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lunes, 3 de enero de 2022

“Leave no Trace” y las películas que exploran el PTSD

 

Los protagonistas de estas historias están sobrecargados de angustias. En esta nota, un repaso por películas que exploran el PTSD (estrés pos-traumático). Un post para arrancar el 2022 pum para arriba (?).




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Películas que exploran el PTSD

Un accidente grave, ir a la guerra o la muerte de un ser querido son disparadores que podrían desestabilizar a cualquiera. Y, de hecho, muchas veces lo hacen. Se convierten en traumas difíciles de sobrellevar que, en algunas ocasiones, desencadenan un tipo de enfermedad psíquica conocida como “trastorno de estrés postraumático” (PTSD, por sus siglas en inglés).

El trastorno se expresa en diferentes formas: dificultades para conciliar el sueño, pensamientos que obsesionan, tendencia a revivir mentalmente el hecho que produjo el trauma, estados psíquicos de ausencia, etc.

En Vértigo (1958), una de mis grandes favoritas del maestro, el personaje interpretado por James Stewart sufre de PTSD y Alfred Hitchcock lo expresa visualmente mediante una serie de espirales concéntricas que giran infinitamente en el vacío, con el rostro del protagonista girando también.



Con Mystic River (2003) me pasó algo muy fuerte. Fui a verla al cine con una persona que había sufrida una pérdida reciente y ella no pudo soportar los primeros minutos. El recuerdo le generó tanto dolor que tuvo que retirarse de la sala. Tardé años en entender que esta persona sufría de estrés pos-traumático.

Este clásico y duro relato de Clint Eastwood (peliculón, por cierto) gira alrededor de un personaje que no puede reponerse del abuso y secuestro sufridos de chico, y vive con miedo a que en la adultez se convierta él también en abusador. Un tremenda historia que tiene miles de cuestiones para analizar y que seguramente vuelva a repasar en un post futuro.

Otra actriz sufriendo de PTSD es María Onetto en La mujer sin cabeza (2008), gran película de Lucrecia Martel. Ella atropella, o al menos cree haber atropellado en la ruta, algo que no sabe bien qué es. Podría ser un perro, o tal vez una persona.

A partir de ese momento, la mujer siente un extrañamiento que la hace trastabillar constantemente, estado que la directora expresa en la propia forma de la obra, difuminando referencias claras de la realidad y haciendo imposible distinguir lo real de lo imaginado.




Un cacho de cultura

El trastorno de estrés postraumático es causado por un hipocampo “reventado”, que a su vez es causado por una amígdala sobreestimulada, el órgano que produce terror.

En un cerebro sano, el hipocampo verifica dos veces la fuente de una alarma y apaga la amígdala si no se considera urgente. Esto es casi instantáneo, por lo que es posible que la persona ni siquiera se dé cuenta de que ha ocurrido un mensaje de terror antes de que el hipocampo lo cancele.

En los pacientes con PTSD, el hipocampo ha sido quemado por uno o más eventos intensamente traumáticos, de modo que la amígdala sigue bombeando señales de terror al sistema neuronal una y otra vez, con poca o ninguna interferencia. De ahí la experiencia de flashbacks (terror repentino e irracional que se origina en un disparador detectado por la amígdala, pero posiblemente ni siquiera conocido por la víctima).

Algo de este estilo sucede en la interesante Martha Marcy May Marlene (2011). En este thriller psicológico, Martha (una impecable Elizabeth Olsen cuando todavía no era Wanda) muestra muchos signos de trauma debido a sus experiencias en un culto –que incluyeron ser violada repetidamente–, como flashbacks alucinatorios y ataques de paranoia.



Tengo cierta fascinación por los cultos (tengo puro amor por The Endless, de 2017, por ejemplo) y este thriller independiente es famoso por ser una certera ficcionalización del lavado de cerebro que hacen estas entidades sobre las personas vulnerables que atrapan.

Se trata de una historia sobrenatural elaborada con paciencia. Es exigente, pero recompensa con algunos conceptos genuinamente creativos. Forma parte de mi género cinematográfico preferido: producciones de terror/ciencia ficción independientes con premisas originales y hechas con dos mangos.

The Endless es una experiencia cerebral con personajes bien desarrollados y una trama intrigante que atrapa a cada minuto. Hay suficientes cosas extrañas sucediendo a lo largo de su duración para mantener al espectador interesado.



El spoiler caduca en 5 años

Hay muchos otros ejemplos que podría nombrar. Hay una suerte de PTSD en el personaje Bruce Willis en El protegido, ¿se lo pusieron a pensar? Es el único sobreviviente de un accidente de tren y eso dispara el conflicto inicial del protagonista (y su Camino del Héroe). Una de las grandes películas que definieron mi vida.

