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miércoles, 30 de abril de 2025

Mis días por Catamarca (parte 1)


Dunas mágicas, termas sanadoras, pueblos perdidos, momentos bizarros y todo lo que pasó durante mi viaje a Catamarca (primera parte).


 

***

Como ya viene siendo un clásico de mi vida, me tomé una semanita para viajar solo y recorrer una provincia nueva. Me decidí por Catamarca, que viene rondando mi cabeza desde hace varias años. El lugar me sorprendió muchísimo, especialmente porque (a diferencia de otros viajes), llegué prácticamente sin planificar nada.

 

Día #1 (viernes 25/4) – El demonio está en los tacheros

Había sacado un pasaje CABA-Catamarca que pagué misteriosamente barato (270K en 6 cuotas). Tuve que tomarme un bondi desde Bahía Blanca el jueves 24 a la noche. Durante el recorrido vi mi capítulo semanal de One Tree Hill (placer cuploso, I know) y la última de terror de Oz Perkins, The Monkey.

A Catamarca me estaba llevando dos libros. El primero, Frío Subte, me lo prestó mi amigo Tincho de Neuquén. Es una obra de Rafael Pinedo, un curioso autor argentino que me detonó la cabeza con Plop! (2002).

El otroque arranqué en la terminal– era Una noche con Sabrina Love, de Pedro Mairal. Habiéndome enganchado fuerte con La Uruguaya, tenía mucho entusiasmo por la novela que puso a Mairal en el mapa literario allá por 1998. Este último libro me lo había prestado otro Tincho, pero de Bahía Blanca

Siempre saco el asiento más barato (semicama, frente al vidrio de adelante) y suelo pasarme a primera clase por la noche. Classic Lupa. A veces sale bien, otras no tanto. Esta vuelta la pegué y no me sacó nadie del asiento VIP, así que dormí como un duque.

Llegué a CABA a las 7 am y me tomé el 132 como buen porteño hasta el dpto de mi hermano en Flores, nunca dejando de admirar el caos ordenado que es Buenos Aires.


Ese viernes tocó laburar home-office. Almorzamos con Tommy viendo un capítulo random de Lost de la cuarta temporada (él la está mirando) y a las 16 hrs me tomé el bondi 8 para Aeroparque. Aproveché el viaje de una hora y monedas para leer algo más de Mairal y escuchar un poco de lo nuevo de Sonata Arctica, en preparación para el recital que tenemos con mi hermano el domingo 4/5.

Aeroparque fue el infierno. Muchísima gente, hice mal la fila (tomé la de Aerolíneas Sur en lugar de la del Norte) y encima me cobraron 21K de sobre-equipaje porque, resulta, mi ticket misteriosamente barato incluía sólo equipaje de mano.

Con ese doloroso gasto inesperado (sumando otra fila más a mi historial), terminé tomando un café horrible en el Mac… en lugar de ir a un lugar un poco más cheto. ¡Qué paja los aeropuertos! Fila para el embarque, fila para subir al colectivito de mierda que te lleva al avión, fila para subir al avión…

Si el infierno existe, es una fila eterna que nunca termina. Pero, che… ¡descubrí que hay fichines gratis en aeroparque! Están en la gate 3. La próxima vez llegó más temprano y meto vicio.

El avión salió 20 minutos más tarde porque había un pasajero con discapacidad que requirió asistencia especial. Mientras tanto charlé con mi compa de al lado, Germán Gallardo, un osteópata que resultó ser de Bahía Blanca también. Me contó que iba a Catamarca a dar una capacitación y charlamos un poco de la vida. Los que me conocen saben que soy un ser social (otros dirían “intenso”).



Durante el vuelo leí un poco más Una noche con Sabrina Love (¡viene muy bien ese librito, eh!) y miré un capítulo de The Wheel of Time (temporada 3) que tenía offline en mi celu. Me parece una gran serie de fantasía épica, a la par con Game of Thrones o El Señor de los Anillos.

