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martes, 17 de octubre de 2017

Oktoberfest 2017 en Villa General Belgrano (diario de viaje)


Hace muchísimos años que tengo ganas de ir a la Fiesta Nacional de la Cerveza en Villa General Belgrano. Este año finalmente se dio la combinación de oportunidad, tiempo, (algo de) dinero y amigos cerveceros con las mismas ganas que yo.

El Oktoberfest en VGB se celebra tradicionalmente durante el primer y segundo fin de semana de octubre, recordando la cosecha de la cebada en Alemania. Desde que fue declarada “Fiesta Nacional” en 1972, cada año se festeja en toda la ciudad con stands de cerveza artesanal, comidas típicas de centroeuropa, bailes, música y artesanías.


Disfruté mucho del fin de semana, si bien tengo mis reservas respecto a ciertas cuestiones que iré comentando en este diario de viaje. Como siempre me gusta hacer, este es un recuento de algunas anécdotas memorables y unos tips/consejos para quienes quieran sumarse en próximas fiestas.

Los protagonistas de esta historia, además de quien escribe, son Santiago y Christian (célebres participantes de mi viaje por los Refugios de Montaña de El Bolsón el año pasado) y la invitada estrella: Mariana. Los cuatro formamos un grupo con el que supimos convertir los jueves en una juntada sagrada para tomar buena birra.

Comencemos.

***

La logística previa: alojamiento y transporte

Dos cosas debíamos decidir antes de partir hasta Villa General Belgrano en la provincia de Córdoba: ¿Cómo llegamos hasta allá? y, ¿dónde vamos a dormir?

Arrancamos a buscar alojamiento en agosto cuando –luego de varias idas y vueltas y algunos giros inesperados del destino (como que Santiago consiguiera trabajo en Neuquén y se mudara desde Bahía Blanca hasta allá)– nos propusimos firmemente a realizar el viaje.

Este fue un primer error: Villa General Belgrano ya estaba ocupada prácticamente al 100% y no logramos conseguir absolutamente nada.


De esto nos íbamos a perder de no conseguir dónde dormir...

De hecho, costó muchísimo encontrar un techo. Un amigo del laburo me dijo que es mejor reservar en mayo, porque ya en agosto está todo lleno (dicho y hecho). Finalmente conseguimos dos cabañitas muy lindas en Santa Rosa de Calamuchita, un pueblito que queda a 12 km de VGB.

Las cabañas Husy Samy estaban muy completas, bien ubicadas (8-10 cuadras de la terminal) y a precios razonables. Pagamos 1500$ la noche. En una cabaña de dos podían caber, tranquilamente, 3 personas.

La nuestra con Santiago tenía un hidromasaje que nunca usamos, cocinita, parrilla, microondas, utensilios, café, té, etc. Todo muy completo. Por la mañana te dejaban algunas facturitas para el desayuno. (acá pueden leer los reviews de TripAdvisor). La verdad es que yo les habría agregado una pileta, pero más allá de eso, estaban bien.

El otro punto a definir fue cómo íbamos a llegar. Hay detalles menores que no vale la pena aclarar, pero la cuestión es que salimos los cuatro desde Neuquén en auto: 1100 km atravesando Neuquén, parte de Río Negro, la Pampa, San Luis y, finalmente, Córdoba.

Santiago, nuestro conductor de cabecera, se armó un mapa con la mejor ruta para tomar. El GPS hizo el resto.


 Un mapita a la antigua.

Salimos el sábado 14/10 a las 5 de la mañana. Para el regreso, Christian y Mariana se subieron a un colectivo a Bahía Blanca en Río Cuarto y yo volví con Santiago en auto, donde se vivieron algunas otras aventuras locas con la policía. Pero ya llegaremos a eso.

Sábado 14/10 => La salida en auto

Sabíamos que sería un viaje largo (interminable para algunos) por lo cual teníamos encima unos ricos mates, galletitas y unas 40 empanadas de carne que, convenientemente, yo había preparado el día anterior. También teníamos 6 CD´s con música de todos los géneros, desde reggaeton y pop levantador hasta metal romántico, pasando por rock nacional, música corta-venas y rock clásico.



