La idea de “La
muerte del autor” (o de la desaparición del autor) es uno de los conceptos
de la Crítica Literaria más fascinantes. A grandes rasgos, mantiene que las
intenciones de un autor y los hechos biográficos (su religión, política, etc)
no deberían pesar a la hora de alcanzar una significación de su escrito. En
otras palabras: la interpretación de un escritor sobre sus propios trabajos no
es más válida que la interpretación de cualquiera de sus (muchos) lectores.
Umberto
Eco solía decir que el texto tiene intersticios que el lector tiene que
completar, y que un escritor nunca debería proveer explicaciones de sus
trabajos, o de otra forma no debería haber confeccionado una novela, que es una máquina de generar interpretaciones.
Así: la muerte del autor es el nacimiento del
lector. Esta idea fue inicialmente propuesta por el filósofo y ensayista francés Roland Barthes, en un
texto de 1968 que hoy es una estampa
de la teoría literaria del siglo XX.
El ensayo se opone a la tendencia de la
época de analizar un trabajo literario dentro de un contexto biográfico y
personal del autor. Las implicaciones filosóficas de “La muerte del autor” trascienden la literatura para relacionarse con
el colapso del significado, el descubrimiento múltiple e, incluso, la muerte de
Dios.
Retrocedamos un poco y pensemos en un ejemplo contemporáneo.
Hoy Alan Moore –el excéntrico
genio de la industria de los cómics– anunció
que se retira de las historietas para enfocarse en otros medios de ficción.
El mítico creador de The Killing Joke
nunca estuvo del todo contento con la obra universalmente aclamada que
redefinió la relación entre Batman y
el Joker, una historia imperdible de
los cómics de superhéroes.
La novela gráfica (de la cual ya
hice la reseña en el blog) es una de las más estudiadas y comentadas de la
historia, y sin embargo Moore dijo que no le pareció que esta tuviera “nada
interesante para decir”. Nunca estuvo contento con el producto final y ¡hasta
lo considera una basura!
La pregunta que surge inevitablemente es: ¿debería
importarnos? ¿Debería importar la opinión de un autor sobre su propio trabajo?
Para responder a esto tenemos que remontarnos a las ideas de Barthes. La respuesta que él da es: sí,
la opinión del autor importa, pero no importa más de lo que cada uno de
nosotros opine.
Veamos cómo arranca Barthes su ensayo de “La muerte del autor”, una introducción
realmente maravillosa que pone en evidencia la tesis del texto:
«Balzac, en su novela Sarrasine, hablando de un castrado disfrazado de mujer, escribe lo siguiente: “Era la mujer, con sus miedos repentinos, sus caprichos irracionales, sus instintivas turbaciones, sus audacias sin causa, sus bravatas y su exquisita delicadeza de sentimientos”. ¿Quién está hablando así? ¿El héroe de la novela, interesado en ignorar al castrado que se esconde bajo la mujer? ¿El individuo Balzac, al que la experiencia personal ha provisto de una filosofía sobre la mujer? ¿El autor Balzac, haciendo profesión de ciertas ideas “literarias” sobre la feminidad? ¿La sabiduría universal? ¿La psicología romántica? Jamás será posible averiguarlo, por la sencilla razón de que la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.»
Las intenciones son una cosa, pero lo que finalmente
se logra con el producto final puede ser algo completamente diferente. Barthes (y paralelamente lo diría Michel Foucault también) afirma que un
texto escrito no le pertenece a su autor, sino más bien a la cultura en
general, y especialmente al lector.
La lógica que sigue el autor es bastante simple.
Para él, un texto es el resultado de infinitos intertextos, ideas entrecruzadas
que provienen del pasado cultural e histórico. Algo así como “todo es un remix”:
Por eso, el ensayista expone que en el momento en el que
se publica una novela, un cuento, un cómic, o cualquier texto en general, el
autor desaparece, muere simbólicamente. Lo plasmado en el papel es ahora
parte de la historia y cultura general. Podemos pretender entender algunas intenciones
del autor basándonos en su estilo, su historia, sus marcas registradas, su
vida. Pero no todo lector va a interpretar lo mismo.
Dicho de otra forma: podemos buscar desenredar un
texto, o una obra de ficción en general, a partir del autor, pero eso sólo nos
daría una porción de la realidad. Vale aclarar que Barthes nunca dice que la
opinión del autor no sea válida, sino que es tan válida como cualquier otra. Es
porque el autor se convierte en lector a finalizar su obra. Y en el lector es
donde reside verdaderamente todo ese entretejido de voces que es un texto:
«Un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino.»