Mi arribo a Catamarca no me dejó la mejor impresión. Llegué 20.30 hrs. Ya era de noche, pero hacía mucho calor. La terminal parecía una de esas viejas estaciones de tren que se ven en las películas de bajo presupuesto. Si bien hay Uber, ninguno quería venir a buscarme (estaba a 20 km del centro).

En la cafetería averigüé que ningún colectivo me llevaría (pese a que hay SUBE, datazo). La mafia de los taxis, afuera, me dijo que me cobraban 24.000$ mientras me miraban con pucho en la boca.

Me pareció carísimo, así que volví a entrar. Las chicas del bar me consiguieron un remise trucho (Nahuel, el novio de una de ellas) que me llevaría por 15.000$. Me pareció adecuado, así que acepté. Entonces comenzó lo raro.

Primero cayó uno de los taxistas ofreciéndose a llevarme por 20.000$. Lo rechacé amablemente. Luego llegó otro distinto que me preguntó mi nombre “por seguridad”. Medio que lo saqué cagando. Apareció un tercer taxista mostrándome su celular apagado. Al parecer “había aceptado mi Uber pero justo se le había acabado la batería”. Mientras me mostraba su celular en negro me dijo que me llevaría por 6.000$. Ra-rí-si-mo.

Como me dijo elocuentemente mi amigo Marcos (con quien venía charlando): “Lupa, terminabas en una zanja con un palo de escoba en el culo”.

Finalmente llegó el novio de la piba del café. Nahuel era un fenómeno. Me llevó al hostel que había reservado literalmente minutos antes, charlamos sobre qué hacer en la ciudad (pueblo perdido, el rodeo, el dique, etc) y me dijo que cualquier cosita lo volviera a llamar.

Pasadas las 21 horas, finalmente estaba en un hostel… horrible. San Fernando Hostel estaba en una zona no muy bonita, a ocho cuadras del centro. Era oscuro, un toque mugroso y poco decente. Igualmente ya era muy tarde para cambiar. Al menos era bien barato (13.000$ por una habitación para mí solo con baño privado).

Me atendió Iso(lina), una señora que me cayó simpática aunque la noté hiper mega hinchada las pelotas, como odiando su vida y el lugar. Me dio las llaves para salir y me tiró un “manejate tranquilo, nene”.

Era viernes por la noche, así que me bañé y salí a recorrer Catamarca por primera vez. Tengo que admitir que me sentí muy seguro. Si bien estaba en una zona más bien humilde, había localcitos abiertos, gente piola y estaba todo muy chill.



Pronto llegué a algunas placitas (25 de mayo y 25 de agosto, ambas hermosas… soy un gran amante de las plazas) y entré a la peatonal Rivadavia. Lo primero que entendí de Catamarca es que AMAN los panchitos. ¡Encontré tres pancherías en una misma cuadra! Por supuesto, me clavé dos: uno a la ida y otro a la vuelta. Es que 2000$ por un súper pancho completo es demasiado tentador.

En los artesanos compré stickers y una pavadita de Minecraft para Benja. Para cerrar la noche, me tomé una Porter en Estación Rivadavia, gran lugar. La hermosa y calurosa noche lo ameritaba. Al día siguiente comenzaría la verdadera aventura… y también los peligros.

 

Día #2 (sábado 26/4) – La magia salvaje de Catamarca

Me desperté en mi espanto de hostel bien temprano. El “desayuno” era un mate cocido y tres rodajas de pan. Peladas. Esa mañana me tocaba laburar por unas pruebas de SAP. No me molestaba porque luego me devolvían un día de vacaciones. Decidí quedarme una noche más en el hostel. Era demasiado problemático estar mudándome y quería aprovechar a averiguar/planificar el resto de mis días.

A las 10.30 terminé mis tareas y salí para el centro. Aunque hubiese llegado en plan open-mind, necesitaba preparar algunas cosas y sacarme dudas. Así que lo primero que hice fue ir a Información al Turista, que están en la plaza principal de 9 a 21 hs. Allí Fernanda me tiró buena data que me sirvió para diagramar mis próximos días.

Ese sábado mi plan era conocer el Dique el Jumeal y el Pueblo Perdido de la Quebrada alquilando una bici (hay eco-bicis en Catamarca, como en CABA, Neuquén y en Rosario). Por desgracia, descubrí que las bicis sólo funcionan los días de semana. Así que tocaba caminar, que tampoco estaba tan mal.


