Estoy leyendo una novela
maravillosa de 1935 que
probablemente se convierta en una de mis favoritas del año. Es un misterio
policial de tipo “cuarto cerrado” donde un asesinato ocurre y el perpetuador
parece esfumarse de una habitación herméticamente sellada como por arte de
magia.
The Hollow Man (traducida como “El hombre hueco” o “Los tres
ataúdes”) es considera la mejor novela policíaca de este particular subgénero,
uno que se caracteriza por exponer crímenes imposibles cometidos en un recinto
cerrado o de acceso físicamente imposible.
Estaba muy ansioso por llegar al
célebre capítulo 17, donde el autor, John Dickson Carr,
aprovecha a su detective (el Dr. Gideon
Fell) para brindarnos un texto alucinante que repasa las creativas maneras
de matar a alguien en un cuarto cerrado.
Es un capítulo que puede
obviarse, ya que se desvía de la trama original, y sin embargo aconsejo no
hacerlo. Durante el mismo, la novela hace un stop, y rompe la cuarta pared,
para dar una lección impresionante sobre las diferentes modalidades en las que
estos crímenes pueden ser llevados a cabo.
«—Ahora disertaré —anunció con amable firmeza el Dr. Fell— sobre la mecánica general y desarrollo de la situación conocida en la literatura policíaca bajo el nombre de «habitación herméticamente cerrada».
Lo más llamativo de este
metatextual capítulo es que da a entender que los personajes están sumergidos
dentro de una obra de ficción.
«—Si va usted a analizar las situaciones imposibles —lo interrumpió Pettis—, ¿para qué hablar de las novelas policíacas?
—Porque ésta es una novela policíaca —replicó el doctor con franqueza—, y no debemos intentar engañar al lector pretendiendo que no lo es. No inventemos complicadas excusas para traer a cuento un examen de los relatos policíacos. Gloriémonos sinceramente de perseguir los más nobles objetivos posibles para los personajes de un libro. »
Les comparto el extracto en esta
nota porque, sinceramente, no tiene desperdicio. Es una carta de amor a todos
los amantes de lo detectivesco, un manual de ayuda para potenciales escritores e
incluso una lista de lecturas recomendadas sobre el subgénero (ya que se
brindan varios casos de ejemplo).
***
CAPÍTULO XVII
LA DISERTACIÓN SOBRE CUARTOS CERRADOS
(Extracto)
(Nota: las negritas y
cursivas son mías)
He aquí nuestro recinto, con una puerta,
una ventana y sólidas paredes. Al analizar los medios de fugarse cuando puerta
y ventana están cerradas, no mencionaré el ruin (y hoy día poco frecuente) ardid
de contar con un pasaje secreto que conduce al cuarto cerrado. Esto rebaja a
tal punto una novela policíaca, que un autor que se respete apenas si necesita mencionar
que no existe tal pasaje.
No tenemos por qué analizar las variantes
menores de este abuso: el panel que tiene apenas el ancho suficiente para dejar
pasar una mano, o el agujero disimulado en el cielo raso a través del cual se baja
un cuchillo, reponiéndose luego el tapón de un modo imposible de descubrir, y esparciéndose
polvo en el piso del desván de encima, de modo que parezca que nadie anduvo por
allí.
Todas éstas no son, repito, sino variantes
menores de un mismo principio, ya sea la abertura secreta pequeña como un dedal
o grande como la puerta de un pajar… En cuanto a una clasificación legítima,
podría usted anotar algunos de los siguientes casos (…).
PRIMERA CLASIFICACIÓN
Primero, tomemos el crimen
cometido en una habitación herméticamente cerrada que está realmente herméticamente
cerrada y de la cual ningún asesino se ha fugado porque en verdad ningún
asesino estaba en ella. Explicaciones:
1.- No es un asesinato, sino una serie
de coincidencias que terminan en un accidente que parece un asesinato.
A una hora temprana, antes de que
se hubiera echado la llave al cuarto, ha habido un robo, un ataque, o se ha
causado destrozos en el mobiliario que sugieren una lucha con un asesino. Más
tarde la víctima se muere accidentalmente o se desmaya en un cuarto cerrado con
llave, y se supone que todos estos incidentes han tenido lugar al mismo tiempo.
