Este año publiqué “El Ascenso
de Elin”, mi nueva novela que está ambientada en los refugios de montaña de El
Bolsón. Con la excusa de promocionar el libro, nos hicimos un viaje para
aquellos remotos territorios. Acá les cuento todo lo que pasó.
***
#Día1 – domingo 24/11: una parada técnica en Neuquén
Vengo manifestando este viaje desde principio de 2024. Cuando supe que se iba a publicar mi tercera novela, El Ascenso de Elin, decidí hacerme una nueva expedición a los refugios que inspiraron la historia.
El plan era sencillo, pero no por eso menos ambicioso: hacer el mismo recorrido que hace Elin en la novela, pasando por los distintos refugios y obsequiando libros para que queden en las respectivas bibliotecas. La idea siempre es compartir literatura.
Mi libro tiene como protagonista a Elin Maldonado, una chica de 27 años de Bahía Blanca que se entera de dos cosas simultáneamente: (1) está embarazada (y no sabe de quién) y (2) su madre Alicia —quién había desaparecido diez años atrás— está viviendo en el refugio de montaña más alejado de El Bolsón, Los Laguitos.
Así, mi travesía sería una forma de revivir ese mismo peregrinaje donde Elin avanza con pasos firmes, dispuesta a descubrir la verdad sobre su pasado, y esperando que el camino la ilumine respecto a si tener un bebé que nunca buscó de un padre que desconoce.
Iba a hacer el viaje solo. No tenía inconvenientes de hacerlo, de hecho. Pero cuando le comenté la idea a mi amigo Juan “el Bocha” Fuertes, se copó y se ofreció a acompañarme. Yo re sentí que iba a ser un compa ideal para esta aventura… y no estuve equivocado.
Como unos días antes me habían chocado mi auto (esa es otra historia), salimos en el de Juan desde Bahía Blanca el domingo al mediodía. Quisimos partir el recorrido en dos partes, haciendo noche en Neuquén capital donde mis viejos nos recibieron con un asadito.
Dormimos temprano para salir frescos al día siguiente. En mi mochila llevaba comida, agua, vinitos, ropa y dos libros de ficción (“Los crímenes del glaciar”, de Cristian Perfumo -en formato ebook, ya lo estoy por terminar- y “Unidad mínima de familia”, de Julieta Habif).
Y, por supuesto, varias copias
de “El Ascenso de Elin” para repartir. Así que sí, la mochila estaba pesadita.
#Día2 – lunes 25/11: la incorporación de Lara y una entrevista improvisada
Llegamos a un Bolsón lluvioso y fresco alrededor de las 15 hs. El pronóstico ya indicaba que no iba a ser una semana de calor, sino que tendríamos lluvias esporádicas. Paramos en el Hostel Cosmo (15K pieza compartida). Nos atendió Tomás, un pibe de Santa Fé. El lugar está super bien presentado, es re cómodo y a dos cuadras del centro de El Bolsón.
Mientras el Bocha se daba una merecida siesta (al fin y al cabo, se había manejado todo), yo llevé una novelita hasta la Biblioteca Sarmiento El Bolsón. Ahí quedó disponible para quien quiera leerla. Si andan por la ciudad, pueden pedirla prestada.
Charlando con la piba administrativa de la biblioteca, conocí -de pura casualidad- a Cristina, quien resulto haber sido directora en CoopelTV (algo así como la tele local de El Bolsón). Me mandó a preguntar por Romina, a ver si podían hacerme una nota en el canal.
Y yo me mandé. Porque a esto había
venido… y porque el “no” ya lo tenía. Me costó encontrar el lugar. Finalmente
llegué y la tal Romina estaba de vacaciones. Sí me atendieron Rafa y Maca, unos
genios que se prendieron con una nota medio improvisada que les comparto acá
abajo (cuando la tengan lista, ja):
[PROXIMAMENTE: NOTA DEL CANAL]
Por supuesto, también dejé una novela de obsequio para el canal.
A la vuelta compré unos regalitos para Benja y Mateo en Bloomin (donde me atendió Emilse, una piba de la Pampa). Volví al hostel con unos bizcochitos para tomar mate con Juancito, pero no estaba por ningún lado. “Salí a hacer compras”, me tiró por Whatsapp.
Solo, triste y desamparado, me puse a charlar con una chica que estaba también mateando. Se llamaba Lara, como la protagonista de mis últimos dos cuentos que escribí (lo cual me flasheó un montón). Y, como quien no quiere la cosa, ella se terminó convirtiendo en otra parte fundamental de este viaje.
