Un cuento sobre la pandemia escrito en pandemia, aunque con un mensaje esperanzador (creo). Dos adultos hablan en una plaza mientras sus hijos juegan. ¿Pero quién cuida a quién realmente?
Relato
ganador del primer premio en el 4°
Concurso Literario "LA NATURALEZA NOS INSPIRA EN TIEMPOS DE
CUARENTENA", certamen patrocinado por la CONAPLU para la UNESCO.
Febrero de 2021. El mundo se sacudía el polvo de la pandemia. Dos madres se encuentran en una plaza mientras sus hijos juegan. Entre quejas sobre el calor y el dinero que no alcanza, sus palabras cargan el peso de los miedos y frustraciones que quedaron tras el encierro. Mientras ellas conversan, los niños observan, juegan y, con su inocencia, revelan lo que los adultos no pueden ver.
La versión narrada está por ACÁ.
***
Cuidado, adultos jugando
(Luciano Sívori)
Febrero 2021. Bahía
Blanca, Argentina.
Hay muchas cosas en los alrededores de la
plaza Rivadavia: un monumento al célebre personaje histórico, farolas de 1925,
una gran fuente en mármol de carrara, inglesa, enmarcada por cuatro pilares
pequeños. Está la catedral y, en el extremo opuesto, el palacio municipal.
También se ven cosas que la gente no distingue, que nadie nota: letras del
abecedario, tierra, árboles y un pedazo bastante grande de cielo, cartelería,
perros, palomas y hasta seres humanos.
El lector comprobará que mi texto es apenas la
enumeración de lo que uno percibe en cualquier espacio verde. La verdad es que
es una pobre excusa de introducción a una narrativa. Lo que ocurre es que se
hacía preciso describir lo que pasa cuando no pasa nada. Solo así puedo
introducir a mis protagonistas.
Saluden a Florencia, de veintiocho años, y a
Mariela, de treinta y cuatro. O no lo hagan. De todas maneras, ellas están sumergidas
en su propia conversación…
—Terminamos con el tema de la cuarentena… y
arranca el calor. Te digo una cosa, no teníamos estas temperaturas desde el
2009 —dice Mariela exasperada. Y tiene razón, el aire en la plaza tiembla por
el calor intenso—. ¡No se puede estar ni a la sombra! —agrega sacudiendo la
cabeza.
—Ni hablar. ¡No sabés lo que me gasto en
aire acondicionado! —comenta Florencia—. Bueno, igual, hoy ya la plata no
alcanza para nada.
—¡Qué querés que te diga! Comprás dos
pavadas y ya te gastaste mil pesos. En casa usamos ventilador de piso; si no,
no llegamos a fin de mes. Yo ya ni el diario leo. Son todas malas noticias. Ni
con el cambio de gobierno vi alguna diferencia.
—Son todos una manga de mentirosos, y
corruptos. El gobierno, la policía. La gente... la gente anda loca, loca. ¡Te
matan por unas monedas!
Frente a ellas, los niños siguen jugando y
gritando. Trepan a sus fortalezas y luego se lanzan por el tobogán.
—¿Cuál es el tuyo? —pregunta Florencia.
—El rubiecito, que está con esa nena. Tiene siete,
es un amor, ¡no sabés!
—¡Esa es mi hija! Parece que ya se hicieron amiguitos
—ríe Mariela—. A veces pienso en su inocencia y me da mucha envidia.
—¿Escuchaste lo del colectivero? Dos tipos
se le suben al bondi, como el chofer no los deja viajar sin pagar, le fracturan
dos dedos de la mano. Después le sacan la plata de la billetera. Ochenta pesos
tenía…
A unos metros de distancia, detrás de unos
arbustos, dos pequeños cuchichean.
—¿La de allá es tu mamá? —pregunta Franco.
—Sí.
—Se la ve cansada.
—Siempre está cansada…—dice Clara—. A veces
me preocupa, me preocupa mucho. Por eso la traigo a la plaza, así toma un poco
de aire y se tranquiliza.
—Te recontra re entiendo. Mi mamá siempre se
queja de todo. A veces tiene miedo, pero no lo muestra porque es grande. Yo
también la saco a pasear a veces, así no está tan seria.
Clara muestra frustración en su rostro.
—Los adultos nunca entienden nada. Siempre
hay que explicarles todo. ¿No te pasa?
—¡Me requeterecontra pasa! Creen que saben
todo, pero no saben nada. Yo no voy a crecer nunca…
—Y yo tampoco. ¿Me acompañás al sube y baja?
—¡Ahí estaban!
Las madres se acercan a sus niños y los
levantan a upa.
—¿Vamos a casa, Fran? —le dice Florencia y
luego mira a Mariela—. ¡Un gusto! Tal vez nos crucemos la próxima.
—Sí, me hizo bien desenchufarme un poco
—responde y mira a su hija—. ¡Ay, nena! ¡Estás toda llena de tierra! ¡La ropa
limpia! Vamos a casa así te bañás. ¿Pero será posible?
Y así, a medida que las madres se dispersan
con sus hijos, también lo hacemos nosotros. Todo les sigue sin llamar la
atención, nada destaca de lo habitual y la narración continúa sin un nudo o
conflicto principal hasta su abrupto y (hay que decirlo) vulgar desenlace.
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Merecido el primer premio.
ResponderEliminarEstá bien contado. Buen recurso el meter al lector en la historia.
Saludos.
¡Molto, gratzie compañero bloguero!
EliminarPor un 2021 un poco más esperanzador.