Por mi parte me llevé dos libros para leer: Madagascar, del argentino Luis Benítez, una fascinante historia de aventuras y piratas que ya voy a reseñar en el blog, y una antología de cuentos hermosa, obsequio de Marcelo Kisilevski, un compañero escritor de la comunidad de Literautas.com.

El viaje fue muy tranquilo, excepto por una pobre paloma a la que se le hizo la noche al atravesar la parrilla del auto. Estúpida paloma.

En San Luis nos decepcionamos bastante con el estado de las rutas, que estaban llenas de pozos y baches traicioneros (de hecho, nos comimos uno bastante fuerte). Por otro lado, había escuchado que la provincia se jactaba de tener wi-fi en todos lados: nada más lejos de la realidad.

Zafamos (zafé) de una infracción en la frontera entre San Luis y Córdoba por no tener puesto el cinturón. Una mentira rápida, astuta y eficaz de Santiago nos libró de pagar. 

De más está decir que nunca más me saqué el cinto durante el viaje.

Llegando a Córdoba, hicimos todo lo humanamente posible por evitar multas, ya que los cordobeses tienen la fama de hacerte pagar por cualquier cosa. 

Los consejos a seguir son sencillos: no pasar de 110 km/h, tener las luces bajas, hacer guiños al cambiar de carril en la autopista y siempre tener cinturones abrochados.

Lo que sí es destacable es la nueva autopista cordobesa, que es una maravilla. Felicitaciones a la provincia. Es un placer viajar por esa zona. (San Luis => apestás. Aprendé de tus vecinos).

Llegada a Santa Rosa de Calamuchita

Luego de 11 horas con el culo arriba del asiento, llegamos a Calamuchita a eso de las 3 o 4 de la tarde. En las cabañas los chicos se acostaron un rato mientras que yo aproveché a leer y recorrer un poco (odio dormir siesta). Nuestras vecinas eran un grupo de santiagueñas ultra tatuadas, en la cabaña detrás, y unas simpáticas porteñas, en la cabaña de adelante.

Más tarde nos dirigimos a pie hacia la terminal para subirnos a un colectivo que nos llevaría hasta VGB. Esa era una preocupación inicial, pero al final resultó ser bastante sencillo.

Hay, por lo menos, dos o tres líneas que salen cada media hora a los distintos pueblitos de Córdoba, con lo cual no es complicado llegar desde Calamuchita hasta Villa General Belgrano. El colectivo Pájaro Blanco, por ejemplo, nos costaba 38$ el viaje, mientras que Buses Lep cuesta un poco más (45$) porque es más cómodo.


Siempre que subimos estuvimos acompañados de cordobeses que, desde temprano, agitaban con cantos, música y arrancaban a chupar arriba del colectivo. El viaje, por suerte, dura apenas media hora. De todas formas, los mismos pibes que veías cantando y haciéndose los copados en el colectivo se volvían medio pecho-fríos al bajar.

El centro de Villa General Belgrano

Había estado en VGB hacía muchos años (casi una década, desde que hice un viaje por todas las sierras de Córdoba con mi familia), por lo cual no lo recordaba demasiado.

Al pisar el pueblo, lo primero que quisimos hacer fue conseguir un jarrón donde poder verter nuestra cerveza. Este representó uno de los tantos errores económicos que cometimos durante la travesía. Estábamos tan deseosos de comenzar a tomar birra que terminamos comprando mal y caro.


Foto con dos guachines...

Para que no cometan el mismo error que nosotros, busquen un local de jarrones que está al lado del Banco Macro, sobre la calle peatonal principal. Tiene más variedad y mejores precios que cualquier otro lugar que hayamos visto. No sean como yo, que caí en una trampa de turista y terminé pagando 70$ extra por mi jarroncito de cerveza.

La onda del lugar es que uno puede tomar cerveza tranquilamente en la calle, mientras que en cualquier otro momento del año esto es ilegal en la ciudad (y en el resto del país también). Caminar por la calle con tu jarrón de cerveza, intercambiando palabras alegres con todo tipo de gente, sentándote en ronditas en las plazas, es un placer enorme. Para mí es una excelente forma de pasar una tarde.

Nuestra primera parada (otro de los tantos errores antes mencionadas) fue en El Viejo Munich, un restaurant que se jactaba de tener “excelente cerveza artesanal”. Grave, gravísimo, error. Su cerveza no sólo no era ni siquiera pasable, sino que además nos tocó una moza que parecía estar al borde de un ataque de nervios.


