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lunes, 4 de febrero de 2019

Filosofía a la mano (VIII) – Heráclito: el filósofo del cambio


Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Con esas palabras de Heráclito inicia el libro Filosofía en 11 frases. Es el último de Darío Sztajnszrajber, donde investiga la historia de la filosofía (y, como siempre, la baja a tierra) a través de una decena de dichos filosóficos. El célebre pensador presocrático es también el protagonista de este nuevo capítulo de “Filosofía a la mano”.





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El Oscuro de Éfeso

Lo llamaban “el Oscuro de Éfeso” porque nadie le entendía una goma. El apodo se debía a su carácter enigmático y oracular. Se expresaba de forma lapidaria y, según dicen las malas lenguas, era bastante mal arriado. Su filosofía se basa en la idea de un flujo universal: «Panta rei»: todo fluye. Para ya llegaremos a eso.

Comencemos por contextualizar a don Heráclito. No sabemos demasiado sobre su vida, pero sí que nació allá por el 544 a.C. y que vivió en Éfeso, al norte de Mileto (lo que hoy es Turquía). Los testimonios que se tienen de su esquema de pensamiento se han ido pasando de forma oral, ya que sus escritos –si es que los tuvo realmente– se han perdido. Han quedado fragmentos, citas, oraciones cortas.


De los creadores de "Harry, usa la fuerza - firma: Gandalf"

Heráclito es uno de los llamados “pensadores presocráticos”, es decir, que filosofaron antes de Sócrates. Los presocráticos fueron casi cien (noventa y pico registrados). No es que fueran un sindicato obrero, sino que todos se agrupan porque tendían a llevar sus razonamientos hacia una misma pregunta: ¿cuál es el principio de todas las cosas? Es una pregunta por el fundamento del cosmos, por el origen. Estaban interesados en un pensamiento cosmológico: el orden universal.

Mientras que para pensadores como Pitágoras, Tales o Parménides, ese orden universal se encontraba en los números, el agua o el ser, Heráclito va a decir “no muchachos, no entendieron nada: el origen está en el fuego”. Pero en un fuego metafórico que significa algo más: el cambio. Nada que pase por el fuego permanece intacto.

Todo se transforma

En el origen no hay origen, va a decir Heráclito. Hay tensión, hay conflicto. Hay fuerzas que se oponen. Hay cambio. Heráclito lo llama devenir. A la pregunta de si hay algo permanente, dice: “Lo único que permanece es el hecho de que no hay nada permanente”.


Los sentidos captan cosas supuestamente estables, pero no es más que un espejismo, una apariencia. La razón explica que todo se mueve, todo cambia, aunque no lo percibamos. Así, la auténtica esencia de las cosas suele mantenerse oculta.

Para explicar el devenir, utiliza la famosa metáfora del río. “Nadie puede bañarse dos veces en un mismo río”. No sólo porque el agua del río fluye, sino también porque las personas también se modifican de un instante a otro.

«Ella avanzó (…) por el segundo puente, atravesando el Río Azul de una orilla a la otra. Se preguntó si volvería a cruzarlo en el camino de regreso y la respuesta se le apareció en forma de un dilema: ¿es posible realmente cruzar el mismo río dos veces? Según le explicó Mateo en una oportunidad (…) ninguna persona puede hacerlo porque ni esa persona ni el agua son los mismos en cada instante. Un río no es más que una corriente de moléculas en constante movimiento, por lo que nunca vuelve a ser el original (…). Del mismo modo, una persona (su conciencia, su físico, su forma de ser) también cambia permanentemente a medida que pasa el tiempo.»

(texto propio de una novela aún no publicada)

En “Filosofía en 11 frases”, Darío explica cómo cierta filosofía “oficial” colocó a Heráclito como el filósofo del cambio permanente. Un propósito político de degradar ese punto de vista, en comparación con la estabilidad y el orden que proveen los sistemas de pensamiento que encuentran un principio ordenador inmutable.

El punto de vista heraclíteo fue instalándose como un gesto de renunciamiento, hasta de anarquía: todo cambia, entonces ningún conocimiento tiene sentido. Es el escepticismo más radical.


El primer capítulo de esta novela-ensayo se inicia con Heráclito

Básicamente, Platón, Sócrates y el resto de la banda se le cagaban de risa. Las ideas de Heráclito serían tomadas en serio nuevamente recién en el siglo XIX, con Hegel (en relación a la dialéctica), Marx y Nietzsche, el filósofo del martillo.

La esencia está oculta

Continuemos. Para Heráclito, lo que parece quietud no lo es en realidad. Es el resultado de la armonía y el equilibrio entre fuerzas opuestas. La estabilidad, paradójicamente, esconde el cambio.

Si tensamos un arco y flecha, la quietud es sólo aparente. Es el resultado de la tensión entre dos fuerzas opuestas. De ese modo, la unidad depende de una delicada relación entre contrarios, entre elementos opuestos.