Lara es de CABA, tiene 27 años y viajaba sola. Pegamos onda enseguida y pronto la adoptamos (o ella nos adoptó a nosotros, no sé bien). Ella le sumó a nuestra dupla la elegancia femenina y las referencias simpsonianas que nos estaban faltando.
Esa noche, los pibes del hostel iban a cocinar pollo al disco y nos sumamos. Antes de eso salimos Juan, Lara y yo -el nuevo trío aventurero- por unas birras.
Primero pasamos por Patio Cervecero (probablemente las mejores cervezas de El Bolsón… prueben la Porter ahumada) y luego por Beermania, donde una empanada se suicidó, literalmente, y quedó desparramada por el piso. (Es el famoso #pasaroncosas).
De vuelta en el hostel, durante mi baño se me rompió la ojota izquierda, igual que le pasa a Elin en el capítulo VII de la novela (el misticismo estaba a full en este viaje, ¿no?).
El pollo al disco no salió nada
bien. Estaba muy sopita y súper picante. Pero bueno, le pusieron onda y la
verdad que no pagamos nada (unos 3000$ por cabeza), tomamos vino y jugamos
ping-pong con la gente del lugar, por lo que la noche resultó ser un planazo.
Nos acostamos tarde, cerca de las 2. Al día siguiente iniciaría la verdadera
travesía.
#Día3 – martes 26/11: Salida desde Wharton y el Cajón del Azul
Activamos a las 7 am. Sin haber tomado un primer mate, ya habíamos sumado a la francesa Clara a nuestro itinerario. Justo ella también apuntaba para los refugios. Salimos los cuatro en auto para Wharton y arrancamos a caminar a las 8.30 hs, ahora sí con mate de por medio.
Yo no pisaba los refugios de El Bolsón desde antes de la pandemia. Lo primero que noté es que muchas cosas habían cambiado. Por ejemplo, el puente medio hecho mierda que cruza la confluencia del Río Azul y el Encanto Blanco ya no está, quedando únicamente el moderno y más seguro.
En la novela, que tiene lugar en el año 2016, Elin llega a ese cruce de umbral y hay un momentito de reflexión.
Me topé con otras diferencias también. Ya no está Atilio en el Cajón del Azul, hay varios refugios nuevos. Pero la experiencia de naturaleza y desconexión plena con el mundo permanece intacta.
La primera hora de caminata siempre es dura, y el clima estaba pesado. Cada tanto asomaba un poco de solcito entre las nubes. Por fortuna, el panorama mejoró considerablemente más arriba, donde ya no había casi viento. Llegamos a La Playita a eso de las 11 hrs, donde nos atendió José, el refugiero local.
Juan se pagó el wi-fi (4000$) para poder charlar un ratito con su hija. Lara y yo nos aprovechamos de la clave para hacer un último shot social de redes.
Me resultó divertido estar escondiéndome de José para que no descubra que le robaba wi-fi. De todas formas, fue la última conexión en las montañas. A partir de ahí ya no tuvimos más señal ni posibilidades de comunicarnos con los teléfonos, que quedaron en modo avión y sólo para fotos.
Pasamos a visitar La Tronconada sólo porque aquel puente tan horrible es una tentación necesaria. Al fin y al cabo, nuestro ritmo era medio así. Le metíamos pata, pero cualquier excusa era buena para boludear un rato o meter alguna fotito.
Llegamos al Refugio Cajón del Azul tipo 13 hs, ya nublado y con algunas gotas. Luego de descansar un poco -y de dejar mi librito de regalo a los refugieros del lugar- metimos caminata hasta el nacimiento del cajón del Azul (45 min de ida que son un placer).
Al regresar despedimos a Clara, quien necesitaba meterle más ritmo y planeaba dormir en Retamal (luego terminó yendo a La Horqueta porque Retamal estaba lleno de adolescentes. #ElHorror).
Como el Bocha se había tirado a dormir (sus siestas serán una constante en este diario de viaje), con Lara salimos a matear a los pozones del Río Azul.
A la vuelta me puse a charlar con Romina, una reportera copada de Posadas (Misiones) que se convirtió en mi primera venta de la novela. ¡Es la primera vez que mi librito llegará tan lejos!
Por la noche jugamos unas partidas de Uno con Juan y Lara, mientras esperábamos nuestros sándwiches de mila de pollo. Propuse también algunos otros juegos lúdicos y terminamos la noche charlando con otra Lara y su pareja, ambos de Necochea (¡qué ciudad!).
