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lunes, 16 de enero de 2023

“El bar de los sillones que se bifurcan” (cuento)

 

Este año quiero poder dedicarme más a mi arte (escritura, podcasts, etc) y menos a la Prisión de Capitales. Veremos si lo consigo. Por lo pronto, al menos acá les presento el cuento #60 del blog.

Se me ocurrió charlando con mi hermano Tomás sobre cómo los sillones, en realidad, te eligen a vos. La charla no tuvo mucho sentido. El título de este cuento no tiene sentido. El texto en sí… la verdad que tampoco… ¡que lo disfruten!




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“El bar de los sillones que se bifurcan”

(Luciano Sívori)

 

¡Chist! Sí, vos, vení, acercate. Te voy a contar un secreto. La onda es ir hasta calle Soler al fondo, pasando los locales de compra-venta. Hay un bar, justo en la esquina de la Av. General Cerri, frente a las vías. Te conviene ir un miércoles o un jueves, cualquiera de esos dos días. Lo importante es que sea antes las once de la noche para agarrar un buen lugar.

Entrá confiado. No hace falta que estés bien vestido, pero sí limpito, pulcro. Un poco de desodorante nunca mató a nadie, che. Pedite algo que te represente. Tu valor líquido puede ser gin, vodka, cerveza. Un café incluso.

Algunos recomiendan llevar un libro y dejarlo arriba de la mesa. Una novela suele funcionar mejor. No importa si lo que más lees son 140 caracteres en Twitter. El libro es la trampa para ratones, los atrae como un imán. 

Elegí a Bukowski, a Samanta Schweblin, a César Aira, a Bioy Casares, qué se yo. Llevalo a Jorge Luis Borges si te sentís envalentonado, aunque he escuchado que genera el efecto contrario: los espanta.

Lo importante es que estés sentadito ahí con tu bebida, el libro y algo para picar. Maní, unas aceitunas, una tablita de quesos. No sé, lo que te parezca mejor. Lo que te dé el bolsillo. Esperá tranquilo, ocasionalmente mirá a la ventana con melancolía. Cada tanto tenés que poner una cara de dolor evidente y estirar la espalda. A las 11.59 hs, clavate un diclofenac y asegurate de hacerlo bien a la vista.

El asunto es que los sillones empiezan a caer al bar tipo medianoche. Encontrás de todo: futones, rinconeros, sillones de dos o tres cuerpos, sofás cama. He visto exuberantes puffs con relleno de pelotitas de telgopor (a más pequeñas, más sensación de suavidad) y hasta sillones hechos con material reciclado.

Los sillones terminan su jornada laboral en los locales de compra-venta y se arrastran al barcito de Soler al fondo para compartir un trago. Y tienen un mambo con las personas que experimentan fuertes dolores de espalda. La mayoría son sillones jóvenes, ensamblados hace poquito, con ganas de joda. Les gusta que los usen para dormir; entonces salen a ese bar a la pesca. He escuchado que van a otros bares también, pero en el bar de Soler están seguro los miércoles y los jueves.

Donde ven a alguien con la tableta de diclofenac y el libro sobre la mesa, van a buscarle charla enseguida. Te preguntan alguna pavada, algo del libro que estás leyendo. No necesitás más que un resumen de Wikipedia para pilotearla. Pero que quede claro: vos nunca elegís al sillón. El sillón te elije a vos.

Se recomienda conocer bien cada tipo de sillón. En general, a todos les gusta que durante la conversación les vayas tirando cositas encima sin querer, miguitas, si se entiende. Ensuciarlos un poquito los calienta. Ponele, si es un futón medio viejo y dejás caer algunas cáscaras de maní, ya te lo compraste. ¡Pero guarda que eso mismo no va a funcionar con un sillón escandinavo Chenille Premium de un metro sesenta! Esos ni se inmutan a menos que se te resbale líquido de un Mumm Cuvee Extra Brut.

Lo más importante durante la conversación es que nunca digas expresamente que te duele la espalda. Tiene que leerse entre líneas. A ver: si te duele en serio, mejor todavía porque ni siquiera es necesario el acting. Cuando finalmente un sillón te pregunte porque ponés cara de sufrimiento cada tanto, deslizá un “estoy con algunos dolores”, pero como si no quisieras decirlo realmente. Como si te diera vergüenza admitirlo.

A medida que vas entrando en confianza, lo mejor que podés hacer es probar el sillón de todas las formas posibles. Sentarte, acostarte, ponerte de rodillas, usarlo para hacer flexiones de brazos. Ellos saben que vos vas a eso, que buscas comodidad. Una vez que inspeccionaste todo (textura, resistencia, equilibrio) … entonces pasás a la segunda parte.

Si todo sale bien, el intercambio en el bar debería durar unos veinte o treinta minutos y los sillones te invitan a la casa de una. La mayoría viven solos y les gusta que te les acuestes encima sin demasiada previa. Les gusta mucho. Vas a dormir como nunca y al día siguiente todo se verá más brillante.

¿Un quilombo laboral que no podías resolver? Te despertás con la solución óptima. ¿Problemas con el juego o el pucho? Nunca más te van a dar ganas de pisar el Bingo Bahía o prenderte un cigarrillo. Es más, te van a empezar a molestar los fumadores a tu alrededor. Los sillones te brindan otra perspectiva, te acomodan las ideas.

Una noche con uno de esos sillones es inolvidable. Ya somos varios los que hemos podido tocar el cielo con las manos. A estos sillones les atraen las personas afligidas, cagadas a palos, perturbadas incluso. Están re locos, pero te hacen pasar una noche bomba.

Hace unos días me acosté en un Firenze inglés hermoso, tapizado con una delicada tela gris clara. Una delicia. Al día siguiente sabía exactamente cómo darle el cierre a un relato de tipo surrealista que venía escribiendo. Yo escribo, no sé si les conté. El cuento es sobre un tipo que se divierte escribiendo metáforas sobre mueblería antropomórfica. Empieza diciendo que la onda es ir hasta un bar de la calle Soler al fondo….

 



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2 comentarios:

  1. Sillones que inspiran soluciones a quienes reposan sobre ellos, con una invitación.
    Y la manera para contactarlos. Relato insólito y con mucho sentido.
    Bien contado.

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