Compramos cuatro pintas y unas papas. Cuando la chica nos trajo la bandeja se quedó, literalmente, parada con la mirada fija, colgando por unos segundos. Como si se le hubiera apagado el procesador. Parecía a punto de largarse a llorar. Actuaba de forma tan extraña que hasta nos dio un poco de miedo que, de hacer algún chiste poco sensible, ella quebrara ahí nomás.

Afortunadamente, en frente encontramos un lugar de recarga que tenía cerveza más pasable, aunque pronto descubriríamos una aterradora verdad: los cordobeses no saben hacer buena birra, y tampoco les importa.

A la gente del pueblo le da lo mismo tomar una supuesta artesanal que una Isenbeck, las cervezas te las vendían por “colores” (en lugar de mediante estilos) y ningún cervecero cordobés era capaz de hablarte de forma más o menos técnica sobre su producto. 

Las charlas que se daban eran más o menos así:

NOSOTROS: ¡Hola! ¿Tienen cerveza artesanal?
CORDOBESES: Sí, claro, obvio. ¿Adónde te pensás que estás, papá?
NOSOTROS: Uh, genial, queremos recargar nuestros jarrones que pagamos a un precio desmedido por apurarnos en la compra. ¿Qué tipo de cerveza tienen?
CORDOBESES: ¿Cómo “qué tipo”? ¡Tipo artesanal!
NOSOTROS: Sí, sí, claro, pero... ¿de qué estilo? IPA, Honey, APA, Scottish, Porter...
CORDOBESES: Eh... tipo artesanal... eh... negra, roja y rubia... No, pará, negra y rubia no hay. Sólo roja. ¿Quieren o no?
NOSOTROS: (-.-)

Christian, quien tiene una historia de decepciones con los cordobeses que data de varios años, era a quien menos le daban risa este tipo de conversaciones.


Paseamos por el pueblo, estuvimos averiguando para ir al predio al día siguiente. En un momento nos terminamos sentando a comer unas típicas salchichas alemanas.

Admito que estaban ricas, si bien costosas. Por 220$ te daban una salchicha con queso y panceta más una guarnición escasa de papas fritas a la barbacoa. Si me preguntan, no le habría dicho que no a una salchicha más.

Durante esa tarde cruzamos palabras con bastante gente, que venía de todos lados. No me encontré con tantos extranjeros como habría esperado. Si charlé con algunas tucumanas divertidas, gente de Buenos Aires (muchísima) y muchos ebrios horribles con la lengua demasiado suelta como para adivinar su procedencia.

Llegamos a casa alrededor de la medianoche. La verdad es que estábamos todos muy cansados.

Domingo 15/10 => Embalse Río Tercero

El domingo fue un día intenso por la cantidad de cosas que hicimos. Yo me levanté un poco antes que el resto, porque cada vez soy más viejo choto y duermo poco. Temprano vi el capítulo de Dragon Ball Super (un clásico del fin de semana) y avance con algunos otros videos de Youtube mientras me tomaba un café.

El día estaba hermoso. Soleado y sin viento. Tomamos unos mates afuera, decidiendo qué hacer. Una opción era quedarse en las cabañas, jugar unas cartas, tirar algo a la parrilla. En su lugar decidimos salir en el auto a recorrer la zona.

Llegamos hasta el mirador de Embalse Río Tercero, donde sacamos fotos, compramos algún que otro salamín (yo sólo me dediqué a comer estratégicamente de las muestras gratis) y tomamos unos mates rodeados de turistas, naturaleza y muchos puestos de artesanías.





A mitad de la ruta encontramos una parrilla libre que nos tentó: Locos por la Parrilla. Por 220$ (sí, lo mismo que habíamos pagado el día anterior por una mísera salchicha) podríamos comer toda la carne que quisiéramos.

Llegamos a las 11 y pico a almorzar y nos fuimos varias horas después. El lugar, en cuanto a comida, es recomendable. Sin embargo, todo llegaba con muchísima demora. Creo que es algo más relacionado con la idiosincracia del cordobés, porque esa “paja” para atender (y para hacer cosas en general) la vivimos en varios otros momentos también.