En este caso la causa de la muerte
es generalmente una fractura del cráneo. Se presume que ha sido causada con un
garrote, pero se debe en verdad a algún mueble. Puede tratarse de la esquina de
una mesa o del borde aguzado de una silla; pero el objeto más común es el guardafuego
de hierro de la chimenea. Entre paréntesis, el guardafuego asesino ha estado
matando gente de manera que hace pensar en un crimen desde la aventura de Sherlock Holmes con el Hombre Cojo.
La solución más ampliamente satisfactoria
de la trama de este tipo, en la que hay un asesino, es la de El
misterio del cuarto amarillo, de Gastón
Leroux, la mejor novela policiaca que se ha escrito.
2.- Es un asesinato, pero la víctima
es impulsada a matarse a sí misma o a sucumbir por una muerte accidental.
Esto puede lograrse por el efecto
de una habitación encantada, por sugestión; o, más frecuentemente, por un gas que
se introduce desde afuera en la habitación. Este gas o veneno produce un
frenesí en la víctima, que empieza a despedazar cuanto se encuentra en la
habitación, dejándola como si hubiera habido una lucha, y muere de una puñalada
que se infiere a sí misma. En otras variantes se traspasa el cráneo con el espigón
de la araña, se cuelga de un lazo de alambre o hasta se estrangula ella misma.
3.- Es un asesinato, pero cometido
mediante algún aparato mecánico previamente colocado en la habitación y oculto
de un modo imposible de descubrir en algún mueble de aspecto inocente.
En el momento oportuno, el
asesino pondrá el aparato en movimiento; pero puede tratarse también de una
máquina que, funcionando automáticamente, no requiera la presencia del mismo.
Puede ser alguna diabólica invención moderna creada por la ciencia de nuestros
días.
Tenemos, por ejemplo, el
mecanismo que actúa como un arma de fuego escondido en el receptor telefónico,
que dispara una bala contra la cabeza de la víctima cuando ésta levanta el receptor.
Tenemos la pistola con un cordel atado al gatillo y que es tirado por la dilatación
del agua al helarse. Tenemos el reloj que dispara una bala en cuanto se le da cuerda,
y (ya que los relojes son tan populares) tenemos el ingenioso reloj de pared
que comienza a hacer sonar una campana espantosamente estruendosa que tiene en
la parte superior, de modo que cuando uno se empina para detener el ruido, deja
caer, con sólo tocarlo, la hoja de una espada que le abre a uno el estómago.
Tenemos el peso que se desprende del cielo raso, y el que le aplasta a uno el
cráneo desde el alto respaldo de una silla. Está el lecho que exhala un gas mortal
al ser calentado por el cuerpo, la aguja envenenada que no deja rastros…
—Ya ven ustedes, cuando nos vemos
embrollados con estos dispositivos mecánicos, nos hallamos más en la esfera de
las situaciones imposibles que en la de los cuartos cerrados. Se podría continuar
indefinidamente con la lista, aun limitándonos a los aparatos mecánicos para electrocutar.
Una cuerda colocada ante una hilera de cuadras está electrizada; un tablero de
ajedrez está electrizado. Hasta un guante puede estar electrizado. La muerte
acecha en cada pieza del mobiliario, aun en un frasco de té. Pero todo esto
parece no tener aplicación el caso que nos ocupa, de modo que pasemos al siguiente:
4.- Es un suicidio que se intenta
hacer aparecer como un asesinato.
Un hombre se apuñala con un
carámbano; el carámbano se derrite, y no hallándose ninguna arma en el cuarto
cerrado, se supone un asesinato. Un hombre se dispara un tiro con un revólver
sujeto al extremo de un elástico; el revólver, al ser soltado, queda oculto
dentro de la chimenea.
Como variaciones de esta treta
(sin relación con los cuartos cerrados) tenemos la pistola atada a un peso que
cae al agua por encima del parapeto de un puente después de disparado el tiro,
y, en el mismo estilo, la pistola arrojada por una ventana a un ventisquero.
