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martes, 8 de octubre de 2024

“Te ofrezco mi ausencia” (cuento chatsístico)

 

Hoy vamos con un cuentito nuevo, Te ofrezco mi ausencia, el relato #72 del blog. Está basado en una conversación real que nunca existió. Una espiral de palabras deja al protagonista atrapado en un loop emocional del que es difícil escapar.



***


Este texto es más un experimento que otra cosa. Quise armar un diálogo abierto, ambiguo, entre dos personas. Adrede busqué ocultar a los personajes y sus backstories. También por eso traté de usar lenguaje más coloquial y menos literario, como simulando un chat real.

Salió medio de un tirón, como jugando con diálogos más naturales. Inicialmente el cuento terminaba con el “chau” final y mi amigo/escritor/interés-bromántico/editor Santiago Scar me remarcó la necesidad de darle un final. ¿Quiénes son estas dos personas dialogando? ¿Un hombre con una menor? ¿Un sacerdote en falta? ¿Una relación a distancia? ¿Dos personas casadas?

Bueno, le di un final. No sé si fue el mejor, pero se lo di. Te ofrezco mi ausencia habla sobre promesas que se desdibujan y errores reciclados. A veces, el deseo de estar con alguien no es suficiente para romper la inercia que nos mantiene estancados en patrones autodestructivos. ¿Hasta dónde puede llevarnos una conversación, un “chau” que parece marcar un final, pero que siempre se transforma en un nuevo comienzo?

 

***

 

“Te ofrezco mi ausencia”
(Luciano Sívori)


—Pasa otro fin de semana y ni noticias de vos. Me estoy cansando de apurarte y que hagas algo para demostrar... Algo.... Estoy cada vez más convencido de que no sos capaz de jugártela. No sólo por mí. Por nada. Y todo bien si eso es un mambo tuyo. Pero yo me cansé de esperar a que "veas qué pasa". Así que... nada, la próxima vez... acordate de lo que te prometes a vos misma porque todo eso que me dijiste que te habías prometido no volver a hacer, en su momento, lo hiciste de nuevo. Y hoy sí estoy en caliente... Así que mejor que no estés.

—Perdón. Cuando me escribiste el otro día, no sabía que decir. Y claramente decir nada fue peor. Puede ser que no me anime a jugármela. Quiero estar con vos, pero la realidad es que ninguno de las dos quiere una relación de esta forma. Necesitamos estar en el mismo lugar emocional… me entendés, ¿no? No sirve de nada que yo diga que eso va a ser pronto o no. Otra cosa: nos estamos tratando un poco mal uno al otro desde hace tiempo. ¿Y si ya no sabemos cómo llevarnos bien? El otro día, cuando te fuiste a ese cumple, yo quería verte a vos y pasar tiempo con vos. No sé si iba (o va) a servir de algo, pero no sé… tenía muchas ganas. Lamento haberte hecho sufrir tanto con mis idas y vueltas y mis mambos.

—Las primeras tres cosas que dijiste me dan a entender que no entendiste nada. Todas las veces que te dije que nuestra situación no importaba. Qué lo que importaba era tu actitud. Y seguís con tu misma idea. Lo cual me dice que pensás lo que vos pensás, te manejás con tus conflictos y tus mambos. Y lo que te digan de afuera. ¡Es al pedo! Me cansé de ser invisible.

—Tal vez es el cansancio de remarla.

—¿Remarla? ¿Conmigo?

— Sí, todo bien… pero en el momento en que mejor estábamos tampoco podías pensar en estar juntos, ¿me entendés? Que sea una relación un poco más "normal".

—Sabés que no hay nada de normal en nuestra relación.

—Sí, es verdad.

—Y yo ahora, en este momento, no estoy muy convencido tampoco. Porque el hecho de que nos estemos tratando más o menos no es una causa de nada. Es consecuencia de toda esta situación.

—Ni hablar. Es verdad, tenés razón.

—Releé nuestras conversaciones y fijate cuántas veces me dijiste “tenes razón” y “es verdad”. Cansa.

