del todo.

Repito: todo lo que sucede en el Fin del Mundo es atrapante y está bien contado. Creo que donde flaquea es, irónicamente, en el costado más “realista” de la historia. Siento que la premisa que tiene la historia es muy buena, pero la ejecución falla terriblemente.

Un título apropiado

El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas es un título indudablemente adecuado.

Realmente son dos historias separadas que pueden leerse de forma independiente hasta los últimos capítulos. Incluso hasta creo que pueden leerse de forma independiente y punto, porque los entrecruzamientos entre ambos mundos son sutiles y muy chiquitos.

Son 40 capítulos (20 para cada narración) y la verdad es que no se fluye de uno a otro de forma orgánica. Los cambios de mundo no tienen mucho que ver con lo que vimos en el anterior. A un capítulo de una historia le sigue otro de la otra historia, así como quien no quiere la cosa.

El elemento aglutinante es que en ambas tramas hay cráneos y aparece la figura mítica del unicornio (animal que nos remite, innegablemente, a Blade Runner, y con eso de vuelta a Phillip Dick, quizás una inspiración para esta obra).

Long story short, resulta que el mundo fantasioso está realmente en la cabeza del protagonista de Tokyo. El científico que lo contrató fue también quien, años atrás, experimentó con él. Colocó todo un sistema en su mente, conformando una historia viva y llena de imágenes que va tomando forma gracias al propio inconsciente del informático. Es el Fin del Mundo.


Este mundo está diariamente encriptado (amurallado) en la cabeza del Calculador, sin que él mismo tenga noción de ello.
(Nota de color: en un momento me pareció que podía ser que fuera al revés, que el mundo fantasioso fuera el real. Lamentablemente, Murakami nunca se la jugó por ese giro argumental que, en mi opinión, habría sido más jugoso).

A través de la charla con el científico, el narrador descubre que sus “circuitos normales” se van a desintegrar, quedando sólo este circuito mental que contiene al Fin del Mundo. Es decir: le quedan unas pocas horas de vida, pero va a vivir eternamente dentro de aquel mundo subconsciente. ¡Pero, che, por lo menos va a ser una vida eterna, de puro pensamiento!

«No estaba particularmente atemorizado por mi propia muerte.
Como dijo Shakespeare: muere este año y no tendrás que hacerlo el año que viene.»

Esta loca idea es bastante original y está bien propuesta. Uno de los conceptos interesantes que tiene la novela.

Dos niveles de la conciencia

Todas estas temáticas que presenta sobre la identidad y la consciencia son, ciertamente, fascinantes. Y, como toda buena ciencia ficción, genera más interrogantes que preguntas concretas. No es esto lo que me molestó de la novela.

Lo que no pude aguantar es que la porción del “Tokyo sci-fi” es bastante inaguantable. Es paradójico que la sección fantasiosa del libro sea mucho más creíble, emotiva y esté mejor narrada que la otra. Si fue una decisión consciente del autor, yo no pude distinguir la intencionalidad. En cambio, me queda la sensación de que mitad del libro está bastante mal escrita.

Los capítulos de El Fin del Mundo son (¿irónicamente?) prosa lírica, con motivaciones de personajes creíbles, simbolismos muy atractivos y una lógica que, si bien surrealista, siempre se mantiene coherente con sus propias reglas.

Pero basta de quejarme. Hablemos de los dos niveles de conciencia.

Uno de los aspectos interesantes del libro es cómo la forma se adapta al contenido. La división en dos mundos completamente diferentes imita, en algún punto, al mismo acto de la encriptación, tanto en el aspecto visual como en el estilo de la prosa.

Déjenme explicarme. Para facilitar la lectura, llamemos a los dos mundos FDM (El Fin del Mundo) y DPM (Un despiadado País de las Maravillas).


DPM es sucio, urbano, moderno, lógico, cínico. Parece estar basado en el lado derecho del cerebro, la lógica racional, matemática. La prosa recuerda a Hemingway, con ese nivel insoportable de detalle al que ya hice referencia. Capítulos largos, interminables, descripciones profundamente pormenorizadas..