También debía decidir si iba a manejarme en bondi o alquilar un auto. Quería llegar a Fiambalá, Belén, Tinogasta… todo a más de 300KM. También necesitaba averiguar adonde hacerme mi nuevo tatuaje (otro ritual de mis viajes).

Al final elegí alquilar un auto. Conseguí una empresita que me alquilaba un Fiat Cronos con caja automática, nuevito, por 370K (4 días). Era un dinero importante, pero me venía muy bien no perder tiempo. Ya me habían dicho que para recorrer Catamarca lo mejor es tener movilidad propia. Así que lo avancé.

¡Qué linda plaza la de 25 de agosto! Me quedé un ratito tomando unos mates mientras recordaba que necesitaba una toalla (no había traído ninguna). Le escribí a dos tatuadores que me pasó Fernanda y comenzamos a diseñar mi tatoo por Whatsapp. Era una competencia para ver con qué tatuador me quedaba, aunque ellos no lo sabían, claro.

Fue una mañana intensa de mucha gestión y paseos. Comí una sándwich de milanesa de regreso al hostel, me bañé, cargué el agua y salí a pata para el Dique el Jumeal.

Llegar al Dique es una linda experiencia. Desde la plaza central son unos 4 km en ascenso. Fue construido en 1942 y es alimentado por el río El Tala. También es la fuente de agua potable para gran parte de la ciudad.

El lugar es bellísimo y el camino para llegar es super prolijo y bien indicado. También se puede llegar en auto o bici. Hay varios puntos panorámicos para ir parando y observando la naturaleza (cerros y vegetación típica del noroeste argentino). Es todo muy pituco.


Durante el ascenso capturé a una serpiente acogotando a una pequeña iguana. Fue mi momento NatGeo #1. Le tiré una piedrita y la iguana se escapó, así que me sentí un héroe sin capa.

De ahí bajé hasta la intersección y seguí hasta el Pueblo Escondido de la Quebrada, que ofrece tours gratis cada hora (a las 16, 17 y 18 hs). Yo tomé el tour de las 17 hs, junto a un grupito de viejitos que eran muy divertidos.

Me gustó mucho esta excursión. El Pueblo Perdido es uno de los sitios arqueológicos más increíbles de Catamarca, y está a solo 4 km del centro de San Fernando del Valle, en la Quebrada del Tala.

El sitio fue habitado hace más de 1.800 años por la cultura prehispánica de La Aguada, una civilización agroalfarera que floreció entre los siglos II y V d.C. Allí vivieron unas cien personas con estructuras alineadas estratégicamente para aprovechar las condiciones geográficas del lugar.

Virginia, la guía, era muy buena explicando. Allí tuve mi momento NatGeo #2, un zorrito que pasaba por la zona. Debajo hay un pequeño museo y un videojuego que reproduce cómo era ese asentamiento, con gráficos de play 2.

Es gratis y se deja una colaboración. Mientras bajaba del sitio vi pasar la 101a, que pasa cada una hora, así que tocó caminar la vuelta.

Ese sábado debo haber hecho unos 15 km entre idas y vueltas. Regresando al hostel se largó a llover con todo. Llegué justito. Me bañé, descansé un poco (armé el primer reel del viaje, que puedan ver en mi IG @viajarleyendo451) y volví a salir.


Por suerte la lluvia había parado un poco y la noche estaba linda. Habíamos quedado en encontrarnos en Wakani Bar (tremendo bar frente a la Plaza Almada) con Anto, una amiga -que tiene algo de influencer- con la que venía charlando antes del viaje.

La piba labura para Cultura en la muni de Catamarca y tiene mucha data de primer nivel. Mucho más que yo, sin duda. Maneja las redes magistralmente, como buena millenial. Ese día ella había laburado desde las 9 a.m. y aun así se copó para tomar unas birras con un extranjero turista. Una copada total.