5.- Es un asesinato cuyo problema
proviene de una ilusión y una caracterización.
A saber: la víctima, cuando aún
se la supone viva, yace sin vida en un cuarto cuya puerta es observada. El asesino,
vestido como la víctima o confundido con ésta al ser visto de atrás, se precipita
en el cuarto; inmediatamente se despoja de su disfraz y sale de la habitación
con su verdadera apariencia. El que observa queda con la impresión de que dos
hombres iban a trasponer simultáneamente el vano de la puerta, y que uno de
ellos, el asesino, dejó pasar al otro, la víctima.
El matador tiene así una
coartada, puesto que, más tarde, al descubrirse el cadáver se supondrá que el crimen
fue cometido algún tiempo después de que la persona que se había hecho pasar
por la víctima entrara en la habitación.
6.- Es un asesinato que, aunque cometido
por alguien que estaba fuera de la habitación en el momento del hecho, parece
exigir la presencia del matador dentro de la misma.
Al explicar este tipo de asesinato,
lo clasificaré bajo el nombre general de “Crimen a Larga Distancia o de
Carámbano”, puesto que generalmente es una variación de ese principio.
He hablado de carámbano; ustedes comprenden
lo que quiero decir. La puerta está cerrada con llave, la ventana es demasiado
estrecha para dejar pasar a un asesino; sin embargo, al parecer, la víctima ha
sido apuñalada en el interior de la habitación, y el arma no aparece. Bien, el
carámbano fue disparado como una bala desde fuera (no analizaremos si esto es práctico,
como no analizamos los misteriosos gases anteriormente mencionados) y se ha
disuelto sin dejar rastros.
Creo que Anna Katherine Green ha sido la primera en usar este ardid en la literatura
policíaca, en una novela llamada Sólo las
iniciales.
Dicho sea de paso, a Anna Katherine
Green se debe el comienzo de numerosas tradiciones. En su primera novela policíaca
creó, hace ya más de cincuenta años, la leyenda del secretario asesino que mata
a su patrón, y estoy seguro de que las estadísticas actuales probarían que el
secretario sigue siendo el asesino más corriente en literatura. Los mayordomos
han pasado de moda hace ya largo tiempo; el inválido de la silla de ruedas es
demasiado sospechoso, y la plácida solterona de edad madura hace tiempo que ha renunciado
a la manía homicida para convertirse en detective. Los médicos también se
comportan mejor hoy en día, a menos, por supuesto, de que se vuelvan eminentes
y se transformen en Sabios Locos. Los abogados, si bien persisten en seguir
infames, sólo en pocos casos son activamente peligrosos. ¡Pero los ciclos
recomienzan!
Edgar Allan Poe, hace ochenta años, inició una modalidad llamando a
su asesino Goodfellow; y el más popular de los escritores de misterio modernos
hace precisamente la misma cosa llamando a su archi-villano Goodman. Entretanto,
esos secretarios son todavía la gente más peligrosa de tener en casa.
Continuando con lo relativo al
carámbano, se dice que los Médicis lo emplearon como arma homicida, y en uno de
los admirables cuentos de Fleming Stone
se cita un epigrama de Marcial para demostrar que tuvo su origen mortífero en
Roma, en el primer siglo de la era cristiana. Bien; era disparado, arrojado o lanzado
desde un arco como en una aventura de Hamilton
Cleek (aquel magnifico personaje de las Cuarenta
caras). Variantes del mismo tema, proyectiles solubles, han sido las balas
de sal gema y hasta las balas hechas con sangre congelada.
Esto ilustra lo que quiero decir
cuando hablo de crímenes cometidos en el interior de una habitación por alguien
que estaba fuera de ella. Hay otros métodos. La víctima puede ser apuñalada con
la delgada hoja de un bastón de estoque introducida a través de las enredaderas
de una glorieta; o puede ser apuñalada con una hoja tan delgada que no sabe que
está herida y se encamina a otra habitación antes de caer súbitamente muerta. O
es inducida a mirar por una ventana, y, en seguida, nuestro viejo amigo el
hielo le atraviesa el cráneo desde arriba, pero ningún arma aparece, porque el
arma se ha disuelto.