Mi libro Unidad mínima de familia terminó mojándose un poco cuando volvimos de los pozones y tuve que ponerlo a secar junto con la ropa sudada. Por suerte, chicos, sobrevivió. Y me alegré de eso porque es TREMENDO libro. Ya tendrá su review.
Cuando nos fuimos a acostar, le mangueé tanza y anzuelo a Eddy, mi pescador vecino de cama. Juan pensó que podría servirle para pescar algo aunque, eventualmente, nunca la utilizamos.
Como yo todavía estaba medio lúcido, me vi un capítulo de Seinfeld
que tenía descargado en el celu y terminé colgando con las estrellas, que se
veían increíbles desde la ventana en esa noche despejada. Quise despertar a Lara
para mostrarle, pero me mando a la mierda y me dormí.
#Día4 – miércoles 27/11: El ascenso a Los Laguitos
Estábamos arriba a las 7 a.m., un horario de activación que se mantendría firme durante nuestro recorrido. Lara descubrió que su lente de contacto se había roto, así que tuvo que modificar sus planes para estar un día antes en El Bolsón.
Dos horitas más tarde, en el refugio La Horqueta, tomamos unos mates con un par de viejitos piolas, Pablo y Amalia. También pintaron unas tortafritas caseras, porque el lugar se re justifica para colgar un toque. Ahí, Juan, Lara y yo nos sacamos la que probablemente sea la mejor foto del viaje.
El descansito fue necesario porque ahí arranca la subida dura hasta Los Laguitos. Seguimos caminando entre charlas y obstáculos naturales (puentes, barro, bajadas con piedras, etc). Pasamos por el refugio Los Maníos (poco memorable) y eventualmente llegamos a Los Laguitos a las 14 hs, tardando unas seis horitas desde el Cajón del Azul.
Los Laguitos es espectacular y el esfuerzo, realmente, vale la pena. No pude evitar recordar lo que escribí en El Ascenso de Elin sobre este momento:
“Más alto (y más adentro) en la montaña el grupo empezó a divisar alerces, árboles milenarios, inmensos, que convivían con los anteriores. Fue allí donde Elin sintió dolor en serio, al principio fueron molestias físicas en lugares muy puntuales. Pronto se convirtieron en un frustrante “no quiero moverme más”. (…).
En algún punto del sendero, un cartel rezaba: «El esfuerzo vale la pena» A Elin le pareció una tomada de pelo que no le causó ninguna gracia. El cartel estaba colocado sobre una zona muy húmeda y de barro. La ironía de las palabras impactó con fuerza en ella: el esfuerzo desmedido que estaba haciendo y la “pena” que sentía sin duda iban de la mano. Al crecer uno, crecía el otro de forma directa.”
Lo primero que hicimos al ingresar al refugio de Los Laguitos fue pedir una grande de muzza. Le agregamos picada, galletitas y paté al combo. Juan se fue a dormir una siesta, Lara a bañarse y yo a leer un poco frente a un fueguito hermoso. Afuera estaba fresco y comenzaba a chispear.
Entregué mi novela a los refugieros Romina y el Polaco (qué paisano crack, por favor), quienes me recibieron con una sonrisa y un matecito caliente. Pronto llegó Clara, la francesa… pero así como entró, salió. La piba no paraba: ya mismo quería hacer el Lago Soberanía. Mi plan era realizar ese trekking el día siguiente.
Tipo 18 hs comenzó a llover. Intentamos caminar un poco alrededor del pintoresco Lago Nahuén y fue imposible. Afortunadamente, adentro se estaba poniendo lindo. El fuego del hogar invitaba a los senderistas a juntarnos un poquito más.
Además de Clara, Lara y yo,
estaban los cordobeses (madre e hijo), Verónica y su esposa (el Ruso) y los
hermanos Navarro (Ayelén y Sebastián). Salieron unas partidas de UNO, un bruto
guiso de lentejas y vinito. Esa noche hice una segunda venta a la Vero,
quien se copó con mi proyecto literario.
#Día5 – jueves 28/11: Lago Soberanía y ¿el líder de un culto?
Me levanté y, entre mate y mate, apareció Verónica para alabar mi libro frente a todo el grupo. Ella había leído tres capítulos la noche anterior y le venía encantando la historia. Con ese empujoncito, logré entusiasmar a Ayelén, quien terminó llevándose un ejemplar firmado también. Sin querer ni buscarlo, había vendido tres libritos durante el viaje.
