En esta ocasión les dejo un nuevo
cuentito. Aunque tiene esbozos de psicología, no es más que un decorado, parte del
paisaje. El relato es simplemente un pase
de comedia mezclado con altas dosis de ironía. No creo que sea de mis mejores
trabajos, pero sí me divertí mucho escribiéndolo.
¡Espero que les guste!
El cuento ganó una Segunda Mención de Honor en el 16° Certamen Literario Nacional "Leopoldo Lugones" (Necochea, 2017) y Cuarta Mención de Honor en el Concurso de Cuento Breve de la Biblioteca Popular Sarmiento (Tres Arroyos, 2017).
Versión narrada del cuento en este link.
¡Espero que les guste!
El cuento ganó una Segunda Mención de Honor en el 16° Certamen Literario Nacional "Leopoldo Lugones" (Necochea, 2017) y Cuarta Mención de Honor en el Concurso de Cuento Breve de la Biblioteca Popular Sarmiento (Tres Arroyos, 2017).
Versión narrada del cuento en este link.
“Un problema de perros”
—El problema
es que somos como perros desesperanzados —digo en voz alta, con la boca llena
de pan y salamín.
Estamos en lo del
Gordo, un amigo de fierro. Nos rateábamos juntos en la secundaria para jugar a
la compu. Hace un montón, en otra vida. Es su cumpleaños (al parecer la gente
todavía festeja los cumpleaños) y su mujer preparó una picada increíble: jamón
crudo serrano, leberwurst, lomo americano, mozzarella boconccino, fontina
tipo suizo. Todo muy gourmet. Una genia la esposa, la verdad, me saco el
sombrero.
La cuestión es
que ahí estamos: el Gordo, Vero (la mujer), el Seba, Mati, y yo. Los de
siempre. Pero también cayó la amiga divorciada de Vero —en sus 40, buscando
donde aterrizar la nave antes de que se le acabe el combustible— y hay tres
amigos del laburo del Gordo. Y creo que están por llegar los suegros. De pronto
me parece que somos muchos. Y cuando termino de pensar en eso, digo lo de los
perros.
—¿Qué? —dice
Mati, como era de esperarse. Él siempre es el primero en preguntar.
—Sí, lo dijo
el Dr. Seligman a principios de los 90 —explico mientras pincho un quesito con
el tenedor—. El tipo era psicólogo y hacía experimentos con perros. Estudiaba
la incapacidad de actuar que suelen tener.
Hago un
silencio de evidente teatralidad. Ya los tengo.
—El tema es
que puso a unos cuantos perros en una jaula, y aplicó corriente eléctrica a las
rejas. Tras varios intentos de escapar, los perros desistían y se echaban al suelo.
Ya ninguno quería recibir los choques eléctricos. Más tarde los puso en otra
jaula, con la puerta semiabierta y sin electricidad: ninguno se movió. Habían
aprendido la impotencia y la desesperanza. Creo que todos somos un poco así.
Mati deja los
cubiertos al costado del plato. Suena un teléfono en algún lado que nadie atiende.
—Los pobres perros daban por hecho que sus intentos no iban a servir para nada. ¿Para qué intentarlo? —sigo y me meto un bocado de lomo ahumado con pan, que acompaño con cerveza fresca. La divorciada me mira feo—. Seligman comprobó que estos perros pesimistas con el tiempo sufren más enfermedades, mueren antes… y yo creo que muchas veces nos sentimos igual de indefensos.
La picada está
tremenda. El pancito recién preparado, calentito, crujiente. También hay unas
papas fritas doradas como soles, brillantes, aceitosas. Inclino la fuente para
dejar que caigan al plato y las embadurno de salsa golf.
—Somos los
perros de Seligman —continuo— y lo peor es que más o menos a esta edad nos
damos cuenta. Antes somos invencibles, imparables. Pero terminando los 30
aparecen los miedos, las deudas, la presbiopía, la presión alta, los exámenes
renales, la disfunción eréctil, la soledad… Es como un virus que crece y crece:
la imposibilidad de ganarle a la vida, la necesidad imperiosa de transcender,
de querer ser recordado.
—Es muy cierto
lo que decís… —aporta Vero, horrorizada, y lo mira al Gordo con cara de “¿para
cuándo el bebé”?
Me clavo una
salchichita alemana y miro a uno de los amigos del laburo del Gordo.
—¿Cuántas
cosas nos faltan por hacer? Vamos a ser polvo, desaparecer de la faz de la
tierra. Todo lo demás va a seguir ahí, pero no nosotros.
—Es verdad, es
verdad… —dice alguien muy serio. Pero yo no lo veo, clavo la vista en las
berenjenas al escabeche.
—La muerte está ahí. Te dice: “hola, ¿te acordás de mí?”, más o menos a esta altura de la vida. Y apenas levantamos la cabeza para mirarla. De alguna forma, aunque la jaula esté abierta, seguimos tirados, desahuciados. Para el que no siente esperanza, no es posible ver las oportunidades y posibilidades de cambio, aunque las tenga enfrente. Lo dijo Seligman, no yo. Por eso yo encaro la vida de otra forma, aprovecho el momento, lo capturo … —bebo un sorbo de cerveza.
Se generó un
ambiente de mierda. Ahora el Seba juega con el tenedor a pinchar los restos de
una picada inexistente, y la divorciada junta los restos de pan con el dedo
índice. No sé por qué salté con lo de Seligman. Lo vi en un programa de
National Geographic anoche y me pareció que los iba a dejar pensando.
Al final
salió mejor de lo que esperaba. El problema es que me pareció que la picada no
iba a alcanzar para todos y —se los confieso— por un momento me preocupé mucho.
***
***
Chocho con el premio y la familia...
***
Acá estaba yendo a la entrega de premios, con mi súper GPS del primer mundo.
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=>> Otros cuentos míos en el
BLOG: “Implacablemente
suyo” (cuento ganador de certamen internacional), “¡Cuidado,
adultos jugando!”, “El
horno” (microrrelato) y “Castillos
en el aire” (cuento ganador de certamen internacional).
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