Vida y muerte. Vigilia y sueño. Día y noche. Luz y sombra. Son fenómenos que existen uno gracias al otro, están conectados de forma esencial porque pertenecen a un mismo proceso. Heráclito concluyó que no hay una división absoluta entre opuestos. Las cosas no sólo no se excluyen, sino que además se exigen. No podemos entender el sueño sin la vigilia, o el día sin la noche. Lo dulce nunca es dulce sin conocer lo amargo.


"Los fragmentos de Heráclito". No dio ni para un libro completo.

Entonces, la identidad sólo puede comprenderse en la contradicción. Recordemos que “identidad” viene del bajo latín identitas, y este del clásico ídem (“lo mismo”). Hablamos de la identidad en forma matemática, una ecuación en la que ambas partes son iguales para cualquier valor de las variables que la componen.

Este tipo de reflexión se llama “dialéctica” en filosofía. Es el razonamiento que acepta la contrariedad. Heráclito –que fue el primero en acuñar este término– considera que la contradicción no paraliza, sino todo lo contrario, dinamiza. Las cosas se empujan unas a otras oponiéndose.

Orden universal: el logos

Recapitulando: en el pensamiento heraclíteo, la armonía oculta es mayor que la manifiesta. Los opuestos se complementan, se incluyen y forman parte de un todo. Un todo que está siempre en movimiento. Pero este cambio (o devenir) tiene cierto orden establecido.

Existe un logos, una especie de ley, una proporción intrínseca al cambio. Todo se transforma, pero este devenir no es caótico, sino armónico. Recordemos la idea de que “no se puede entrar dos veces en el mismo río”. Algunos autores han visto en el cauce del río el logos que “todo lo rige”, la medida universal que ordena el cosmos, y en el agua del río, el fuego.


El fuego transformador de Heráclito

El fuego es muy importante en el esquema de pensamiento de Heráclito. A primera vista parece contradictorio. Al fin y al cabo, fuego y agua son una suerte de opuestos. Pero el pensador sostiene que los opuestos no se contradicen sino que forman una unidad armónica (aunque no estática).

La otra cara del agua es el fuego. El fuego es parte del mundo y el que lo ordena. Tiene un dinamismo propio con el que equilibra el universo. Esa bola de fuego que es el Sol brinda las condiciones de vida en la Tierra, por ejemplo.

Palabras finales

Heráclito pensaba que a la naturaleza (naturaleza como esencia) le gusta ocultarse. Y si la esencia está oculta, es tarea del sabio (del filósofo) y –¿por qué no?– del hombre, des-ocultarla. Revelarla. La verdad es un ejercicio de desocultamiento. Si el mundo es un mecanismo de relojería, la filosofía permitiría entender cómo funciona. Esa ley de funcionamiento, ese logos, ese caos armónico es que “todo es uno”, quizás la idea más potente del Oscuro de Éfeso.

Resulta irónico, como si fuera una broma del destino, que un filósofo dedicado a descubrir los misterios del universo sea, en sí mismo, bastante críptico. Los fragmentos o citas que dejó eran más poesía simbólica que ideas concretas, y fueron transmitidos por otros literatos de la época, perdiéndose partes en la traducción e interpretándose cosas diametralmente diferentes.


Todo fluye, como en un río. Un río en el que nadie puede bañarse dos veces. La realidad es también ese gran río mutando de forma permanente. La estanqueidad es una ilusión. Pero, a lo mejor, el hombre tiene posibilidades de crear “diques” de pensamiento que permitan detener las aguas de la realidad para poder estructurarla, organizarla y reflexionarla.

O no. ¿Por qué no mejor saltar al flujo del río y avanzar con él, en lugar de intentar atravesarlo? Si la realidad es como un río de cambio permanente, nosotros podemos ser ese agua… dejando que todo “fluya” alrededor. Quizás aquella sea la verdadera forma de conocer nuestra esencia. Al menos, creo que a Heráclito le habría gustado esta idea.

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2 comentarios:

  1. Grande El Oscuro!
    Frodo, quien te habla, es heraclitoniano (y habla por ello en tercera persona, porque mañana ya no será el mismo, y quizás piense diferente).
    Hay una idea que tiene Dolina acerca de los escritos "perdidos" de Heráclito. Él dice que se puede creer que en realidad no tiene escritos perdidos, sino que los escribió así, con huecos, con agujeros, salteando correlatividades, para que nosotros (y la historia universal) creyéramos que faltan partes esenciales, que hay más de lo que nos llegó a decir.
    Tal vez no fue tan oscuro de lo que creemos, sino un piola bárbaro.

    Me gustan estas entradas, también. Tengo que conseguir el libro de Darío.
    Abrazo cráneo!

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    Respuestas
    1. Quizás sí, como decís, fue un piola bárbaro. La mejor broma del mundo que nunca llegó a ver en vida.
      ¡Abrazo!

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