Con Juancito salimos 8.30 hs a hacer el trekking hasta Lago Soberanía. El camino es bastante dificultoso, aunque muy aventurero. Vale la pena más por el trayecto que por el lago en sí. Si bien está marcado, hay que prestar atención. Mucho cruce de río en troncos tan polémicos como resbaladizos.
Nos pegamos algunos buenos palos y hubo que tomar decisiones. Yo pegué una resbalada importante que me dejó todo un brazo adentro del río, como siendo bendecido por una naturaleza que siempre intenta matarte.
Al llegar al lago, Juan se tiró al agua helada (hay video). De sólo verlo me dio frío. Apareció una vaca random, bien flaca, que me hizo pegarme un cagazo bárbaro. Durante la vuelta me sentí cansado por primera vez. Regresamos a las 12.20 hs al refugio.
Vino bien aquella escapadita. Llevábamos varios días con Lara y, si bien ella es muy copada y se adaptaba perfectamente a nosotros, me gustó tener un momento de intimidad con el Bocha. No habíamos estado realmente los dos solos desde las horas de ruta.
A la vuelta salieron tortafritas (otra constante) y mate para activar. Antes de pegar la vuelta, nos sacamos una selfie con el Polaco porque lo ameritaba.
Tocaba bajar hasta Retamal. Salimos a las 13.20 hs y llegamos unos minutos antes de las 18 hs, cansados por la durísima bajada que fue sumando al cansancio.
En Retamal nos atendieron Flor, Cata y Nico. Ahí dejé mi último libro de la travesía. Hay un capítulo entero de la novela que tiene lugar ahí:
“La entrada al refugio era una amplia pampa verde, un claro en el bosque que dejó a Elin boquiabierta. Al poner un pie en el albergue, lo único en lo que pudo pensar fue en La Comarca de El señor de los anillos. La estética del lugar proyectaba una reproducción indiscutible: techos bajos, grandes bibliotecas, arquitectura rústica, decoración cálida. Por las ventanas entreabiertas atravesaban los tibios rayos del sol, iluminando la sala común. El refugio invitaba a llenarse de paz y relajarse. Reconoció en El Retamal un verdadero compromiso por crecer en armonía con la naturaleza.”
Datazo: la ducha del Retamal es la mejor de cualquier refugio de El Bolsón. Además, las tortafritas que te hace Flor son gloriosas. Dimos un paseíto por el arroyo cercano, adonde hay un caminito de piedras pintadas que nos resultó simpático. Ahí vimos la Naked Stone, que es espectacular. No se la pierdan.
Por la noche contamos las monedas (el efectivo ya escaseaba) y descubrimos que nos alcanzaba justo para unas espectaculares sanwiches de bondiola.
Durante la cena conocimos a Juanpi y su “grupo grande” (17 personas). El tipo es psicólogo, súper carismático y amante de la naturaleza. De CABA. Nos contaba que organiza salidas con grupos para hacer trekking y terapia grupal. “El camino del héroe”, se llama. Un proyecto tan hermoso como tentador.
Al toque surgió el chiste de que Juanpi (@elan_institute, por si lo quieren buscar) era como una suerte de líder de una secta. Nos reímos jugando con esa idea, incluso con sus alumnitos y facilitadores que se prendían en la joda. Quiero hacer un cuento con este personaje.
Salió guitarreada con la
secta. Ellos tocaban rock nacional y nosotros escuchábamos. Para cerrar, salimos
a ver la noche estrellada, una visión majestuosa qué solo regalan este tipo de
lugares (y Dorrego, según Juan).
#Día6 – viernes 29/11: El regreso a la civilización
Como ya era tradición, nos despertamos a las 7 a.m sin necesidad de un despertador. Tomamos unos mates con Juan y Lara apreciando un solcito que no salía completamente desde hacía varios días. El día aparentaba ser divino.
El líder supremo ya había arrancado con la guitarrita y una de sus alumnas tiró el necesario chiste de que la música estaba habilitada recién a partir de las 8. De todas formas, nosotros ya partíamos.
Saludamos a los refugieros y comenzamos el descenso hacia Wharton a las 8.15 hs. Llegamos a Playita a eso de las 9.40 a.m. Yo no podía dejar de pensar en todo lo que se había desarrollado esta zona desde mi última visita. Refugios como El Conde o Casa de Campo son bastante recientes, y muchos de los existentes están ampliándose. Es lindo ver cómo todo está floreciendo.