En cambio, FDM es todo símbolos. Hay una comunión evidente entre mitología y naturaleza. Los capítulos son más cortos, concretos, la prosa es más barroca, centrada más en las emociones y en los lugares que en micromovimientos.

Mientras que en el mundo real estamos hojas y hojas con el narrador contándonos que se compró un cortaúñas y cómo se cortó cada una de las uñas, o por qué le gusta tener sexo con chicas gordas (aunque no siempre), o cada paso que hizo en su departamento (lavarse los dientes, colocar un disco, servirse un whisky) en El Fin del Mundo ese tipo de acciones se omiten.

Configurando los capítulos entre DPM y FDM, el lector va saltando desde un lado a otro del cerebro –desde un lado a otro de la conciencia– del mismo modo que lo hace la información al ser encriptada.

Es un proceso, en algún punto, similar al que realiza nuestro cerebro cuando procesa información real y nos la muestra en forma de sueños locos. Este concepto me pareció destacable.

Sobre los personajes sin nombres

Otro aspecto curioso de la novela es que ningún personaje tiene nombre propio. El narrador no tiene nombre y cada personaje secundario es llamado por una características física o su actividad: el Guardián, la Sombra, la Chica Gorda, la Bibliotecaria, etc.

Quizás sea una forma de que las temáticas de la historia tengan una aplicación más universal. Sin embargo, los personajes son descriptos con demasiado detalle, y con un sentido realista, como para que no tengan un nombre por capricho.

Creo que hay intencionalidad en esto también. El gran tópico del libro es la “identidad”. Así, la falta de nombres crea un interesante juego en la búsqueda del yo. Eliminar los nombres es también una forma de esconder la revelación de que los dos narradores son la misma persona. Un giro argumental que llega sobre el final del libro (aunque, honestamente, uno lo puede ver venir desde mucho tiempo antes).

Este tipo de sorpresa argumental ya la había visto en ese hermoso videojuego de aventura gráfica que es Gemini Rue, que reseñé en el blog hace un tiempo.

De hecho, parece que no dar nombres a sus personajes es una marca registrada del autor, un dato que yo desconocía. En efecto, los dos otros libros que había leído de él son posteriores y ahí ya había empezado a nombrar a sus personajes. Pero en la mayoría de sus obras, Murakami elige dejar a todos sus personajes sin nombre propio.


Palabras finales

En El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas, Murakami plantea preguntas intrigantes que nunca obtienen respuestas claras. Al hablar de conceptos filosóficos, no tengo problema con que las respuestas no estén servidas en bandeja. Ahora, cuando una trama promete mucho al principio para no entregar nada al final, lo veo como una traición hacia el lector.

Como muchos de los trabajos del autor, esta es una obra de tinte existencialista. No se preocupa por el argumento, sino por tematizar el absurdo frente a la vida. En lo personal, creo que otras obras de ficción lo han sabido trabajar con más soltura, y no necesitaron quinientas páginas para hacerlo.

«¿Cómo es que el sol continúa brillando? ¿Cómo es que los pájaros todavía cantan?
¿Acaso no lo saben? ¿No saben que ha llegado el fin del mundo?»

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2 comentarios:

  1. Llegué hasta el Spoiler. Yo no conecto con Murakami, es un esritor paralelo a mi mundo. Leí Tokio Blues y no me paso nada.

    Lo que si me gusta es que hagas entradas con NO recomendaciones , con decepciones o con cosas que no te han gustado
    Es algo que sigo sin aprender

    Abrazo!

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    Respuestas
    1. Es que aunque un libro (o una peli, o cualquier obra de ficción para el caso) no me gusta por cómo se relaciona con mi historia, no significa que no tenga cosas destacables. De hecho, con este libro intenté hacer eso. Si bien no me gustó, creo que tiene varias cuestiones interesantes (que son las que destaco).

      PD: (leí tu nota sobre el inspector Wallander. Ahí me agarraste desprevenido. Ni siquiera lo tenía en mi radar de lector. Me lo agendé).

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