Finalmente, y después de que mis profesores de
Letras se cansaran de nombrarlo durante sus lecciones, me senté a leer una
novela de César Aira.
Desconozco si elegí el mejor libro para comenzar a
leer su obra. “Cómo me hice monja” es
una de las lecturas más bizarras e indescifrables que tuve la posibilidad de
encarar. Inevitablemente me lleva a preguntarme: ¿será toda su literatura así?
Con qué libro comenzar a leer a un autor determinado
siempre es un tema de laborioso debate.
Por ejemplo, nunca le recomendaría a nadie que comience Borges con “El Aleph”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” o “Las Ruinas Circulares” (que ya reseñé en el blog). O quizás sí, porque al fin y al cabo son sus textos más complejos, más trabajados si se quiere.
Por ejemplo, nunca le recomendaría a nadie que comience Borges con “El Aleph”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” o “Las Ruinas Circulares” (que ya reseñé en el blog). O quizás sí, porque al fin y al cabo son sus textos más complejos, más trabajados si se quiere.
En una entrevista, a la pregunta de con cuál de sus
libros comenzar, Aira respondió: “Hay que empezar por los buenos escritores, y
hay tantos que no creo que haya necesidad de llegar a mi. Yo soy apenas una
extravagancia”. Un genio.
“Cómo me hice
monja” es una novela corta del escritor oriundo de Coronel Pringles César Aira escrita en 1993.
Tuvo una reciente traducción al inglés por Chris Andrews en el año 2007 (al respecto
hay una entrevista muy interesante). Ambientada en Rosario, narra en
primera persona un año en la vida de un niño de seis años con un sentido muy
agudo de la realidad, y dotado de una variada y amplia cantidad de obsesiones.
Lo primero que llama la atención de la obra es que
el niño de seis años, llamado César Aira (como el autor) se ve a sí mismo como
una niña. Todos, sin embargo, se refieren a él como un chico. El conflicto se
dispara el día que, luego de mudarse de un pueblo chico (Pringles) a una ciudad
más grande (Rosario) su padre lo lleva a tomar un prometido helado, el primero
de su vida. Es genial cómo el autor describe la ansiedad con la que había
esperado aquella famosa golosina. Sin embargo, se horroriza ante el sabor de su
helado de frutilla. Después de probar el padre el helado, se da cuenta de que
está en mal estado y, discutiendo con el heladero, termina matándolo. Tremendo.
La cuestión es que César sufre un envenenamiento
con cianuro, pasa un tiempo en el hospital (donde experimenta delirios y
pesadillas) y termina comenzando la escuela primaria de forma tardía.
Desconectado de su clase, y con su madre como única amiga, termina induciéndose
en su propio mundo de imaginación y fantasía.
Muy contrariamente a lo que sugiere el título, la
historia no tiene nada que ver con
el despertar religioso.
***
#SpoilerAlert: se revelan detalles fundamentales
de la trama. Si tenés intenciones de leer la novela (que es muy cortita, de
hecho) primero hacelo y después pasate por acá. He dicho.
***
Lo cierto es pareciera que el texto no es lo que
aparenta; la lectura de la novela fluye con facilidad y mucha sencillez (son sólo
10 capítulos cortos), pero todo
parece indicar que hay algo más. A lo mejor, Aira buscó el equilibrio entre
lectores conformistas (aquellos que prefieren una historia más plana y directa)
y exigentes. Creo que escribe para ambos; no hay una sino dos historias, la que
se deja leer sin esfuerzo y la que está por debajo.
El texto, de hecho, está construido de tal forma
que rompe constantemente con las expectativas del lector. Nunca podés prever
para qué lado va a disparar. El niño se refiere a sí mismo como niña, su padre
va a la cárcel por un asesinato tan absurdo como confuso, un simple helado de
frutilla desencadena un desastre de proporciones épicas y en la novela nadie
llega a convertirse en monja.
Mucho
se ha escrito sobre lo oculto y los verdaderos significados en “Cómo me hice monja”. Hace unos años, en
una entrevista que se le hizo al autor en España,
el escritor comentó que la obra es su autobiografía parcial (parcial porque
trata sólo de un año de su vida). La escena que se describe inicialmente es
terrible y le sucedió en verdad: el niño (o la niña) le da la primera cucharada
a su helado y no quiere comerlo. El padre (en esencia, un hombre violento) no
puede creer que no le guste y lo obliga a que lo siga comiendo.
Cuando al fin lo
prueba, y nota que está descompuesto, se desata una tragedia que conecta el
inicio con el final de una manera maravillosa.
Es una novela basada en el recuerdo, y en un
recuerdo muy lejano, que distorsiona todo para convertirlo prácticamente en fábula.