 

Día #3 (domingo 27/4) – Copacabana y las Termas de Fiambalá

Me fui del olvidable San Fernando Hostel con el íntimo deseo de no volver nunca más. Pese a que Isolina era piola, el lugar realmente era una pocilga. No voy a extrañar a ese baño sin ventilación que perdía cada vez que se tiraba la cadena o se habría alguna canilla.

Para mi regreso a Catamarca el miércoles ya había reservado un hostel más top (Limon Hostel). A las 11 hs debía retirar el Cronos en el centro.

Me recibió Marcos. Hicimos todos los papeles y salí. Antes de irme, el flaco me recomendó tener cuidado con Chumbicha, un pueblo de mala muerte a 60 km de San Fernando que tiene radares y no te das cuenta. Te clavan multa siempre. Ah, y es la capital nacional de la Mandarina (???).

Era mi primera vez con un automático y me costó un poco entender cómo manejarlo. Hay que reconfigurar los cables del cerebro para entender que el pie izquierdo ya no hace nada. Por suerte, le agarré rápidamente la mano (y el gustito). Terminé amando la experiencia. El auto era una bomba y funcionaba de diez.

El camino hasta Fiambalá es muy pintoresco. Son 316 km de montañas, caminos sinuosos y pueblos muy bonitos. Durante el viaje comencé a sentirme un poco apunado. Y es que en pocas horas estaba ascendiendo 1000 metros sobre el nivel del mar.


Cada lugar en la hermosa ruta 60 te dan ganas de frenar para una foto. Y, de hecho, lo hice. Por ejemplo, me tenté con Copacabana (a 70 km de Fiambalá) porque, simplemente, era demasiado bonito. Las casitas de adobe y una plaza espectacular me tentaron. Tuve que parar.

Ahí conocí a unas “pibas” (tres señoras +50) que venían volviendo de Fiambalá. Me tiraron un montón de data clave sobre las Termas de Fiambalá y el Balcón del Pissis y me sacaron unas fotitos.

Fiambalá es un pueblo tan chiquito como confortable. La entrada a las termas se saca en la esquina de la plaza. Saqué el turno de la noche (20 hs a 24 hs) porque ya varios me habían dicho que era el mejor. Esa noche entendería que es muy cierto. Las termas están a 15 km del pueblo y el ticket costó 8000$.

Después quise reservar para el Balcón del Pissis. Todos los sitios de excursiones (son cuatro o cinco) rodean la plaza principal. Pero yo había caído a Fiambalá a mitad de un partido Boca-River y nadie me daba bola. Estaba todo cerrado. Se ve que estaban todos en el bar, a los gritos y con el partido al palo.

En el único lugar abierto encontré a Anahí, con quien reservé el tour. El tema con Catamarca es que los lugares copados son re inhóspitos y sólo se puede llegar con 4x4. Y para que la camioneta salga tienen que llenar el cupo con otra gente. Por suerte, a la tarde Anahí me avisó que estábamos completos. Me salió 80.000$, un dinero importante pero que recontra valió la pena.

Compré mi almuerzo de campeones (birra, sanguchitos y un yogurt) y cuando llegué al hostel que había reservado (Hostel Intiquilla) no me atendía NADIE. Terminé almorzando en un patiecito frontal que tenían ahí.

A la media hora llegó una Hilux al hostel (que seguía cerrado). Un vago me comentó que el dueño (El Rulo) había tenido un accidente en la Ruta de los Seismil. Se le había desprendido una rueda. Maldije a mi suerte y esperé lo mejor.

Entonces, el vago tocó timbre y ahí sí salió una vieja (Ana Marisa) quien estaba “durmiendo la siesta”. Era la madre del Rulo. El vago le contó que su hijo estaba bien, pero que había que ir a asistirlo. Yo ingresé al hostel y aproveché una horita de relax para escribir un poco este diario de viaje.

El hostel era un caserón antiguo, muy prolijo y limpio, aunque apartado del centro de Fiambalá (2 km). Ana me cobró 30K por una pieza de tres, aunque yo estaba solo. La vieja era piola, pero me molestaba que estaba muy ahí, dando vueltas, mirando novelas malazas a todo volumen, observando todo.

