La novela corta que su autor
insistió en destruir… y que parece escrita por ChatGPT. Reseña de “En agosto
nos vemos” (2024), la polémica obra póstuma de Gabriel García Márquez.
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El contexto y la polémica
Tenía ganas de leer En agosto nos vemos, más por la discusión que generó que por un interés genuino en la “supuesta” novela póstuma de Gabriel García Márquez. Por eso, cuando mi amiga Agus me prestó el libro, me pareció el momento ideal para encararla.
La novela llegó al mundo envuelta en una nube espesa de controversias… y no de esas polémicas simpáticas que invitan al debate literario, sino de las que te dejan un mal gusto, como si hubieras quebrado un secreto familiar.
Sin muchos rodeos, resulta que la familia de Gabo -quién falleció en 2014- tomó una decisión que iba en contra de lo que él mismo había pedido: nunca publicar En agosto nos vemos. “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”, dijo. Punto. No dejó mucho margen libre a la interpretación.
Pero llegó 2024, y los hijos resolvieron que “che, ¿por qué no lo sacamos igual y nos hacemos unos pesos?”. Sólo ellos saben si fue por amor a los lectores, preservar un legado o generar ventas y potenciales derechos para Netflix.
La mayoría de los lectores y críticos vimos clarito el movimiento: esto salió por puro empuje comercial, disfrazado de gesto afectuoso. La reacción fue tan dividida como ruidosa. Muchos lectores se sintieron directamente estafados. Otros agradecieron poder acceder al “borrador” del maestro.
Unos pocos defendieron la publicación en nombre de Kafka, Van Gogh y toda esa gente cuyo brillo fue rescatado después. Pero, seamos honestos: Gabo no era un desconocido al borde de la trituradora del tiempo. Ya tenía una obra monumental y cerradísima: Cien años de Soledad, El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada, El amor en tiempos de cólera…
Y ahí es donde la decisión de
la familia de Gabo duele más: no por él, sino por la falta de respeto hacia su
voluntad… y hacia la inteligencia del lector. Porque este cuento largo
disfrazado de novela, sinceramente, no es bueno. Pero ya llegaremos a eso…
La novela rosa que nadie pidió
Me pongo el sombrerito de aluminio por un ratito. Mi teoría conspirativa es que lo que los hijos de Gabo encontraron fue una suerte de estructura general de la historia, la metieron en ChatGPT y lo que salió fue En agosto nos vemos: un relato que no pasó ninguna corrección literaria y que incluso parece escrito por una feminista progre de 20 años que estudia Letras.
Se me hace difícil ver acá al tipo que escribió 100 años de soledad. Tanto los textos de inicio y final se convierten en una burla. Vamos a lo literario. O a lo que intenta serlo.
En agosto nos vemos cuenta la historia de Ana Magdalena Bach, una mujer de unos cuarenta años que viaja cada 16 de agosto a una isla para visitar la tumba de su madre y, de paso, tomar a un amante distinto cada año.
El planteo podría tener la potencia de Madame Bovary o, quién les decir, hasta Elin Maldonado. Lamentablemente, la narrativa no es provocadora, compleja o incómoda. Simplemente es plana.
Una trama repetitiva, escenas que parecen calcadas entre sí, un ritmo que se arrastra sin convicción. Ojo: por momentos aparece una chispa de ese Márquez que hacía malabares con una frase y te dejaba sin aire. Pero queda sólo en eso: chispas aisladas en un terreno llano.
No es mi intención ser un hater.
Y, sin embargo, mientras la leía no podía evitar pensar que tiene que haberse
escrito con una IA por esa sensación de prosa automática, sin textura, sin
riesgo, sin la marca del autor. Vos le pedís a una ChatGPT “escribime una
historia sobre una mujer madura que se libera sexualmente en una isla”, y te
entrega algo parecido.
Una edición sin corrección
Y acá viene el golpe definitivo: los errores. Muchos. Demasiados. Errores de tipeo, repeticiones, frases torcidas, inconsistencias temporales. Cosas que cualquier editor mediopelo hubiese corregido con una mano en el mate y la otra en el lápiz. Pero no.
