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miércoles, 4 de diciembre de 2024

“La última función” (y el regreso a Literautas)


El regreso del taller creativo “Montame una escena”, de Literautas, me llevó a redactar “La última función” (un cuento metatextual) y recordar que algunos de mis mejores textos surgieron gracias a esta linda comunidad literaria.

 



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El regreso de “Montame una Escena”

La web Literautas (junto a su propuesta “Montame una escena”) es un proyecto hermoso llevado adelante por la escritora española Iria López Teijeiro. Ella y su equipo coordinan esta suerte de taller creativo que busca ayudar a otros escritores a mejorar en su proceso creativo.

Como bonus track, el espacio crea un punto de encuentro donde todos podemos seguir aprendiendo juntos. Porque, como redacta Iría, “escribir es una aventura, pero resulta más fácil si la emprendemos en compañía.”

La propuesta del taller –que regresó en noviembre 2024 luego de algunos años de descanso– es sencilla: el primer día de cada mes se publican en el blog los requisitos para participar en la edición mensual. Normalmente consisten en incluir unas palabras o una frase en el relato, escribir sobre un tema concreto o consignas similares.

Los textos, salvo excepciones puntuales, deben tener una extensión máxima de 750 palabras y hay plazo hasta el día 15 del mes para enviar el relato.

Entre los días 16 y 18 del mes (dependiendo del número de relatos y el tiempo que lleve revisarlos), se publica en el blog la lista con todos los textos participantes para que todos podamos leer y comentar.

El consejo de Literautas es que cada participante intente, por lo menos, comentar los tres textos siguientes al suyo en la lista. De esta forma, nadie se queda sin comentarios.

 

La última función: el relato de noviembre

Modestia parte, algunos de mis mejores relatos han salido de temporadas anteriores de este proyecto. Muchos terminaron formando parte de mi podcast Cuentos de Luciano Sívori. Y es que tener un disparador literario por mes + una comunidad detrás que va a leer y opinar sobre tu texto (siempre en pos de mejorarlo) te motiva un montón para escribir.

De hecho, también he conocido a otros escritores muy copados con los que terminé charlando bastante de literatura (o de cualquier otra cosa, ja) y compartiendo nuestros textos.

Cuestión que el primer ejercicio de la nueva temporada (el reto de noviembre) consistió en escribir un relato que contenga las palabras: lápida, zapato y actriz. Como desafío opcional, se propuso incluir la frase: “En la lápida no había ningún nombre”.

Se publicaron 84 textos con este reto. Un montón, ¿no? Mi obrita (“La última función”) no es de los mejores, sinceramente, pero fue lo que salió en el momento. Tiene a una tal Lara como protagonista, algo de humor, un poco de terror y una gran cuota metatextual. Se los comparto debajo.  




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“La última función”
(Luciano Sívori)

 

En el corazón de la madrugada, la joven actriz (y promesa de la escena local) Lara Braidotti caminaba a los tumbos por el Cementerio Municipal. El viento susurraba alientos helados entre las lápidas. Sus pasos apenas hacían eco en el silencio, transgrediendo una quietud espesa. De sus manos colgaban un zapato roto –el taco acababa de quebrarse– y el texto arrugado de un nuevo relato en el que participaría a partir de noviembre.

Lara se preparaba para montar una escena; tenía tiempo hasta el 15 de aquel mes para aprenderse bien la letra. El autor le había dicho que, para romperla en serio en ese papel, era preciso meterse en la piel, sentir el abandono y el desamparo de su personaje. Así que ahí estaba ella, bajo un cielo encapotado y sin luna, arrastrando los pies como una zombie. La niebla se enroscaba en sus tobillos y el aire era tan denso que parecía contener algo más que el puro y simple frío.

En ese lento vagabundeo, la vio: una lápida solitaria, rodeada de maleza, con una cruz oxidada y maltrecha. Como si fuera una señal de bienvenida macabra, algo la empujó a acercarse. En la lápida no había ningún nombre, representando el lugar perfecto para sentarse a leer con tranquilidad.

El texto tenía una narrativa extraña. Era algo sobre un encuentro místico en un cementerio, con ella como protagonista. Había varios tachones y anotaciones hechas por el autor. En un momento dado un escalofrío debe recorrer la espalda de Lara al sentir algo frío bajo su pie descalzo. Al levantar la vista, ella ve una hebilla vieja, torcida y sucia, parecida a la del zapato roto que tiene en la mano. Es una chica pálida con el pelo oscuro desparramado sobre los hombros, vestida de blanco, pero con el vestido tan ajado y sucio que parece haber salido de algún pozo. Sin embargo, el escritor luego tacha esa fatídica aparición y anota distintas variaciones al costado. Aparentemente, en otras versiones de la historia, Lara podría haberse encontrado con un sepultero anciano, un monje encapuchado, una sombra cambia formas, un cuervo parlante y hasta con el eco de su propia voz.

A Lara esta última nota le pareció curiosa y ligeramente metatextual. ¿Qué inquietante habría sido que, en vez de una figura concreta, Lara escuchara sus propias palabras repitiéndose… aunque en un tono desesperado o amenazante? Una voz de ultratumbra advirtiendo que debía irse lo antes posible de ahí.

Ella seguía sola, no había nadie más a su alrededor. ¿Entonces por qué temblaba como una hoja al viento? ¿Cómo se explicaban aquellas piernas flojeando? Sus dedos finos, casi esqueléticos, pasaban las páginas y el papel comenzaba a arrugarse, volviéndose negro en los bordes, como quemándose. Leyó concentrada. El cuento no era bueno, le faltaba todo: conflicto, acción, complejidad narrativa. Nada ocurría realmente y eso, sin embargo, no le importó. Lara pensó en que cada palabra que dijera en el escenario literauta conmovería a millones, aquel sería su salto a la fama.

Fue entonces cuando escuchó una voz. “Ese papel te va a consumir, piba”.

Lara se levantó de un saltó y dio un paso atrás. En su mente quiso correr, sus pies no opinaron lo mismo. Cerró los ojos. Cuando se armó de valor para volverlos a abrir, entendió que nunca hubo nada más. Ni una voz, ni una mujer cadavérica, ni un monje encapuchado. Nadie. Sólo ella y vos, el lector. Y yo, claro: el autor. Los tres atrapados en un texto inconcluso, irresoluto, carente de dirección.

¿Inconcluso?

Yo no estaría tan seguro. Porque cuando un rayo de luna se coló entre las nubes, iluminando la lápida, Lara retrocedió, boquiabierta, y notó algo en el mármol que antes no había identificado. Era apenas un grabado fino, prácticamente invisible, que brillaba en un tono oscuro y mortecino.

Allí, en la piedra vacía, estaba su propio nombre.

 

FIN

 



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1 comentario:

  1. No me echen la culpa como lector.
    En esa lápida podría haber el nombre de otra Lara, ya que no está escrito el apellido..
    Y podría tratarse de una puesta en escena de un autor exigente, como ciertos directoes de cine, para que ella se ponga en el personaje.
    Y como yo, además de lecto, escribo, decido que esa chica salga del cementerio. Tal vez con pánico, pero viva.
    Saludos.

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