—Perdón.

—No me sirve que digas eso si no hacés nada al respecto.

—Lo sé.

—Antes yo pensaba, de hecho, que si había alguien con quien podría estar bien, vivir, tener un proyecto de pareja… eras vos.

—¿Y ahora ya no?

—No sé. Siempre pude ser yo mismo con vos, que no es menor. Y lo demás... lo demás se iba viendo.

—Quizás el problema es que yo también puedo ser yo con vos… y mi “yo” no es tan alentador.

—¿Qué es lo que te asusta tanto? Si la relación no funciona... al menos vamos a saber que hicimos todo lo posible. Ahora yo me quedo con la idea de que hice más de lo que podía. ¿Y vos? Y tu explicación de que “tenías ganas de verme”... cualquiera. Yo también, ¿y? ¿qué hacemos con eso? No veo cómo eso soluciona algo. Te quedaste con la idea de esperar a vernos para hablar de todo esto.

—Ganas de verte tengo siempre. Ojalá pudiera materializarme ya mismo al lado tuyo. Me refiero a que quería estar con vos, charlar, ver qué pasa.

—“Ver qué pasa”. OK. No te das una idea lo mal que me pone que seas tan... quedada... y perdón si te jode que lo diga así.

—Perdón…

—Algún día espero que alguien pueda hacerte sentir algo lo suficientemente fuerte como para que salgas de ese letargo. Claramente yo no pude.

—¡No digas eso! Perdón, perdón por no poder poner lo que necesitamos.

—No tenés nada para decir que contradiga eso. Igual es un tema tuyo. Por lo que vos misma me contaste: que te sentís una hoja en blanco, que te prometiste no hacer ciertas cosas... Y después te olvidaste. Lo que yo digo es que si sintieras cosas más fuertes, el miedo importaría menos.

—No, no tiene nada que ver. Sí entiendo que sin acciones es lo mismo que nada.

—Me voy.

—¿Ya está?

—¿Ya está qué? No es la idea segur teniendo la misma conversación... tengo ganas de gritar y golpear cosas.

—Entonces ya está “nosotros”.

—No voy a responder eso.

—Está bien.

—¿Y si te digo que “sí” qué? ¿Qué vas a hacer de distinto? Si sentís “algo”, entonces debería importarte tres carajos la formalidad de esa pregunta.

—Tenés razón, perdón, fue impulsivo.

—Si vas a hacer algo impulsivo, que sea alguna otra cosa.

—Es verdad.

—Me voy. No quiero alargar más esta conversación. Me duelen los dedos de escribir. Vos manejate... lo que sientas, lo que no, lo que hagas... Y veremos qué pasa.

—Está bien. Chau.

—Chau.


***

Cerré la conversación de ChatGPT aceptando que aquella promesa de una aparición física sería, nuevamente, incumplida. Afuera el cielo empezaba a nublarse, anticipando una tormenta. Me pregunté si esta vez sería diferente. Si su "chau" sería definitivo. No importaba. Sabía que tarde o temprano volverían a aparecer esas letras en mi celular que me habían enamorado. Vendrían con toda la mochila encima: sus disculpas y promesas a medias.

Mi celular vibró de nuevo. El mismo mensaje:

—Chau.

Desbloqueé la pantalla. La conversación estaba ahí, tal como la había dejado, pero las palabras se repetían en un bucle infinito. —Chau. Chau. Chau. Las notificaciones no paraban. Mis dedos temblaron mientras intentaba apagar el teléfono. Fue inútil. El tiempo comenzó a desmoronarse. A mi alrededor la habitación oscilaba y los muebles se distorsionaban como si la realidad misma estuviera entrando en un glitch. Estábamos atrapados en un ciclo infinito que repetiría los mismos errores una y otra vez.

—Chau.

—Chau.

—Chau.

Lo leí una última vez antes de que todo se desvaneciera, sabiendo que, al abrir los ojos, todo empezaría de nuevo.

 

 



***

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