Una cita improvisada. Una partida de Jenga. Un desafío improbable. “Piso 42”, un pequeño relato sobre las conexiones efímeras, el vértigo de lo inesperado y el arte de saber cuándo dejar todo en empate.
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Nunca terminamos la partida de Jenga
Aprovechando algunos elementos autobiográficos como disparadores -y mi pasión por los juegos de mesa- quise explorar la naturaleza efímera de los vínculos amorosos. Muchas veces pensamos que las relaciones humanas son siempre de ganar o perder. “Nos divertimos y después nada”, “Sólo le pude robar un beso”, “La pasamos re bien y me ghosteó”.
En Piso 42 intenté buscarle una solución elegante (y literaria) a este típico conflicto con la idea de un “empate” simbólico. Así, quizás, ganamos los dos. La relación entre los protagonistas ocurre en una única noche, intensa y memorable, pero destinada a desvanecerse con el tiempo.
La partida de Jenga funciona como una metáfora de estas relaciones: construimos con cuidado, enfrentamos la inestabilidad y, al final, todo puede derrumbarse con un solo movimiento.
También agregué una simbología con el viento de Comodoro Rivadavia, ciudad en la que viví durante el año 2010. Actúa como una fuerza incontrolable, casi como un personaje más, reforzando la idea de que todo está en constante movimiento y que nadie (ni nada) se queda para siempre.
A pesar del tono melancólico, creo
que el cuento mantiene cierta ligereza gracias a las observaciones graciosas
del protagonista sobre la cita, el viento y las dinámicas sociales. Espero que
lo disfruten tanto como yo me divertí escribiéndolo.
***
“Piso 42”
(Lupa Sívori)
Nunca
terminamos aquella partida de Jenga, Sara.
Sé que
sabés a cuál me refiero porque fue única, irrepetible. Por aquel entonces yo
estaba en Comodoro Rivadavia por laburo. Tenía 24 años. Vos un poquito más, 27
según me dijiste. Me serviste un café y yo te invité a salir. Dudaste, me
hiciste sufrir un poquito. Al final me dijiste que “sí”, pero sólo si nuestra salida
era “la más perfecta, bizarra, extraña, interesante y distinta del universo”. Palabras
tuyas, no mías.
Te conté
que yo era de Neuquén, viviendo en Bahía Blanca y que sólo estaba de paso por
Comodoro. Te reíste porque “todo el mundo está de paso en Comodoro”. Yo no
conocía a nadie en la ciudad, sólo a vos. De todas formas, acepté el
desafío.
Nos
encontramos en el centro a las siete. Caminamos un rato, riendo de cualquier
pavada. Yo te parecía un payaso. Vos, con esa sonrisa radiante, eras mi mejor
público. ¿Te acordás del viento que hacía? Las constantes ráfagas comodorenses
no nos ayudaban en nada. Tu pelo largo y enrulado bailaba a tu alrededor y vos
estabas molesta, acomodándolo todo el tiempo. Sé que a ustedes eso les jode un
montón. A los varones nos resulta simpático, tierno incluso. Luego de algunas
vueltas, entramos a ver algo de micro-teatro en un centro cultural. Era la
primera parte de mi plan: obras cortitas, de diez o quince minutos, divertidas,
pasajeras. Ahí mismo nos tomamos una copa de vino y nos dimos un beso.
La cosa iba
bien, ¿no?
Me contaste
un pedacito de tu vida y yo te correspondí con algunos de mis mambos. No
tardamos en darnos cuenta de que éramos parecidos en un montón de cosas... y
distintos en muchísimas otras más.
Entramos a
un barcito por una cerveza y una grande de muzza. Ese lugar lo elegiste vos
porque era tu favorito; el próximo me tocaba a mí. Ya cerca de la medianoche, nos
acercamos a uno que se llamaba… Oveja Negra, Chango Rengo, Vaca Loca… o alguna
otra combinación entre animales de granja y adjetivos rebeldes. Yo lo había
visto de pasada unos días antes. Tenía una gran variedad juegos de mesa a
disposición y eso me pareció un planazo.
A vos
también.
Nos pedimos
unos tragos y el Jenga. Cuando empezamos a jugar, me di cuenta de que la cosa
iba en serio. Tu habilidad con las maderitas me sorprendió. Mantenías la
conversación con naturalidad solo hasta la llegada de tu turno. Ahí te ponías
muy seria, moviendo las piezas con una seguridad tan absoluta como admirable. Cada
maderita quedaba perfectamente acomodada en la parte superior. Sólo entonces te
relajabas y seguías hablando.
Yo no me
quedaba atrás, ¿eh? Íbamos por el piso 22 cuando me contaste que el Jenga fue
inventado por una tal Leslie Scott en la década de 1970. Al parecer se inspiró
en algo que jugaba de niña con bloques de madera, viviendo en Ghana. La palabra
proviene del verbo suajili kujenga, que significa “construir”.