Bajo este encabezamiento (aunque
podría ir igualmente bien bajo el número tres), podríamos catalogar los asesinatos
cometidos por intermedio de culebras e insectos venenosos. Las culebras pueden no
sólo ser escondidas en cofres y cajas de caudales, sino también en floreros,
libros, lámparas y bastones. Hasta recuerdo un divertido caso en el que la boquilla
de ámbar de una pipa, grotescamente tallada en forma de escorpión, nace a la
vida de repente como escorpión real cuando la víctima se la lleva a la boca.
Pero el que les recomiendo, señores,
como el mejor de los asesinatos a distancia cometidos en un cuarto cerrado, es
el relatado en uno de los más brillantes cuentos cortos de la historia de la
literatura policíaca. (De hecho, alcanza la suprema e intangible excelencia de Las manos de Mr. Ottermole, de Thomas Burke; El hombre del pasaje, de Chesterton,
y El problema de la celda número 13,
de Jacques Futrelle).
Es El misterio de Doomdorf, de Melville
Davisson Post… y el asesino a larga distancia es el sol. El sol pasa a través
de la ventana del cuarto cerrado, convierte en vidrio ustorio una botella que
está sobre la mesa, llena de puro y blanco licor de alcohol metílico, y enciende
por su intermedio el pistón de un revólver que cuelga en la pared, de modo que
la víctima muere de un balazo en el pecho mientras yace en su cama. Después
tenemos… ¡Despacio! ¡Ejem! ¡Ja! Mejor será que no me desvíe del tema. Pondré
punto final a esta clasificación con la última subdivisión:
7.- Éste es un crimen que depende
de un efecto exactamente opuesto al del número 5. Esto es, se supone muerta a
la víctima mucho antes de que en realidad lo esté.
La víctima yace dormida (narcotizada
pero ilesa) en un cuarto cerrado. Las llamadas a la puerta no consiguen despertarla.
El asesino manifiesta una fingida alarma, fuerza la puerta, se precipita en el
interior del cuarto y mata a la víctima de una puñalada o cortándole la garganta,
haciendo creer entretanto al resto de los presentes que han visto algo que en
verdad no han visto.
El honor de la invención de este recurso
corresponde a Israel Zangwill, y
desde entonces ha sido usado en muchas formas. Ha sido puesto en práctica (generalmente
apuñalando) en barcos, en casas ruinosas, en invernáculos, en desvanes y aun al
aire libre, donde la víctima ha dado un traspié y se ha desmayado antes de que el
asesino se incline sobre ella.
Por cierto que ni siquiera he
considerado con amplitud los métodos de esta clasificación particular; no he hecho
más que un tosco bosquejo improvisado; pero dejaré que quede así. Iba ahora a
hablar de la otra clasificación: la de los diversos medios de acomodar puertas
y ventanas de modo que puedan ser cerradas por el lado de adentro.
SEGUNDA CLASIFICACIÓN
Las chimeneas, lamento decirlo, no
están favorecidas como medios de fuga en la literatura policíaca…, excepto, por
supuesto, como pasajes secretos. En ese carácter resultan insuperables. Tenemos
la chimenea hueca con el cuarto secreto detrás, la parte posterior del hogar
que se abre como una cortina, el hogar que gira hacia afuera…, hasta la
habitación debajo del suelo del hogar.
Además se puede dejar caer toda clase
de cosas por las chimeneas, especialmente
cosas ponzoñosas. Pero el asesino que huye trepando por ellas es muy poco
frecuente. Además de estar muy cerca de lo imposible, es un asunto mucho más
sucio que darse maña con puertas o ventanas.
De las dos clasificaciones
principales: puertas y ventanas, la puerta es con mucho la más popular, y
podemos por tanto clasificar unos cuantos métodos de maniobrar con ellas de modo
que parezcan tener la llave echada por dentro:
1.- Operando con la llave que ha quedado
puesta en la cerradura.
Éste era el método preferido
antiguamente, pero sus variantes son demasiado conocidas hoy día para que alguien
lo use seriamente. El paletón de la llave puede ser alcanzado y hecho girar con
pinzas desde fuera.
