En 1998, Festen
(La celebración), dirigida por el danés Thomas Vinterberg, se filmó en
concordancia con las pautas minimalistas de un movimiento vanguardista que creó
el Manifiesto del Dogma 95. Hasta el
día de hoy, continúa siendo la tentativa más enérgica por reinventar el cine
desde la Nouvelle Vague.
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La génesis del Manifiesto del Dogma 95
Los movimientos artísticos siempre son un rechazo hacia “algo”. Y generalmente ese “algo” es la tendencia predominante de la época. En el año 1995, dos de los directores más famosos de Dinamarca (Lars von Trier y Thomas Vinterberg) iniciaron un movimiento cinematográfico que se negaba al uso de grandes efectos especiales o tecnología.
Era un regreso a las raíces, haciendo hincapié en la actuación, las temáticas y la narrativa. Trataban de exponer que una buena película no tiene por qué estar necesariamente ligada a un alto presupuesto o a la creación de mundos imposibles. Para ellos, autenticidad cinematográfica y la verdadera pureza residían en poder filmar lo real, lo que está ahí frente a nuestros ojos.
El momento elegido para confeccionar el llamado Manifiesto del Dogma 95 no fue casual. En 1995 se celebraba el centenario del séptimo arte, un siglo desde que los hermanos Lumière efectuaran aquella primera proyección.
El manifiesto plantearía una suerte de retorno a la Nouvelle Vague francesa, aquella inicialmente planteada por Jean-Luc Godard. En esencia, se trató de un decálogo de reglas (conocidas como “el Voto de Castidad”) que una película considerada “Dogma” debía cumplir.
Así, la primera regla dictaba que los rodajes tienen que llevarse a cabo en locaciones reales (nada de decorar o recrear un set), la Regla #3 especificaba el uso exclusivo de cámara en mano, y la Regla #9 establecía que el formato de la película sería el académico de 35mm (1:1.85).
Otras máximas del Manifiesto del Dogma 95 prohibían efectos ópticos, filtros o la utilización de luz especial o artificial. En cuanto a la narrativa, no podían ser películas de género, ni mostrarse armas o asesinatos. Nada de acción superficial.
El objetivo era claro: volver a la manera más clásica de hacer cine, e ir en contra de los parámetros establecidos por Hollywood. Lisa y llanamente, romper con los cánones impuestos por la industria cinematográfica del momento.
Los primeros exponentes
Los propios creadores del movimiento fueron también los primeros en crear obras que cumplirían los requisitos para ser incorporados dentro de la corriente. Inicialmente llegó la bien recibida Festen, de Thomas Vinterberg (el director a quienes muchos conocimos por la impecable The Hunt y que recientemente sacó Druk, que ésta muy bien).
Festen es, como lo indica su título, el relato de un festejo. Helge, un importante hombre de negocios, reúne a su familia y amigos en un hotel para su cumpleaños número 60. Entre los invitados están sus tres hijos Christian, Helene y Michael. A mitad del festejo, Christian se pone de pie y se prepara para pronunciar un discurso que revelará un oscuro secreto familiar.
La película mezcla hábilmente tragedia con comedia negra. Se realizó con una partitura musical mínima y sin postproducción, lo que le da un aire amateur. Su dejadez estética y las deficiencias técnicas contribuyen a dar una rara verosimilitud a las locas situaciones que se van presentando.
La segunda película apoyada en el Manifiesto del Dogma 95 fue Los idiotas, una obra de Lars von Trier no tan bien recibida críticamente como la de su compañero danés. Sin embargo, su argumento es todavía más subversivo.
Un grupo de jóvenes empieza a simular discapacidades mentales con el único fin de conseguir los objetivos que se proponen. Así, “hacerse el idiota” se convierte en una manera de romper las ataduras de la sociedad.
A lo largo de cuatro décadas, el provocador Lars von Trier ha acumulado un cuerpo de trabajo admirable, distinto y frecuentemente polarizante. Incluso sus detractores le reconocen su disposición a experimentar y su afinidad por romper con las convenciones del género. En lo personal, creo que Dogville (2003) es una de las películas más ingeniosas de los últimos veinte años.
El final del Dogma 95
Hasta ahora se han identificado menos de 300 obras catalogadas como verdaderas películas del Dogma 95, ya que las estrictas normas son muy difíciles de llevar a cabo efectivamente. El listado completo puede leerse en el sitio web Dogme95.
La verdad es que las patas del Voto de Castidad se rompieron desde un primer momento. Años más tarde, Vinterberg confesó haber cubierto una ventana durante la grabación de una escena en Festen (técnicamente, usó una “iluminación especial”). Tampoco respetó el formato académico. Por su parte, Von Trier también rompió con el formato de grabación y usó música de fondo en Los idiotas.
Por ello, en 2002 los integrantes decidieron que la corriente debía finalizar, expresando que el Manifiesto del Dogma 95 se había convertido en una fórmula genérica. De todas maneras, el intento de combatir a la industria estadounidense en plena década de los noventa es, por lo menos, elogiable.
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El dogma siempre me pareció una idea lamentable, una negación a la misma idea del cine.
ResponderEliminarEl cine como ficción empezó con George Melies, un ilusionista, con efectos especiales, escenografías irreales.
Y sus limitaciones era absurdas.
Game over, dogma 95.
Saludos.
Ja. Bien dicho, game over. Los mismos creadores se dieron cuenta de que no tenía demasiado sentido. Hasta hicieron trampa.
EliminarSlds.