Cada tanto me acuerdo de que este es
un blog literario y me pongo a escribir algo. Esto fue lo que salió esta vuelta,
un relato entre humorístico y filosófico que trata sobre la vida misma… y una
colonia de hormigas. Los que conocen mi estilo narrativo ya saben de qué hablo.
Los que no… ¡bienaventurados!
Espero que les guste.
***
“Colonia
de humanos (o la trágica molestia de existir)”
—¿Por qué hay algo y no más bien
nada? —había dicho Paula, la nueva profe de Filosofía. Estaba buena. Tendría
apenas unos treinta años, chiquitita, de lentes, morocha, recién salida de la
facultad—. O, como dijo ese científico “rockstar” de nuestra era (ese en silla
de ruedas, con voz de robot, que apareció en algunos capítulos de Los Simpsons): “¿Por qué el universo se
toma la molestia de existir?”. Esta es la pregunta fundamental que se hace la
Filosofía. Al contrario de lo que algunos pseudo-terapeutas profesan: no busca
dar respuestas edificantes ni tranquilizar angustias diversas. Todo lo
contrario: ¡se propone crearlas!
Estaba clarísimo todo lo que
ella quería mostrar con su introducción:
(1) Se había criado en los
noventa (ningún pibe de diecisiete años hoy ve Los Simpson)
(2) Era canchera, como Merlí,
pero en versión mujer.
(3) En su horizonte de
planificación proyectaba martillarnos todo el cuatrimestre con ideas
heideggerianas.
(4) Es preferible regalar
zapatos de goma que un libro de Coelho.
—La pregunta de la filosofía
para Heidegger siempre va a ser la pregunta por el Ser —seguía diciendo ella. Malabareaba
con las palabras. Que si podíamos separar las ideas de Heidegger de su relación
con el partido Nazi. Que a los filósofos iba a enfrentarlos unos con otros,
retroalimentarnos, ponerlos en tela de juicio. Que a lo mejor veríamos alguna
película. El séptimo sello o Sueños de Libertad, dijo.
Me alegró su propuesta
cinematográfica. Al menos no era tan cliché. El año pasamos habíamos visto Matrix (la segunda) con un profesor que
sabía tanto de filosofía como yo de sexo. Nos hizo hacer un trabajo que todos
copiaron de Internet y no se dio cuenta.
No se dio cuenta o no le
importó.
Creo que no le importó.
Miré por la ventana. Cientos de
hormigas se movían ordenadamente en dos filas. Unas iban hacia el árbol, otras
volvían al hormiguero con un trozo de hoja encima. Ellas sí que la tenían
fácil. Las hormigas no se preguntan por el ser, ni por la muerte, ni por Dios.
Las hormigas no se preguntan por nada, en realidad.
—Es que la filosofía viene a
incomodar más que a calmar. Por ejemplo, se cuestiona cosas que los animales no
se preguntan. En este sentido, ¿no les parece que el hombre es la más patética
creación? No sólo sabe que muere, sino que a eso le agrega la consciencia de la
muerte.
Me acordé de que, a mis seis o
siete años, tenía dos paneles de vidrio con tierra en medio y pequeños túneles
que iban de una celda a otra. Ahí mantenía mi colonia. A los trece años decidí
deshacerme de aquel juguete opresor, liberar a los pobres bichos, devolverlos a
su naturaleza. Ya era grande para estar jugando con hormigas o cuestionarme por
qué trasportaban ramitas de un lado a otro.
—¿No somos, al fin y al cabo,
finitos en medio de la infinitud, imperfectos en medio de la perfección?
Cuando entré a la escuela dejé
de peguntarme ciertas cosas. Olvidé el tema de las hormigas. En el laberinto
resonante de mi mente sólo cabía espacio para moverme en la colonia de humanos,
memorizando respuestas en modo automático. Porque quiénes respondían de manera
correcta sacaban buenas notas. Porque me daba miedo no tener afirmaciones ante
las preguntas que me hicieran. Porque levantar la mano era signo de debilidad, era
poner en evidencia que no sabía nada.
Seguí mirando a las hormigas por
aquel cristal de vidrio que representaba mi propio confinamiento. Tenía mi pasaporte
actualizado y ciudadanía española. Al terminar la secundaria podría
tranquilamente estudiar allá, dejar Argentina.
—Utilizan
esas hojas para alimentar a un hongo que cultivan en lo profundo de sus hormigueros…
—escuché decir a la profesora y yo levanté la mirada, extrañado—. Ese hongo es
su alimento. Y van en fila gracias debido a que, previamente, hormigas
exploradoras dejaron una especie de “rastro químico” que guía el camino de ida
y de vuelta.
¿Cómo
era posible? ¿La filósofa-bruja había leído mi mente?
—Esas
exploradoras son, para nosotros, aquellos grandes héroes del pensamiento.
Allanaron el camino. Instrumentaron la práctica de vivir sabiendo que vamos a
morir.
Entonces
lo entendí. Yo no era el único. Toda la clase observaba a las hormigas a través
de la ventana. ¿En qué momento mi divague existencial se había convertido en
una actividad colectiva? No llegué a descubrirlo. Sonó el timbre. Todos salimos
apurados del aula.
FIN
***
POSDATA:
No me quiero ir sin agradecer a todos los que hacen posible este blog, que recientemente
llegó a los 500 posteos.
Si no fuera por la gente que me lee y me sigue
siempre (sean comentadores activos o sólo lectores anónimos, casuales y/o acosadores…)
probablemente no tendría tanta fuerza para escribir semana a semana. O a lo
mejor sí, uno nunca sabe. Como sea: GRACIAS.
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el amor tocó a la puerta, yo había salido a comprar aceitunas”; “El
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¿Y que tal si la filosofía comenzó por un divague? Casi diría que seguramente.
ResponderEliminarMe gusta el personaje de la profesora de filosofía, que es perceptiva, como para amarla. O sentirse atraído por ella.
Te lo confirmo: inició por un divague, ¡y lo sigue siendo!
EliminarMuy Bueno, a veces divagar un poco te saca de una realidad acosadora y pesimista !!!!!! Cariños
ResponderEliminar¡Gracias! =)
EliminarBuenísimo! Tiene tu estilo divagante, humorístico y cruza diversas disciplinas.
ResponderEliminarYo vengo acá comentando desde hace tiempo sólo porque sigo la corriente, el día que me ponga a analizar que somos simples mortales con consciencia de nuestra muerte, probablemente me esfume ... ja!, mientras la seguimos mi viejo
Tu blog y tus escritos están en un momento de plena madurez, que siga derrochando salud
Abrazo
Tampoco sé si está tan bueno tener "un estilo", como te encasilla un poco. Imaginate que mañana me pisa un piano que cae desde un quinto piso. Voy a ser "el pibe que escribía siempre igual" para toda la eternidad. Esa realidad pega fuerte, hermano.
Eliminar¡Abrazo!
Divagando se llega a tener buenas reflexiones y cualquier lugar es bueno.
ResponderEliminarPasa que eso de las hormigas también es cliché. Por cierto,parece q la única peli que tenían las escuelas era Matrix ...Me la hicieron ver en Lenguaje visuales ja
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