La entradita de la parrilla jugaba en primera.

Comimos muy bien, pero los platos con la carne que pedíamos llegaban a intervalos de veinte minutos a media hora. Un desastre en ese sentido. Al regreso llegó la siesta de los demás y luego nos preparamos para el evento principal: el predio del Oktoberfest.

El predio del Oktoberfest

Este año, a diferencia de otros anteriores, la fiesta principal no era en el centro sino en un predio a unas 15 cuadras desde la peatonal principal, en el Bosque de los Pioneros. También existe un colectivo gratuito (Bier Bus) que sale desde la terminal y te deja en la puerta, para los más vagos que no quieren patear.

Me alegro de haber caminado porque ya ahí te cruzabas con un montón de gente yendo y viniendo. Allí le avisamos a un pibe que tenía un pene dibujado en su frente (el pobre se llevó una sorpresa poco grata) y vimos a un pequeño spiderman sacándose una foto con un vikingo, un momento demasiado tierno con el que casi nos largamos todos a llorar.


La entrada estaba bastante salada (500$). Pudimos haber conseguido algo más barato comprando anticipadas. Una lástima. Por suerte podían sacarse las entradas con tarjeta de crédito/débito, lo cual fue genial porque ya ninguno contaba con mucho efectivo y los cajeros de la ciudad no tenían dinero (¡otra cosa fundamental a tener en cuenta!)

Este valor era el más caro porque el domingo era el evento principal y más grande. Al ingresar no nos arrepentimos para nada de haber pagado, ya que el lugar –por lo menos eso me pareció a mí–era fantástico.


El primer dato fundamental es que ahí podían conseguirse cervezas no más caras que en el centro (200$ el litro, aproximadamente) pero de una calidad muy superior. El motivo era claro: allí estaban los grandes cerveceros nacionales como Antares, que tienen un amor (y conocimiento) mucho más grande por la birra que el cómodo cervecero de pueblo cordobés.

Se hace díficil describir la inmensa cantidad de momentos y situaciones que se vivieron en esa divertida noche. Menos aún hacerlo en orden cronológico. Hicimos ronditas aleatorias con gente random, nos cruzamos varias veces con un par de divertidos uruguayos, saltamos la soga (en un intento fallido de obtener 30% de descuento en birra) y vimos varios espectáculos y juegos para beber.

Hubo una banda que tocó, Willy Weimer Polkarock. Le puso mucha onda a la noche. (Acá pueden conocerla en vivo).

La atmósfera que se vivió en el lugar fue increible. Todos tenían buena onda para charlar y reír. Los policías estaban para brindar seguridad, no para ponerse la gorra.

Hay algo en este tipo de fiestas que me encanta. Siempre odié los boliches porque: (1) odio bailar y (2) amo charlar/hablar/boludear (la música del boliche no te permite eso). El predio lograba un equilibrio entre un ambiente tipo boliche, con mucha gente (aunque igual era posible transitar) y mucha música, pero al mismo tiempo era perfectamente posible hablar sin tener que andar a los gritos.


Entre algunas otras anécdotas, que fuimos recordando al día siguiente, es posible mencionar una guerra de sillas entre Santiago y Mariana, una buena cantidad de fotos perturbadoras comiendo salchichas, la terrorífica presencia del payaso Pennywise, las dos personas con máscaras de viejas que te clavaban un pico y un gorro que, misteriosamente, le desapareció a un ebrio que dormía sobre un árbol y apareció, como por arte de magia, en la cabeza de Santiago.


Después de dos o tres birras, todos flotan...



La dama y el vagabundo, versión ebria.



Una de esas dos viejas me clavó un pico. No QUIERO recordar cual.



"¿Vos viniste con tu novio y los boludos de sus amigos? ¡Vení, saltá la soga conmigo!"



Sabias palabras.





Este flaco se pegó un palo bárbaro pero igual posó para mi foto.




Ciertamente, una noche muy memorable.

Lunes 16/10 => El regreso

Durante toda la vuelta en auto fui pensando lo mismo: qué lindo que estuvo y qué pena que fueran tan pocos días. Debido a nuestras apretadas agendas, no fue posible estar más tiempo por allá. Me parece que faltó un día en el que pudiéramos relajarnos un poco más.