Otro caso ejemplar es el de You Were Never Really Here (2018), Joe es un hombre gravemente traumatizado que tiene frecuentes recuerdos de su tiempo en el extranjero. Un momento en particular que lo atormenta es darle a un chico local una barra de chocolate y luego ver a ese mismo chico ser asesinado sobre la barra de chocolate momentos después.

Es la última película de Lynne Ramsay basada en el libro homónimo de Jonathan Ames. Está protagonizada por un soberbio Joaquin Phoenix y no está interesada en “gustar” a su público. Todo lo contrario, de hecho. Te reta a que quieras dejar de verla en todo momento. Su ritmo es intencionalmente aletargado, el escenario es deprimente y todo el argumento es súper violento, crudo y políticamente incorrecto.

Recordando a “Taxi Driver” y su clásico antihéroe, You Were Never Really Here nos interpela sobre las cicatrices de la guerra, la trata de blancas y la justicia por mano propia. Tiene mucho estilo, aunque quizás le falta un poco más de sustancia. Da un par de golpes efectivos.



A veces, las películas nos muestran reversiones de estos tópicos. Por ejemplo, Jacob Singer en Jacob's Ladder (1990) parece tener PTSD al principio, pero al final nos enteramos de que ya murió y tiene que aceptar este hecho para finalmente abandonar su vida anterior.

¿Spoiler? La película tiene más de 30 años, dejémonos de joder. Pasados los 5 años de su estreno, el spoiler caduca y ya vale todo.

El caso de Leave No Trace

Todo esto me lleva a Leave No Trace (2018), la película que me inspiró a hacer esta nota. Will (Ben Foster) está traumatizado por sus experiencias en Afganistán. Los ruidos en general, y especialmente los helicópteros, lo asustan. Tanto que incluso lo impulsa a mantenerse alejado de grupos de personas.

Tenía pendiente esta película de Debra Granik desde hace bastante y, finalmente, me convencí de verla porque… Thomasin McKenzie. Pese que a Old y Last Night in Soho no estuvieron entre mis favoritas de 2021, la interpretación de la joven actriz en ambos casos me deslumbró. Quise ver que más había hecho y me encontré con Leave no Trace.

Además, también me gusta mucho Ben Foster, aunque siempre lo pongan en esto papeles de loquito. De él vean Kill Your Darlings (2013), Hell or High Water (2016) y Lone Survivor (2013), todas muy recomendables y pertenecientes a diferentes géneros.

La cuestión con Leave No Trace es que me recordó a Into the wild (2008), pero sin la cursilería. Will y su hija adolescente Tom viven en un bosque público en Oregon. Él es un ex soldado perseguido por la guerra. Cuando son encontrados por la policía y los servicios sociales los colocan en una casa, las exigencias de la sociedad “normal” los lleva a replantearse si están haciendo lo correcto.



Ben Foster tiene su tranquila intensidad de siempre. McKenzie es muy sólida como una adolescente convincente. Si puedo criticar algo, me hubiera gustado un conflicto más intenso que condujera a un gran clímax. El foco no está puesto en esto, sino en la construcción de esta relación padre-hija.

Es una suerte de “slice-of-life” con dos figuras abriéndose camino. El padre y la hija se aman, pero él tiene todo el poder gracias a su experiencia. Ella está creciendo y nunca ha cuestionado las motivaciones de su padre. Es una película realmente única y emotiva que me dio escalofríos por momentos.

Aceptación y abandono en “Leave no Trace”

PTSD es realmente el leit-motiv de este relato. La película funciona como una mirada conmovedora a cómo el trauma puede remodelar a una familia.

Lo que se destaca inmediatamente no es cómo se construyó la narrativa, sino el uso del silencio. El silencio puede reconfortar, permitir la curación emocional o puede reflejar la confusión interna de alguien. La directora Granik utiliza hábilmente el silencio para reflejar el tono preciso del momento capturado.

La historia refleja completamente cómo el dolor (sin importar de qué tipo) puede permanecer en alguien mucho después de que realmente ocurrió. Will quiere estar lejos del mundo que se dirigió a la guerra, lo que lo lleva a su inevitable trauma psicológico.

Lo fascinante acá es cómo Leave No Trace muestra –sin esfuerzo ni exposición forzada– el impacto que tiene el trauma en una familia. Tom solo conoce esta vida de acampar y pescar su comida, pero tiene la edad suficiente para entender el motivo detrás de todo.



Ella no tiene un colapso melodramático sobre sus condiciones de vida, pero uno tiene que preguntarse si Will está haciendo más daño que bien a su hija. El personaje de Mckenzie acepta cada palabra de su padre hasta que comienza el inevitable momento de comenzar a cuestionar las verdades que siempre creyó.

En resumen, Leave No Trace es una historia maravillosa de comprensión, aceptación, amor y abandono. Quizás sea uno de los mejores exponentes de películas que exploran el PTSD. 

No se la pierdan.

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