Al finalizar
el piso 25, noté que las mesas alrededor empezaban a mirarnos.
Cuando
terminamos el piso 28, salimos a fumar un pucho. Quise darte otro beso, pero me
contuve.
Para el
piso número 32, ya todo el bar había formado un círculo para vernos.
El primero
en sacar el celular lo hizo cuando alcanzamos el piso 37. Todos los demás
acompañaron, sacando fotos y grabando videos para sus redes. Te noté nerviosa,
Sara: no querías perder.
Yo tampoco.
Piso 39. El
barman -Lautaro se llamaba- se me acercó con una cerveza de cortesía para mí y
una limonada fresca para vos. La mía era una doble IPA, bien lupulada. Se me
ocurrió pensar que el tipo quería emborracharme para verme caer. ¿No te había
mirado a vos con algo de lujuria cuando entramos al lugar?
Si consideramos que la torre de Jenga empieza
con 18 pisos (3 bloques por nivel) y que cada vez que se retira un bloque y se
coloca en la parte superior se sigue la secuencia sin colapsar, en teoría el
límite es de 54 pisos (uno por cada bloque, en una estructura extremadamente
inestable). La torre más alta registrada oficialmente en los Guinness es de 44
niveles. ¡Nosotros íbamos por el 41, Sara! ¿Y si superábamos el récord mundial
esa misma noche? Es verdad que factores físicos como la fricción, la gravedad y
la estabilidad estructural nos jugaban en contra. Pero… ¿y si sí?
Lo vi
posible con vos, Sara. Ahí, frente a decenas de cámaras y testigos, nos vi
haciendo lo impensable. Vi el juego, sentí la noche… y te vi a vos. Te vi,
Sara. Y fue exactamente porque te vi que noté que te estabas empezando a poner
muy mal. Tu pulso ya no era el mismo, la sonrisa se había desvanecido. Ya no lo
estabas disfrutando; no como antes.
Te propuse
una tregua. ¿Y si lo dejábamos en empate?
Respiraste
profundo. “Sí, dale”, fue tu respuesta y la gente nos aplaudió.
Salimos a
la calle. Eran las 2 a.m. y ya se había puesto un poquito fresco. El viento
continuaba azotando sin piedad. Me agradeciste por todo, hubo un abrazo,
miradas… y después un silencio. Me gustabas, Sara. Me gustabas mucho, en serio.
Por eso te dije la verdad: “yo quiero irme a dormir con vos”. Aquella
honestidad brutal terminó por sepultarme. Por segunda vez en la noche, te noté
incómoda. Intentaste justificarte sin hacerme sentir mal, estuviste divina de
hecho… y así, como una extraña en la noche, te fuiste para tu casa, sola.
Durante
años me pregunté que habrá sido de tu vida. ¿Viajaste por todo el mundo como querías?
¿Te convertiste en la mejor tía del mundo? ¿Volviste a llegar tan alto en
el Jenga con alguien más?
Hay algo
que nunca llegué a contarte. No me fui inmediatamente para el hotel esa noche.
Volví al bar. Lautaro estaba limpiando, el Jenga seguía ahí, intacto, en el
piso 41. El pibe me miró sin decir nada. Los varones tenemos esa complicidad
mental, a veces una mirada dice todo. La de él decía: “qué lástima hermano, fue
un juego tremendo”.
Me acerqué
a la mesa y saqué una pieza más del fondo. La estructura tambaleó y amagó con
caerse, aunque no lo hizo. ¡Pude completar el piso 42! En ese momento deseé que
el viento de Comodoro siguiera enredando tu pelo por muchos años más. Me quedé
mirando la torre unos segundos. Observé su leve inclinación, las imperfecciones
en la madera, las vetas que serpenteaban por los bloques más frágiles. Busqué
con la mirada las pocas piezas que aún podían moverse. Calculé el equilibrio,
imaginé los posibles desenlaces. Sentí la torre. Y fue exactamente porque la
sentí que supe dónde tocar.
Apenas rocé
con el dedo aquel punto preciso. No hizo falta más para que la estructura se
desplomara por completo. Me quedé un momento allí, contemplando el desastre. Después
me levanté y salí del bar. El viento atroz de la ciudad me recibió con una
ráfaga fría. Sonreí. Todo el mundo está de paso en Comodoro.
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Algunas partidas de Jenga de 2024 que inspiraron esta historia:
=>> Otros RELATOS ROMÁNTICOS
en el blog: “Cuando el amor tocó la puerta, yo había
salida a comprar aceitunas”; “Los malabaristas son (prácticamente)
personas”; “El antojo tardío”;
“La noche sin maquillaje”;
“Te ofrezco mi ausencia (cuento chatsístico)”;
“Ascensor holístico (cuento elevadorístico)”.
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