En el afán de querer probar y conocer todo, estuvimos siempre apurados. En su lugar, debimos habernos tomado el tiempo para desacelerar (algo que a mí me cuesta muchísimo, y más en un viaje). Al final, uno termina más cansado en las vacaciones y logra descansar apenas lo justo y necesario para seguir.

Oktoberfest en Villa General Belgrano es súper disfrutable cuando uno tiene en cuenta ciertas cosas. Primero, que la birra dentro del pueblo no aprueba, por lo que no es necesario desesperarse por consumirla. Más vale tomar una Heineken o un vino en el centro y guardar el dinero para la buena birra en el predio, donde están las mejoras cervecerías con sus stands.


Segundo, es un viaje largo para los que venimos del sur, por lo que estar dos días no termina de rendir. Lo ideal, en mi opinión, es estar cuatro: viernes, sábado, domingo y lunes. Hay muchos pueblitos cerca de Villa General Belgrano que valen la pena para recorrer y conocer.

Es importante también empezar a organizarse desde muy temprano, particularmente en cuanto al alojamiento. Lo mejor es conseguir techo en Villa General Belgrano, para aprovechar mejor los tiempos allá.

Por otro lado, cuántos más amigos sean en este tipo de lugares, mejor. Nuestro grupo de cuatro fue bastante perfecto por los lugares en el auto y porque siempre podían armarse grupitos de dos para cuando nos separábamos.

Es cierto que conocés a gente de la vida, y terminás a los abrazos con cualquier desconocido, pero las historias y anécdotas más recordables se quedan siempre en tu grupo de amigos.

Como lugar para conocer, lo recomiendo mucho. Si bien, en mi caso no creo que vuelva en ningún tiempo cercano porque queda muchísima más Argentina por visitar.

El viaje de regreso fue un poco así, meditabundo, espiritual, reflexivo. A Christian y a Mariana los dejamos en Río Cuarto, donde tomaron un colectivo a Bahía Blanca, y con Santiago seguimos hasta Neuquén, charlando/analizando el viaje, escuchando buena música y tomando unos verdes.


Eso sí, porque en Argentina es prácticamente inevitable, nos comimos una multa. En la frontera San Luis – La Pampa, un control policial nos hizo la infracción por tener el matafuegos vencido. 

¡C'est la vie!

***


Los círculos rojos ERAN necesarios.

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6 comentarios:

  1. Muy bueno! Balance positivo entonces!

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  2. Mira que les avise que vayan al negocio al lado del banco, pero nadie esccuha a tomas, a nadie le importa lo que tomas tiene para decir. Lo bueno es que aprendieron la leccion y mas gente, al leer esto, si va a seguir el consejo.
    El Oktoberfest de VGB es espectacular. Como bien contas en la nota, no hay forma de pasarla mal, incluso pagando $220 por una salchicha alemana para que luego te cobren lo mismo por parrilla libre. Cordoba es magia, y mas con amigos.
    Saludos!

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    Respuestas
    1. Caímos en una trampa, más fáciles que turistas japoneses.

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  3. Un diario de viaje muy divertido chabon.
    Varias cosas para destacar. Estuve en VGB pero en verano hace unos ocho años, nunca en oktubre, no porque no me guste la birra.
    La conversación con los cordobeses, es tal cual... Y eso que Uds no son porteños (yo tampoco por pocas cuadras, pero a los ojos cordobeses debo ser muy porteño). Te la hacen pagar, te boludean, aunque no tengan razón... Un saludo para mi amigo "Pablo el cordobés"
    El mapa de tu amigo merece mis mejores aplausos 👏👏👏
    Lo de las multas es inevitable, te buscan hasta lo que no te falta. Hay que despreocuparse y ya contarlo en el presupuesto.
    El resto Pura y hermosa plática de borrachos

    De Córdoba, me quedo con traslasierra... Mina clavero me encanta
    Abrazo!

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    Respuestas
    1. Me quedo con "el resto, pura y hermosa plática de borrachos", jaja.
      Algunos amigos que leyeron el diario de viaje me dijeron que si un cordobés me lee, me viene a buscar a casa para cagarme a palos, así que desde ahora llamame Jaime Fulanito.
      ¡Saludos!

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