Luego del descanso, volví al centro. Averigüé por alquiler de tablas para tirar por las Dunas Mágicas al día siguiente, recorrí el Paseo Artesanal (comprando algunos vinitos para regalar) y me hice con unas pastillas de ajo para el apunamiento. Me las venían recomendando y las necesitaba fuerte.

Las termas de Fiambalá son espectaculares. Un decidido 10/10. Son muy familiares, completas y prolijitas. Tenés vestuarios, duchas, un comedor (si bien podés llevarte tu comida) y quince piletas naturales que van desde los 30° hasta los 45°.


Si bien hablé con algunas personas random (una pareja santafecina me sacó unas fotos, una riojana me compartió algo de birra) estuve más en plan solitario esa noche. Además me pasaba que sin lentes no veo nada y con los lentes puestos, se me empañaban todo.

Por otro lado, había empezado a extrañar a Benja y Mateo. No podía dejar de pensar en lo MUCHO que habrían disfrutado de ese lugar tan celestial.

Después de tres horitas en las termas, quedé pipí-cucú (amo esa palabra). Cené una milanesa de carne con una bruta ensalada y una pinta artesanal por 18.500$ (un regalo). ¡Catamarca es barato, che! Además lo agradecí. Era mi primera comida “decente” en días. Salí de las termas a medianoche y volví tranquilo a casa, donde me desplomé en la cama sin más.

 

Día #4 (lunes 28/4) – El ojo del Planeta y las Dunas Mágicas

Pensé que nada podría superar lo mágico de aquel tercer día en Catamarca. Estaba equivocado. El cuarto día de viaje fue un altísimo punto.

Me levanté fresquito como una lechuga a las 7 am. Emir, el chofer de la 4x4, me pasaría a buscar en un ratito. Apareció el Rulo (el hijo de Ana). ¡Estaba vivo! Cruzamos dos palabras porque ya tenía que irme. El desayuno era digno: café, tostadas recién hechas, manteca y dulce.

Agradecí que Emir me levantara primero porque me senté adelante. Atrás había re poco espacio y entraron tres señores grandotes: dos cordobeses aparatos (como buen cordobés) -Gonzalo y Fernando- y un porteño que venía viajando solo.

La ida fue muy divertida. Empezamos a pegar onda con el grupo, yo iba cebando mate y Emir nos contaba lo que estábamos viendo: las minas de litio, el “falso” Cerro de los Siete Colores, el Cañón del Indio (un trekking de 3km que me dieron ganas de hacer), el Lomo de Cocodrilo, etc.

Emir tenía un starlink en la 4x4 que fue salvador para poder ir posteando mi viaje a medida que ocurría. Mis fans lo agradecieron, ah. Iban otras varias camionetas de otros tours.


Me enamoró la Quebrada de la Angostura. Descubrí que hay cinco refugios a lo largo del camino. Son pequeñas chocitas donde entran 4 o 5 personas. Tienen wi-fi y son gratuitas para quien las quiera usar. Para cuando llegamos a ver a Vicente, el burro que te cobra peaje, ya hacía 5 grados.

Resulta que el porteño (Gustavo) también había estado en las termas el día anterior, en el mismo turno que yo. A 75 km de Fiambalá, llegamos al cruce donde inicia el ripio fuerte, combinado con serrucho y ascenso montañoso. La 4x4 acá era clave.

Todo el camino es en ascenso, con curva y contracurva. Igualmente está muy prolijo porque lo mantienen los chinos debido a las mineras.

Mastiqué algo de coca y olí un poco de monte blanco, pero igualmente me venía sintiendo más o menos con la altura. En la hermosa Laguna de los Aparejos no pudimos ver a los flamencos porque ya estaba congelada.

A las 11 hs llegamos a la entrada del Balcón del Pissis, una vista que te deja sin aliento. Es alucinante. En la Laguna Azul (probablemente mi favorita del viaje), conocimos a un viejo rutero de 75 años y nos tomamos unos mates. El viento estaba muy fresco para esa altura.