A lo que Barthes quiso llegar es que no sería
correcto –o, por lo menos, no sería “completo”– analizar “Las flores del mal” en el contexto de la vida de Baudelaire. O estudiar los textos de Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft o Jorge Luis
Borges desde un punto de vista biográfico. Esta fue una postura
absolutamente revolucionaria para la época, una que estaba más en sintonía con las
ideas de los surrealistas. Ellos creían que un ente externo los “poseía” a la
hora de escribir, y que la forma de desencadenar esa suerte de inspiración
divina era a través de las técnicas
de escritura automática.
Curiosamente, por la misma época Michel Foucault escribió “¿Qué
es un Autor?”, un ensayo que, en esencia, tiene la misma premisa.
Algunos autores han utilizado el texto de Barthes
para llevarlo más allá y conectarlo con la teoría de los descubrimientos múltiples –más de una persona llegando al mismo
descubrimiento, idea o conclusión de forma independiente. Bajo este fundamento,
la “muerte del Autor” sería la inhabilidad de crear, producir o descubrir cualquier
texto nuevo. El Autor es únicamente un “escriba” que recolecta ideas y citas
preexistentes. Por ese motivo, no tiene la facultad de decidir sobre el significado
de su trabajo. No descubrió nada nuevo con su texto, sino que acomodó algunas
cosas para confirmar ideas que siempre estuvieron ahí.
Otros investigadores fueron todavía más allá y
relacionaron la muerte del Autor con la muerte
de Dios. Si Dios es el autor de este texto que es la vida, somos nosotros (los
humanos-lectores) quienes tenemos que encontrarle el significado y no dejarnos
guiar por sus interpretaciones al respecto.
... ¡Estúpido y sensual Roland!
No sé hasta qué punto vale la pena llegar a tal nivel de
profundidad (=delirio). Barthes hizo
una crítica de la crítica del momento, y su texto no le quita méritos al autor,
ni lo considera realmente un medio a través del cual “pasan las palabras”. Él no
busca ser un gurú, sino que establece algunos de los conceptos que considera
claves a la hora de analizar un texto. Es un error enfocarse exclusivamente en
la vida de un autor para buscar significado, y también lo es no comprender que
todos los textos son, en esencia, intertextualidad (una idea que el expande en De la obra al texto, un par de años
después).
Entonces: si Alan
Moore dice que The Killing Joke
es una porquería, Barthes responde:
«(…)
a la escritura hay que darle la vuelta al mito:
el
nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor.»
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=>> Otros posts ENSAYÍSTICOS en el blog: “Los tres
tipo de ciencia ficción (según Asimov)”; “Under the
Skin: cuando lo humano contagia”; “El
anti-detective en La Muerte y la Brújula”; “Tortugas,
hacia abajo, hacia el infinito”; “Argentina
es Nazilandia para el mundo”.
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Muy complicado para mi gusto. Y no me convence. El autor persiste de alguna forma, algo de su personalidad queda en su obra, están sus obsesiones. Y su condición de lector, condición necesaria para ser un autor, las interpretaciones de todo lo que ha leído. Y hay cruce de ficciones en la escritura, pero el autor algo tiene que ver.
ResponderEliminarNo por nada, es una de las historias más celebradas, más memorables. ¿No lo gusta a Alan Moore? Pero si tiene un juego con los flashback que es magistral. El final es sutil, no es un final fácil. Pero tal vez sea uno de los aciertos.
Tomo en serio el tema de la musa, pero escribir, dibujar, tiene su esfuerzo. Hay que prepararse para conectarse con las musas.
Así que no me convence esa idea. Aunque tal vez no esté preparado para refutarla.
Saludos.
A mí me parece que Moore generó odio y rechazo por su propia obra debido a la relación complicadísima que tuvo con DC Comics. Estoy de acuerdo en que The Killing Joke tiene muchísimas cosas interesantes para decir.
EliminarEsto me trae malos recuerdos, de cuando leía a Deleuze en la facultad y no entendía nada :P Por suerte, se me olvidó todo :PPP
ResponderEliminarEs muy interesante la nota y da para mucho. Lo lamento por Barthes, pero creo que este desligue de la obra de su contexto histórico tiene mucho que ver con el desarrollo del estructuralismo. Recuerdo haber leído un texto suyo donde explicaba algunos conceptos usando como ejemplo las novelas de James Bond.
En lo personal, estoy de acuerdo en parte con el planteo. Una vez que el artista termina la obra, ya deja de pertenecerle. Y la comparación con Dios me viene al pelo, porque una vez escuché que, en el Siglo de Oro, se consideraba que Dios no intervenía en el mundo porque era, justamente, una obra terminada.
Según mi experiencia, la vida del autor, su ideología, el contexto histórico y todo eso son elementos que hay que tener en cuenta a la hora de comprender un texto (estoy repitiendo demasiado "obra" :P), pero no son los únicos. También hay que tener en cuenta la estructura, el tipo de lenguaje, etc. Todo depende del tipo de análisis que se haga. Si no, parece que, en materia de interpretaciones, vale todo y terminamos como cierta gente que cita la Biblia para todo (cosa que me exaspera muchísimo).