Un pequeño mecanismo práctico
consiste en una pequeña varilla delgada de metal, de unos cinco centímetros de
largo, a la que se amarra un cordel resistente. Antes de abandonar la
habitación se introduce esta varilla en el ojo de la llave de manera que funcione
como una palanca; se deja caer el cordel al suelo y se lo pasa por debajo de la
puerta al otro lado: al tirar de él, la varilla hará girar la llave. Después se
sacude el cordel hasta lograr que la varilla caiga al suelo, y luego se la arrastra
hacia uno por debajo de la puerta. Hay varias
aplicaciones de este mismo principio, y en todas ellas se hace uso de un
cordel.
2.- Sacar simplemente la espiga de
los goznes de la puerta sin tocar el cerrojo o cerradura.
Ésta es una limpia treta conocida
por la mayor parte de los escolares, que la ponen en práctica cuando quieren asaltar
un aparador cerrado con llave; claro está que los goznes deben hallarse del lado
de afuera de la puerta.
3.- Operando con el cerrojo.
También aquí se echa mano de un
cordel; esta vez se utiliza un mecanismo de alfileres y agujas de zurcir por medio
del cual el cerrojo se cierra desde afuera por la acción de palanca de un
alfiler clavado en el lado de adentro de la puerta, y el cordel se saca a
través del agujero de la cerradura.
Philo Vance, ante quien me descubro, nos ha mostrado una óptima aplicación
de esta treta. Hay variaciones más simples, pero no tan efectivas. Una de ellas
es la siguiente: se practica un lazo, más o menos flojo, en el extremo del
cordel; se hace pasar el lazo alrededor de la manija del cerrojo y el cordel por
debajo de la puerta. El cerrojo se corre tirando del cordel hacia la izquierda
o hacia la derecha. Luego, mediante un tirón se hace saltar el lazo de la
manija, y la cuerda se arrastra hacia afuera.
Ellery Queen nos ha mostrado otro método, que implica la
utilización del mismo muerto…, pero una descripción escueta de ese método,
sacado del contexto, parecería tan descabellada que cometeríamos una injusticia
con ese brillante caballero.
4.- Maniobrando con una aldaba.
Este método consiste, por lo general,
en colocar entre la aldaba y la
hembrilla algún objeto que se sacará después de cerrada la puerta desde fuera,
permitiendo así que la primera caiga dentro de la segunda. Hasta ahora no se ha
encontrado, para ello, nada mejor que utilizar un cubo del siempre servicial
hielo; pues como éste se derrite, evita la segunda parte del procedimiento. Hay
casos en que un portazo basta para hacer caer la aldaba en la hembrilla.
5.- Una treta simple, pero efectiva.
El asesino, después de cometer su
crimen, ha cerrado la puerta desde afuera y se ha guardado la llave. Se supone, sin embargo, que la llave está todavía
en la cerradura, del lado de adentro.
El asesino, que es el primero en
provocar la alarma y encontrar el cadáver, rompe el vidrio superior de la
puerta, mete a través de él su mano, con la llave escondida en ella, y pone la
llave en la cerradura, abriendo así la puerta desde adentro. Esta estratagema también
se puso en práctica rompiendo un panel de una puerta ordinaria de madera.
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último beso (relato policial)”; “El
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o cosas desconocidas, relato de John Dickson Carr”; “A
puerta cerrada, de Jean Paul Sartre”
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Recontra interesante. Me diste ganas de leer la novela. Vamos a ver si la consigo.
ResponderEliminarSeguis siendo el super craneo entre los bloggers
Todo un orgullo
Abrazo
¿Existirá el premio al Super Cráneo Bloguero? Con mi suerte, seguro salgo SEGUNDO. =P
EliminarGracias, che, igual este post es más robado que otra cosa, ja.
Me gusta cuando se rompe la cuarta pared.
ResponderEliminarMe gusta para usar en una ficción la explicación 4 y 7 de la primera clasificación.
Saludos.
Sí, yo también creo que voy a tomar alguna prestada para algún futuro cuentito.
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