El tour es genial porque la vista va mejorando con cada parada que hacemos. Ya habíamos alcanzado una suerte de camadería con los cordobeses, el porteño, Emir y yo. Me llamaban “El artista” y “El escritor” y todos me gastaban. En realidad, nos gastábamos entre todos.

Lo que no mejoraba con cada parada era la música. Emir insistía en poner cumbia durante todo el trayecto. Más allá de ese detalle, era imposible sacarle la vista al paisaje.



En la Laguna Negra quise meter un trote a la orilla, para tocar un poco el agua, y me empecé a marear. Tuve que sentarme para que se me pase y todos vinieron a ver si estaba bien. Quedé como el orto. Tenía un temor bárbaro de vomitar frente a toda esta gente.

El recorrido termina magistralmente con una vista al Ojo de Pissis u Ojo del Planeta. Tiene 30 mts de profundidad y parece sacado de un planeta alienígena.

Gracias a la magia de starlink, armé el segundo reel durante mi viaje de regreso. Empezamos a pegar la vuelta tipo 14 hs. Mis compas se durmieron una siesta (“descansaron los ojos”) mientras yo aproveché a leer un poco más de Mairal y ver un par de caps de animé.

Mientras tanto, charlábamos con Emir de las cosas que me quedarían pendientes de Fiambalá: el trekking al Cañón del Indio, las Dunas de Tatón y el pastel de papa en Cortaderas.

No se puede todo y también hay algo mágico en que te queden cositas pendientes. Como siempre digo, cada viaje planta la semilla para el siguiente. Por la noche el plan era meter humita o pastas solo en el centro, pero el Universo tenía otros planes para mí.



Llegué al hostel tipo 17 hs. Ana Marisa miraba tele, chupaba mate y me miraba feo. Al toque volví a salir a alquilar una tabla para sandboard (4000$) y a las Dunas Mágicas de Saujil, a 15 km de Fiambalá. Resulta que las llaman así porque se van “moviendo” a lo largo del año.

Allí ocurrió la magia. Junto conmigo llegaba otro auto con una parejita (Tim, de Pennsylvania, y Andre -una porteña viviendo en Catamarca) + el pibe que los hospedaba en su hostel, Washington. Pegamos onda enseguida.

De pronto, pasé a formar parte de esa comunidad hermosa. Y nos recontra cagamos de risa. Fue muy divertido volver a ser como niños en las tablas. Nos pegamos unos buenos palos, reímos y vimos un impresionante atardecer en las dunas.

Resulta que Washington se estaba armando un hostel y Tim y Andre eran sus primeros huéspedes. La pasamos de 10. Washington y yo colisionamos de forma extraña, Tim metió mucha magia con la tabla parado y Andre sorprendió con un par de bajadas colosales y buen timing para la filmación.


Los chicos me ofrecieron sumarme con ellos para comer. Así que llegué a casa casi a las 20 hs, me bañé y volví a salir. Al final Washington no pudo ir, así que fuimos solo Andre, Tim y yo en un restaurant tranquilo de Fiambalá.

Volví al hostel pensando en lo necesario que fue el auto para este viaje y en las pésimas elecciones que hice. Y en lo mágico que es viajar, en cualquiera de sus formas. Al día siguiente tenía que levantarme temprano para salir a ver a mi amigo Adrián en Tucumán, pero el Universo iba a conspirar contra mis planes… y pondría todo mi viaje en peligro una vez más…

Ah, hay un tercer reel en IG.

Continuará…




***

=>> Otras notas viajeras en el blog: “El ascenso a Los Laguitos”; “Un book-tour por El Bolsón”; “Mis días por Rosario (diario de viaje)”; “Mis días por San Rafael”; “Mis días por San Lorenzo”; “Mis días por San Luis (parte 1)”; “” <==

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4 comentarios:

  1. Que lindo lugar uno se lo imagina cuando va leyendo como si fuera una foto que se arma tipo rompecabezas

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  2. Excelente diario de viaje.
    Se nota la pasión y el interés en disfrutar de lo nuevo.

    Saludos!
    J.

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  3. para la próxima también visita mi querida Andalgalá, te la perdiste

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  4. Catamarca es hermoso.. Excelente descripción y aventura.. Aplauso, medalla y beso !

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