Yo me sentía muy relajado y en armonía porque el proyecto literario estaba logrado con creces. Pero no sólo eso. También pude experimentar ese “lento vagabundeo” del que hablo en la novela. Todo me llevó a reconectar con este tipo de viajes que tanto amo.
“Elin se acordó de Juan, de su filosofía del lento vagabundeo oponiéndose a los viajes apresurados, convertir la vida en un producto artesanal, único; desacelerar, una frecuencia de tiempo dilatado donde el tiempo no cuenta, no importa. Sin entenderlo del todo, ella se había enamorado de aquellos paisajes montañosos.”
Antes de Wharton, hicimos una parada técnica, necesaria, en Mystic Fog, el barcito que se encuentra justo después de la confluencia de los ríos, cruzando el puente. Tiene birras excelentes y es la forma ideal de terminar esa caminata.
El flaco que nos atendió nos tiró un atajo que, teóricamente, nos ahorraría un kilómetro de camino. Con una pinta encima, decidimos tomarlo pese a que es una escalada INTENSA. Pero intensa en serio, eh. Cuando analizamos el trayecto con Google Maps, entendimos que realmente te ahorra un montón de camino.
Volvimos al Hostel Cosmo porque nos había encantado. Honestamente creo que es uno de los mejores de El Bolsón. Luego de un baño clave, Lara, Juan y yo salimos a la esquina por una hamburguesa que representaba el regreso a la civilización más bárbara y capitalista. Una búrguer gigantesca, doble carne, con birra y papas. Grandioso.
Mientras los chicos descansaban, me puse con la compu a revisar mails y responder cuestiones de la vida cotidiana, académica y ¿administrativa? Quería saber cómo estaban Naty y los chicos, tenía algunas cuestiones pendientes de la UNS y, por sobre todo, quería sentarme tranquilo a escribir este diario de viaje.
Hubo una propuesta inicial de asado en el hostel que se terminó cancelando. No nos molestó demasiado. Conocimos a Leo, un pibe de CABA que nos cayó muy bien y sumamos a nuestro grupo, porque ese es el modus operandi.
“Che, ¿te copás con una birra”. “Dale, de una”. Listo, somos amiguitos.
Así que, luego de comprar
algunas chucherías y regalitos con Juancito, salimos los cuatro por las últimas
pintas bolsoneras en Nordoeste. Había 2x1 en fernet, pintas a 20% de
descuento y un 2x1 en ñoquis caseros que no pudimos rechazar. La noche terminó
entre risas jugando al H.D.P (el bar tiene varios juegos de cartas a
disposición).
Palabras finales
De niña, a Elin Maldonado siempre le gustó una buena historia. Creía que los cuentos ayudaban a engrandecer a las personas, a arreglar lo que estaba roto en ellas (su padre tuvo mucho que ver con ese concepto).
Ahora ella fue la protagonista de una, como heroína de mi novela. Y yo tuve la posibilidad de escoltarla en ese viaje de autoconocimiento, llevando su vida a muchísimas personas en el Bolsón, la ciudad que inspiró el relato.
Esta experiencia fue un 10/10. Un viaje a los refugios de El Bolsón, que pensaba hacer solo, terminó potenciándose muchísimo gracias al acompañamiento de dos brillantes seres de luz: Juan y Lara. Y no sólo ellos, sino las muchísimas personas hermosas que conocí en el camino.
Me siento en armonía y equilibrio porque pude llevar mi literatura, mi arte, un poquito más lejos esta vez. No creo que haya mejor manera de terminar este diario de viaje que agradeciendo a los que llegaron a leer hasta acá.
Cierro esta nota con un pedacito más de El Ascenso de Elin (ay, la soberbia de este tipo, ¿no?):
“Viajar era la respuesta, aunque no estuviera completamente segura de cuál era la pregunta. (…) Partiría en silencio, con valijas maltrechas de ser necesario. Sería su Odisea, su Divina Comedia, su País de las Maravillas. El pasaje sería solo de ida. Viajaría sola por primera vez y no le molestaba que resultara ser de una brutalidad absoluta. (…)
Sí, iba a viajar a El Bolsón, ascender estoicamente los refugios de montaña, plantar bandera en Los Laguitos y comprobar si, efectivamente, su desaparecida madre estaba aislada en aquel primitivo andurrial del tiempo. (…). En medio de aquel revoloteo que era su cabeza, viajar aparentaba ser el único esquema coherente.”
Pueden saber más sobre mi
novela, “El Ascenso de Elin”, en esta nota.
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