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martes, 17 de marzo de 2020

“Trasladar envases siempre fue mi sueño” (cuento)


Escribí este cuento en épocas de cuarentena, Coronavirus y aislamiento social, aunque no tiene nada que ver con eso. Aunque un poco sí. Habla de la realidad argentina más general y es también una pseudo-experiencia que vivió un amigo.

Cuento #48 publicado en el blog (por acá tienen la lista del resto). Ojalá lo disfruten. Después me dicen si les da risa, bronca… o ambas.




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“Trasladar envases siempre fue mi sueño”
Luciano Sívori

—Eduardo… ¿Tuka? ¿Qué clase de apellido es ése? ¿Francés? ¿Italiano?
Era un tipo bien vestido, canoso y de bigotes de foca oscuros. La corbata apretada lo hacía parecer uno de esos muñecos cabezones que se venden carísimos y la gente los compra igual. Era el Funko Pop! Modelo oficinista, de la colección Prisión de Capitales.
—Galés —mentí con seguridad. El entrevistador sonrió.
—Ajá. ¿Y cómo te ves trabajando en equipo?
Era al pedo. Habiendo pasado un sinnúmero de entrevistas en los últimos meses, ya conocía las reglas del juego, las respuestas esperadas. Estas charlas no eran muy diferentes a las que podés tener con un chatbot. El margen de maniobra es muy acotado. La empresa quiere la respuesta A: “¡Súper bien! Creo que es la manera ideal de potenciar un trabajo para llegar a resultados óptimos”. Nunca te aceptarían abiertamente la respuesta B: “trabajar en equipo me parece una garcha porque la gente es inoperante. Si querés hacer algo bien, hacelo solo”.
La idea me pareció un poco triste. Ciertamente hay compañías que se matarían por el empleado tiburón con metas individuales y altamente proactivo que no tenga drama en pisar cabezas para potenciarlas ventas anuales.
—¡Súper bien! —dije y Funko Pop! anotó dos boludeces en una planilla—. Creo que es la manera ideal de potenciar un trabajo para llegar a resultados óptimos.
El puesto era para reponer envases en diferentes puntos de la ciudad. Ya saben: un chango que levante los packs de Coca-Cola y cerveza y los lleve hasta el depósito del supermercado Chino. Pagarían poco, me empezaría a doler la espalda y seguramente te negrearían la mitad del sueldo.
Pero necesitaba laburo.
—¿Y por qué te interesa trabajar con nosotros?
Otra pregunta aburrida con respuesta cantada. Tiré fruta, algo sobre que me fascinan las temáticas de Logística, llegar a un cliente en tiempo y forma, perfeccionar rutas, reducir costos operativos y, simultáneamente, capacitarme en el interesantísimo Mundo de los Envases (sean botellas, botellitas, botellones… desde el vidrio hasta el cartón). El tipo estaba feliz.
Estaba paseando al perro cuando me llamaron dos días después. Estaban interesados en que formara parte de su equipo. Sospechaba que iba a ser un buen día porque esa mañana había sido bendecido con un paquete de Surtido Bagley que tenía más panchitas que sonrisas. Todo se desmoronó cuando quisieron confirmar mi nombre completo para el alta en AFIP.
—Ah, no, perdón… —me dijo la piba que seguramente se llamaba Guadalupe o Bernardita—. Creímos que eras el otro postulante. Mil perdones, no eras vos.
No dejé que esto me bajoneara, pese a que me quedaba media bolsa de arroz para toda la semana. Di media vuelta y encaré para casa. No hice dos pasos que sentí algo cremoso que se filtraba por el agujero de la planta de mi zapatilla toda rota. Había pisado un montoncito de caca.
Sí, de mi propio perro.
Fui rengueando a casa. Al llegar a la puerta del frente (que da a la calle) noté que estaba abierta de par en par. Me habían afanado el tele y el microondas. El hijo de puta había intentado saquear la heladera y los estantes. Como no encontró nada, tuvo la delicadeza de dejarme el paquetito de arroz.
Mientras me daba un baño frío para lavar el estrés (estoy sin agua caliente porque se me rompió el termotanque) pensé en lo lindo que habría sonado en mi CV el título de “Analista en Logística de Reposición”.
Qué bien que sonaba, la puta madre.

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