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miércoles, 5 de marzo de 2014

“¡Bang, bang!” (cuento)

– ¡Bang! Moriste –había gritado Sergio Martínez.
– ¡Le erraste como por 30 kilómetros! –exageré yo, con no más de 8 años y una voz particularmente aguda.
– ¡Bang, bang! ¿Y ahora?
– Tampoco me diste. Me agaché –respondí–. Esquivé la bala.
– ¡No seas tonto! No se puede esquivar una bala. Si estás muerto, estás muerto.
– ¡Claro que se puede! Batman y Superman las esquivan.
– ¡A Superman le rebotan! –objetó Sergio–. Y lo que decís no tiene sentido. ¡No sabés jugar! Si te disparo, tenés que quedarte tirado.
– ¡Pero si yo la esquivé! –me quejé–. Además, soy el capitán. Tengo tres vidas, así que me tenés que matar tres veces.
– ¡Yo así no juego más!

Aquellos eran los días en el verde Parque Central, o cualquier tarde en la calle de mi cuadra. Corríamos por las veredas como una avalancha infantil, gritando, saltando, riendo. Mi ametralladora era de plástico. Sergio solía usar un pedazo de tronco que había tallado con un cuchillo durante semanas. El gatillo era un broche sacado de la soga para tender la ropa.
Los chicos con un poco más de dinero compraban revólveres a cebita, que hacían estallar en las guerras de barrio mientras nos apuntábamos unos a otros. Era injusto, claro. Las balas de cebita dolían más que el aire que yo podía descargar al son de “Ra ta ta ta ta ta ta ta ta”. Las disputas eran cosa de todos los días. Surgían ágiles, cortas y violentas, pero terminaban en un minuto, tan rápido como habían florecido.

A veces las cosas se salían de control. Era la interminable discusión para determinar quién tenía razón. La sangre salía por la nariz del perdedor como símbolo del derrotado. El afligido tragaba los mocos y se retiraba con un “se lo voy a contar a mi papá” acompañado de una venganza jurada. Era parte importante de la existencia de un niño salvaje, siempre entusiasmado, siempre activo, nunca aburrido.


Aunque mi cuerpo había crecido, por dentro seguía siendo un pibe. Me estiré y alargué hasta el metro ochenta; desarrollé cuerdas vocales graves y potentes. Mis músculos se endurecieron, las líneas de la mandíbula y de los ojos se volvieron más marcadas. Pero mi cerebro nunca manifestó rasgos de haber crecido con la misma armonía. Mi inmadurez era prueba fehaciente de aquello. Con 46 años a cuestas, seguía metiéndome en problemas. Todo en mí estaba verde aún, repleto de altos robles de verano.

Durante esos segundos frente a mi amigo de la infancia, súbitamente empecé a darme cuenta de todo. Sergio “Maravilla” Martínez tenía razón; yo era el tramposo. No merecía que le hiciera sangrar la nariz a golpes. Al fin y al cabo, yo nunca esquivé su bala. No se puede esquivar una bala.
El plomo jamás dejó de dirigirse directamente hacía mí, solo le tomó algunos años más en alcanzarme.
¡Bang! Estaba muerto.

***

Tengo 45 victorias a cuestas, 28 por knock-out, y dos derrotas que prefiero no contar. (El árbitro estaba comprado). El boxeo es un deporte de impacto donde uno tiene que ser creativo para competir. No hay un set de reglas a seguir. ¡Ojo que no todo es placentero! Tengo una dieta estricta, entreno dos veces al día.

Empecé bien de abajo –como el que arranca un pozo– pero el año pasado me alcé con el título nacional de peso mediano del CMB. Hoy estoy pisando los 50 y sigo repartiendo golpes, solo que ahora se paga mejor. Mi condición social me permitió ayudar a mi viejo, que fue obrero toda su vida. Ahora vive en un Palermo Hollywood, ¿qué te parece? Mamá está contenta, aunque siempre se reza un rosario entero antes de cada pelea. 

A mí, Dios ni me va ni me viene… lo que tengo me lo gané solito, remándola como quien dice.

“Maravilla” Martínez es groso, y eso que lo conozco de chico. 

No puedo creer que lo tenga enfrente, arañando para no perder el título. Respira con pesadez. Yo también estoy bastante nervioso.  Pero soy Ricardo “Aplanadora” Catinelli, el ambicioso, el arrogante, el verdadero héroe argentino; y estoy convencido que lo voy a dejar tan desfigurado como a los 8 años. Estoy esforzándome al máximo. Además tengo intervención divina de mi lado… Mamá se va a rezar un rosario entero. Cada golpe va a ser un “¡bang!” sobre su rostro… y cuando salga campeón, mi viejo me va a decir “grande pibe… ¿nos tomamos una cerveza para festejar?”.


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=>> Los últimos CUENTOS del blog: “No más de once”, un evento trágico bajo la mirada de distintos testigos; “La distorsión en el espejo”, una visita a una adivina con consecuencias reveladores y “Instrucciones para aconsejar a través de frases”, un homenaje al gran Julio Cortázar.

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5 comentarios:

  1. Muy bueno, me encantó escribís muy bien felicitaciones !!!

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  2. Abu 7de marzo de 2014
    felicitaciones !!! siempre me leo algo antes de dormir, tus cuentos me encantan -

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  3. Buenísimo, Luciano, muy bien narrado!

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