La edición tiene fallas que sorprenden no solo por la envergadura del autor, sino por la maquinaria editorial detrás. ¿Cómo puede ser que a García Márquez, premio Nobel, ícono planetario, lo publiquen con errores de principiante? Parece un chiste… o quizás ¿una genialidad? Porque, al fin y al cabo, la obra se vendió como pan caliente.
Lo veo como otro truco marketinero. Como si nadie hubiese querido tocar demasiado el texto, no por respeto, sino para venderlo “como salió del cajón”. A veces me imagino una reunión editorial: “Che, no cambiemos nada, que así se siente más auténtico”. Y ahí es cuando la literatura pierde.
Los descuidos me deserotizaron. Abusos del “pero” y el “, y…”, diálogos mal construidos, errores de sintaxis, una falta de cuidado en el material que presentaba múltiples errores. Me termina quedando esa sensación de borrador en crudo, de un work in progress disfrazado de obra póstuma.
Miren estos ejemplos:
“Le había faltado poco para terminar la carrera de Artes y Letras, y leyó con rigor lo que tenía que leer, y siguió leyendo lo que más le gustaba: novelas de amor de autores conocidos, y mejor cuanto más largas y desdichadas.”
“Le explicó que los gladiolos no son muy comunes, pero alguien los había impuesto en la isla. (…) Empezaba a lloviznar, pero no para parecía para tanto. La examinó de arriba abajo, con su ropa sencilla del transbordador, y le pareció que iba a necesitar algo más para el cementerio. Pero ella lo tranquilizó: estaba acostumbrada.”
O como me dijo mi amiga Nadia, ¿qué catzo significa esta frase? (para mí una alucinación de la IA):
“Era un miércoles típico del agosto caribe con un mar dormido y una brisa tenue de gaviotas rasantes”
Si me preguntan a mí, lo
correcto (desde lo sintáctico y lo poético) sería: “Era un miércoles típico
del agosto caribeño, con un mar dormido y una brisa tenue entre gaviotas
rasantes.”
Una obra a media cocción
Todo conduce al mismo diagnóstico: la novelita está a medio cocer. Incompleta. Y no incompleta en el sentido poético, sino incompleta como pan que uno saca del horno antes de tiempo: crudo por dentro.
Se lee de una patada porque son seis capítulos muy cortitos. Hay agujeros narrativos, episodios repetidos casi calcados y personajes que bordean la caricatura. La protagonista, Ana Magdalena, avanza en círculos, como si el autor hubiese intentado varias versiones de la misma escena y ninguna lo convenciera del todo. Y probablemente así fue.
Admito que hay algunos momentos
donde se nota la mano de García Márquez. Frases brillantes, pequeñas metáforas
deliciosas y destellos de la sensibilidad garciamarquiana. El final me resultó
particularmente poderoso, aunque llega sin demasiado empuje. Un buen escritor
sabe cuándo algo no está listo. Gabo lo sabía. Y creo que por eso pidió que lo
destruyeran.
Palabras finales
En agosto nos vemos no es ni lo peor que leí en 2025 ni tampoco una obra pésima. En todo caso, no es digna de García Márquez. Tiene un par de momentos bellos, sí, sobre todo hacia el final, cuando parece asomar —muuuuy de lejos— el eco nostálgico de ese escritor que supo poner el mundo patas arriba con una sola oración.
Pero como conjunto, a mí me decepcionó. Al menos no me atrapó, ni me interpeló. Extrañé su realismo mágico que tan bien supo delinear. No me desafío como lector.
Se lee en menos de dos horas y queda flotando la sensación de haber presenciado un esbozo de lo que podría haber sido una gran historia (si el autor hubiera tenido tiempo, salud y voluntad para terminarla).
A mí no me quedan dudas: fue lanzado como un producto estrella, diseñado para mover nostalgia y dinero en partes iguales. Me queda la pregunta ética, la más incómoda: ¿debemos publicar material que un autor pidió explícitamente destruir?
Eligieron venderlo como un
libro terminado. Me peleo con esa decisión de manipular el legado de un autor
brillante para sostener una conversación que él no quiso que existiera. Más que
literatura, En agosto nos vemos es marketing con olor a gladiolos.
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=>> Otras notas sobre LITERATURA en el blog: “50 sombras de Madame Bovary”; “El Ascenso de Elin”; “Gabriel García Márquez y el realismo mágico”; “El realismo mágico de Juan Rulfo”; <==
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