Por cierto, no sé si ya la mencioné, pero hay una serie de videos llamada "Don't hug me, I'm scared" (que terminó este año) que es un poco como Lost: hay montones de videos con explicaciones e interpretaciones. Leí por ahí que los creadores, cuando les preguntaron su opinión sobre la locura de los fans, dijeron como que todas las interpretaciones eran correctas. Son unos maestros. Si no los viste, te los recomiendo, son demasiado geniales.
Estos posts me pierden, mirá el choclazo que me acabo de mandar DDD:
¡Saludos!
Sabia que vos, mejor que nadie, ibas a poder complementar tu post con datos más técnicos y precisos. Interesante la mención de Dios durante el Siglo de Oro. Era básicamente lo que quise decir, pero no salieron las palabras. Vi Don´t Hug Me, I´m Scared (es super cortito y está todo en Youtube). Posta que es un flash.
EliminarRespecto a la postura de Barthes, yo la banco, pero entiendo que es también hijo de su tiempo. Ninguna teoría abarca el 100% de la realidad. El tipo, por lo menos, le metió un pensamiento diferente al que se venía viendo.
¡Saludos!
(Por cierto, te mencioné en el post pasado y este comentario tuyo sólo confirma lo que dije, ja)
Todo es relativo, la distancia que separa las obras convencionales y las que nacen como medio expresivo de un sentimiento o pensamiento es abismal. Y se nota. Por poner un ejemplo, y trayendo al frente uno de mis escritores favoritos, al leer a Mario Benedetti puedes realmente sentir lo que él sintió cuando escribía sus historias. Así es la magnitud de lo que transmite y sobretodo, del cómo lo hace. De hecho, lo que admiro es cómo desliga la propia historia de las emociones de sus personajes, y de la cual no dudo que tenían parte de él. Personajes exiliados, otros acompañados por la muerte, la edad no siempre ligada a la madurez, la amargura de la vida, etc.
ResponderEliminarPero en cambio qué pasa cuando vas a leer, por ejemplo, los juegos del hambre, divergente o demás productos (porque así deben llamarse, productos). No queda nada, no hay atisbo de reflexión. A esos autores no les importa plasmar ningún pensamiento ni tampoco promoverlo en el lector. Sólo escriben pensando en la película que le van a sacar y los millones que se embolsarán.
El arte en cada uno de sus medios debe aprovecharse; lo que evoca una pintura no lo va a poder igualar una descripción, por más exacta que sea. De igual forma, existen libros que son intransferibles a películas, es el caso del Nombre de la Rosa (Umberto Eco) que aprovecha su medio, la descripción y narración, para lograr algo lo suficientemente denso que sólo puede existir en ese formato.
A lo que quiero llegar es que los medios artísticos deben mantener su identidad y no convertir las obras en productos genéricos que se enfocan en todos pero que no llegan a nadie. Que los son todo pero nada a la vez.
Gran aporte, Jesus. No leí El Nombre de la Rosa, pero la película me parece que estuvo muy bien (obviamente, la novela debe estar a otra altura). Gracias por sumarte al debate, aunque no me quedó claro es si Roland Barthes también te parece estúpidamente sensual.
Eliminar¡Saludos!
Roland a partir de hoy es el protagonista de mis fantasías eróticas. Antes era Borges, al cual le dediqué mi propio fanfiction de 50 Sombras de Grey, con tigres incluidos. Gracias, Luciano, por cambiarme la vida. Que Dios te lo pague ;)
EliminarY con este comentario entraste directamente a mi top-five de fans del blog preferidos. ¡Saludos!
EliminarGays
Eliminaryiiiiiiiiiiiii
Eliminarjaja muchas gracias por tus palabras, Luciano. Aunque, a decir verdad, soy yo quien debería de estar agradecido por algunos pensamientos que este blog me ha brindado e impulsado a producir. Que tengas buen día
ResponderEliminarAh bueno, llego tarde y veo que lo mejor ya pasó, tanto en la entrada como en los comentarios. Barthes me trae recuerdos estúpidos y sensuales de semiología en la facultad, pero más allá no he leído nada de él.
ResponderEliminarPor ahí se mencionó a lo intrasferible de El Nombre de la Rosa de un formato a otro. Yo, que cometí el grandísimo error de ver primero la película y luego leer el libro, les aseguro que el libro es varios años luz superior, y que no podía sacarme la cara de Sean Connery de encima.
Buena entrada! Buenos comentarios!
Abrazo
No sos el primero que me recomienda leer la novela. Voy a tener que leerla, aunque la película (en su momento) me encantó.
Eliminar¡Abrazo bloguero!