Nos lleva de una forma brutal a recordar nosotros mismos lo que significa ser
un niño: no poder comunicar con palabras lo que sentimos, tener la libertad de
transformar el mundo con nuestra imaginación, mitificar los hechos, jugar a
inventar e inventar jugando.
Me encantó como Aira juega maliciosamente con nosotros. La identidad del personaje
alterna el género femenino con el masculino, el tema de la vocación espiritual
se desvanece (o, a lo mejor, se transforma de forma simbólica en otra cosa) y
la imaginación y la creatividad se convierten en un medio para sobrevivir en
circunstancias complicadas.
No sólo la característica dual del protagonista ni
el engaño constante del título resultan chocantes. Todos sus procedimientos
formales nos producen una rara extrañeza, rompen los hábitos de la percepción (que,
para muchos, es la verdadera finalidad del arte). Lo incomprensible aparece
en “Cómo me hice monja” en clave de
parodia. Aunque está situada en un ambiente innegablemente real (situaciones
verosímiles, ciudades reales) todo parece de una naturaleza onírica. Incluso en
el desenlace (brillante, por cierto) el mismo protagonista encuentra el final
de su vida cuando la viuda del heladero lo rapta y lo mete en un recipiente
lleno de helado de frutilla (ironía en su máximo esplendor).
Así, el helado de frutilla, cómo tópico, como el
origen de los miedos de un joven Cesar Aira, abre y cierra la novela. Una
suerte de espejo. La narración termina con un regreso a los orígenes, cerrando
el círculo. ¿Pero si murió, cómo pudo relatarnos su vida a los seis años?
Una de las temáticas más interesantes que aborda esta obra es el terror que sufren los chicos, el miedo hacia absolutamente
todo. En la historia, el padre es cruel y autoritario, y la madre cómplice.
Ambos son, en esencia, seres monstruosos. En el tercer capítulo, mientras el
protagonista sufre alucinaciones debido a su enfermedad, los padres se
materializan en los sueños como verdaderos monstruos. Todo es capturado con la ingenuidad y el
infantil sentido de asombro de un niño.
De chicos le tememos a muchas cosas, y muy
usualmente no encontramos formas de
comunicarnos.
Se genera un abismo entre lo que sucede en nuestra cabeza y
lo que realmente queremos poder expresar. Todo esto se plasma de forma sobresaliente
en la historia. A lo largo de la narración, el protagonista tiene siempre
dificultades para comunicarse y hacerse entender. Le sucede con la enfermera,
con compañeros de clase, su madre y con la viuda que termina por secuestrarlo.
En algunos casos acude a gestos, se tiene que
forzar a sí mismo a aprender a leer, utiliza pantomima o recurre al teatro (por
ejemplo, para hacerse entender por su viejo cuando descubre que no le gusta el
helado: simulacros de vómitos, arcadas, etc). Al final de la novela también “actúa”
frente a la viuda. Logra salvar aquel vacío en la comunicación con técnicas,
con artificios. Los niños también acuden al simulacro, al llanto, a diferentes
estrategias comunicativas ajenas a la palabra para trasmitir sus ideas.
Me encantó esta pequeña novela que hace un desdoblamiento de la realidad mediante la imaginación de un niño capaz de crear mundos paralelos. La narración es muy amena y, sin embargo, desborda complejidad. Nada es predecible en esta historia llena de contradicciones, verborragias y desvarías. Si la prosa de Cesar Aira es siempre de estas características, ya tiene mi completa admiración.
► “Cómo me hice
monja” aparenta ser un relato autobiográfico, pero no lo es; el narrador se
parece al autor, pero no lo es. Una vez que sabemos que está bien que
este texto nos resulte extraño, entendemos que las posibilidades de análisis
son innumerables. Lo grotesco, la fantasía, el engaño, el miedo y la ingeniudad
de un niño están todos compactados en un texto donde el narrador está jugando
con nosotros continuamente.
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=>> Otras notas sobre LITERATURA ARGENTINA en el blog: “La
otra piedad, un cuento de Laura Massolo”; “El
lado oscuro de Oliverio Girondo”; “Mariano
Pereyra: la sutileza de lo absurdo”; “Dormir
al Sol, de Adolfo Bioy Casares”; “La
ruta a Trascendencia, de Alejandro Alonso”.
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Lo desconocía por completo, interesante pensar por qué libro recomendar según el escritor. En el caso de Borges suelo decir que por "Ficciones", pero después de la frase de Aira no se. Si se me cruza en alguna visita a las librerías le daremos una chance
ResponderEliminarAbrazo!
Ya me compré otro libro de él ("La cena"). Lo tuve que buscar porque se lo mencionaba muchísimo en mis clases de la Lic. en Letras. Además, me toca en lo personal porque también considero a Pringles uno de los grandes lugares de mi infancia...
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